Las mujeres colaboracionistas, ¿idealistas o forzadas por la necesidad?

La ocupación nazi de diferentes territorios europeos trajo consigo la aparición de los colaboracionistas. Este fenómeno, especialmente intenso en la Francia ocupada, fue habitual entre las mujeres, ya fuera por convicción o, en muchos otros casos, por necesidad
Colaboracionistas

Responder a esta pregunta no resulta sencillo. Hubo de todo. Había desde mujeres que colaboraron con un ímpetu significativo hasta las que se vieron abocadas a relacionarse con el invasor para evitar el hambre y la necesidad, pasando por las que siguieron con su trabajo de satisfacer los apetitos sexuales de los soldados en los burdeles y las que transitaron por la fina línea que separa el colaboracionismo y la resistencia. La mayor parte de ellas ejercieron una «resistencia pasiva», limitándose a soportar al ocupante, como hizo el grueso de la población en los territorios ocupados.

Mujeres acusadas de colaboracionistas con las tropas alemanas en Francia permanecen en ropa interior, algunas ya con la cabeza rapada. Foto: Getty.

La ocupación de un territorio por parte de una potencia extranjera implica la sumisión o la adaptación al nuevo statu quo que impone el invasor. Esto trae consigo para la población civil el acatamiento de nuevas leyes, normas y costumbres impuestas por el que sería el «nuevo amo». Tras la anexión de Austria en marzo de 1938 y la invasión de Checoslovaquia en octubre, y especialmente a partir del comienzo de la Segunda Guerra Mundial el 1 de septiembre de 1939, el nuevo amo de Europa era la Alemania nazi de Adolf Hitler e impusieron su régimen de opresión.

En los países ocupados los hombres habían muerto en el campo de batalla, caído como prisioneros o recurrieron a combatir en la resistencia desde la oscuridad de la clandestinidad. Ahora solo quedaban las mujeres. Algunas se sumaron a sus hermanos, novios y esposos en la resistencia. Otras muchas tuvieron que colaborar con el invasor

La colaboración con las fuerzas de ocupación fue de diversas formas: unas se unieron por pura afinidad ideológica, otras para sacar provecho económico y por aumentar su estatus social (durante la guerra vivían considerablemente mejor que el resto y en numerosas ocasiones habitaban viviendas confiscadas a familias judías), mientras que la mayor parte lo hizo por mera subsistencia. De modo más vil y despreciable, algunas mujeres participaron en la delación de miembros de la Resistencia o de judíos que se ocultaban y que llegaron a formar parte de organizaciones paramilitares fascistas como la Milicia Francesa que colaboró muy activamente con los nazis y el Gobierno títere de Vichy.

Deslumbrada por la propaganda nazi

Un caso notorio es el de Violette Morris, una mujer que fue condecorada en la Primera Guerra Mundial por su trabajo como conductora de ambulancias y una deportista admirada durante la década de los veinte. Durante su vida deportiva y de activista sexual —era homosexual— y debido al uso de prendas masculinas para practicar deporte, tuvo serias dificultades con las autoridades deportivas francesas que la llevaron a un juicio que terminó perdiendo. Abrió un negocio de reparación de automóviles que se vio obligada a cerrar por diferentes problemas con su casero judío lo que, posiblemente, originó en ella un cierto sentimiento antisemita

Violette Morris fue reclutada como espía por los nazis. Foto: ASC.

En 1935, fue reclutada por el servicio de información de las SS (Sicherheitsdienst o SD) e invitada a los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936. Allí quedó deslumbrada por la propaganda nazi y aceptó de buena gana actuar como espía consiguiendo para los alemanes mapas de las defensas de la capital francesa o planos de la Línea Maginot. En la ocupación, Violette siguió con su colaboración con los invasores alemanes. Además de trabajar con la Gestapo alemana lo hizo con la homóloga francesa, la Carlingue, al igual que muchos delincuentes de los bajos fondos parisinos. Se infiltró en diversos grupos de la Resistencia y actuó como interrogadora en las oficinas de la Gestapo francesa de la calle Lauriston, 93 en donde sobresalió por su singular sadismo, en especial con las mujeres. 

Sobre su colaboracionismo existe una historia más amable aportada por Marie-Josèphe Bonnet, activista e historiadora, que afirma que su papel con la Gestapo y la Carlingue se limitó tan solo a funciones de chófer y que, aprovechándose de esa condición, siguió dedicándose al estraperlo. Finalmente, murió acribillada a tiros por las ametralladoras de un grupo guerrillero mientras ejercía de chófer de los Bailleul, una familia conocida por su colaboracionismo.

El 93 de Lauriston, en París, era la sede la Carlingue, auxiliares franceses de la Gestapo. Foto: ASC.

«El veneno rubio»

Entre los judíos hubo un reducido grupo de ellos que traicionaron a sus semejantes por propia voluntad para sacar cierto provecho de la situación, para salvar su vida o la de sus familiares. Una de ellas fue Stella Kübler-Isaacksohn (de soltera Goldschlag) a la que se apodó como «el veneno rubio» entre los judíos berlineses. Esta judía de aspecto ario por sus ojos azules y su pelo rubio se introducía en los grupos de judíos que se ocultaban de los nazis en Berlín. En 1943, logró escapar de la Gestapo y aunque en un principio pasaba desapercibida por su apariencia, fue finalmente descubierta por agentes nazis. Tras ser presionada, accedió a colaborar para salvar su vida y la su familia. Además, recibiría un pago por cada judío atrapado. 

Stella Kübler-Isaacksohn, apodada «el veneno rubio» era una colaboracionista judía. Foto: Getty.

Su trabajo para la Gestapo fue tan eficaz que algunas fuentes estiman que cerca de tres mil judíos fueron atrapados gracias al trabajo de Stella. Los nazis terminaron traicionándola y deportaron a sus padres, primero a Theresienstadt y luego a Auschwitz, en donde fueron asesinados. A pesar de ello, Stella siguió colaborando hasta que cayó el Tercer Reich. Caída Berlín, Stella intentó ocultarse pero fue detenida por los soviéticos que la encarcelaron. Posiblemente, perseguida por los fantasmas de los judíos que envió a la muerte, «el veneno rubio» se suicidó.

«Capital europea del sexo»

En todos los territorios hubo mujeres que eran simpatizantes o pertenecían a partidos de corte similar al nacionalsocialista y que eran los únicos permitidos durante el periodo de ocupación. Es el caso del Movimiento Nacional Socialista (NSB) de los Países Bajos. A las juventudes de este partido (Jeugdstorm) pertenecía una joven de 17 años que, ante el avance aliado, marchó a Alemania con su familia y trabajó como enfermera en Austria. Cuando volvió al finalizar la guerra fue internada en un campo en donde abusaron de ella y la casa familiar fue confiscada

También en Holanda vivía la judía Ans Van Dijk: la única mujer ejecutada por colaborar con los alemanes. Tras ser detenida en 1943 por la Gestapo, comenzó a trabajar con los nazis haciéndose pasar por miembro de la resistencia. Se ofrecía a los judíos para facilitarles documentación y escondites. Cuando se ganaba su confianza los delataba. Entre el centenar de personas que traicionó se encontraba su familia.

Ans van Dijk, judía, llegó a delatar a 100 judíos, entre ellos a su familia. Foto: ASC.

Tras la rápida derrota de Francia en 1940 y del terrible éxodo de los parisinos hacia el sur que brindó la capital a los nazis sin resistencia, París se convirtió en la «capital europea del sexo» durante los cuatro largos años de ocupación nazi. El Gobierno de la Francia de Vichy del viejo Philippe Pétain mantuvo una política de total sumisión con la Alemania nazi proveyendo de todo lo necesario a los militares germanos que se encontraban en el país galo. Entre esas «comodidades» estuvo la total disposición de los más selectos y exclusivos burdeles y cabarets de la ciudad de la luz. En estas selectas maisons closes (burdeles) trabajarían mujeres que, a cambio de saciar la sed y las fantasías sexuales de los oficiales alemanes, recibirían buenas cantidades de dinero y ciertos lujos que el resto de mujeres solo podrían soñar.

 De los cerca de 1.400 prostíbulos oficiales, en torno a 300 se ubicaban en París. Fabienne Jamet, una famosa madame que regentó el más lujoso lupanar de París (del que era asiduo el jefe de la Luftwaffe, Hermann Göring), comentó cómo mejoró su profesión con la llegada de los alemanes: «Las noches de la ocupación fueron fantásticas, los burdeles nunca estuvieron mejor cuidados». No solo el dinero y los lujos atraían a las prostitutas. Los oficiales alemanes tenían un comportamiento tan educado y hablaban idiomas, que las mujeres preferían mantener relaciones sexuales con los nazis que con sus propios compatriotas

Muchas de las mujeres que trabajaban en los cabarets franceses durante la ocupación mantenían relaciones con las tropas alemanas a cambio de dinero y de ciertos lujos. Foto: Getty.

Las trabajadoras sexuales francesas vivían una alta demanda y esta situación llevó a que un destacado número de mujeres sin recursos decidieran establecerse por su cuenta y ofrecer sus servicios a cambio de unas pocas monedas, por artículos de primera necesidad o por productos que pudieran intercambiar en el mercado negro. No hay cifras exactas, pero miles de mujeres galas se dedicaron a la prostitución. Según Patrick Buisson en su libro 1940-1945, années érotiques: De la Grande Prostituée à la revanche des mâles, en París llegaron a vivir unas 10.000 prostitutas: seis veces más que antes de que comenzara la Segunda Guerra Mundial.

Femmes tondues

Liberada Francia, la mayoría de estas mujeres, consideradas unas privilegiadas por el resto de los franceses, fueron acusadas de «colaboración horizontal» y se las castigó rapándoles el pelo, convirtiéndose en las femmes tondues. Se las desnudó —en algunos casos afeitándoles el pubis— y las pasearon para su escarnio con esvásticas pintadas o tatuadas mientras llevaban a sus bebés. Ese fue el caso de la joven Simone Touseau que había sido intérprete de los alemanes —mostrada en una serie de fotos tomadas por el fotoperiodista Robert Capa en Chartres el 18 de agosto de 1944—. En ese tiempo se enamoró de un soldado del que quedó embarazada cuando lo visitó en el tiempo que él estaba convaleciente en Alemania. Después regresó a Francia donde tuvo a su hijo. Simone sobrevivió, pero los años que le quedaron de vida los vivió totalmente alcoholizada.

Célebre fotografía de Robert Capa, La tondue de Chartres. Simone Touseau con su hijo, de padre alemán, y su madre, en una calle tras ser rapadas por colaboracionistas. Foto: Getty.

Muchos de los que se dedicaron a practicar estos crueles castigos, que ya se aplicaban durante la Edad Media como una marca de vergüenza por cometer adulterio, fueron «resistentes de última hora» que aprovecharon la situación para desviar la atención de su propio pasado. El desenfreno de venganza también se cebó con viudas o mujeres solteras que, tan solo, se limitaron a dar alojamiento a los soldados alemanes o a trabajadoras del hogar contratadas por oficiales germanos. Algunos líderes de la Resistencia, como Henri Rol-Tanguy, se llegaron a enfrentar a estos grupos que ejercían la justicia por su mano

Estas purgas llevaron incluso a la muerte por el apaleamiento y a la violación múltiple como sucedió en el campo de concentración de Estivaux en donde, tras abusar sexualmente de decenas de mujeres, se les inyectaba aire comprimido por la vagina hasta que las reventaban por dentro. Con posterioridad a estas represalias conocidas como épuration sauvage se realizó la llamada épuration légale, una serie de juicios, con carácter exclusivamente francés, celebrados entre 1944 y 1949. En esta depuración se juzgó a quienes habían colaborado con los alemanes o con el Gobierno de Vichy. Aunque hubo sentencias de muerte, el castigo más común fue la dégradation nationale que significaba la pérdida de muchos de sus derechos civiles.

Algunas prisioneras de los campos de concentración, como estas de Bergen-Belsen, también sufrieron violaciones múltiples y vejaciones al acabar la guerra. Foto: Getty.

«Cabezas de boche» y otras lindezas fueron los apelativos que los hijos de la «colaboración horizontal» tuvieron. No hay cifras oficiales pero en el país galo, en donde estas relaciones estuvieron más extendidas y sin contar las casas Lebensborn, se calculan en doscientos mil. En Finlandia en unos cuatro mil y en Noruega otros doce mil. Bélgica unos cuarenta mil y en Holanda, donde se las llamaba foute mensen («las que están del lado equivocado»), rondaría la mitad. Estos datos son extrapolables al resto de países ocupados y en total pueden llegar a los ochocientos mil hijos de la colaboración en Europa.

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