A principios del siglo XX, la psicología se encontraba en una encrucijada. El estudio de la mente humana había estado dominado por la introspección, un método que confiaba en la reflexión subjetiva sobre los pensamientos y emociones de uno mismo.
Sin embargo, muchos psicólogos comenzaron a cuestionar la validez científica de este enfoque, argumentando que era demasiado abstracto y difícil de medir. En este contexto emergió el conductismo, una nueva escuela de pensamiento que abogaba por el estudio del comportamiento observable como base de una psicología científica.
El psicólogo estadounidense John B. Watson se convertiría en la figura más prominente de esta corriente, promoviendo la idea radical de que el comportamiento humano podía ser controlado y moldeado mediante el condicionamiento, hasta el punto de asegurar que “cualquiera puede ser entrenado para cualquier cosa”.

Watson no fue el primero en desarrollar ideas conductistas, pero su capacidad para popularizarlas lo colocó como el líder indiscutible de este movimiento. Inspirado por los trabajos de Edward Thorndike y el condicionamiento clásico de Ivan Pavlov, Watson introdujo un enfoque más sistemático para estudiar el comportamiento humano.
Su conferencia de 1913, titulada «Psychology as the Behaviorist Views it», conocida como el «manifiesto conductista», marcó un antes y un después en la psicología. En ella, Watson sostuvo que una psicología verdaderamente científica debía dejar de lado conceptos vagos como los “estados mentales” para centrarse exclusivamente en la observación de la conducta y sus relaciones de causa y efecto. Según Watson, el objetivo último de la psicología debía ser la predicción y el control del comportamiento.

Un polémico experimento
Uno de los experimentos más célebres de Watson, y también uno de los más controvertidos, fue el del «pequeño Albert». Junto con su colaboradora Rosalie Rayner, Watson quería demostrar que las emociones humanas, al igual que los comportamientos físicos, podían ser condicionadas.
En este experimento, realizado en la Universidad Johns Hopkins de Baltimore (EE. UU), tomaron a un bebé de nueve meses llamado Albert y trataron de enseñarle a temer a una rata blanca. Al principio, Albert no mostraba ninguna reacción negativa hacia la rata.

Sin embargo, Watson y Rayner comenzaron a asociar la aparición del animal con un fuerte ruido metálico, que asustaba al niño. Después de varias repeticiones (aparición de la rata con un ruido), Albert empezó a llorar y mostrarse agitado simplemente al ver la rata, sin que el ruido estuviera presente. Watson había logrado condicionar el miedo en el pequeño Albert.
Este experimento sirvió a Watson para demostrar la capacidad de condicionar respuestas emocionales, y además se basó en el mismo para afirmar que los miedos podían generalizarse. Tras ese condicionamiento, el pequeño Albert también mostró signos de miedo hacia otros objetos que compartían características similares con la rata, como un conejo blanco, un perro y objetos de piel.
Aunque el estudio de Albert quedó inconcluso —la madre del niño lo retiró del hospital antes de que se pudiera realizar una desensibilización del miedo—, Watson consideró que había demostrado un principio fundamental: las emociones humanas, como el miedo, no eran necesariamente innatas, sino que podían ser moldeadas y controladas por estímulos externos.

El experimento de Watson tuvo un gran impacto en la psicología, pero como era de esperar, también fue objeto de críticas éticas. Hoy en día, se considera un ejemplo de prácticas experimentales poco éticas, ya que se manipuló emocionalmente a un niño sin su consentimiento (o el de su madre) y no se intentó revertir el daño causado por el condicionamiento.
Aun así, en su momento, estos métodos eran vistos como una extensión natural de los estudios de condicionamiento realizados en animales. Para Watson, la distinción entre humanos y animales era menor; ambos, argumentaba, respondían a los estímulos del ambiente de maneras predecibles y susceptibles de ser controladas.
La influencia del entorno frente a la herencia
Pero más allá de los experimentos con aquel niño, Watson sostenía ideas aún más radicales sobre el comportamiento humano. En su obra ‘Behaviorism’ de 1924, defendió la idea de que cualquier ser humano podía ser condicionado para desempeñar cualquier rol, independientemente de su origen o predisposiciones naturales.
Su famosa cita refleja su creencia en el poder del ambiente sobre la biología:
“Denme una docena de bebés sanos, bien formados, y mi propio mundo especificado en el que criarlos: garantizo que puedo elegir a cualquiera de ellos y formarlo para hacer de él cualquier tipo de especialista que quiera: médico, artista, abogado, comerciante, o bien incluso mendigo o ladrón, sin importar su talento, aficiones, tendencias, capacidades, vocación, ni la raza de sus antepasados”.
Esta postura lo situó firmemente en el lado del debate sobre la influencia del entorno frente a la herencia genética, inclinándose casi exclusivamente hacia la primera.
A pesar del éxito temprano de Watson en el ámbito académico, su carrera como psicólogo fue abruptamente interrumpida por un escándalo personal. Después de que su relación extramarital con Rosalie Rayner se hiciera pública, Watson fue forzado a renunciar a su cátedra en la Universidad Johns Hopkins.

Sin embargo, lejos de alejarse de la vida pública, Watson encontró un nuevo camino en el mundo de la publicidad, donde aplicó sus conocimientos sobre la conducta humana para diseñar eficaces campañas publicitarias. Su capacidad para manipular el comportamiento de los consumidores le trajo grandes logros en esta nueva carrera.
Y aunque Watson fue expulsado del mundo académico, sus ideas sobre el condicionamiento continuaron influyendo en la psicología y, en particular, en el ámbito de la crianza de los niños. En la década de 1920, sus libros sobre educación infantil se convirtieron en best-sellers. No obstante, Watson recomendaba un enfoque de crianza sin emociones, argumentando que el cariño excesivo creaba dependencia en los niños.
Su enfoque estricto y desapegado fue ampliamente asumido, aunque posteriormente se demostró que causaba más daño que beneficio. Incluso su propia familia sufrió las consecuencias de su modelo de crianza, y su nieta, la actriz Mariette Hartley, relató los traumas derivados de la educación según los principios conductistas de su abuelo en su autobiografía ‘Breaking the Silence’.
Con el tiempo, las ideas de Watson sobre la crianza de los niños fueron reemplazadas por enfoques más equilibrados y basados en la empatía.
Referencias:
- Watson, J. B., & Rayner, R. (1920). Conditioned emotional reactions. Journal of Experimental Psychology, 3(1), 1–14. https://doi.org/10.1037/h0069608
- VV.AA. 'El Libro de... la Psicología'. Akal (2023)