Durante décadas, la historia oficial de Malta parecía clara: las primeras personas que habitaron el archipiélago llegaron desde Sicilia hace unos 7.500 años, trayendo consigo la agricultura, los animales domesticados y la cerámica del Neolítico. Sin embargo, un reciente hallazgo en una cueva del norte de la isla ha obligado a los arqueólogos a reescribir los primeros capítulos de la historia maltesa.
Muy por debajo del nivel del suelo actual, en una dolina de la región de Mellieħa, un equipo internacional de arqueólogos ha descubierto restos inequívocos de una comunidad humana que vivió en Malta al menos mil años antes de lo que se pensaba. Y lo más sorprendente: no eran agricultores, sino cazadores-recolectores que cruzaron más de 100 kilómetros de mar abierto en embarcaciones primitivas para llegar a una de las islas más remotas del Mediterráneo.
La cueva que reescribe la prehistoria de Malta
El yacimiento, conocido como Latnija (o Għar Tuta, como la llaman los lugareños), es una cueva oculta entre las colinas del norte de la isla, no muy lejos de las aguas que separan Malta de Sicilia. Durante las excavaciones realizadas entre 2021 y 2023, los arqueólogos descubrieron capas de ceniza, hogares de fuego, herramientas de piedra y miles de restos de animales cocinados. Todo ello, sepultado bajo siglos de sedimentos, formaba una cápsula del tiempo que contenía las huellas de una cultura humana completamente desconocida hasta ahora en Malta.
Los análisis de radiocarbono fueron concluyentes: los restos tienen entre 8.500 y 7.500 años de antigüedad. Esto sitúa a los ocupantes de Latnija en pleno Mesolítico, es decir, antes de la llegada de la agricultura a la isla. La comunidad que vivió allí no cultivaba cereales ni criaba ovejas. Sobrevivía cazando ciervos enanos endémicos, recolectando mariscos y pescando en las aguas costeras.
El descubrimiento sacude los cimientos de lo que hasta ahora se enseñaba en los libros de texto, y marca el inicio de una nueva etapa en la arqueología maltesa: el reconocimiento de una presencia mesolítica hasta ahora ignorada.

Y, precisamente, una de las revelaciones más sorprendentes del estudio es el modo en que estos primeros malteses llegaron a la isla. Malta está separada de Sicilia por más de 85 kilómetros de mar abierto, sin islas intermedias que sirvan de escala. Y a diferencia de los marinos neolíticos o posteriores navegantes del Mediterráneo, estos cazadores-recolectores no disponían de velas, timones ni mapas.
Todo indica que utilizaron canoas excavadas en troncos de árboles, similares a las encontradas en yacimientos del norte de Italia. Embarcaciones que, en las mejores condiciones, podían recorrer unos 4 kilómetros por hora. Es decir, un viaje de al menos 25 horas sin descanso, en mar abierto, sin instrumentos de navegación más allá de las estrellas y su conocimiento del viento y las corrientes.
Además, las condiciones del canal entre Malta y Sicilia no eran favorables. Las corrientes marinas del canal de Malta pueden jugar malas pasadas incluso a embarcaciones modernas. Y sin embargo, estos navegantes del Mesolítico no solo llegaron una vez: los indicios sugieren que existieron contactos repetidos, sostenidos a lo largo de varios siglos.
Una dieta olvidada y un ecosistema desaparecido
Lo que comían estos primeros habitantes de Malta también ha sorprendido a los investigadores. La cueva de Latnija contiene miles de restos de alimentos, tanto terrestres como marinos. Los más abundantes son los huesos de ciervos enanos, una especie hoy extinta, que no se sabía que coexistiera con humanos. Junto a ellos, los arqueólogos han encontrado conchas de mariscos, huesos de focas, tortugas, aves marinas de gran tamaño y peces como meros.
Muchos de estos restos muestran signos claros de haber sido cocinados en fuego, partidos para extraer el tuétano o manipulados con herramientas. Incluso se han identificado quemaduras específicas que solo se producen cuando un hueso fresco entra en contacto directo con las llamas.

Esta dieta, basada en recursos silvestres y marinos, contrasta radicalmente con la alimentación de los agricultores neolíticos que llegaron después, centrada en trigo, cebada y animales domesticados. De hecho, las especies cazadas por los mesolíticos desaparecieron poco después de la llegada de la agricultura. Esto ha llevado a los científicos a preguntarse si la llegada de nuevos grupos humanos —y su transformación del paisaje— provocó la extinción de estas especies endémicas.
Herramientas rudimentarias, habilidades extraordinarias
Junto a los restos animales, se encontraron más de 60 herramientas de piedra, la mayoría de ellas hechas de caliza local. A diferencia de los elaborados instrumentos neolíticos, estas piezas son simples, sin retoques complejos, fabricadas por percusión directa. Pero no por ello eran ineficaces: eran cuchillas improvisadas, raspadores, útiles para cortar carne, trabajar madera o preparar alimentos. Su estilo recuerda más al de otras islas como Cerdeña que a las culturas contemporáneas del sur de Italia.
Los investigadores creen que esta simplicidad técnica no es sinónimo de falta de habilidad, sino más bien un reflejo de la vida en una isla pequeña, con pocos recursos y una comunidad probablemente muy reducida en número. Aun así, su capacidad de adaptación, su conocimiento del entorno y su dominio del mar demuestran una inteligencia práctica que no encaja con los estereotipos tradicionales sobre los cazadores-recolectores.

¿Un nuevo capítulo para la historia del Mediterráneo?
Este descubrimiento no solo transforma la historia de Malta. Tiene implicaciones para todo el Mediterráneo. Hasta ahora, se asumía que los grupos mesolíticos eran terrestres, y que las islas remotas solo fueron ocupadas tras la revolución neolítica. Latnija demuestra que esto no es cierto. Y abre la puerta a otras preguntas: ¿había más islas habitadas por cazadores antes de la llegada de los agricultores? ¿Existieron redes de navegación entre Europa y África antes de lo que se pensaba? ¿Qué papel jugó el mar en la supervivencia y migración de estos pueblos?
Además, el hallazgo pone de relieve cómo la arqueología aún puede sorprendernos. A veces, basta con mirar con otros ojos lugares que se creían bien conocidos. En este caso, una cueva que durante años fue visitada por excursionistas y campistas resultó ser una puerta al pasado más remoto de la isla.
Latnija no es solo un descubrimiento arqueológico. Es un recordatorio de que la historia humana está llena de capítulos aún por escribir. Y de que incluso las islas más pequeñas pueden guardar secretos que cambian nuestra visión del mundo.
Referencias
- Scerri, E.M.L., Blinkhorn, J., Groucutt, H.S. et al. Hunter-gatherer sea voyages extended to remotest Mediterranean islands. Nature (2025). DOI:10.1038/s41586-025-08780-y