Reliquias y símbolos: los objetos de poder que obsesionaron a los líderes mundiales

En todas las civilizaciones del Mundo Antiguo hubo artefactos que fueron muy codiciados por las facultades fabulosas que se les atribuían: desde ser capaces de sanar a su poseedor hasta otorgarle el dominio del mundo
Recreación Arca de la Alianza

Cuenta la leyenda que, para recuperar su trono en el reino de Yolco, el héroe griego Jasón viajó en compañía de sus célebres argonautas hasta Cólquida, a los pies del Cáucaso, para hacerse con el vellocino de oro. Con tal nombre se conocía el cuero, que aún conservaba la lana, de un carnero mitológico llamado Krysomallos, del que se decía que tenía la facultad de otorgar el don de la profecía y aumentar la fuerza de quien se cubriese con él. Por ello, el vellocino se convirtió en uno de los bienes más preciados de la Antigüedad: un auténtico objeto de poder.

Recreación del Arca de la Alianza. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

Con este nombre se conoce a aquellos elementos físicos y tangibles supuestamente capaces de acumular, generar y transmitir energía o algún tipo de cualidad especial. Y en esta definición no importa el tamaño, el origen ni la composición del objeto. De hecho, sería difícil realizar una clasificación de los mismos debido a su heterogeneidad pero, si tuviésemos que hablar de algunos de los objetos a los que hoy se les siguen atribuyendo estas cualidades, una primera y muy básica división sería entre aquellos cuyo paradero tenemos bien identificado y aquellos de los que desconocemos su ubicación exacta.

La reliquia de la Visión de Jacob

En el primer grupo se sitúa la Piedra de Scone o Piedra de la Coronación, llamada así por haber sido coronados sobre ella todos los monarcas ingleses desde finales del siglo XIII. Según los antiguos cronistas ingleses, esta piedra arenisca, de unos 200 kilogramos de peso, es la misma sobre la que se recostó Jacob cuando tuvo su célebre visión de una escalera que llegaba hasta el cielo, tal y como relata el capítulo 28 del Génesis: “Llegando a cierto lugar, Jacob se dispuso a hacer noche porque ya se había ocultado el Sol. Tomó una de las piedras del lugar, se la puso por cabezal y tuvo un sueño”.

La crónica también relata cómo Jacob, impresionado por su visión, llevó la piedra a Egipto, legándosela a su nieto Manasés. Y así generación tras generación, hasta que el general egipcio Haythekes huyó del país en compañía de su esposa Scota, hija del faraón, llevándose la piedra a Irlanda, donde fue coronado rey subido sobre ella.

Bajo el asiento que usaron los soberanos ingleses para ser coronados desde la Edad Media se encuentra la Piedra de Scone, de supuesto origen bíblico. Foto: Getty.

Con el tiempo, el pedrusco recalaría supuestamente en Escocia, siendo colocado en el año 846 por el rey Kenneth I bajo un trono de madera en la abadía de Scone. Desde entonces y hasta 1296, cuando Eduardo I la robó para llevársela a la abadía de Westminster, 34 reyes escoceses serían coronados sobre dicha piedra.

Piedras irlandesas con poderes

Parece ser que esta reliquia pudo formar parte de un conjunto mayor de piedras que acabaron diseminándose por diferentes partes de Irlanda y a las que se llamaba Liath Fáil. Eran rocas dotadas por la imaginación popular de poderes sobrenaturales y cuyo cometido era el mismo: favorecer la entronización de un monarca o líder tribal.

El ritual era sencillo. Después de una serie de arengas, el candidato se subía sobre la piedra. Si esta “gritaba” para hacer oír su aprobación, había nuevo rey; si “callaba”, se buscaba otro candidato. De ahí su otro nombre de Piedra del Destino.

Otro objeto de poder con reminiscencias bíblicas es la Lanza de Longinos, llamada así por ser supuestamente aquella con la que, según la Biblia, el soldado romano Longinos atravesó el costado de Cristo mientras agonizaba en la cruz

La Lanza de Longinos custodiada en Viena que algunos afirman que es la lanza empleada por el general romano Longinos para atravesar el cuerpo de Jesús en la cruz. Foto: ASC.

Actualmente, son tres los lugares que afirman custodiar la auténtica lanza: Armenia, el Vaticano y Austria. De las tres, la actualmente conservada en Viena es la que posee una historia más atractiva. No en vano fue ambicionada por el mismísimo Adolf Hitler desde el momento en que supo de su leyenda durante su primera visita al palacio imperial de Hofburg. 

Según dicha leyenda, antes había sido empuñada por personajes tan poderosos como Carlomagno o Federico I Barbarroja. Un instante relatado por Hitler en sus memorias: “Al principio no me molesté en escuchar lo que el experto decía acerca de la Lanza, ya que estaba muy ocupado con el pensamiento de que aquel grupo no hacía más que invadir la intimidad de mis disquisiciones torturadas. Y entonces oí las palabras que iban a transformar toda mi vida: existe una leyenda asociada a esta Lanza que dice que cualquiera que la reclame y resuelva sus enigmas tendrá el destino del mundo en sus manos, para lo bueno o para lo malo”.

Delirios místicos del Tercer Reich

En marzo de 1938 y tras entrar las tropas nazis en Viena, Hitler ordenaba la confiscación de la Lanza y su traslado a la iglesia de Santa Catalina de Núremberg, primero, y al búnker de la Panier Platz, después. Algunos investigadores afirman que, en el mismo momento en que Hitler se suicidaba en el búnker de la Cancillería, los norteamericanos encontraban la Lanza en su escondite, acrecentando así su misticismo. Pero la verdad parece ser más prosaica: todo apunta a que los aliados la encontraron varios meses antes de su muerte.

Rotos y recompuestos

Hoy, este objeto que, según los historiadores, no es sino un puñal prehistórico de la Edad de Hierro, de unos 30 centímetros de longitud y partido en dos trozos unidos por una envoltura de plata, vuelve a ser custodiado en el palacio vienés de Hofburg.

También rota se encuentra la Piedra Negra, venerada por los musulmanes en la Gran Mezquita de la Meca. De unos 30 centímetros de diámetro, está compuesta por varios pedazos de la misma roca unidos por un marco de plata desde que, en el año 683, un incendio la fragmentara. La tradición islámica señala que es la piedra que el arcángel Gabriel entregó a Abraham, el cual levantó, con ayuda de su hijo Ismael, un templo para venerarla conocido como la Kaaba, que representa el centro mismo del universo para los musulmanes. De hecho, las siete vueltas que los peregrinos deben dar a la Kaaba, en recuerdo y homenaje de los ángeles que giran en torno al Sol, se inician y finalizan en la Piedra Negra.

La Piedra Negra se conserva en la Kaaba, el edificio cúbico hacia el que los musulmanes se orientan para orar en el centro de la Gran Mezquita de La Meca. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo.

El centro del mundo

Más allá de su naturaleza, que algunos creen es meteórica, la roca se relaciona con los omphalos o representaciones del centro del mundo. Un omphalos es el punto desde el que señalan las cuatro direcciones o puntos cardinales, dividiendo en cuatro partes el horizonte. 

El omphalos ordena espacio y tiempo y pueden existir muchos centros del mundo, ya que este no es sino una extensión espacial de las direcciones del cuerpo humano – frente, espalda y costados– y cada uno de nosotros se encuentra en el centro de su propio universo. Así, por ejemplo, el omphalos de los hindúes es el monte tibetano de Kailash, en el Himalaya, y el de los judíos, el monte Moria, en Jerusalén.

Cada año, miles de peregrinos se desplazan al monte Kailash. Los fieles de varias religiones creen que circunvalar el monte a pie es un ritual que da buena suerte. Foto: AGE.

En cuanto a los objetos de poder de los que desconocemos su ubicación exacta, es imprescindible mencionar, cómo no, el Arca de la Alianza.

“Haz un arca de madera de acacia, que mida un metro y diez centímetros de largo, sesenta y cinco centímetros de ancho y sesenta y cinco centímetros de alto”: esa fue la orden que, según el Éxodo, Moisés recibió de Yahvé para construir el Arca. Y así lo hizo. ¿El resultado? Un mueble de forma rectangular, elaborado de acacia y recubierto de oro, cuya tapa, llamada propiciatorio, se remataba con dos querubines que formaban con sus alas tocantes el trono de Dios, siendo el Arca su escañuelo.

Aunque su utilidad pueda parecer algo pueril – guardar en su interior los objetos más sagrados del judaísmo–, lo cierto es que la Biblia califica al Arca como un arma en sí misma, de tal forma que debía ser envuelta en velos antes de ser levantada, porque el mero hecho de tocarla provocaba la muerte instantánea. Incluso se asegura que, continuamente, la acompañaba un leve resplandor, cuando no un haz de luz, que salía de ella en dirección al cielo durante la noche y que se transformaba en una columna de humo serpenteante por el día.

El traslado del Arca de la Alianza a Jerusalén, ordenado por el rey David, es recreado en esta pintura italiana del siglo XVI. Foto: Getty.

Su paradero se perdió definitivamente en el año 587 a.C. cuando el rey Nabucodonosor II invadió Jerusalén, saqueando el Templo de Salomón y llevándose consigo todos sus tesoros.

Un relato sin mucho contraste asegura que los nazis la buscaron con ahínco, en el marco de un departamento creado ex profeso para el hallazgo de reliquias y objetos de poder llamado Ahnenerbe. El nombre en cable de tamaña misión sería Operación Trompetas de Jericó, en alusión al relato bíblico en el que los judíos conquistan Jericó gracias al poder del Arca.

Búsquedas condenadas al fracaso

Según esta versión, los nazis llegaron a consultar a un cabalista judío residente en Toledo para que les revelase cómo abrir sin peligro el Arca, que creían que iban a poder encontrar en Egipto. Sin embargo, que perdieran la guerra sería sinónimo de que no lograron su objetivo.

Como tampoco lo han cumplido quienes se han afanado en buscar la Mesa de Salomón, la tabla donde, se cuenta, el rey Salomón escribió la formulación del auténtico nombre de Yahvé y todo el conocimiento del universo. Los datos históricos sobre su paradero son escasos. Tito Flavio la describe al narrar el saqueo del Templo de Jerusalén por los romanos en el año 70: “Entre la gran cantidad de despojos, los más notables eran los del Templo de Jerusalén: la mesa de oro, que pesaba varios talentos, y el candelabro de oro”. Posteriormente, el también historiador Procopio la vuelve a mencionar cuando los godos invaden Roma y se llevan sus tesoros a su capital, Tolosa.

En este cuadro del romántico italiano Francesco Hayez, de 1867, se representa la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos. Foto: Album.

Si hacemos caso de las crónicas árabes, la Mesa debió ser trasladada a España, porque el historiador Al-Maqqari la describe: “Estaba hecha de oro puro, incrustado de perlas, rubíes y esmeraldas, de tal suerte que no se había visto otra semejante”. Pero, desde la invasión musulmana de la península, su pista se pierde definitivamente.

La simbología es lo que cuenta

Algunos investigadores, como el catedrático de Filología Española y escritor Jon Juaristi, experto en la materia, creen que la Mesa del rey Salomón fue algo más que un objeto: un auténtico símbolo para España. Y quizá esa sea la esencia final de todos los objetos de poder, que no sean sino símbolos, reflejos de lo que las personas ansiamos lograr y nos cuesta alcanzar por nuestros propios medios: sabiduría, poder, coraje...

Por cierto, tras una serie de aventuras, Jasón logró hacerse con el vellocino de oro y recuperar su trono en Yolco. Este mito se ha querido relacionar con la llegada a Grecia de la ganadería o del trigo, por aquello de que su color se asemeja al del oro del que estaba hecho supuestamente el vellocino. Lo dicho: un símbolo.

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