Así llegó el islam a la India: de la dinastía de los mamelucos al todopoderoso Imperio mogol

En 1947, una parte del subcontinente indio se desgajaba y se constituía en el nuevo Estado de Pakistán, que significa ‘la tierra de los puros’. Esa población que se consideraba más pura era la comunidad musulmana, que ponía fin de esa forma a una difícil existencia dentro de la India y a una rivalidad incesante con los hindúes. Para entenderla, hay que remontarse a un milenio antes
Fuerte Rojo de Agra y retrato del emperador Akbar, quien ordenó su construcción. Fotos: Shutterstock y Álbum. - Fuerte Rojo de Agra y retrato del emperador Akbar, quien ordenó su construcción

Concretamente, hay que remontarse hasta principios del siglo XI, al año 1025. Fue entonces cuando Mahmud de Gazni, un líder musulmán de los pueblos túrquicos establecidos en Afganistán, entró a sangre y fuego en el templo sagrado de Somnath, al oeste de la India. Allí no solo robó un tesoro de dos millones de dinares y toda clase de joyas, sino que destruyó el monumento de la jyotirlinga, la representación fálica del dios Shiva, que era una de las doce imágenes más veneradas de toda la India. La ofensa nunca sería olvidada: Mahmud de Gazni es, todavía hoy, una figura muy impopular en la India.

La agresión no acabaría ahí. Sus sucesores continuarían buscando riquezas en cíclicas incursiones en el norte de la India desde Afganistán, aunque, al estar divididos ellos mismos en diferentes reinos, no se adentrarían de manera permanente hasta unificarse antes. Muhammad de Gur, máximo representante del Imperio gúrida, fue el artífice de dicha agrupación y su sucesor, un antiguo esclavo (mameluco) al que había adoptado, protagonizaría a continuación la anexión del norte de la India.

El primer sultán de Delhi y la dinastía Khalji

Este mameluco, como se conocía a los esclavos islamizados, era Qutb-ud-din Aibak. Su exitosa dirección de las campañas militares ordenadas por su padre adoptivo le catapultó a la sucesión. Ya en el poder, decidió trasladar la capital del reino hasta Delhi. Desde allí combinó la ordenación administrativa del territorio con la continuidad del agresivo imperialismo, que tuvo su punto culminante en la conquista de Bengala y en la destrucción de Nalanda, gran centro de enseñanza budista desde siglos atrás, del que se decía que lo había visitado el propio Buda.

Qutar Minar
Qutab Minar es el minarete más alto del mundo (72,5 metros) y el monumento islámico más antiguo de Delhi, mandado construir por Qutb-ud-din. Foto: ASC.

Qutb-ud-din aspiraba a dejar huella con un reinado glorioso y por eso ordenó construir un minarete en Delhi con su nombre. Pero no llegaría a ver completado el que sería primer gran monumento islámico de la India. Falleció en un trágico accidente mientras jugaba al polo, al sufrir una caída del caballo y empalarse con el pomo de su propia silla de montar.

Uno de los gobernantes de esta “dinastía de esclavos” sería mujer. La begum (reina) Razia se sentó en el trono entre 1236 y 1240, un caso único, gracias a una carambola dinástica: su hermano mayor había fallecido prematuramente y el candidato alternativo de la nobleza, su hermano menor, era un libertino que se ganó la animadversión de la ciudadanía y acabó asesinado.

Ante la falta de más candidatos, Razia accedió al poder y emprendió un memorable reinado. Entre sus hitos, la participación en batalla vestida de hombre y montada en un elefante. Su destronamiento se debería a su estrecha asociación −política y quizás sentimental− con un esclavo de procedencia africana, lo que provocó el rechazo racial de los nobles túrquicos.

Tumba de la begum Razia
Aquí yacen los restos de un caso único en la historia: la begum Razia, que se sentó en el trono de la India entre los años 1236 y 1240, antes de caer en desgracia. Foto: ASC.

El influjo del islam irradió desde la poderosa Delhi a muchos otros lugares de la India, en particular hacia el este. Muhammad Khalji, un lugarteniente de Qutb-ud-din, había conquistado la región de Bengala a principios del siglo XIII y establecido un fuerte gobierno al que se atribuye haber reprimido a gran escala el budismo. Con el paso del tiempo, sus descendientes disputarían el poder a sus propios superiores, la Dinastía de los Esclavos. Y a partir de 1296, apartaron a estos y se hicieron con el poder en Delhi.

El gobernante más conocido de esta nueva dinastía de los Khalji fue Alaudín, otro fiero guerrero que accedió al poder tras librar una guerra civil con su tío, Jalal-ud-din, con cuya cabeza pinchada sobre una piqueta entró en la capital para proclamarse “rey de Delhi”. Como sugiere esta anécdota, el suyo fue un reinado cruel y despiadado.

Alaudín sería el primero en lidiar con un nuevo y difícil desafío: la expansión de los mongoles. Desde finales del siglo XIII se sucederían las incursiones de los descendientes de Gengis Kan en el subcontinente indio y, en particular, en el sultanato de Delhi.

La invasión más seria fue la de Tamerlán, que utilizó la coartada del islam para emprender una expedición de castigo contra el sultán Mahmud, al que descalificó por demasiado permisivo con la religión hindú. De esta forma, el sanguinario líder mongol alcanzó, en diciembre de 1398, la capital, Delhi, en la que tuvo lugar una durísima batalla, ya que los atacantes se enfrentaban a un arma con la que no estaban familiarizados: los elefantes.

Miniatura turca que recrea el asalto a Delhi por las tropas de Tamerlán
Miniatura turca del siglo XVI que recrea el asalto a Delhi por parte de las tropas del mítico Tamerlán, acaecido en diciembre de 1398. Foto: Álbum.

Tamerlán logró contrarrestarlos ordenando excavar trincheras para que los paquidermos no pudieran cruzarlas y lanzándoles camellos que portaban en sus lomos balas de heno en llamas para aterrorizarlos. Logró la victoria y permitió un saqueo calificado por los historiadores como “orgía de destrucción”, del que Delhi ya no volvería a recuperarse.

La decadencia del sultanato desembocó en una etapa de desmembramiento, al tiempo que surgían diferentes estados encabezados por gobernantes musulmanes de origen túrquico. Los hindúes, por su parte, mantuvieron un gran reino en el sur, el Imperio vijayanagara, que resistiría hasta 1520.

El Imperio mongol: los descendientes de Gengis Kan

Fue ese año el que marcaría una decisiva invasión de los mongoles. En esta ocasión los dirigía Babur (1483-1530), descendiente de Gengis Kan por línea materna y de Tamerlán por la paterna. Su interés por la India se debió a la pérdida de sus primeras posesiones en el Asia Central. Aprovechó muy bien la situación de Delhi, cuyo sultán de aquel entonces, Ibrahim Lodi, era odiado por la aristocracia local, que reclamó su ayuda.

Gengis Kan
Babur, el primer emperador mogol de la India, descendía por línea paterna de Tamerlán y por línea materna del gran Gengis Kan (estatua en Mongolia). Foto: Shutterstock.

Babur contaba con unas fuerzas numéricamente muy inferiores a las del sultán, la mitad o incluso menos. Pero iba a compensarlas con una innovación: las armas de fuego, por entonces apenas conocidas en la India y de las que carecía el ejército de Lodi. Con apenas algo más de una veintena de piezas de artillería, sembró el pánico entre hombres y elefantes.

Sus descendientes asentarían el poder de la llamada Dinastía de Babur, que en Occidente sería conocida como el Imperio mogol (la ene original se perdió en las transliteraciones). Uno de los que más acrecentó su influencia fue Akbar ‘el Grande’ (1542-1605), nieto de Babur. Contemporáneo de Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra, reinó 50 años y se le considera uno de los más grandes soberanos de la India, tanto por su expansión territorial, con la conquista de Guyarat, Bengala y Kabul −sus hitos principales−, como por su tolerancia religiosa y étnica, con la que trató de superar el problema confesional.

Jalal ud-Din Muhammad Akbar
'El Grande' fue el apelativo que recibió Jalal ud- Din Muhammad Akbar, nieto de Babur y uno de los más sobresalientes soberanos de la historia de la India, que la expandió territorialmente como nunca antes. Foto: Álbum.

En un imperio gobernado por la minoría islámica, Akbar propició el acercamiento a las otras religiones, promoviendo reuniones en su corte con teólogos no solo hindúes, sino también cristianos, jainitas, tántricos... Todos debatían en su presencia sobre sus respectivas creencias, uno de los primeros ejemplos de encuentro ecuménico en la historia. De él pretendía el emperador que surgiera una religión sincrética, cuyos principios llegó a formular, aunque no arraigaría.

Uno de los participantes destacados en aquellos encuentros fue el jesuita español Antonio de Montserrat, un fascinante personaje que se ganaría el aprecio del emperador, quien le nombró tutor de uno de sus hijos. Montserrat escribiría una crónica sobre el Imperio mogol que tendría gran influencia en Occidente, y también dibujó el primer mapa conocido del Tíbet.

Akbar aplicó un espíritu integrador también a la división étnica. Se casó con princesas tanto hindúes como rajput, uno de los clanes más importantes del norte y el centro de la India. Buscaba así consolidar el Imperio y facilitar la convivencia. Por todas estas realizaciones fue conocido como Akbar ‘el Grande’ o el Gran Mogol. Y precisamente su sucesor, Jahangir (1569-1627), el único de sus hijos que llegó a la edad adulta, nació fruto de uno de estos matrimonios, el celebrado con la princesa rajput Mariam uz-Zamani.

Fuerte de Lahore
El gran emperador mogol Akbar fue el artífice, en 1566, de la construcción del Fuerte de Lahore (arriba), en esta ciudad que hoy pertenece a Pakistán. Foto: Shutterstock.

El principio del fin

El reinado de Jahangir fue un fracaso. Alcohólico y manipulado por su entorno, con él los mogoles empezaron una suave decadencia. Jahangir otorgó a los británicos la primera autorización para comerciar en la India, decisión que a la larga tendría importantes consecuencias.

El penúltimo destello de gloria de la dinastía mogol aparece en las realizaciones arquitectónicas del siguiente emperador, Sha Jahan (1592- 1666), constructor del Taj Mahal, que lo ha hecho célebre, aunque acabó sus días preso por iniciativa de su hijo, Aurangzeb (1618-1707), deseoso de sucederle. Este último fue un musulmán mucho más estricto y observante de la fe que sus predecesores, famoso por su vida austera.

Taj Mahal
Taj Mahal. Foto: Shutterstock.

Su manera de vivir la religión, mucho más rigorista, le llevó a acabar con la tolerancia religiosa y a expandir el imperio manu militari, lo que le acarrearía fuerte oposición y revueltas. Lo conseguido por las armas tendría una duración escasa; unas décadas después de su muerte, el sah persa Nader desmantelaría fácilmente el Imperio mogol tras derrotarlo en la batalla de Karnal (1739).

Era el punto de inflexión que marcaba la definitiva decadencia de la dinastía que había conseguido por momentos la imposible tarea de unificar bajo su égida el inabarcable subcontinente indio y que, en el país de Buda y los brahmanes, logró imponer el islam, más por la fuerza que por la convicción. Así las cosas, la rivalidad entre musulmanes e hindúes perduraría.

Fieles hindúes acceden al templo de Kedarnath
El origen de la partición moderna de India y Pakistán se remonta a la hostilidad ancestral entre hindúes y musulmanes. Arriba, los fieles hindúes acceden al templo de Kedarnath. Foto: ASC.

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