Las fotografías de Hugo Jaeger, uno de los pocos fotógrafos que documentó el auge del nazismo en color, ofrecen una inquietante ventana al poder de la imagen como herramienta de manipulación masiva. Lejos de ser simples registros históricos, sus capturas revelan cómo la escenificación meticulosa del Tercer Reich contribuyó a moldear un relato emocionalmente arrollador, que arrastró a toda una nación hacia el delirio colectivo.
Este artículo se adentra en esas imágenes que, con una inquietante belleza, muestran el engranaje visual del fanatismo.
¡Arriba las emociones!
El Führer devuelve el saludo nazi a las tropas congregadas en la plaza Adolf Hitler de Berlín con motivo del Congreso del partido en 1938. Delante del coche, de pie y a la izquierda, está Rudolf Hess, y a la derecha de este se sitúa Viktor Lutze, sucesor de Ernst Röhm al frente de las SA; detrás del vehículo y con gorro de oficial, se encuentra Karl Wilhem Krause, capitán de las SS y ayudante de cámara y guardaespaldas del Führer: todos ellos conscientes de la grandilocuente escena que componían y que Hugo Jaeger captaría desde su probado entusiasmo por la causa y con la incipiente técnica en color de su cámara.

La calidad cromática del momento se vería alterada por el tiempo que las 2.000 fotos que hizo del III Reich estuvieron dentro de una maleta y enterradas después de la guerra. Cuando las recuperó, las guardó en tarros de cristal, luego en un banco y, finalmente, en 1965 las vendió a la revista Life.
Todo alineado
Los estandartes y banderas, los instrumentos de la orquesta, los brazos, los uniformes y hasta la propia esvástica... Todo perfectamente alineado para la colocación, por parte del Führer, de la primera piedra de la ciudad que albergaría la producción del Volkswagen, cerca del pueblo de Fallersleben. La nueva localidad, denominada en su momento Stadt des KdF Wagens (la ciudad del coche de la “fuerza por la alegría”, como rezaba un lema nacionalsocialista), cambió su nombre en cuanto terminó la guerra y hoy es conocida como Wolfsburg.

Todo el despliegue de la celebración tenía que rebosar la imagen: por eso, Hitler prefería las fotos en color de Hugo Jaeger (uno de los pocos que lo usaban en aquel momento) a las de su otro fotógrafo personal, Heinrich Hoffmann, cuyas capturas eran de mayor calidad pero en blanco y negro. Jaeger pasaría inadvertido y no recibió ningún castigo, pero Hoffmann sí fue condenado a cuatro años.
Fervor sordo
Después de la victoria del sí a la anexión de Austria a Alemania en el referéndum convocado en abril de 1938, la multitud congregada en la Heldenplatz de Viena (foto izquierda arriba) saluda comm’il faut al Führer, aunque la captura de Jaeger pilla a una de las asistentes con un embarazoso puño aún no abierto.

El líder nazi responde al júbilo de la gente desde el balcón de uno de los edificios de la mencionada plaza. Era el 10 de abril de 1938 y Austria ya había sido invadida por las tropas alemanas un mes antes. Para legitimar la anexión, denominada Anschluss, se convocó este plebiscito que fue, de alguna manera, una pantomima ante la opinión internacional y, de paso, una excusa para otro de los sonoros, triunfalistas y propagandísticos despliegues.

Como también ocurriría el día que Hitler cumplió 50 años, el 20 de abril de 1939: un gran desfile por el centro de Berlín y muchas y muy pomposas celebraciones.
