En la frontera entre lo vivo y lo inerte se alojan los virus. Entidades que, si bien, cumplen con algunas de las funciones básicas de los seres vivos, como disponer de una barrera que aísla su medio interno del exterior, o evolucionar, carecen de otras muchas, entre ellas, metabolismo propio o la capacidad de crear copias de sí mismos de forma autónoma.
Debido a su diminuto tamaño, generalmente, mucho menor que cualquier célula viva, y también a su modo particular de existencia, los virus son agentes muy esquivos y difíciles de estudiar. Además, en el proceso infeccioso, se pueden formar multitud de copias de un solo virus en muy poco tiempo, y la probabilidad de acumular mutaciones rápidamente es muy elevada. Por todo ello, es comprensible que aún muchísimos virus son totalmente desconocidos para la humanidad.
Sin embargo, siempre sorprende hallar un virus nuevo, especialmente cuando presenta características tan excepcionales como el que, según un grupo de investigación del Instituto Max Plank para la investigación médica (Alemania) en colaboración con la Universidad de Massachusetts, ha sido encontrado recientemente en el Harvard Forest, un bosque muy conocido de Massachusetts. En este rincón aparentemente tranquilo de la naturaleza, dicho grupo de científicos han hecho un descubrimiento que, de ser confirmado, desafiaría algunas concepciones sobre los virus y su impacto en los ecosistemas terrestres.

Los gigantes invisibles del subsuelo
El tamaño de los virus se mide en nanómetros (nm), millonésimas de milímetro. Por ejemplo, una partícula vírica del SARS-CoV-2 se estima que mide en torno a 125 nm; el VIH es algo más pequeño, alrededor de los 90 nm, mientras que el virus de la rabia es bastante más grande, casi 180 nm. Tomando estos tamaños como medida, se entiende que las partículas víricas halladas por el equipo de Matthias G. Fischer se consideren gigantescas: presentan una cápside de hasta 410 nanómetros. Si equiparamos el SARS-CoV-2 con una pelota de tenis, el supuesto virus encontrado rondaría el tamaño de un balón de baloncesto.
En el hallazgo se reportan abundantes cápsulas distintas de forma icosaédrica, que han sido estudiadas mediante microscopía electrónica de transmisión, y aunque la mayoría son lisas, hay un tipo de partícula que, por su morfología, ha despertado la curiosidad de los investigadores. Presenta unas espinas largas y rectas, tubulares, de una longitud de entre 500 y 650 nm. El equipo de investigación ha denominado a este morfotipo ‘Gorgona’, como el monstruo mitológico. La periodista científica de la revista Science, Christie Wilcox, lo ha comparado con un alien.
¿Son realmente virus?
Uno de los debates más intrigantes que ha surgido de este descubrimiento es la pregunta sobre si estas estructuras son realmente virus en el sentido tradicional. A pesar de que existen partículas víricas aún más grandes —el virus más grande conocido, Pithovirus sibericum, hallado en el permafrost de Siberia, mide hasta 1500 nm de longitud—, los virus gigantes son una rareza, y atribuir una naturaleza vírica a estas partículas puede resultar apresurado. Además, si bien es cierto que la revista Sciencie se ha hecho eco del descubrimiento en su sección de noticias, sin embargo el artículo que describe estas partículas aún se encuentra en fase de pre-print, es decir, no se ha publicado todavía en una revista científica revisada por pares, por lo que de momento las conclusiones son provisionales.
Al margen de todo ello, y a pesar de su asombrosa diversidad morfológica, estas partículas halladas en Massachusetts comparten características que permiten a los científicos defender su estatus de "partículas víricas" con una confianza aún mayor que algunos de los morfotipos icónicos de virus, como los "cabeza-cola" de los bacteriófagos. La razón principal detrás de esta afirmación radica en que no se conocen partículas no virales que se asemejen a estas grandes cápsulas con apéndices y simetría basada en icosaedros. La abundancia de genomas de tipo vírico en las muestras estudiadas parece, además, reforzar la hipótesis.

Un universo de diversidad bajo nuestros pies
Lo más sorprendente aún es que este asombroso espectáculo de diversidad —han identificado hasta 350 partículas probablemente víricas— no representa más que una fracción ínfima de la vasta diversidad viral presente en estas muestras de suelo. Se estima que la abundancia de virus en los suelos forestales varía entre cien y mil millones de partículas por gramo de peso seco. En el estudio, la mayoría de estas partículas virales probablemente se eliminaron durante los procedimientos de filtración utilizados debido a su tendencia a adherirse a las partículas minerales y orgánicas del suelo.
Este hallazgo ha dejado a los científicos con preguntas, como si la extraordinaria diversidad de morfotipos virales es más común en los ecosistemas de suelo o si las partículas víricas gigantes con apéndices son igualmente comunes en entornos acuáticos. Aunque se han realizado pocos estudios de microscopía electrónica ambiental, algunos indicios sugieren que estas estructuras pueden encontrarse en océanos y mares.
En última instancia, este estudio abre una ventana fascinante a un mundo de diversidad viral previamente desconocido en el suelo del bosque de Massachusetts. Cuestiona nuestra percepción actual de la virosfera y su heterogeneidad estructural. La diversidad genética tan alta de los virus gigantes parece coincidir con estructuras de partículas diversas y previamente inimaginables, cuyos orígenes y funciones aún deben ser estudiados.
Referencias:
- Christie Wilcox. 2023. Alien-looking viruses discovered in Massachusetts forest. Science News. DOI: 10.1126/science.adj9542
- Fischer, M. G. et al. 2023. Amazing structural diversity of giant virus-like particles in forest soil (p. 2023.06.30.546935). bioRxiv. DOI: 10.1101/2023.06.30.546935