La anexión de los Sudetes, un paso más de Hitler hacia la guerra

Concluida la Anschluss de Austria al Tercer Reich, el Führer alemán decidió mover la siguiente ficha en su carrera expansionista: ahora reclamaba la anexión de la Sudetenland, tierra de mayoría germana en Checoslovaquia. Y el mundo dio otro paso hacia el abismo de la guerra Facebook Twitter Whatsapp
La anexión de los Sudetes, un paso más de Hitler hacia la guerra.
La anexión de los Sudetes, un paso más de Hitler hacia la guerra. Foto: Midjourney/Juan Castroviejo. - La anexión de los Sudetes, un paso más de Hitler hacia la guerra.

Hitler tenía todavía otra cuenta territorial pendiente con los acuerdos que habían puesto fin a la Primera Guerra Mundial. Se trataba del territorio conocido como los Sudetes, en Checoslovaquia, un cinturón geográfico que rodeaba este país por el norte y el oeste coincidiendo con el macizo montañoso que recibe el mismo nombre, Sudetes. En estas áreas vivía una gran cantidad de población germánica –Sudetendeutsche– que tenía el alemán como lengua materna. Ellos sentían más esta identidad que la forzada por el resultado de la Gran Guerra.

Los ideólogos de la paz de Versalles habían concebido crear un nuevo Estadoen lo que habían sido dominios de habla checa del Imperio austrohúngaro. Históricamente, estas regiones que compartían la lengua checa eran Bohemia y Moravia, aunque también se decidió añadirles por el este Eslovaquia y Rutenia, que no tenían nada que ver ni étnica ni lingüísticamente.

Por si esto no fuera ya un proyecto bastante artificioso, Bohemia y Moravia tenían sus propias particularidades étnicas, ya que, en los territorios más occidentales y septentrionales, alrededor del cinturón montañoso de los Sudetes, habitaba el mencionado contingente de población de origen alemán. Este había quedado absorbido por las conquistas de los reyes de Bohemia en la Edad Media o había llegado más adelante, a partir del siglo XVI, en las migraciones impulsadas por el Imperio austrohúngaro por razones económicas.

La situación, en definitiva, era de una gran presencia de germanos y de la cultura germánica, la cual no se limitaba a las regiones citadas, sino que alcanzaba otras como Silesia. La lengua alemana gozaba de una fuerte implantación en la capital checoslovaca, Praga –antigua capital de Bohemia–, donde la Universidad estaba de facto dividida en dos, una de las cuales era de habla alemana. Era también el idioma utilizado por la mayoría de judíos de Praga, como el mismísimo Franz Kafka, novelista que escribió en esta lengua sus obras maestras.

Retrato de Franz Kafka. Imagen: Wikicommons
Retrato de Franz Kafka. Foto: Wikimedia Commons.

Una disputa étnica latente

Las tensiones entre progermánicos y checos ya habían existido incluso bajo la égida del Imperio austrohúngaro. La industriosa ciudad de Reichenberg (para los checos, Liberec), conocida como “la Manchester de Bohemia”, ya había intentado abandonar en la época del emperador Francisco José el territorio bohemio para gozar de su propia autonomía. De esta forma, querían disponer de poder para limitar la llegada de los odiados “campesinos ignorantes” checos, dispuestos a aceptar salarios menores.

Otro motivo de disensión en aquellos años previos a la formación del nuevo Estado había sido el comportamiento de las élites checas, que habían intentado evitar participar en la guerra del lado de las Potencias Centrales. Algunos de sus principales dirigentes habían preferido marcharse al exilio y buscar en capitales como Londres o París apoyo para la independencia. Esta actitud había irritado sobremanera a los germánicos, que habían luchado sin rechistar allí donde se lo ordenaba el Imperio austrohúngaro.

Por ello, para los más identificados con la identidad alemana, la decisión de crear Checoslovaquia supuso un duro golpe. El lugar donde vivían había dejado de estar gobernado por un imperio de raíz germánica para pasar a ser controlado por los checos, que hasta entonces habían sido una minoría alejada del poder. Esto desató en muchos de ellos el deseo de pertenecer a Alemania. Durante las negociaciones de Versalles, se debatió entre los aliados la concesión de cierta autonomía para estos territorios, pero la delegación de Estados Unidos consideró más importante mantener la unidad territorial checa.

En 1921, un censo cifró la población germanoparlante de Checoslovaquia en más de 3 millones de habitantes, lo que suponía un 23,3% de la población; es decir, más de una quinta parte del total. Entre los judíos, un 14% eran de lengua germánica, un porcentaje también bastante elevado. El potencial problema étnico se mantuvo en buena medida latente hasta que, en 1933 y al calor del ascenso al poder de los nazis, el político Konrad Henlein creó el Partido Alemán de los Sudetes (PSD). Se trataba del equivalente del Partido Nazi y sustituía al Partido Nacional Socialista de los Trabajadores, que había existido desde 1919 pero acababa de ser disuelto por sus actividades antiestatales.

Konrad Henlein
Konrad Henlein, líder del Partido Alemán de los Sudetes, en su despacho de Asch pocos días antes de los Acuerdos de Múnich. Foto: Getty.Fox Photos/Hulton Archive/Getty Images

Henlein, que pronto alcanzaría gran popularidad, había nacido cerca de Reichenberg, por lo que estuvo inmerso desde su infancia en un ambiente muy marcado por el sentimiento proalemán y conoció de cerca los choques entre los que detentaban el poder económico en su ciudad (progermanos) y los trabajadores checos de escasos ingresos, que aspiraban a mejorar su posición emigrando a la ciudad. 

Con él empezó a expandirse el concepto de Sudetenland y a ser cada vez más un tema prioritario de la agenda política. Henlein apostaba por la adhesión de la región al Tercer Reich y lograría conducir a su partido a la victoria en las elecciones parlamentarias de mayo de 1935, por encima de cualquier formación procheca, con 1.249.000 votos (el 15,2% de los sufragios).

Fue todo un éxito, pero eso no le permitió imponer sus designios políticos, que hubiesen acercado Checoslovaquia a Hitler. La razón es que el Parlamento de Praga se encontraba muy atomizado, con nada menos que 14 partidos con representación parlamentaria. El primero era el Partido Republicano de los Granjeros y Campesinos, con 45 diputados, seguido a tan solo uno de distancia por el Partido Alemán de los Sudetes. Por ello, el primer ministro sería un eslovaco, el veterano político Milan Hodza.

Hitler pasa a la ofensiva

Aquel mismo año, se produjo un cambio importante en la máxima jerarquía del poder institucional cuando el que había sido presidente de la República desde su fundación en 1918, Tomás Masaryk, anunció su retirada por su delicado estado de salud. Le sustituyó Edvard Benes, que había sido durante el mismo tiempo ministro de Asuntos Exteriores.

Edvard Benes
El presidente checoslovaco Edvard Benes. Foto: Library of Congress.

Por entonces, el gobierno checoslovaco ya era consciente del peligro de Hitler y los suyos, de forma que se decidió iniciar un ambicioso plan de construcción de fortificaciones en la frontera que desanimaran a los nazis de intentar cualquier invasión. En poco más de dos años se habían construido 260 de ellas. En esa situación de soterrada tensión entre alemanes y checoslovacos se llegó a finales del mes de marzo de 1938. Y entonces Hitler, tras haber completado con éxito la anexión de Austria, decidió mover la siguiente pieza en el tablero para lograr lo mismo con los Sudetes.

El 28 de marzo, se reunió con Konrad Henlein para animarlo a nuevas acciones reivindicativas desde dentro del país. El 24 de abril, Henlein planteó un programa de demandas, la más destacada de las cuales era la completa autonomía para los Sudetes. Concedérsela hubiera significado dotar a los pronazis de unos poderes que habrían facilitado su incorporación a Alemania.

Hitler y Konrad Henlein
Hitler y Konrad Henlein se reúnen el 28 de marzo de 1938. Foto: Getty.

La falta de satisfacción para sus demandas llevó al PSD a adoptar una línea cada vez más retadora: sus juventudes provocaron incidentes violentos con la policía, a veces utilizando para ello pequeños contingentes de armas que les llegaban de contrabando a través de la frontera con Alemania. Empezaron también a surgir rumores sobre movimientos de tropas alemanas. Todo ello llevó a que, el 20 de mayo, el gobierno checo decretase una movilización parcial del ejército.

Fue entonces, ante la perspectiva de una guerra, cuando las potencias occidentales reaccionaron, aunque lo que hicieron fue sobre todo presionar no a Alemania, sino a Checoslovaquia para que aceptase las demandas de la minoría germánica. Gran Bretaña envió a un político que iba a resultar clave en el curso que tomarían los acontecimientos: el vizconde Lord Walter Runciman.

El primer ministro británico, Neville Chamberlain, que llevaba apenas un año en el cargo, tenía una vocación de apaciguamiento y pacificación en el tema checoslovaco que le llevó a intentar situarse en un punto medio entre las aspiraciones de unos y otros. Así como otras potencias −Francia y la URSS− dieron signos de un apoyo más explícito a las posiciones de los checos (aunque se trataba de un gesto más simbólico que efectivo), Gran Bretaña se mostró mucho más contemporizadora.

La misión de Runciman llegó a Praga el 2 de agosto y rápidamente inició negociaciones separadas con el gobierno, por un lado, y con los dirigentes del Partido Alemán de los Sudetes, por el otro. Enseguida, la presión de Runciman recayó en mayor grado sobre el gobierno de Benes. En particular, hacerle ceder en el asunto de la autonomía para la región germánica se convirtió en su gran objetivo, ya que le parecía que de esta forma lograría solventar la causa fundamental del descontento en el lado alemán. 

Además, algunos historiadores han señalado que el multimillonario Runciman y su esposa, que lo acompañó en el viaje, se sentían mucho más a gusto en Praga entre la prestigiosa nobleza proalemana que en los menos glamurosos círculos checos, y que esto condicionó sus simpatías.

En cualquier caso, Runciman consiguió doblegar a Benes en el espinoso punto de la autonomía, lo cual anunció el 7 de septiembre al líder nacionalsocialista, Henlein. Este se quedó muy sorprendido de la concesión. En realidad, lo que estaba buscando –siguiendo los designios de Hitler– no era conseguir su demanda, sino estirar la cuerda hasta crear una situación de punto de no retorno. Para sorpresa de todos, Henlein decidió no responder y optó por esperar hasta que le llegara una señal de Hitler

Esta se dio en el mitin que el Führer pronunció en Núremberg el 12 de septiembre como clausura del Congreso del Partido Nazi. Dedicó buena parte de su intervención al tema de los Sudetes, pintando un escenario dramático de opresión de los alemanes, y reafirmó su voluntad de luchar, justificándola en la movilización del ejército checoslovaco: “Soy un nacionalsocialista y, como tal, estoy acostumbrado a devolver el golpe ante cualquier atacante”, proclamó.

Llegada de Hitler al Congreso del Partido Nazi en Núremberg en 1938
Triunfal llegada de Hitler al Congreso del Partido Nazi en Núremberg el 12 de septiembre de 1938. Foto: Getty.

Su tono beligerante sembró la alarma en Gran Bretaña y reactivó un plan ya existente de reunirse directamente con Hitler al máximo nivel. Como Runciman se negaba a hacerlo, ya que creía que comprometería la independencia de su misión, el propio primer ministro Chamberlain decidió volar en su avión hasta el refugio bávaro de Hitler en Berchtesgaden, donde se reunieron el 15 de septiembre.

Escalada de tensión

Esta inaudita concesión no hizo sino reforzar a Hitler, que durante las tres horas que duró su reunión insistió en que solo estaría dispuesto a hablar si Gran Bretaña aceptaba el derecho de autodeterminación de los Sudetes.

Al día siguiente de volver a Londres, Chamberlain se reunió con su homólogo francés, Édouard Daladier, y ambos trazaron un plan por el que pedían a Checoslovaquia que cediera a Alemania todos aquellos territorios en los que la población de origen alemán supusiera más del 50% del total. El líder checo Benes se negó terminantemente.

El 17 de septiembre, Hitler ordenó crear un cuerpo paramilitar llamado Sudetendeutsches Freikorps, que enseguida empezó a realizar actividades terroristas en la frontera. Estas acciones pretendían crear inestabilidad y se justificaron con presuntas agresiones del gobierno checoslovaco contra los alemanes.

Con el fantasma de la guerra cada vez más cerca, Chamberlain volvió a Alemania el 22 de septiembre. Se reunió en Colonia con Hitler, convencido de que la cesión de los Sudetes sería suficiente. Pero el líder alemán orquestó toda una parafernalia de denuncias sobre el presunto exterminio de alemanes y dijo que no le bastaba con los Sudetes: Checoslovaquia debía ser disuelta y su territorio repartido entre Alemania, Polonia y Hungría

El primer ministro británico se quedó de piedra. Algo más tarde durante aquel largo día, Hitler echó el freno y le dijo a Chamberlain que se conformaba con los Sudetes, siempre y cuando la población checa fuera evacuada no más tarde del 1 de octubre.

De los acuerdos a la invasión

Pero a la mañana siguiente, el Führer volvía a echar más leña al fuego: ese día dio a conocer un documento llamado Memorándum de Godesberg en el que exigía a Checoslovaquia la inmediata cesión de los Sudetes, no más tarde del 28 de septiembre a las 2 de la tarde. Si no, Alemania tomaría ese territorio por la fuerza.

Marcha antinazi en los Sudetes en 1938
Frente a los progermánicos, los socialdemócratas de los Sudetes también se organizaron. En la imagen, una marcha antinazi en 1938. Foto: Photoaisa.

Los checos rechazaron esta pretensión el mismo 28 de septiembre. Comenzó entonces un sprint frenético para intentar evitar la guerra. Chamberlain le pidió al líder italiano Mussolini que intercediera ante Hitler para darle 24 horas más en las que celebrar una reunión de urgencia en Múnich. En ella solo participarían Alemania, Inglaterra, Francia e Italia.

La Cumbre de Múnich, celebrada a contrarreloj, tuvo como resultado una aceptación por parte de Inglaterra y Francia del “plan italiano”, que no era sino otra forma de oficializar prácticamente lo mismo que había exigido Hitler en el Memorándum de Godesberglos alemanes podrían ocupar los Sudetes. Los Acuerdos de Múnich fueron firmados a la 1:30 de la madrugada del 29 al 30 de septiembre de 1938 por Hitler, Chamberlain, Daladier y Mussolini.

El presidente checoslovaco, a quien no se invitó a la reunión, fue informado de que podía aceptar esta situación o enfrentarse militarmente a Alemania sin esperar ninguna ayuda de los aliados. Sola ante el peligro, Checoslovaquia se resignó.

Grupo de progermánicos echan abajo un poste fronterizo checo en 1938
Un grupo de habitantes progermánicos de Kaplice echan abajo el poste fronterizo checo el 4 de octubre de 1938, durante la invasión alemana de los Sudetes. Foto: Getty.

Alemania, que completó en los diez días previstos la ocupación del territorio por el que tanto había pugnado, volvía a salirse con la suya.

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