Historia del altar mayor y el tabernáculo de la Catedral de Jaén

El altar mayor, de Andrés de Vandelvira, y el tabernáculo, obra maestra del barroco español realizada por Pedro de Arnal, son piezas de gran valor artístico que convierten a la Capilla Mayor de la Catedral de Jaén en un espacio de gran belleza.
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El carácter de relicario del Santo Rostro condicionó muchos aspectos arquitectónicos y simbólicos de la Catedral de Jaén, entre ellos la disposición de su altar mayor que se encuentra separado de la capilla mayor. Entre ambos espacios aparece la denominada «nave del Santo Rostro», que permite el discurrir de los peregrinos sin alterar las celebraciones, lo que nos recuerda a los templos de peregrinación de época medieval.

El altar mayor exento fue consagrado en 1660, dentro del proyecto realizado por Juan de Aranda y Salazar, y se rodeó con rejas en los cuatro frentes, que lo aislaban simbólicamente, realizadas por el maestro Clemente Ruiz, autor de la rejería de este ámbito de la catedral que condicionó, de forma directa, a la empleada en la zona construida durante el siglo XVIII.

El altar mayor de la catedral se concibió como un lugar en el que el celebrante pudiera ser visto y oído desde cualquier emplazamiento del templo. FOTO: PARTAL.

De la parte frontal del altar salía una galería, también enrejada aunque de menor altura, que comunicaba este espacio con el coro; se trataba de la vía sacra, que todavía conservan algunas catedrales y que la de Jaén perdió en el marco de las reformas conciliares de la segunda mitad del siglo XX.

No podemos olvidar que altar y coro constituían el corazón de la Catedral de Jaén ya que, desde tempranas horas, los capitulares y demás prebendados vinculados a la catedral, así como cantores, mozos de coro y músicos, asistían a la celebración del Oficio de las Horas en el coro y a la misa conventual en el altar mayor.

Un nuevo tabernáculo en la Catedral de Jaén

La documentación capitular da buena prueba de cómo se cuidó siempre el ornato de este espacio, en el que se cumplían a la perfección los dictados que San Carlos Borromeo dio en 1577 para la disposición de esta parte tan destacada de la Catedral de Jaén.

En este sentido, era muy importante que el celebrante se viera y oyera desde todos los puntos y que se alzara sobre gradas que, además de favorecer lo anterior, aumentaran la solemnidad de la celebración.

Sobre el primitivo altar se dispuso un bello tabernáculo de plata, que en determinadas ocasiones era sustituido por la custodia procesional que Juan Ruiz «el Vandalino» había comenzado en 1535 (la primera de las construidas «al romano» frente al gótico aún imperante en este tipo de obras en ese momento). También allí, en determinadas ocasiones, se ponía el Santo Rostro.

En un contexto de renovación del culto a la Eucaristía y de implantación de nuevos gustos, como fue el de la segunda mitad del siglo XVIII, el tabernáculo de plata se consideró insuficiente o estéticamente pasado de moda. De hecho, en el informe presentado por Ventura Rodríguez (1717-1785) se había destacado la necesidad de un tabernáculo competente con la entidad de la Catedral de Jaén.

Por esos años, el obispo de Jaén era Agustín Rubín de Ceballos (1780-1793) que, desde su llegada, mostró gran preocupación por la dotación de bienes artísticos y de ornamentos en las dos catedrales de la diócesis.

Los gustos estilísticos del siglo XVIII influyeron en la realización de un tabernáculo de mármol profusamente ornamentado. FOTO: SHUTTERSTOCK.

Desde 1784 don Agustín residía en Madrid, pues había sido nombrado inquisidor general, y allí se vinculó con los talleres de la Academia de San Fernando. Al no estar en su diócesis, se sentía en deuda con ella y con sus grandes templos, a los que envió numerosos regalos y dinero para hacer frente a proyectos tan importantes como la nueva solería de la catedral de Baeza, el retablo y ajuar de la capilla de San Eufrasio en la Catedral de Jaén y otros presentes para las colegiales de Úbeda y Baeza.

En 1788 Agustín Rubín de Ceballos gestionaba un precioso regalo para la Catedral de Jaén, concretamente un terno blanco de gran riqueza elaborado en la prestigiosa fábrica de Molero en Toledo. El cabildo contestó agradecido y el prelado aprovechó para pedirle a los capitulares que pensaran en el siguiente proyecto que se debía emprender. Entonces, recordaron la necesidad de un tabernáculo para el altar mayor, ya fuera de mármoles, plata o bronce.

En esos momentos, los capitulares planteaban invertir el dinero de la Fábrica y otras obras pías en la Casa de Gremios de Madrid, pues podrían recibir un interés del 3% anual. Sin embargo, el obispo desaconsejó esta empresa, por no considerarla ética, y encauzó estos remanentes a la obra del nuevo tabernáculo.

En un primer momento, los capitulares propusieron a don Agustín que buscara al diseñador del proyecto y él recurrió a maestros de la propia Academia de San Fernando para su ejecución pero, poco después, el cabildo puso a Manuel López, su arquitecto. Primero, a vigilar el proyecto desde Jaén, luego a ofrecer alternativas.

Esto no gustó al prelado, pues consideró que se salía de los cauces canónicos que imponía la institución madrileña, por lo que se ralentizarían los plazos. Así, el diseño corrió a cargo de Pedro Arnal (1735-1805), director de la Academia, que envió el proyecto final en 1789. Y, la ejecución de los dos grupos de ángeles corrió a cargo de Juan Adán y Alfonso Vergaz; ambos conservan las firmas de sus autores. La labor de los bronces corrió de la mano del afamado platero Francisco Pecul.

Custodia en el altar mayor de la Catedral de Jaén

Una de las joyas de la catedral de Jaén es la Custodia procesional realizada, a partir de 1535, por Juan Ruiz «el Vandalino» (†1550).

Este platero se había formado con Enrique Arfe y, a petición del cabildo giennense, realizó la que fuera la primera custodia de torre hecha en estilo renacentista. Esto demostraba el interés por emprender la renovación estilística en la Catedral de Jaén que, finalmente, condujo al proyecto «al romano» del siglo XVI.

Pues bien, de 1684 a 1686, en el marco de un singular mandato venido de Roma, se prohibió sacar las grandes custodias en andas y se ordenó que se utilizaran custodias de mano. Esto provocó una gran contestación que lideró la archidiócesis de Toledo; durante esos tres años, la custodia del Vandalino se quedó en el altar mayor, tanto el día del Corpus como en su octava.

Intervenciones del prelado don Agustín en la Catedral de Jaén

En aras de dotarlo de mayor calidad, y con el fin de facilitar los trámites, don Agustín previno cuatro bloques de mármol de Carrara, que se hallaban en el puerto de Cartagena. Finalmente no se utilizaron, por lo complicado y costoso de su traslado, sustituyéndose por el de Macael que, si bien no era tan blanco como el italiano conservaba sus calidades mucho más que aquel, sobre todo si se tenía en cuenta la cantidad de humo de incienso que tendría que recibir la pieza; los mármoles melados y azulados procedían de Cuenca y la verde serpentina de las columnas fue traída del Barranco de San Juan de Sierra Nevada.

Se barajaron varios diseños, que contaban con ángeles y sin ellos, así como dos esculturas que se colocarían a ambos lados del altar y que, en un primer momento, serían San Agustín y Santa Mónica, a devoción del propio Rubín, y luego San Fernando y Santa Catalina, tan unidos a Jaén, que finalmente tampoco se realizaron.

El proyecto del tabernáculo estuvo, desde un primer momento, envuelto en diferentes problemas de presupuesto y de elección del diseño. FOTO: ASC.

El canónigo José Martínez de Mazas tuvo un papel destacado en la fluida relación entre las partes y Antonio Ponz también mandó una carta al cabildo avalando la calidad de la obra. Don Agustín se empeñó en aligerar al máximo el proyecto, que estaba previsto para año y medio. Además, el prelado fomentó que se trabajara sobre una maqueta a tamaño real, para que los diferentes maestros no se estorbaran entre ellos y pudieran ocuparse al mismo tiempo, y se comprometió a visitar los talleres para seguir la evolución de los trabajos.

Sin embargo, la obra tardó cinco años en llevarse a buen puerto y don Agustín no pudo verla acabada, porque murió en 1793, ni pudo costearla íntegramente. De ahí que, desde 1789, se buscaran otras fuentes de financiación y, una vez más, el clero catedralicio tuviera que aportar su grano de arena a un proyecto de tanta envergadura como este.

En 1791 llegaba a Jaén Manuel Martín Rodríguez (1746-1823), el sobrino de Ventura Rodríguez que, tras visitar el proyecto de tabernáculo para la catedral de Salamanca, recalaba en Jaén para diseñar el altar y basa que acogería la pieza.

La preocupación de don Agustín por el ornato de la Catedral de Jaén

Don Agustín Rubín de Ceballos fue uno de los prelados más preocupados por la Catedral de Jaén durante el siglo XVIII, como antes lo había sido el cardenal Moscoso y Sandoval (1619- 1646).

Desde su llegada a Jaén, se preocupó por el culto y ornato del templo, fomentó la devoción a San Eufrasio, primer obispo de la diócesis, y participó activamente en la construcción del Sagrario.

En 1784 fue nombrado inquisidor general y se trasladó a Madrid, desde donde siguió con gran interés el gobierno de la diócesis y las necesidades de la Catedral de Jaén que, por aquellos tiempos, cerraba uno de sus últimos grandes proyectos, la construcción del sagrario.

Trascoro de la catedral, presidido por el lienzo de la Sagrada Familia de Mariano Salvador Maella. FOTO: ASC.

Desde allí, promovió el amueblamiento de la capilla de San Eufrasio, una de las principales de la catedral, y entregó ricos ternos de la fábrica de Molero, uno de ellos rojo, para las fiestas de este santo, un reloj de caja alta realizado por el afamado Antonio Molina (†1798), las taraceas de la Virgen y el Niño Jesús, de Francesco Abbiati, y el magnífico Relicario de Santa Cecilia; este último es un mueble de lujo con dos frentes, el primero a modo de escritorio y el segundo como capilla o altar portátil, donde se desarrolla un concierto de mujeres en torno a la figura de Santa Cecilia. Consciente de la valía de la obra, y para que no fuera a ser robada, la envió con el comisario Paredes y dos soldados.

Asimismo, don Agustín consiguió que el pintor Mariano Salvador Maella (1739-1819) realizara, en 1792, la Sagrada Familia del trascoro y la Asunción de la Virgen del Sagrario (1794).

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.

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