Así era la reina Isabel II en la intimidad

La reina Isabel II se preocupó por mantener en la más estricta intimidad su faceta personal. Pese a ello, es conocida su afición por los caballos y los perros corgis, su gusto por la moda, su humor fino o su faceta como imitadora
Familia Real británica en los jardines de Windsor en 1959

La prensa británica más sensacionalista ha disparado con bala a la familia real británica en numerosas ocasiones. Desde el principio del reinado de Isabel. Quizás por eso defendió a capa y espada su intimidad, para no sufrir. Y porque bien sabía ella que desvelar demasiado, convertirse en una familia más, acabaría con la necesaria mística que rodea a la realeza. Aun así sabemos que a Lilibet, como la conocían en la familia, le gustaba el campo, los caballos de carreras, ser granjera, cazar, las carreras de palomas, coleccionar sellos, cocinar de vez en cuando, la moda..., que adoraba a sus corgis, que en su barco el Britannia pasó los momentos más felices y que tenía un sentido del humor muy fino.

Felipe, duque de Edimburgo, el príncipe Carlos, la princesa Ana y la reina Isabel II, junto a su corgi Sugar, en los jardines del Castillo de Windsor en 1959. Foto: Getty. - Keystone

La vida familiar

Quizás una de las cosas que más marcaron a Isabel fue esa vida familiar unida y feliz que tuvo de niña. Inusualmente para la época, Bertie e Isabel eran unos padres muy activos. Se bañaban con ellas y les leían historias antes de dormir. Estaban realmente unidos. Su padre siempre decía «nosotros cuatro». Ella intentó revivir esto con Felipe de Grecia, pero la cosa no salió así. Su matrimonio duraría ocho décadas, con altos y bajos, y con carencias. Ella, con frecuencia ausente de casa, tal vez no estuvo lo suficiente para sus hijos mientras crecían. Además, para compensar la renuncia de Felipe a su carrera naval, se aseguró de que él tomara las decisiones familiares importantes, que no siempre gustaron a sus hijos.

No cabe duda de que el príncipe Felipe fue una figura clave en la vida pública y privada de Isabel. Él era la única persona en el mundo que se atrevía a decirle que estaba equivocada o que le gritaba en un arrebato de mal genio. Pero también con quien compartía algo clave: el amor por el campo y los deportes campestres, así como por la caza. La reina se calzaba las botas y visitaba a los granjeros, pastores y criadores de sus tierras, preocupándose por ellos y sus animales. Siempre sabía lo que pasaba y no le importaba mancharse de barro.

Siendo pequeña, Isabel le dijo a Crawfie, su niñera, que cuando creciera se casaría con un granjero «y tendría muchas vacas, caballos, perros e hijos». No se casó con un granjero, pero sí con un hombre que siempre que sus obligaciones se lo permitieron se escapó con ella al campo. Uno de los rincones favoritos de la reina fue siempre el castillo de Balmoral —donde se comprometió con Felipe en 1946 y donde ha fallecido—. Está en el noreste de Escocia, en lo profundo de las tierras altas, en tierra montañosa y de paisajes increíbles. El jardín era el lugar favorito del príncipe y la reina daba largos paseos solitarios por el bosque de pinos de Caledonia que lo rodea. Sus estancias allí solían ser en los días veraniegos de julio a septiembre dedicados exclusivamente al ocio.

El castillo escocés de Balmoral, residencia estival de la reina y el lugar donde falleció. Foto: Shutterstock.

La «casa de fin de semana» era el castillo de Windsor, en el condado de Berkshire, el hogar que la acogió junto a su hermana Margarita durante la Segunda Guerra Mundial y que utilizó como refugio en tiempos difíciles a lo largo de su vida. La fortaleza vio las bodas de la princesa Margarita y del príncipe Harry y fue la residencia elegida para pasar la cuarentena por la COVID-19. Allí vivió sus últimos días su esposo y allí, después de toda una vida en el palacio de Buckingham, la reina decidió quedarse a vivir. Según The Sunday Times: «Windsor es el lugar que ama. Ella tiene sus recuerdos con el príncipe Felipe allí, tiene sus ponis allí y su familia cerca». A pesar de fallecer el 8 de septiembre de 2022 en el castillo de Balmoral, fue enterrada allí, en la capilla de San Jorge.

La familia real también se escapaba a Sandringham (a 160 kilómetros de Londres). Con el mar a unos 2 km, siendo zona de caza del faisán y teniendo unos buenos establos, era el paraíso. El evento más esperado por ella para pasar allí era la Navidad, cuando la familia real se reunía al completo. Con el tiempo, cuando ya solo iba la anciana real pareja, se alojaban en Wood Farm, una discreta casita de ladrillo rojo, antigua granja, de cinco habitaciones. Restaurada por Felipe en los sesenta, se convirtió en su refugio favorito. En Wood Farm, los sirvientes llevaban ropa de campo y no había protocolo. Hasta tal punto que, según The Telegraph, en ocasiones la propia reina cocinaba o, incluso, lavaba los platos. Según contó Tony Blair, también fregaba los platos en Balmoral.

La reina Isabel y el príncipe Felipe miran el árbol de Navidad del castillo de Windsor en 1968. La foto es del documental de ITV-BBC The Royal Family. Foto: Getty.

Caballos y corgis

Amazona entusiasta —le regalaron el primer poni a los 4 años—, se la pudo ver en numerosas ocasiones montando a caballo pero, además, se convirtió en una experta en la crianza y entrenamiento de estos animales. Eran su verdadera pasión —heredada de su abuelo, quien solía llevarla a visitar sus cuadras en Sandringham— y también lo eran las carreras. No fueron una ni dos las veces en que se la vio expresando un enorme entusiasmo, saltando de su asiento con los brazos levantados y una gran sonrisa al ver triunfar a alguno de sus purasangres, que le hicieron ganar muchos millones.

Se cuenta la curiosa anécdota de que en la mañana de su coronación, justo antes de su partida del palacio de Buckingham a la abadía de Westminster, una de sus damas de honor preguntó si todo estaba bien, pensando que la princesa podría estar preocupada. Ella respondió que todo estaba bien, pues su entrenador acababa de telefonear para decir que su caballo Aureole había ido muy bien en su último entrenamiento.

Una jovencita Isabel fotografiada en 1940 con uno de sus caballos en Windsor. Tenía 14 años. Foto: Getty.

Pero la reina también sentía pasión por los perros. Aunque tuvo muchos, de varias razas, siempre sintió una predilección especial por una muy concreta, los corgis: raza pequeña de patas cortas y andares de pato, color arena y orejas puntiagudas, originaria de Gales. A Felipe le ponía nervioso que ladraran tanto, pero a ella le encantaban. La princesa Diana les llamaba la «alfombra móvil» de la reina porque la acompañaban a todas partes. Los corgis están tan ligados al imaginario de los británicos como el té y los pasteles. Incluso hay una película animada, The Queen’s Corgi, que retrata su relación con ellos. Y se les pudo ver en el divertido vídeo que rodó con Daniel Craig (James Bond) para la ceremonia de inauguración de los JJ. OO. de Londres 2012. Curiosamente era una raza en peligro de extinción (con solo 274 cachorros nacidos en 2014), pero parece que vive un renacer a raíz de su aparición en la serie de Netflix The Crown. Y vuelven a estar de moda.

Fue su padre quien en 1933, cuando ella tenía 7 años, trajo a casa un cachorro de esta raza, un macho al que llamaron Dookie. A los 18 años le regalaron otro, al que llamó Susan, y que incluso la acompañó en su luna de miel. De ella descendían los demás ejemplares de la reina que se convirtió en una entusiasta criadora de corgis. Tuvo al menos 30 durante su vida. La acompañaban en los viajes oficiales y ella misma supervisaba su dieta diaria. En el libro Pets by Royal Appointment, Brian Hoy afirma que: «Un lacayo preparaba la cena de los perros, consistente en un filete y una pechuga de pollo, que se servía todos los días a las 17 en punto. La propia reina regaba el festín con salsas».

En el momento de su muerte, tenía dos corgis galeses de Pembroke, Muick y Sandy, un viejo dorgi —raza que surgió inesperadamente del cruce del dachshund (perro salchicha) de su hermana Margarita y uno de sus corgi—, llamado Candy, y una cocker spaniel, Lissy. Había dejado de criar corgis en 2015 para evitar dejarlos huérfanos. El último que había domesticado ella misma, Willow, murió en 2018.

Isabel II con su dorgi Candy en el castillo de Windsor (2022). Foto: Getty.

El yate real, el verdadero hogar

El 16 de abril de 1953 más de 30.000 personas resistieron la lluvia para ver a la reina en la ceremonia de botadura del yate real, un barco que su padre encargó dos días antes de morir y cuya construcción ella supervisó en su honor. Desde ese día, su querido Britannia fue un refugio para Isabel, en realidad para toda la familia. Era la única «casa» que pudieron acomodar a su gusto y lo sentían como un verdadero hogar para la familia real. Además, les daba libertad. No tenían que preocuparse por quién les miraba. La reina se lo dijo en cierta ocasión a alguien de la tripulación: «Es el único lugar en el que puedo ser yo misma». Allí se daba el lujo de hacer vida «casera». Era un lugar fantástico para que Isabel se relajara, pero también era una oficina flotante. Fue el hogar de toda la familia real y la residencia perfecta para visitas de jefes de Estado, banquetes y recepciones oficiales, además de lunas de miel y vacaciones de la realeza.

Durante 44 años de servicio llevaría a los miembros de la familia real en cerca de mil viajes por todo el mundo. En diciembre de 1997, en el acto oficial en Portsmouth en el que quedó fuera de servicio, se pudo ver al matrimonio real verdaderamente conmovido.

HMY Britannia fue el yate de Estado de la Corona británica, dado de baja tras 44 años de servicio. Foto: ASC.

Un sentido del humor muy british

David Owen, secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Callaghan, describió cómo tras una recepción en el yate real Britannia, la reina se quitó los zapatos, se sentó en el sofá con los pies debajo de la falda y se puso a hablar sobre las personas que habían estado allí de manera divertida. «Su rostro se ilumina y se vuelve realmente atractiva. Así que te das cuenta de cuánto se mantiene bajo control». Está claro que en su faceta oficial Isabel II siempre tenía un comportamiento serio y contenido, pero parece que en la intimidad tenía un sentido del humor travieso. Rowan Williams, el exarzobispo de Canterbury, dijo que la reina podía ser «extremadamente divertida en privado, y no todos aprecian lo divertida que puede ser». El fotógrafo real Ken Lenox fotografió a la reina durante más de medio siglo y vio como su sentido del humor le ayudo a superar algunas situaciones complicadas. Se cuenta que estando en una tienda de juguetes de Balmoral —todos los años compra algo para los niños de la familia allí—, una turista estadounidense le dijo: «¡Dios mío, eres igual que la reina!». Y ella contestó: «Qué reconfortante».

A la reina le gustaba reír y tenía un rápido sentido del humor, pero al parecer también era una excelente imitadora, un rasgo heredado de su madre. El obispo Michael Mann, capellán doméstico de la monarca, dijo una vez que «la reina imitando el desembarco del Concorde es una de las cosas más divertidas que se pueden ver». Otro clérigo, el político de Irlanda del Norte Ian Paisley, también señaló que Isabel II era una «gran imitadora» de él. Y para lady Glenconner, una de las damas de honor de su coronación, Isabel «era una imitadora maravillosa».

Isabel II ríe divertida, durante una competición hípica en 2015, en Windsor. Foto: Getty.

Más recientemente, mostró su lado travieso durante las celebraciones del Jubileo de Platino, cuando protagonizó un vídeo cómico junto a un oso Paddington animado y habló de esconder sándwiches de mermelada en su bolso.

La reina de los colores

A la hora de vestir, es cierto que le gustaba ese look clásico «informal de campo» que utilizaba en Balmoral, Windsor o Sandringham: falda de tartán, camisa, cárdigan y, en ocasiones, pañuelo en la cabeza. Pero también le encantaba la moda y siempre, en cada etapa de su vida, tuvo muy claro lo que quería y lo que le iba. Sería tímida y reservada, pero también segura de sí misma. Desde sus años como reina recién coronada y madre joven, buscó la visión del modisto real sir Norman Hartnell, a quien se le encomendó el vestido de novia en 1947 y el de la coronación, en 1953. Este tardó nueve meses en estar terminado. Hartnell presentó nueve diseños y la reina decidió encargar el octavo, con la sugerencia de bordados en varios colores, cuentas de corneta, diamantes y perlas, en lugar de la idea original de solo plata. Aunque tuvo que ahorrar sus cupones de racionamiento para comprar el material para su vestido, como muchas novias durante la posguerra en Gran Bretaña, no quería algo demasiado sencillo. El vestido fue imitado hasta la saciedad.

Durante el transcurso de su reinado siguió adaptando las modas a su estilo con la ayuda de su modista y confidente Angela Kelly. El amor de Su Majestad por los brillos, las lentejuelas, los estampados florales y, sobre todo, por los colores fuertes y llamativos es bien conocido, pero tiene una razón. Ella decía que tenían que verla. Sabía que las personas iban a verla y que eso era muy importante en sus vidas, que contarían a sus hijos y a sus nietos que la vieron. Ese era uno de los motivos por los que elegía colores llamativos, algo que se convirtió en su marca registrada. Si la gente va a esperar durante horas para ver a la reina, la reina tenía que ir no solo bien vestida, sino con colores con los que la reconocieran incluso en la distancia. En una ocasión le dijo a su ayudante de cámara: «No puedo usar beige porque nadie sabrá quien soy». Además, no era muy alta (medía 1,60 cm cuando era joven y en los últimos años, 1,52 cm), así que tenía que buscar la manera de sobresalir entre la multitud, cosa a la que le ayudaban, también, sus característicos sombreros.

Esta imagen, creada el 29 de octubre de 2021 con los atuendos coloridos que usó Isabel durante varias décadas, nos permite hacernos una idea del arcoíris que era su guardarropa. Foto: Getty.

Los brillos y las lentejuelas también le gustaron. Los llevó en muchas ocasiones, como al estreno de Lawrence de Arabia en Leicester Square, en diciembre de 1962. El vestido bastante moderno con corpiño de satén marfil e incrustaciones de diamante, diseñado por el modisto real sir Norman Hartnell, sería reconvertido por su nieta Beatriz para su boda en 2021.

El documental prohibido. ¿Demasiada intimidad?

Y si hablamos de la vida personal de la reina, no podemos dejar de comentar el curioso capítulo del documental rodado en 1969 y titulado Royal Family. A instancias de Felipe, y con motivo de la coronación de Carlos como príncipe de Gales, la reina accedió a grabar un documental sobre su vida doméstica. Fueron 75 días de trabajo extenuante. Varios equipos de televisión rodaron en 172 localizaciones por todo el planeta, siguiendo al matrimonio real y a sus hijos. Se rodaron 43 horas de metraje que finalmente se convirtieron en un documental de 90 minutos. Fue un contenido sin precedentes que causó sensación a nivel internacional.

Tres cuartas partes de la población británica, 30 millones de espectadores, sintonizaron el 21 de junio la BBC para ver a la reina hacer cosas tan triviales como contar chistes o anécdotas familiares de su tatarabuela, la reina Victoria, aliñar una ensalada, leer el periódico en el avión, comprarle un helado al príncipe Andrés y chuches al benjamín o charlar informalmente con el presidente Nixon. También se pudo ver al duque de Edimburgo con delantal friendo salchichas en una barbacoa en el castillo de Balmoral, al príncipe Eduardo aprendiendo a leer, a Carlos —quien en otro momento aparece haciendo esquí acuático— intentando explicar a su hermano cómo funciona un violonchelo o a la princesa Ana —la más natural— desayunando en familia, jugando con los perros de la reina en Balmoral y hablando en francés durante unas clases.

Esta primera emisión televisiva fue en blanco y negro, pero una semana más tarde, se pudo ver a todo color en el canal ITV. Royal Family (La familia real) se emitió otra vez en 1972, pero nunca más entero desde entonces. Extraoficialmente, se dice que fue la reina —quien desde el principio no estuvo convencida, como su madre, de que fuera una buena idea— la que lo impidió. Lo curioso es que cada escena debía ser aprobada previamente por un comité dirigido por el propio duque de Edimburgo. Y el editor, Michael Bradsell, le mostró el montaje final a la reina, que solo vio mal que durara dos horas (le parecía excesivo). De modo que se supone que lo que se emitió tenía el visto bueno de la familia real.

Tal vez detrás de la extraña reacción real estuviera la idea de que al mostrar a una Isabel divertida, maternal y entrañable se corría el peligro de acabar con la mística que rodeaba a la Casa Real, convirtiéndola en una familia más. Y no era la única que lo pensaba. Como él mismo declararía, el afamado documentalista británico David Attenborough —gran amigo de la reina—, que entonces trabajaba en la BBC, escribió al director del documental diciéndole: «¿Sabe usted que está matando a la monarquía con esta película?».

Las imágenes del archivo privado

Lo sucedido con el documental de 1969 choca con lo ocurrido en el año 2022, cuando la reina dio permiso a la BBC para que se sumergiera en los más de 400 rollos de películas caseras de su archivo privado. Todo el material audiovisual rodado por la familia real de sus momentos íntimos permanece guardado en la Colección Real del British Film Institute (Instituto del Cine Británico). El resultado es un documental de 75 minutos, estrenado en mayo, que saca a la luz imágenes nunca antes vistas. Elizabeth: The Unseen Queen (Isabel: lo no visto de la reina) muestra la parte más informal e íntima de su vida —los días de campo, los momentos detrás de escena en los viajes y los eventos familiares— que el público nunca antes había visto. Vídeos con su hermana Margarita, las jóvenes princesas bailando; con sus padres, el rey Jorge VI y la reina Isabel, y con su propio marido, el duque de Edimburgo, o con sus hijos (los niños jugando y haciendo trastadas). La reina decía hace poco: «Como muchas otras familias, mis padres también quisieron guardar en el recuerdo nuestros momentos más queridos. Cuando fue mi turno, quise hacer lo mismo con mi familia. Siempre me ha gustado capturar esos momentos familiares. Las fotos privadas revelan a menudo la diversión que ocultan los formalismos».

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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