Cuando pensamos en grandes depredadores, aparecen en nuestra mente imágenes de tigres, lobos, leones, tiburones y, en ocasiones, enormes colonias de hormigas legionarias que, bajo el nombre de marabunta, cada cierto tiempo y de forma más o menos cíclica, asolan valles enteros. Desde que el ser humano comenzó a expandirse por el mundo, hace decenas de miles de años, también se ha comportado como un gran depredador, y aunque la práctica de la caza directa no siempre ha mantenido la misma intensidad, raras veces se ha evaluado el impacto de la actividad depredadora humana en el mundo natural.
Un estudio reciente, publicado en la revista científica Communications Biology, dependiente del grupo Nature, ha evaluado este impacto, no solo causado por la caza directa para comer, sino también por los efectos depredadores secundarios, como el uso de mascotas, medicamentos y otros productos derivados de la vida silvestre.

El impacto global de la depredación humana
En este exhaustivo análisis, el grupo de investigación liderado por Chris T. Darimont, de la Universidad de Victoria en Canadá, ha evaluado cómo los seres humanos han utilizado a los animales, y más particularmente a los vertebrados. Uno de los primeros hallazgos a destacar es que en torno a un tercio de las especies conocidas de vertebrados han sido o son empleadas de algún modo por la humanidad, y hasta un 10 % de las especies se encuentran de alguna manera amenazadas por la actividad predatoria humana.
La influencia de la depredación humana se extiende a través de ecosistemas terrestres, dulceacuícolas y marinos, afectando una diversidad asombrosa de especies. En la medida en la que la población humana continúa creciendo y evolucionan sus necesidades y deseos, aumenta su influencia en la vida silvestre de manera constante. Esta revelación plantea preguntas cruciales sobre cómo equilibrar nuestras demandas con la conservación de la biodiversidad y los ecosistemas. ¿Es posible gestionar de manera sostenible las interacciones humanas con la vida silvestre? Estos son los desafíos urgentes que se derivan de la auténtica fuerza de depredación del ser humano en el mundo natural.

Las comparaciones son odiosas
Se dice que las comparaciones son odiosas, y más aún cuando la parte interesada sale mal parada. Si se analiza la capacidad predatoria humana global y se compara con otros depredadores de vertebrados, resulta que el ser humano explota cientos de veces más especies que cualquier otra especie. Mientras que los depredadores no humanos normalmente se centran en un conjunto limitado de presas que son especialistas en cazar, el ser humano es generalista y explota una amplia variedad de especies, que incluye peces, mamíferos terrestres o aves, lo que pone de manifiesto su versatilidad en los que a la depredación se refiere.
Adicionalmente, los humanos comparten muchas de sus presas con otros depredadores, lo que plantea preguntas sobre cómo esta competencia afecta la disponibilidad de recursos para todas las partes involucradas. Esta superposición de presas podría tener consecuencias tanto para las presas como para los depredadores que compiten por ellas, lo que podría provocar cambios en las poblaciones y en la dinámica de los ecosistemas.
Hay que recordar que la competencia es uno de los motores principales de selección natural, y por lo tanto, un actor clave en el proceso evolutivo. Esto implica que, a largo plazo, la depredación humana puede influir en la evolución de las especies. A medida que los humanos explotan selectivamente ciertas especies, como la caza de animales con cuernos o colmillos grandes, pieles valiosas o de un tamaño notable, se ejerce una presión de selección que puede resultar en cambios genéticos y fenotípicos de las poblaciones de presas.
Así vemos cómo la caza furtiva de elefantes ha provocado que las poblaciones actuales tengan colmillos cada vez más pequeños o incluso ausentes. Un fenómeno semejante ocurre con las políticas españolas que establecieron las tallas mínimas de determinadas especies pesqueras, iniciadas en la década de 1980 y reguladas por ley desde 1995, bajo el lema «pezqueñines no, gracias (debes dejarlos crecer)». Su aplicación ha dado como consecuencia que las poblaciones tengan, ahora, adultos más pequeños que antes.

Diversidad de usos en las especies depredadas
Como ya se ha indicado, el estudio de Darimont y sus colaboradores no se restringe a la depredación de especies con fines alimenticios, sino que abre el espectro a cualquier captura, sea cual sea la intención.
El estudio destaca, aparte de la alimentación, la captura de fauna salvaje para su uso como mascota, con fines medicinales — reales o basados en supersticiones—, la confección de ropa, la alimentación de otros animales e incluso, en algunos casos, para la obtención o producción de venenos. A lo largo de su historia, la humanidad ha ido incorporando cada vez más especies a su repertorio de depredación.
En última instancia, el estudio pone de manifiesto la necesidad de afrontar los desafíos que supone la gran potencia de depredación del ser humano para la conservación de la biodiversidad y la gestión de los recursos naturales. Es necesario encontrar la forma de equilibrar la satisfacción de nuestras necesidades con la preservación de los ecosistemas y la vida silvestre que en ellos habita.
Referencias:
- Darimont, C. T. et al. 2023. Humanity’s diverse predatory niche and its ecological consequences. Communications Biology, 6(1), 1-10. DOI: 10.1038/s42003-023-04940-w