Durante millones de años, los dientes de los dinosaurios han permanecido enterrados como testigos mudos de un mundo que ya no existe. Pero lo que nadie había imaginado es que estos restos no solo cuentan historias de caza y alimentación: también conservan grabado, átomo a átomo, el aire mismo que respiraban. Un grupo de científicos ha logrado descifrar ese mensaje oculto, y lo que han encontrado reescribe nuestra comprensión del clima prehistórico.
El equipo internacional de investigadores, liderado por la Universidad de Göttingen y con colaboración de las universidades de Mainz y Bochum, ha desarrollado una técnica innovadora para analizar los isótopos de oxígeno atrapados en el esmalte dental de dinosaurios. Su trabajo ha sido publicado en la prestigiosa revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) y supone un avance sin precedentes en la reconstrucción del clima terrestre del Mesozoico.
El aire fosilizado en los dientes
Lejos de ser simples fósiles, los dientes de dinosaurio son cápsulas del tiempo químicas. A diferencia del hueso, el esmalte dental es extremadamente resistente y conserva con fidelidad la firma isotópica del oxígeno que los animales inhalaron y absorbieron al beber agua. Esa firma es una huella directa de la composición de la atmósfera en aquel tiempo remoto.
El hallazgo más espectacular del estudio es que, gracias a una medición precisa de los tres isótopos naturales del oxígeno —oxígeno‑16, oxígeno‑17 y oxígeno‑18—, ha sido posible calcular con notable exactitud la concentración de dióxido de carbono (CO₂) que dominaba la atmósfera hace más de 100 millones de años. Y las cifras no dejan indiferente: en el Jurásico tardío, los niveles de CO₂ rondaban los 1.200 partes por millón, mientras que en el Cretácico tardío bajaban a unos 750. En comparación, la concentración actual apenas supera las 430 partes por millón.

Este salto abismal en los niveles de CO₂ implica que la Tierra era entonces un lugar más cálido, con una vegetación más densa y una productividad biológica mucho mayor. Y no es una simple suposición: los investigadores también han deducido que la producción primaria global —la cantidad de materia vegetal generada por la fotosíntesis— era hasta el doble de la actual. Un dato que ayuda a explicar cómo ecosistemas tan exuberantes pudieron sostener animales tan enormes.
Una nueva herramienta para estudiar el pasado
Hasta ahora, la mayoría de los estudios paleoclimáticos se basaban en registros marinos o en formaciones geológicas como los carbonatos del suelo. Pero esos métodos presentan incertidumbres y no siempre reflejan las condiciones de los ecosistemas terrestres, donde vivían los dinosaurios.
El uso de dientes fosilizados como archivo atmosférico representa un cambio radical. Por primera vez, los científicos pueden reconstruir el aire del pasado a partir de un organismo que realmente lo respiró. Esta técnica, conocida como análisis de triple isótopo de oxígeno, se apoya en una propiedad poco común del oxígeno-17, cuya concentración varía sutilmente con los niveles de CO₂ atmosférico y la actividad fotosintética global.
Los dientes analizados provienen de museos y colecciones científicas en Europa, Norteamérica y África. Incluyen ejemplares de especies tan icónicas como el Tyrannosaurus rex o el Kaatedocus siberi, un sauropodo hallado en la Formación Morrison, en el actual Wyoming.

Las huellas de volcanes antiguos
Uno de los descubrimientos más intrigantes del estudio es que algunos dientes, como los del propio T. rex y Kaatedocus, presentaban anomalías isotópicas que no aparecían en otros ejemplares contemporáneos. Estas diferencias apuntan a picos repentinos de CO₂, probablemente causados por enormes erupciones volcánicas. En particular, los investigadores creen que estas firmas podrían estar relacionadas con los eventos eruptivos que formaron los Traps del Decán en India, considerados responsables de alteraciones climáticas extremas y, posiblemente, de extinciones masivas.
El análisis de estos dientes no solo permite reconstruir el clima con una precisión sin precedentes, sino también entender cómo fenómenos geológicos como el vulcanismo afectaban directamente a la atmósfera y a la vida en la Tierra.

Dinosaurios: guardianes del clima
La técnica no se limita al estudio del Mesozoico. El equipo ya planea aplicar el mismo enfoque a dientes de vertebrados del Pérmico-Triásico, una época de grandes extinciones conocida como "la Gran Mortandad". Si logran medir el aire de hace 252 millones de años, podrían obtener pistas clave sobre cómo el planeta respondió a una de las crisis climáticas más devastadoras de su historia.
Este avance también ofrece una perspectiva valiosa sobre el presente. Aunque el CO₂ actual no ha alcanzado los niveles jurásicos, está aumentando a un ritmo alarmante debido a la actividad humana. Comprender cómo se comportó el clima en épocas pasadas, cuando el CO₂ era aún más elevado, podría ayudarnos a prever los efectos a largo plazo del calentamiento global.
Y quizás lo más poético de todo es que sean los propios dinosaurios, criaturas extinguidas hace 66 millones de años, quienes nos estén dando las claves para entender el futuro del planeta que alguna vez dominaron.
El estudio ha sido publicado en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).