Si será misteriosa la historia de Emilio Griffiths, capo de la represión en Gibraltar y Cádiz, que hoy resulta imposible saber exactamente qué aspecto tenía: en esta era de imágenes recobradas, no las hay disponibles de su persona. Tampoco son muchos los datos que sobre él arroja Todos los nombres, web que lista a los represaliados por el franquismo en Andalucía, Extremadura y el norte de África: su nombre y que falleció en Sevilla el 28 de junio de 1937 –“causa: diferentes versiones (asesinato / suicidio)”; del resto, “sin información”–. Incluso su apellido sale trastocado –“el asesino Griffin”– en la carta que un gibraltareño envía al secretario de Estado de las Colonias en Londres para denunciarlo.
Hipótesis sobre su caída en desgracia
Pero Griffin se llamaba realmente Emilio Griffiths Navarro y, gracias a la monografía que le dedica el historiador británico Gareth Stockey, experto en historia de España y Gibraltar, sabemos algunas cosas más. La más enigmática, que en menos de un año pasó de intocable mano derecha de Queipo de Llano en la comarca de Campo de Gibraltar a ser detenido por orden expresa de Franco y morir poco después en muy sospechosas y nunca aclaradas circunstancias.
Las razones de tan rápida caída en desgracia entran de lleno en el terreno de la especulación; eso sí, todas las hipótesis sugieren que se llevó unos cuantos secretos a la tumba. Pudo ser un ejecutor ejecutado por sus propios correligionarios por su corrupción –o por lo que sabía de ellos–, o tal vez un agente doble que espiaba para Inglaterra, o simplemente la víctima de un ex colaborador agraviado que lo delató para vengarse.
De buscavidas jerezano a policía
Mucho antes de eso, en 1890, Griffiths nacía en Jerez de la Frontera en una familia angloespañola; al parecer, quedó huérfano a temprana edad y fue criado por su abuela en Gibraltar. Aficionado al toreo y buscavidas vocacional, con apenas 18 años comenzó a organizar corridas en La Línea. Pero era poco para su ambición y, en 1913, marchó a Madrid e ingresó en el Cuerpo de Vigilancia, la detestada policía secreta de la época. No le fue mal: en 1920 ya cobraba 5.000 pesetas al mes, pese a lo cual, yendo contra el reglamento, se hizo contratar a la vez como subdelegado veterinario en las caballerizas de Alfonso XIII.

Con la llegada de la República el 14 de abril de 1931, Griffiths se las arregló para seguir medrando; haber reventado desde dentro alguna huelga veterinaria no supuso el final de su carrera. Sin embargo, el estallido de la guerra hizo que saliera a escape de Madrid a Cádiz, temiendo que los odios y rencores que había cultivado como policía le pasaran factura. A juicio de Stockey, además, su “rápido ascenso a una posición de autoridad en la zona rebelde sugiere que ya se había comprometido con los golpistas hacía tiempo”.
Eficaz represión... Y corrupción
Sea como fuere, en agosto de 1936 ya trabajaba como delegado en la administración militar de Campo de Gibraltar. Es probable que Queipo lo nombrase a dedo por sus buenas relaciones con la colonia inglesa gibraltareña. Sobre Griffiths recaía ahora la responsabilidad de extender los permisos para quienes quisieran cruzar la frontera española en plena guerra, incluidos los trabajadores andaluces en el Peñón: una jugosa oportunidad de sobornos y corruptelas para un tipo sin escrúpulos como él. Al mismo tiempo, su turbio pasado policial lo convertía en un agente idóneo de la brutal represión desatada por Queipo en Andalucía.

En el año escaso que estuvo en activo como tal, fueron ejecutadas al menos 411 personas –otros apuntan a cifras por encima de 2.000– tan solo en La Línea, el mayor núcleo urbano de la región. A ello había que añadir las expropiaciones forzosas: por ejemplo, 24 granjas fueron arrebatadas al antiguo alcalde de San Roque, Antonio Galiardo, acusado de marxista (en realidad, un abogado liberal de Izquierda Republicana), y registradas a nombre de la Junta de Defensa Nacional de Burgos.
En opinión de Stockey, Griffiths se mostró pronto como un agente tremendamente eficiente de los planes de Queipo en el sur: hacer del robo, los saqueos y el abuso de poder prácticas habituales para financiar al ejército rebelde y, también, llenarse los propios bolsillos. El apoyo incondicional de su jefe era algo de lo que alardeaba el jerezano cuando cruzaba la frontera con Gibraltar sin ser registrado por los carabineros.
¿Traicionado o traidor?
Pero algo cambió en esa sintonía, porque el 11 de mayo de 1937 Griffiths era arrestado en La Línea, una noticia recogida por ABC –entonces en zona republicana– al día siguiente en estos términos: “¡Qué amigos tienes, Queipo! En La Línea es detenido Emilio Griffiths, ladrón, criminal, exportador de capitales y matón de la zona”, y de la que se llegó a hacer eco The New York Times. Según la versión del rotativo americano, la orden procedía de Salamanca, cuartel general de Franco, y tenía como objetivo “detener el contrabando en la frontera y reforzar la censura insurgente”. Al parecer, la tajada sacada por Griffiths había llegado a oídos del Generalísimo, puede que denunciada por un tal José García Sánchez, que había sido su secretario y al que el capo había traicionado previamente.

Otra teoría es la de que, en realidad, se trataba de un espía inglés, hipótesis sugerida por el historiador franquista Ricardo de la Cierva ante su constante trajín a ambos lados de la frontera. Y es cierto que los oficiales británicos en la colonia lamentaron en el Gibraltar Chronicle el arresto de “ese delegado de La Línea que tanto nos ha ayudado en los últimos meses”. Aunque también es posible que Griffiths solo trabajase, en el fondo, para su propio beneficio.
Su muerte, el misterio final
Pero, sin duda, lo más misterioso de todo es cómo terminó la ajetreada vida de este siniestro personaje. El mismo diario, el Gibraltar Chronicle, informó de que el 28 de junio de ese año Griffiths había muerto tras caer del quinto piso de “una cárcel de Sevilla”, según sus fuentes, mientras intentaba huir. Respecto a si dicha prisión era el edificio que luego sería la Comandancia de Marina, en la avenida de Moliní, las versiones no se ponen de acuerdo.

También hubo quien dijo –el periódico anarquista Solidaridad Obrera– que se trató de un suicidio, y otros incriminaron directamente a Queipo en un asesinato por encargo; sabía demasiado sobre sus propios tejemanejes. Porque ese es el mayor enigma que Emilio Griffiths Navarro se llevó consigo: qué conocía y hasta qué grado había participado en los crímenes de uno de los militares de más alto rango y más infausto recuerdo de la jerarquía franquista.