Hallazgo sorprendente: descubren inscripciones medievales ocultas durante siglos en el Cenáculo donde Jesús celebró la Última Cena

Un impresionante hallazgo revela decenas de grafitis medievales ocultos en el lugar donde, según la tradición, Jesús celebró la Última Cena.
Inscripciones medievales revelan figuras de escorpiones y pan en el sitio de la Última Cena
Inscripciones medievales revelan figuras de escorpiones y pan en el sitio de la Última Cena. Foto: Istock/Shai Halevi/Israel Antiquities Authority/Christian Pérez

Durante siglos, la sala conocida como el Cenáculo, ubicada en el monte Sion de Jerusalén, ha sido reverenciada por millones de fieles como el lugar donde Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos. Pero más allá de su papel en la tradición cristiana, esta sala encierra una historia menos conocida y ahora revelada con una precisión sorprendente: sus paredes, muchas veces pasadas por alto, guardaban bajo capas de yeso cientos de mensajes inscritos por peregrinos medievales de todos los rincones del mundo cristiano —y también musulmán—. Gracias a una ambiciosa investigación publicada en la revista Liber Annuus, este legado oculto ha salido a la luz.

El proyecto, liderado por Shai Halevi y un equipo interdisciplinar de arqueólogos e historiadores, se ha basado en tecnología de vanguardia como la fotografía multiespectral y el escaneo por RTI (Reflectance Transformation Imaging), lo que ha permitido leer y documentar inscripciones que habían permanecido invisibles durante más de 500 años. El resultado es tan fascinante como revelador: un mosaico de voces que, desde el silencio de las piedras, narra la historia de la fe, la identidad y el paso del tiempo en la ciudad santa.

El Cenáculo: entre la fe, la historia y el poder

El Cenáculo es una sala rectangular situada en el segundo piso de un edificio que durante la Edad Media fue parte del monasterio franciscano de Monte Sion. Desde el siglo XIV hasta su confiscación por los otomanos en 1523, esta estructura fue uno de los centros cristianos más importantes de Jerusalén. Se cree que fue construida sobre las ruinas de una basílica cruzada, y que albergó no solo la memoria de la Última Cena, sino también la venerada tumba del rey David.

A lo largo de la Edad Media, este enclave se convirtió en un imán para peregrinos procedentes de Europa, Asia Menor y Oriente Medio. Aunque hoy el turismo religioso lo visita como una estación más del viaje por Tierra Santa, en aquel entonces, pisar el Cenáculo era un privilegio reservado a quienes enfrentaban semanas de viaje, peligros y un fuerte compromiso espiritual.

Pero lo que pocos sabían —hasta ahora— es que muchos de esos peregrinos dejaron constancia de su paso de forma literal: escribieron, grabaron y dibujaron en los muros del Cenáculo nombres, plegarias, símbolos, escudos de armas e incluso imágenes religiosas y cotidianas. Algunos lo hicieron en secreto. Otros, al parecer, contaron con el beneplácito de los frailes custodios del lugar.

Un grafiti en rojo, atribuido a un peregrino de Alepo, aparece parcialmente cubierto por otra inscripción aún sin descifrar
Un grafiti en rojo, atribuido a un peregrino de Alepo, aparece parcialmente cubierto por otra inscripción aún sin descifrar. Fuente: Shai Halevi/Israel Antiquities Authority

Escudos de nobles, palabras en decenas de lenguas y un escorpión sufí

Los investigadores documentaron más de 30 inscripciones y nueve dibujos que abarcan desde el siglo XIV hasta el XVI. Entre ellos aparecen nombres ilustres como el del suizo Adrian von Bubenberg, héroe nacional helvético, el alemán Johannes Poloner, autor de uno de los relatos de peregrinación más detallados del siglo XV, y varios miembros de la nobleza veneciana, austríaca y checa.

Pero quizás lo más impactante sea la variedad de idiomas y culturas representadas. Se han identificado inscripciones en árabe, armenio, latín, cirílico e incluso glifos desconocidos, posiblemente pertenecientes a dialectos orientales hoy desaparecidos. Una inscripción armenia, fechada en Navidad del año 1300, podría estar relacionada con la entrada triunfal del ejército del rey Hetum II en Jerusalén, tras una victoria militar contra los mamelucos. Otra, en cirílico, parece haber sido escrita por un monje serbio.

También hay rastros de peregrinas: una inscripción árabe menciona a una mujer originaria de Alepo, un hecho inusual que desafía la idea de que los peregrinajes medievales eran dominio casi exclusivo de los hombres.

Entre los dibujos más intrigantes está el de un escorpión tallado en la piedra, un símbolo asociado a rituales místicos sufíes. Se sospecha que fue grabado por seguidores del jeque Ahmad al-ʿAǧamī, figura clave en la islamización del Cenáculo tras la conquista otomana. Su nombre aparece junto a la figura del escorpión, posiblemente como firma simbólica de la transformación religiosa del lugar.

Otro dibujo que ha generado debate es una figura redonda con un agujero en el centro, que algunos identifican como un pan tradicional de Jerusalén —muy similar a un bagel—, quizás en alusión directa al relato de la Última Cena.

El dibujo del escorpión podría estar relacionado con prácticas místicas del sufismo
El dibujo del escorpión podría estar relacionado con prácticas místicas del sufismo. Fuente: Shai Halevi/Israel Antiquities Authority

Entre la tolerancia y la transgresión

Una de las cuestiones más discutidas es por qué estos grafitis, muchos de ellos ostensiblemente cristianos o heráldicos, fueron permitidos en un lugar sagrado. Las fuentes históricas muestran que la orden franciscana, aunque oficialmente condenaba estas prácticas, en ocasiones las toleraba, especialmente si el visitante era de alto rango o contribuía económicamente al monasterio. De hecho, algunas inscripciones son de gran tamaño y están cuidadosamente elaboradas, lo que indica que no fueron hechas apresuradamente ni en secreto.

En cambio, cuando el Cenáculo fue tomado por los otomanos y convertido en mezquita, se cubrieron los muros con capas de yeso blanco para ocultar estas huellas. Algunas inscripciones islámicas se grabaron directamente en la piedra, como una forma de marcar el nuevo control religioso del lugar. En un gesto simbólico, se añadió una gran placa conmemorativa en árabe sobre uno de los muros, datada en 1524, que celebra la transformación del edificio.

La sala de la Última Cena en lo alto del monte Sion
La sala de la Última Cena en lo alto del monte Sion. Foto: Istock

Una cápsula del tiempo medieval

El descubrimiento de este corpus epigráfico no solo es importante por su contenido, sino también por lo que representa. Es una cápsula del tiempo que revela el paso de generaciones de creyentes por uno de los lugares más sagrados del cristianismo. A través de sus palabras y dibujos, nos hablan de esperanzas, devociones, identidades y viajes. Son mensajes escritos no para la eternidad, sino para ser vistos por otros como ellos: viajeros movidos por la fe.

Gracias a los avances tecnológicos y a la meticulosa labor de los investigadores del Israel Antiquities Authority, hoy podemos volver a escuchar esas voces. Y lo que dicen es claro: Jerusalén fue —y sigue siendo— un crisol de culturas, creencias y caminos que convergen en un mismo lugar.

Referencias

  • Halevi, S. (2025). The Holy Compound on Mount Sion – An Epigraphic Heraldic Corpus (Part 1): The Walls of the Cenacle. Liber Annuus 74 (2024), Pp. 331–74.

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