Joaquín Sorolla Bastida nació el 27 de febrero de 1863 en Valencia en el seno de una familia humilde. Sus padres, Joaquín Sorolla Garcón y María Concepción Bastida Prat, regentaban un modesto negocio textil. Sin embargo, la epidemia de cólera que afectó gravemente a la región levantina en 1865 acabó con la vida de ambos, dejando huérfano al pequeño Joaquín cuando apenas tenía dos años. Fueron sus tíos paternos, Isabel Bastida y el maestro cerrajero José Piqueres, los que se hicieron cargo de él y de su hermana Concha.
A pesar de que Sorolla empezó a trabajar de aprendiz en la cerrajería, desde niño demostró un talento innato para la pintura que merecía ser aprovechado, motivo por el cual su tío decidió inscribirle, a la edad de 13 años, en las clases nocturnas de la Escuela de Artesanos de Valencia.

Formación, relaciones personales y primeros reconocimientos
Fue en esta institución donde se inició en el ámbito artístico y, especialmente, en el mundo de la pintura, reconociendo años después la importancia que estos primeros años de formación de la mano del escultor Cayetano Capuz y el pintor José Estruch tuvieron en el devenir posterior de su carrera.
A pesar de ello, la necesidad de una formación artística más completa le llevó a ingresar en octubre de 1878 en la Escuela de Bellas Artes de Valencia, donde se familiarizó con la pintura española del siglo XVIII (aquí comenzaría su fascinación por la obra de Velázquez) y donde coincidió con maestros como Gonzalo Salvá Simbor, quien instauró la pintura au plein air en Valencia. Los consejos que éste dio a sus alumnos para que salieran al campo y realizaran sus pinturas en contacto directo con la naturaleza, al más puro estilo de los impresionistas, dejaron una huella imborrable en el joven Sorolla, como así lo demuestra una gran parte de su obra, especialmente sus marinas.
Esta época de formación artística en la Escuela de Bellas Artes de Valencia también fue relevante para Sorolla en lo que a las relaciones personales se refiere. Durante estos años entabló una estrecha amistad con uno de sus compañeros de la clase de Dibujo de Figura, Juan Antonio García del Castillo, quien a su vez le presentó a su padre Antonio García Peris, uno de los fotógrafos valencianos más destacados del momento. Además de su mecenas y protector, también acabaría convirtiéndose en su suegro, pues Sorolla se casó con su hija Clotilde el 8 de septiembre de 1888. Fruto de este matrimonio nacerían tres hijos: María (1889), Joaquín (1892) y Elena (1895).

Durante estos años Sorolla comenzó a recibir los primeros reconocimientos y premios en exposiciones y certámenes regionales y nacionales. Así, por ejemplo, en 1879 recibió la tercera medalla de la Exposición Regional de Valencia, en 1880 logró la segunda plaza de la exposición de la Sociedad Recreativa El Iris y, tras la escasa fortuna de su primera participación en 1881 con tres marinas, en 1884 obtuvo la segunda medalla en la Exposición Nacional de Madrid con la obra de género histórico Dos de mayo.
Estancia en Roma y experiencia parisina
Estos reconocimientos le dieron el impulso necesario para apostar de forma decidida por la pintura y su empeño por continuar su formación en el extranjero pronto dio resultado. La oportunidad la encontró en la oposición convocada ese mismo año por la Diputación Provincial de Valencia que ofrecía un pensionado de pintura en Roma, para la que Sorolla presentó el lienzo El grito del Palleter. Una vez obtenida la plaza, el joven pintor valenciano inició su estancia en la Ciudad Eterna, donde, además de conocer de primera mano el mercado del arte y poder observar in situ las grandes obras de los maestros italianos, coincidió con otros muchos compatriotas instalados en la capital italiana como José Benlliure, Mariano Fortuny, Eduardo Rosales o José Villegas, que también le sirvieron de ejemplo e inspiración.
Sin embargo, una de las experiencias más enriquecedoras de esta época, considerada toda una revelación, fue el viaje que realizó a París en la primavera de 1885 invitado por su gran amigo Pedro Gil Moreno de Mora. El ambiente artístico de la capital parisina y la obra de pintores como el realista Adolph von Menzel y el naturalista Jules Bastien-Lepage tuvieron un impacto significativo en la obra posterior de Sorolla. También lo tendrían años después los artistas nórdicos Peder Severin Krøyer, que retrataba la vida cotidiana de sus vecinos, o Anders Zorn, a quien conoció en Madrid en 1902 y que se posicionaba en el naturalismo de juste milleu, muy cercano al impresionismo.

Del realismo social a las marinas
Tras varios viajes de ida y vuelta a Madrid y una breve estancia en Asís acompañado de su esposa Clotilde, decidió regresar de manera definitiva a España en 1889, asentándose en la capital y desarrollando plenamente su arte.
En un primer momento su pintura se orientó hacia el llamado realismo social, en la que retrata de manera magistral asuntos como la desigualdad, la miseria, la prostitución, el duro trabajo de los pescadores... Ejemplos de esta época son obras como Otra Margarita, premiada en la Exposición Nacional de Bellas Artes de 1892, ¡Aún dicen que el pescado es caro!, galardonada con la primera medalla en 1895, Trata de blancas y La vuelta de la pesca, enviadas ese mismo año al Salon des Artistes Français, o Triste herencia, ganadora del Grand Prix en el Salón Internacional de País de 1900.

Con el cambio de siglo, abandonó el realismo social para centrarse en la temática que marcaría el resto de su carrera artística y, probablemente, por la que el público general reconoce las pinturas de Sorolla: el mar Mediterráneo, sus playas, los niños bañándose en sus aguas, los paseos por la orilla. En este nuevo estilo, el más personal, la luz y el color adquieren el protagonismo y las escenas alegres, dejan atrás la crudeza de la época del realismo social.
Algunas de las innumerables pinturas pertenecientes a esta etapa son Niños en la playa (1904), Nadadores, Jávea (1905), Clotilde y Elena en las rocas de Jávea (1905), Niña con lazo azul (1908), Paseo a orillas del mar (1909) La hora del baño (1909), El baño del caballo (1909) o Chicos en la playa (1910).

Exposiciones internacionales
Fueron estas escenas marinas las que también le otorgaron la fama internacional y las que colgaron de las paredes de las numerosas exposiciones monográficas que se organizaron más allá de las fronteras de España: en la Galería Georges Petit de París (1906); en Berlín, Düsseldorf y Colonia en 1907; en las Grafton Galleries de Londres (1908); en Nueva York, Buffalo y Boston en 1909; y en The Art Institut de Chicago y The City Art Museum de San Luis (1911).
Entre todas ellas, cabría destacar la celebrada en Londres en 1908, pues fue durante su transcurso cuando conoció a Archer Milton Huntington. Este hispanista y mecenas norteamericano, además de promover las exposiciones celebradas en Estados Unidos le realizó el mayor encargo que hasta entonces había recibido y que llevó por título Visión de España. Huntington, que había fundado en 1904 la Hispanic Society of America, le encomendó a Sorolla decorar las paredes de la nueva Biblioteca de la institución con hechos reseñables de la historia de España y Portugal. Tras los cambios de proyecto propuestos por el propio pintor valenciano, a los que el filántropo accedió con gusto, el encargo final se compuso de catorce paneles en los que se representarían paisajes de las diferentes provincias españolas que ofrecieran una imagen pintoresca de las mismas, con especial atención a sus trajes típicos.

Últimos años
En 1914 fue nombrado académico de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, institución en la que, tras concluir el encargo de Huntington para la Hispanic Society en 1919, ocupó la Cátedra de Colorido, Composición y Paisaje durante tan sólo un curso.
Los ocho años que estuvo inmerso en el gigantesco encargo Visión de España mermaron gravemente su salud. De hecho, el 17 de junio de 1920, mientras retrataba en el jardín de su casa a la Señora Pérez de Ayala sufrió un ataque de hemiplejia que le dejó imposibilitado para ejercer su oficio, su pasión. Desde aquel momento, Sorolla no volvió a pintar nunca más. Aquejado por la enfermedad, la vida del pintor valenciano se apagó el 10 de agosto de 1923 en la localidad madrileña de Cercedilla, dejando una huella imborrable en la pintura española de finales del siglo XIX y principios del siglo XX.