El domingo 27 de julio, un hombre de treinta y siete años de nombre Van Gogh, pintor holandés vecino de Auvers, se pegó un tiro en los campos con un revólver. Al resultar herido volvió a su habitación donde murió dos días después”. Con este breve artículo, el diario local L´Écho Pontoisien anunciaba la muerte de Van Gogh una semana después de haberse producido, lo que revela la escasa importancia que esta había tenido para la sociedad de la época, aunque el tiempo la convertiría en un auténtico misterio.

Según la versión oficial, construida con las declaraciones tomadas por la policía, ese domingo, 27 de julio de 1890, el pintor había salido, como llevaba haciendo todos los días durante varias semanas, al campo a pintar. Tras el atardecer, volvió a su alojamiento, en el hostal Ravoux de la localidad francesa de Auvers, sin sus lienzos, pinturas ni caballete y con un terrible aspecto. Al ser noche de verano, varios clientes del hostal se encontraban cenando en la calle, por lo que pudieron ver claramente a Van Gogh acercándose a la puerta. “Se sujetaba el vientre y parecía cojear”, relataría uno de ellos a la policía. “Tenía la chaqueta abrochada”, diría otro, extrañado por el especial calor que hacía en el momento.
Lo sucedido a continuación fue relatado por la hija del dueño del hostal, Adeline Ravoux, en 1953 para la revista Nouvelles Littéraires: “Estábamos al fresco en el portal cuando, por fin, lo vimos pasar como una sombra sin decir nada ante nosotros. Franqueó la sala con un par de zancadas y subió a su habitación. Estaba tan oscuro que solo mi madre se dio cuenta de que se aguantaba el costado como alguien que sufre. Al instante dijo a mi padre: ‘Sube a ver, creo que el señor Vincent no está bien’. Mi padre subió. Oyó cómo gemía. Como la llave estaba en la puerta, entró. El señor Vincent estaba tendido en la cama. Mostró su herida y dijo que esta vez esperaba no haber errado el tiro. Había que llamar a un médico. Primero fuimos a casa del que venía dos veces por semana a Auvers y que atendía a todo el pueblo. No estaba. Entonces pensamos en el doctor Gachet”.

Un guisante grande
Según relatan los escritores Steven Naifeh y Gregory White en su libro Van Gogh. La vida (Taurus, 2012), el doctor Gachet “fue corriendo al hostal Revoux esperando, sin duda, encontrarse con lo peor. Halló a Vincent sorprendentemente lúcido, fumando su pipa y exigiendo que alguien le sacara la bala del estómago”. Pero tanto el doctor Gachet como el doctor Mazery, ya presente, se negaron por no estar capacitados para ese tipo de heridas y tampoco quisieron trasladarlo a un hospital de París por la dificultad del viaje. “Como no tenía más síntomas, le pusieron un vendaje compresivo y esperaron lo mejor”, relatan ambos autores. Y es que la herida “era del tamaño de un guisante grande”, en palabras del doctor Mazery, y sangraba muy poco. Apenas un círculo rojo oscuro. Pero lo suficientemente clara como para saber que se trataba de un orificio de bala, quizá alojada cerca de la espina dorsal.
Con esos datos, la policía pudo entrevistar al herido aún convaleciente al poco de su llegada al hostal. “¿Quería suicidarse?”, le preguntaron. “Creo que sí. No acusen a nadie. He intentado matarme”, fue su respuesta. Sin embargo, fue incapaz de relatar por qué tenía una pistola o cómo había llegado a dispararse con ella.
Dos días después, Vincent fallecía acurrucado en brazos de su hermano Theo.

Preguntas clave
En este punto llegan las preguntas. Si deseaba suicidarse, ¿por qué no se disparó una segunda vez? ¿Por qué falló? ¿Por qué no encontró nadie la pistola al día siguiente? ¿Dónde estaban el caballete y el lienzo que portaba y que nunca se encontraron?
En otra de las entrevistas que concedió durante su vida, Adeline Ravoux respondió a alguna de estas cuestiones, recordando las conversaciones que había mantenido con su padre sobre lo acontecido ese 27 de julio: “Lo que mi padre creyó entender es que Vincent se pegó un tiro y se desmayó por la tarde. El frío de la noche le hizo volver en sí. Buscó la pistola a gatas para terminar lo que había empezado, pero no pudo encontrarla. Después se levantó y volvió andando a casa colina abajo”.

Aun suponiendo que fuera así, y son varios los historiadores que ponen en cuarentena estas declaraciones por algunas contradicciones y puntos oscuros, sigue habiendo cuestiones clave sin responder en los acontecimientos de ese 27 de julio, que podrían contradecir la versión oficial.
La primera, ¿realmente buscaba Van Gogh suicidarse? Sabido es que, en vida, el pintor sufrió de constantes episodios depresivos y autodestructivos y que en algunas cartas había deslizado esa idea, señalando que si alguna vez se convertía en una carga para su hermano “dejaré de ser, puesto que no seré de utilidad para nadie”. Pero en otras misivas criticaba ese camino, calificándolo de “siniestro”, “cobardía moral”, “un acto llevado a cabo por un hombre deshonesto”. Incluso alentaba a su hermano Theo, también de carácter depresivo, a no caer en ello. “Mira, en lo referente a esfumarse o desaparecer, no deberíamos hacerlo nunca, ni tú ni yo, como tampoco suicidarnos”, le escribió.
Según Naifeh y White, solo una vez el pintor realizó una amenaza directa de suicidio y fue cuando creyó que su hermano, principal sustento en su vida, le abandonaría en 1899: “Si perdiera tu amistad, me suicidaría sin remordimientos. Como soy un cobarde, acabaré así”. Sin embargo, para ambos estudiosos, nada hacía suponer que Van Gogh quisiese realmente suicidarse entonces.
La pistola perdida
De semejante parecer es el historiador Pierre Leprohon, basándose en una carta escrita por la mujer de Theo, Johanna, al conocer por fin a Vicent en París apenas diez días antes de su muerte: “Me había imaginado encontrar a un hombre enfermo, y ante mí tenía a un hombre sólido, ancho de espaldas, con colores sanos, una expresión de cara alegre y en todo su ser algo que daba la sensación de firmeza”. Hasta el doctor Gachet le tranquiliza a su regreso a Auvers, diciéndole que las crisis puede que no se repitan. No hay que olvidar que el 16 de mayo de ese año, el doctor Théophile Peyron, director del manicomio de Saint-Paul donde estuvo ingresado Van Gogh, había escrito en su historial médico, “curado”. “Resulta extraño ciertamente que la pesadilla haya cesado hasta tal punto”, escribió Vincent a Theo.

Por todo ello, para Leprohon el que acabara suicidándose también es extraño, y en su libro Vincent van Gogh (Salvat, 2004), lo atribuye a posibles desavenencias con su hermano y con el doctor Gachet, entonces sus dos más firmes sustentos.
La segunda cuestión clave se refiere al área del disparo, bajo las costillas, en lugar de en la cabeza o en el corazón, como sería más lógico en un suicida. Los doctores Mazery y Gachet localizaron la bala en la pared posterior de la cavidad abdominal, cerca de la columna vertebral, en un ángulo descendente, lo que indica que la pistola se apuntó hacia abajo, no en línea recta. “Parecía el enloquecido ángulo de un tiro accidental, no el disparo certero de quien se va a suicidar”, argumentan Naifeh y White. Además, como la bala no fue capaz de atravesar los tejidos de parte a parte, el informe médico concluyó que debía haberse usado un arma de pequeño calibre, con poca cantidad de pólvora, y disparada “demasiado lejos”. ¿Un disparo realizado desde lejos por un supuesto suicida?
Por qué una pistola
Así es como se llega a la gran pregunta, según los detractores de la versión del suicidio: ¿qué tipo de pistola era y dónde la obtuvo? En los días posteriores a su muerte, nadie admitió habérsela vendido, entregado o prestado, lo que suscitó todo tipo de afirmaciones. “Se dijo que se la había prestado Ravoux para espantar a los cuervos en los campos, que había amenazado a otros con esa misma pistola o que había blandido una similar en otros momentos de su vida”, explican Naifeh y White.

Con esto último se refieren a dos episodios extraños, citados por historiadores como Leprohon, donde se afirma que Van Gogh hizo un amago de asir algo parecido a una pistola oculta, sin que aún se sepa qué ocurrió en verdad. La primera, en una discusión con Gauguin en Arlés, donde la mirada amenazadora de este pintor apaciguó la situación y, la segunda, tras una discusión con el doctor Gachet, en la cual este percibió “un gesto de Vincent hacia el bolsillo de su chaqueta, como si quisiera sacar un revólver”. Situación que el hijo del doctor aclararía, en 1946, con una carta al periódico Arts, señalando que aquella discusión fue solo “un incidente debido a una decepción de Vincent. Ni mi padre ni yo jamás dijimos que aquel día Vincent había querido matar al doctor Gachet”.
Aun así, la versión oficial dirá que Van Gogh tomó prestado el revólver de Gustave Ravoux al partir ese día a pintar, que se internó en los trigales de la parte alta de la ciudad, que colocó su caballete y que se disparó.
Un simple juego adolescente
Versión que los investigadores Naifeh y White cuestionan casi al completo, no solo por las preguntas sin responder, también por los datos obtenidos durante su minuciosa investigación sobre la vida del pintor holandés.
Para ellos, la clave de lo sucedido reside en René Secrétan, un joven parisino de 16 años en aquel 1890, hijo de un rico farmacéutico y que pasaba todos los veranos en la casa familiar de Auvers, junto a su hermano Gaston de 18 años. En una serie de entrevistas ofrecidas, en 1956, al escritor Víctor Doiteau, un René de 82 años le contó cómo conoció a Van Gogh a través de su hermano, con quien el pintor hablaba profusamente de arte. Por las descripciones que René ofreció a Doiteau sobre las ropas del pintor, sus ojos, su voz, su forma de andar y hasta de sus gustos en cuestión de licores, y que concuerdan con las de otras fuentes que él no pudo haber conocido, Naifeh y White no dudan de que René realmente tuvo un trato estrecho con él. Sin embargo, y a diferencia de su hermano, el interés de René por Van Gogh sería meramente superficial; solo era su víctima de burlas y chanzas (solía echarle sal en el café o le metía una culebra en la caja de pinturas). En sus propias palabras, la idea era “sacar a Vincent de quicio”. Este lo soportaba, según Naifeh y White, “para preservar su camaradería con Gaston, cuyas ideas sobre pintura consideraba avanzadas”.

René también era famoso en Auviers por corretear vestido de vaquero, con un traje comprado en el show del Salvaje Oeste de Buffalo Bill, al que había incorporado una pistola de calibre 38, “que estaba medio rota y funcionaba erráticamente”, y con la que disparaba a ardillas y pájaros. Cuando no iba disfrazado, llevaba la pistola en una mochila.
Según Naifeh y White, ese 27 de julio Van Gogh debió encontrarse con René y Gastón y, de algún modo, esa pistola acabó disparándose a su vientre. Lo creen así porque si solo hubiera estado René, Van Gogh le hubiera evitado, y por el hecho de que nunca se encontrara la pistola ni los caballetes del pintor, lo que indica que alguien debió llevárselos. ¿Quizá los dos hermanos para ocultar el accidente? Además, están esas misteriosas palabras de Van Gogh ya moribundo a preguntas de la policía: “No acusen a nadie. He intentado matarme”.
Para ellos, ni siquiera el lugar de los hechos coincidiría con el enclave canónico, a tenor de la declaración de dos testigos que afirmaron haber visto al pintor marchar esa mañana. La primera, la de madame Liberge, asegurando en una entrevista que Van Gogh “dejó el hostal Ravoux en dirección al caserío de Chaponval”, y no hacia el cementerio, donde le sitúa la versión oficial. Y la segunda, la de madame Baize, quien confirmó que su abuelo también se topó con Van Gogh yendo al caserío de Chaponval. Caserío donde, casualmente, solía estar casi siempre jugando con su pistola ni más ni menos que René Secrétan.

Según Naifeh y White, “esta reconstrucción hipotética de los sucesos colmaría muchas lagunas y resolvería otras contradicciones”, como la desaparición de todas las pruebas relacionadas con el accidente; la herida en el estómago y no en la cabeza; cómo pudo llegar Vincent, herido y dolorido, hasta el hostal Ravoux desde el lugar de los hechos; por qué no dejó nota de suicidio, por qué no se remató al fallar el primer intento y, finalmente, por qué nunca reveló el origen de la pistola.