El vasto Imperio mongol: esta es su historia

Además de Gengis Kan, en la historia del Imperio mongol destacan otros aspectos menos conocidos como su organización territorial en haganatos, la creación de un código legal propio (la Yassa) o la protección de las rutas comerciales
El vasto Imperio mongol: esta es su historia

En 1227, exhausto y enfermo por una vida de eterna conquista, Temüjin fallecía, habiendo aglutinado sus mongoles un poder terrenal inconmensurable. Ninguna otra entidad puede ser comparada con aquel vasto imperio consolidado por la fuerza, inteligencia y capacidad de adaptación del pueblo mongol unido. Desde Polonia hasta China, pasando por Irán y Corea, Siberia, India, Indochina y las costas del océano Pacífico, nunca hasta entonces se pudo asumir el concepto de Eurasia a una idea administrativa. Admitir, como afirma Antonio García Espada, que el primer conato de globalización tuvo lugar en tamaña locura, no parece descabellado. 

Mapa continental de la dinastía timúrida, nacida de la confederación de tribus mongolas que eran restos del ejército mongol original de Gengis Kan. Foto: ASC.

Ese Imperio mongol, nacido en las esteparias praderas de un territorio olvidado, sustentó su éxito en la movilidad de unos nómadas que supieron asentarse y asumir la mayoría de los logros de las sociedades incorporadas, como ocurriera con otros tantos imperios a lo largo de la historia. Ahora bien, de todos aquellos, suele ser el Imperio mongol el menos conocido, a pesar de las relaciones que con Europa llegó a desarrollar. Escondido en ese limbo que forma la fusión entre la leyenda y la realidad desconocida, la gesta épica que constituyó la conformación de aquel vasto imperio sigue siendo un enorme agujero en el conocimiento occidental de la historia de la humanidad.

De Temüjin a Chinggis Jaghan: origen de un imperio

Para empezar, ni siquiera hemos sido capaces de acordar el verdadero nombre de su líder primigenio, aquel que supo liderar una fuerza militar descomunal rota en mil tribus tradicionalmente enfrentadas. Ya fuera Tamujin, Tamuyin o Temüjin, a decir de Bruno de Nicola, la mayoría conoce a este mito por Gengis Kan, nombre que le otorgaron sus iguales al proclamarlo líder supremo de aquella horda descomunal. Claro que, acudiendo al farsi impuesto como lengua franca para el territorio mongol, más bien debería ser conocido por Chinggis Jaghan. Y, siguiendo la etimología de su apelativo jerárquico, resulta sencillo analizar su ascenso.

Nacido dentro de un clan que dominaba un sector de las praderas, Temüjin, hijo y nieto de los hanes Yesugei y Qabul hacia 1162, había sido educado en el hostigamiento de otras civilizaciones, como los Yurchen chinos, antepasados de los manchúes. El asesinato de su padre, Yesugei, envenenado por los tártaros, le empujó a una vida de carestía y supervivencia, perseguido el clan familiar por sus rivales. La necesidad de protección le hizo caer bajo el amparo del han de los keraitas, Torghul, quien le empujó a la lucha eterna por el poder entre una plétora de clanes, hanes y sociedades enfrentadas en un territorio extensísimo carente de continuidad política.

Tumanba Kan, su esposa y sus nueve hijos. Folio de un Jami al-Twarikh o Chingiznama (Libro de Gengis Kan). Foto: ASC.

En ese volátil ambiente de enfrentamiento tribal, Temüjin fue capaz de prosperar a expensas del clan keraita, constituyendo, reforzando y rompiendo alianzas al calor de la beligerancia permanente interna y el hostigamiento de Yurchen y tártaros. Entre 1185, cuando los merkitas secuestraron a su esposa Borte, y 1206, momento en que la asamblea de los clanes, la Jurultai, le proclamó Jaghan —esto es, han de todos los clanes llamados desde entonces mongoles—, Temüjin, intitulado ya Chinggis Jaghan, había llevado a cabo hasta siete campañas de sometimiento que concluiría en 1218 asumiendo el control de kirguises, uigures y kitán. En el viaje, Temüjin había pasado de ser un simple guerrero de un clan perdido y sometido a un han cualquiera a convertirse en emperador de una vasta identidad social, política, cultural y económica capaz de dominar las estepas euroasiáticas, el océano oculto en el significado de su nombre.

Extensión y organización política

Obviamente, la unificación del pueblo mongol bajo el reinado de Chinggis Jaghan no supuso el final expansivo de aquella civilización. Como ocurriera con Roma o con los califatos Ummaya y Abbasíes, el Imperio mongol de Chinggis Jaghan se extendió hasta alcanzar unas dimensiones colosales que habrían de poner a prueba la capacidad de esa nueva realidad política. Según se relata en el Libro Secreto de los Mongoles, Chingiss Jaghan, a los territorios dominados por los hanatos que le habían encumbrado en la jurultai de 1206, consiguió sumar Persia, Afganistán y Asia central, amén de Xia Occidental y la sumisión del Imperio Jin en 1215, donde empleó cerca de doscientas mil unidades para saquear Nanjing, embrión de la actual Pekín fundada por su nieto, Kublai Jaghan.

Retrato de Gengis Kan (Chinggis Jaghan) en un álbum del siglo XIV. Foto: ASC.

Ahora bien, para consolidar aquella enormidad, Chinggis Jaghan hubo de implementar la forma de mantener cohesionada territorial, política y socialmente esa inmensidad. Para ello desarrolló un código legal conocido como Yassa que consideraba a todos los nómadas iguales y premiaba el mérito individual. Asumido en la jurultai de 1206 por todos los mongoles, este código casi sagrado estaba formado por normas provenientes de las tradiciones mongolas y por las reflexiones del propio Temüjin, quien encargó a su hijo Djagatai la redacción en volúmenes y rollos, destacando las normas dedicadas a la protección de la mujer, integrada en el ejército y equiparada a los hombres.

Gobernado el jaghanato por la Yassa, el territorio quedó dividido en distritos menores o haganatos a cuyo frente estaba un gobernador controlado por el Jaghan. Estos hanes líderes de los haganatos constituían la trabazón organizativa del Imperio mongol preservando el órden político, social y económico al proteger los factores económicos esenciales de aquel imperio, como la Ruta de la Seda y demás vías de intercambio comercial entre Oriente y Occidente. En 1227, momento de la muerte de Temüjin, el imperio estaba constituido por cuatro grandes haganatos ampliados hasta 1294, año de la muerte del último Jaghan, Kublai Jaghan, quinto de aquellos y primer emperador de la dinastía Yuan, nieto del gran Chinggis Jaghan, y anfitrión de Marco Polo

El primero fue el haganato de Tsagadai, segundo hijo de Temüjin, con capital en Almarij. Comprendía parte de Asia Central, justo en la frontera entre Mongolia y China, por debajo del mar de Aral, llegando hasta la cordillera Altai cerca ya de Kazajistán. El haganato de Kipchak ocupaba la estepa rusa hasta llegar a Europa Oriental y Kazajistan. El tercero de los haganatos, llamado Oriental o Ilkanato, ocupaba el espacio del Imperio corasmio en Irán, con míticas ciudades como Ghazna, Tabriz o Samarcanda. El último de los cuatro haganatos se formó tras la conquista de China e incluía el original haganato de Mongolia.

El séptimo kan mongol de Persia, Mahmud Ghazan (1271-1304), es conocido por su conversión política al islam al tomar el trono en 1295. Foto: Album.

Organización social y poder económico

Un imperio de tamaña amplitud conllevó una organización ecléctica que permitiera la aceptación de toda etnia o religión existente en aquellos vastos dominios. Así, Chinggis Jaghan optó por mezclar todas las etnias desde la base, de modo que se constituyera una identidad forjada por fuertes relaciones personales. Con todo, la relación constante y directa con China —especialmente tras la instalación de la dinastía Yuan en 1271—, imprimió una gran influencia en muchos de los aspectos sociales y económicos mongoles. Desde la adopción del modelo administrativo controlado por oficiales y del papel moneda a la imposición del uso de la escritura e, incluso, la adopción del farsi como idioma franco en las principales rutas comerciales, la normalización social inherente al carácter chino estableció una impronta nada desdeñable en aquella sociedad.

En lo que se refiere al modelo económico, una sociedad nómada que acabó por asentarse de forma definitiva con la incorporación de las costumbres chinas basó su opulencia en la protección de las rutas comerciales, perseverando en la continuidad del comercio transcontinental a través de la Ruta de la Seda, de modo que la conexión entre China y el Mediterráneo quedara garantizada con acuerdos de tránsito comercial, los ortoqs. Guillermo de Rubruc, los venecianos Polo o Rabban Bar Sauma relatando sus experiencias mostraron aquel esfuerzo por preservar un flujo tanto comercial como de información básico para la supervivencia del Imperio mongol.

Colapso

No obstante, la inmensa magnitud del imperio y la dificultad de mantener unidos los haganatos acabaron por colapsar aquel gran imperio tras la muerte del último de aquellos líderes, Kublai Jaghan. Es evidente, por otra parte, que la sedentarización de una sociedad que había dominado el mundo con un ejército invencible provocó la degeneración de sus características básicas, así como el asentamiento de costumbres ajenas a su identidad. La agricultura, el cambio de costumbres sociales traídas por la asimilación de culturas conquistadas y, especialmente, la evolución militar que dejó anticuado el ejército mongol provocaron, más que la separación de los haganatos, la imposibilidad de que estos aceptaran otro jaghan más. Por todo ello, tras el fallecimiento de Kublai Jaghan, los jaghanatos se convirtieron en ulus o reinos independientes. De los cuatro haganatos mongoles originales derivaron hasta dieciséis ulus, destacando Kazán, Siberia, Astracán, Crimea, Nogai, Kuba, Bakú, Tuva y una plétora más sometidos a los múltiples avatares que la llegada de la Horda de Oro, Tamerlán y los turcos otomanos acabaron por unificar o disgregar.

Retrato post-mortem de Kublai Kan, hecho para que parezca unos 30 años más joven. Foto: ASC.

Legado

La hazaña de unificar aquellos territorios supuso un legado increíble para Eurasia, siempre en la memoria del gran Chiggis Jaghan y su imperio invencible. En términos territoriales, la idea del haganato o kanato permaneció inalterable hasta la constitución de la Unión Soviética o la República Popular China, siendo muchas de aquellas repúblicas una continuidad de las referidas unidades territoriales mongolas. En términos culturales, el eclecticismo e indiferencia proverbial mongola permitió la expansión tanto de religiones como de usos comerciales, empresariales y hasta lingüísticos de un lado a otro del continente, causa quizás de la ocultación histórica de la identidad propia mongola. La China Yuan, la Horda de Oro y el Ilkanato persa mantuvieron muchas de las costumbres asociadas a esta gran anomalía de la historia universal.

Quién sabe si, ausente la hegemonía mongola, la imprenta, la seda, el yogur o el papel moneda habrían llegado a existir en un Occidente que, pasados los siglos y pecando siempre de un eurocentrismo inveterado, nunca ha llegado a mirar hacia Oriente como la historia de la humanidad se merece. Como Temüjin y sus magníficos mongoles reclaman desde la injusticia del desconocimiento histórico.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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