En medio de los conflictos más cruentos del siglo XX, donde la violencia redefinía el concepto de humanidad, la presencia de los animales en los frentes de batalla ofrecía una perspectiva inesperada sobre la supervivencia y el instinto. Perros, caballos, monos y hasta osos no solo acompañaron a los soldados: muchos de ellos fueron reconocidos como combatientes por derecho propio. Lejos de ser meros instrumentos bélicos, estos animales demostraron una capacidad de adaptación y un apego emocional que los convirtió en símbolos de resistencia y esperanza.
El instinto al servicio de la guerra
La Segunda Guerra Mundial fue un conflicto brutal en el que no solo participaron los humanos. En muchos casos, se reclutaron animales cuyas habilidades naturales sirvieron a la causa bélica y que, al mismo tiempo, se vieron atrapados en una lógica humana de destrucción. El caso del perro antitanques alemán ilustra esta paradoja. Entrenado para correr hacia los tanques enemigos con explosivos en el lomo, debía esconderse debajo de ellos y detonar la carga al mover la cabeza. Sin embargo, en el caos del combate, muchos animales regresaban a sus propias líneas y detonaban los explosivos entre sus propios compañeros. Este ejemplo evidencia cómo el instinto animal, por más domesticado que esté, nunca puede alinearse completamente con la lógica militar humana.

Emblemas de una causa
Algunos animales llegaron a encarnar los valores y aspiraciones de los ejércitos que los emplearon. El ejemplo más destacado lo representa el oso Wojtek, al que enrolado formalmente en el ejército polaco en 1942. Alimentado con cerveza y cigarrillos, Wojtek no solo acompañó a su unidad durante la campaña de Italia, sino que ayudó a transportar cajas de munición bajo fuego enemigo en la batalla de Montecassino. Tras la guerra, lo trasladaron a Escocia, donde vivió en el zoológico de Edimburgo hasta su muerte en 1963. Su historia se convirtió en un mito nacional y, en 2015, se erigió una estatua en su honor.
Del mismo modo, el caballo Comanche sobrevivió a la batalla de Little Bighorn en 1876 y fue reconocido como el único superviviente del séquito del general Custer. Condecorado y momificado tras su muerte, Comanche se convirtió en un símbolo de la resistencia estadounidense. Un símbolo que, a pesar de todo, también evidenciaba el uso capcioso de los animales para construir las mitologías político-militares nacionales.
De soldados a víctimas
Con todo, no todos los animales se homenajearon como héroes. Muchos sufrieron el desprecio y la brutalidad de las circunstancias. Durante el sitio de Leningrado, por ejemplo, los habitantes llegaron a comerse a las mascotas y los animales del zoológico para sobrevivir. El hambre transformó el vínculo humano-animal en una relación de mera subsistencia que borró de un plumazo cualquier afecto o empatía.
En otras ocasiones, los animales se convirtieron en víctimas colaterales de los bombardeos. En el zoológico de Berlín, más de mil animales murieron durante los ataques aéreos aliados. Aquellos que sobrevivieron lo hicieron de forma casi milagrosa, como el elefante Siam, que logró resistir los bombardeos escondido entre los escombros. Estos supervivientes se convirtieron en testigos del alcance de la destrucción humana y encarnaron una forma de inocencia que la guerra no pudo extinguir.

Compañeros en la trinchera
Más allá de su función táctica o simbólica, los animales jugaron un papel esencial como acompañantes emocionales de los soldados. En las trincheras de la Primera Guerra Mundial, los gatos recibieron el aprecio de los combatientes por su capacidad para cazar ratas, pero también por ofrecer consuelo en un ambiente dominado por la muerte.
La historia de Rip, un terrier que rescató a más de cien personas entre los escombros tras los bombardeos del Blitz en Londres, resulta paradigmática. Su labor fue espontánea. Sin haber recibido entrenamiento previo, actuó por pura intuición y apego a los humanos. Rip representa esa frontera difusa entre instinto y heroísmo que caracteriza la relación entre animales y guerra.
Las paradojas de la domesticación
La utilización de animales en contextos bélicos plantea una serie de dilemas morales que todavía siguen vigentes. Aunque se les reconocía su valor, los animales se consideraban propiedad militar y una pieza más del engranaje bélico. Se les entrenaba, se les enviaba al frente y, muchas veces, se les abandonaba al terminar la guerra, como ocurrió con muchos perros mensajeros tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Algunos fueron adoptados, pero otros se sacrificaron o se abandonaron a su suerte.
Esta paradoja se refleja en el entrenamiento contradictorio que recibían: se les exigía obediencia absoluta, pero también se esperaba de ellos creatividad, adaptabilidad e incluso sacrificio. El animal de guerra se veía obligado a participar de un mundo humano que no comprendía y que, a menudo, traicionaba su lealtad.
La descoordinación entre el entrenamiento proporcionado y la reacción natural de estos animales también se manifestó en las misiones aéreas. En 1943, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos promovió el proyecto "Pigeon in a Pelican". Ideado por el conductista B.F. Skinner, este proyecto pretendía usar palomas como sistema de guía en misiles. A pesar de demostrar su efectividad durante los simulacros, el Pentágono lo consideró poco viable e incluso peligroso.

Memoria y olvido
En las últimas décadas, la memoria de los animales que participaron en las guerras ha comenzado a recibir el reconocimiento negado durante tanto tiempo. En Londres, el Animals in War Memorial recuerda a todos los animales que sirvieron y murieron junto a los soldados británicos.
Sin embargo, esta recuperación no está exenta de tensiones. Honrar a estos animales mediante la construcción de memoriales monumentales puede reproducir los mismos esquemas de instrumentalización que padecieron en vida. Las estatuas o los relatos heroicos edificantes corren el riesgo de simplificar la experiencia de estos animales.
El sacrificio animal en las guerras humanas
A lo largo de las guerras modernas, los animales han demostrado una capacidad de adaptación que desafía nuestras concepciones sobre el instinto, la inteligencia y el vínculo entre especies.Muchos de ellos actuaron como agentes activos, capaces de sobrevivir en medio del horror creado por los humanos. Su participación en los conflictos revela tanto la brutalidad como la ternura que puede surgir en las condiciones más extremas.
Reconocer su papel no implica idealizarlos, sino comprender que la guerra no distingue entre especies cuando se trata de infligir sufrimiento. En su silencio, los animales nos enseñan una lección profunda sobre la vida en los márgenes de la historia: donde el instinto, la lealtad y el coraje pueden surgir incluso en medio del fuego cruzado.
Referencias
- Sánchez, David, 2024. Animales de combate. Madrid: Pinolia.
