Si algo caracteriza la ciudad de Roma es que gran parte de su vitalidad se desarrolla en las calles. Ya en la antigüedad, sus plazas, mercados y foros fueron tanto escenarios de la actividad política y religiosa como espacios de una intensa actividad gastronómica. La comida callejera constituyó uno de los pilares de la vida urbana romana, desde los primeros siglos del Imperio romano hasta la Edad Media. Su huella, de hecho, llega incluso a la Roma contemporánea. El estudio de las tradiciones gastronómicas de la Ciudad Eterna, por tanto, revela tanto la diversidad cultural de la urbe como los modos en que la población cubría una de sus necesidades básicas (la alimentación) en un entorno urbano superpoblado.
Comer en la calle: una necesidad cotidiana
En la Roma imperial, muchos habitantes vivían en insulae, bloques de apartamentos a menudo mal equipados para cocinar. Puesto que estas viviendas carecían de instalaciones adecuadas, la población debía recurrir a los establecimientos públicos de hostelería para alimentarse. Así, surgieron los thermopolia, locales de comida rápida con mostradores de piedra en los que se servían platos ya preparados y bebidas.
Los thermopolia eran frecuentados por todos los estratos sociales. Comer fuera de casa formaba parte del día a día de muchas personas, con independencia de su extracción, aunque la calidad de los alimentos a los que se tenía acceso variaba según el poder adquisitivo del cliente. El pan, el vino, el queso, las legumbres y las sopas constituían la base de esta oferta callejera. Los platos más elaborados incluían carnes guisadas y pescados en salsa.

El pan como alimento básico y universal
Si un alimento puede reclamar el título de manjar preferido por los romanos en la calle, ese es el pan. El pan constituía el núcleo de la dieta romana y estaba presente en todas las comidas, tanto en el Imperio como en la Roma medieval.
Durante el Imperio romano, existían diferentes variedades, desde los panes blancos finos elaborados con trigo de calidad hasta los panes más oscuros a base de cereales menos costosos. El pan se adquiría en panaderías que abastecían tanto a los domicilios como a los locales de comida callejera. En combinación con el vino y el aceite, el pan se convertía en un alimento rápido y nutritivo, ideal para el consumo en la vía pública.
Con la caída del Imperio, el pan no perdió su protagonismo. La tradición panadera se mantuvo viva en los monasterios y en los hornos urbanos de la Roma medieval. Comer pan en la calle, acompañado de otros alimentos simples, siguuió siendo una práctica cotidiana que unía pasado y presente.

Comida callejera y sociabilidad en la Roma imperial
Thermopolia y tabernae
Los thermopolia ofrecían platos listos para el consumo inmediato, mientras que las tabernae eran locales más versátiles que combinaban la venta de alimentos y bebidas. Ambas instituciones reflejan una cultura del “comer fuera” que se consolidó en Roma y en otras ciudades del Imperio romano.
En ellos, se podía consumir desde sopas de lentejas hasta pequeños bocados de carne. Los mostradores contaban con grandes dolia (ánforas empotradas), un sistema sorprendentemente eficiente que permitía mantener y servir la comida caliente.
El vino como acompañante
El vino, diluido en agua y a menudo aromatizado con hierbas y especias, resultaba inseparable de la experiencia gastronómica. Beber vino en la calle, en tabernas o en puestos improvisados constituía una práctica común y aceptada socialmente. El consumo se adaptaba a todas las clases sociales, que podían degustar desde caldos modestos hasta vinos más refinados, reservados para los sectores acomodados.

De la Roma antigua a la medieval: continuidad y cambio
Con la transición del mundo clásico al medieval, los hábitos alimentarios callejeros no desaparecieron. La tradición de comer fuera sobrevivió, adaptándose a los nuevos contextos políticos y económicos.
Durante la Edad Media, los mercados al aire libre y las ferias se convirtieron en los principales puntos de venta y consumo. El pan siguió siendo central, acompañado de quesos, verduras y pequeños guisos preparados por los vendedores ambulantes. El vino y la cerveza ligera también formaban parte de esta cultura de la calle.
La iglesia y las instituciones urbanas regularon de forma progresiva estos espacios, imponiendo controles de calidad e higiene. Sin embargo, la esencia de la comida callejera —su rapidez, accesibilidad y carácter social— permaneció intacta.

El legado en la Roma contemporánea
El vínculo entre la Roma actual y su pasado culinario es evidente. Los locales que sirven pizza al taglio, los supplì y la focaccia son herederos directos de la tradición de comer en la calle. Al igual que en el Imperio romana, estos alimentos permiten a los habitantes y visitantes satisfacer el hambre de manera rápida y a precios razonables.
Las plazas romanas, con sus pizzerías y panaderías abiertas al transeúnte, evocan el trasiego de los antiguos foros y mercados. La continuidad no radica solo en los alimentos, sino también en la experiencia urbana compartida: comer en público, rodeado de gente, formando parte de la vida de la ciudad.

La comida callejera como reflejo de la experiencia cultural
La comida callejera romana, lejos de ser una curiosidad, constituye una de las claves para entender la vida cotidiana en la ciudad eterna. Desde los platos ya listos de los thermopolia hasta la pizza al taglio de hoy, Roma ha mantenido una continuidad sorprendente en su manera de comer en la calle. Los alimentos consumidos en la vía pública revelan las condiciones de vida, las desigualdades sociales y la dinámica de una ciudad siempre en movimiento.
En el Imperio, reflejaban la necesidad de una población urbana que dependía de servicios externos para alimentarse. Durante la Edad Media, simbolizaban la persistencia de una tradición que sobrevivió pese a crisis y transformaciones. Ahora, en la Roma actual, son parte de una identidad cultural que reivindica su pasado a través de la gastronomía.
El estudio de estas prácticas nos permite trazar un recorrido de más de dos mil años, en el que los alimentos cambian, pero la experiencia de compartir espacio y comida en público permanece. Roma, como pocas ciudades en el mundo, ofrece así la posibilidad de sentarse en una plaza actual y sentir que se participa de una tradición tan antigua como la propia ciudad.
Referencias
- Moyer-Nocchi, Karima. 2019. The Eternal Table: A Cultural History of Food in Rome. Bloomsbury Publishing USA.