Descubren en la Patagonia los restos de un cocodrilo prehistórico que cazaba dinosaurios en el ocaso del Cretácico

Un fósil hallado en la Patagonia revela al más feroz depredador del sur prehistórico: un cocodrilo terrestre que devoraba dinosaurios.
Un depredador olvidado emerge entre las rocas tras 70 millones de años de silencio
Un depredador olvidado emerge entre las rocas tras 70 millones de años de silencio. Recreación artística. Foto: ChatGPT-4o/Christian Pérez

El sol ya se ocultaba tras las colinas cuando Marcelo Isasi, paleontólogo del Museo Argentino de Ciencias Naturales, se detuvo en seco. A unos metros de su campamento, perdido entre rocas calizas y la brisa incesante del sur patagónico, algo negro asomaba. No era una roca cualquiera. Eran dientes. Dientes enormes.

“¡Es un cráneo!”, exclamó, según recuerda, cuando vio la silueta inconfundible de un reptil prehistórico atrapado en piedra. Aquella tarde de marzo de 2020, bajo los últimos rayos de luz, había comenzado a revelarse una de las criaturas más enigmáticas del Cretácico sudamericano: Kostensuchus atrox.

Un monstruo a la sombra de los dinosaurios

Según el estudio publicado la pasada semana en PLOS ONE por Fernando Novas, Diego Pol y un equipo internacional de paleontólogos, Kostensuchus es el representante más austral y uno de los últimos del linaje extinguido de los peirosáuridos, parientes lejanos de los cocodrilos actuales pero con un estilo de vida muy distinto.

El ejemplar, hallado en la Formación Chorrillo —cerca de El Calafate, en el suroeste de la provincia de Santa Cruz—, está excepcionalmente bien conservado: cráneo, mandíbulas, vértebras, escápula, caderas y parte del brazo derecho.

No era un animal pequeño. Con unos 3,5 metros de largo y 250 kilos de peso, Kostensuchus habría sido uno de los principales depredadores de su ecosistema, rivalizando solo con el megaraptor Maip macrothorax, un carnívoro bípedo de nueve metros.

Los investigadores destacan su imponente anatomía: un cráneo corto y ancho, con más de 50 dientes afilados como cuchillos. “Sus grandes dientes tenían bordes aserrados como cuchillos para bistec, lo que indica que este animal podía desgarrar músculo y hueso, probablemente cazando dinosaurios pequeños o medianos”, explicó Diego Pol a New Scientist.

Ilustración artística del antiguo reptil Kostensuchus atrox
Ilustración artística del antiguo reptil Kostensuchus atrox. Fuente: Gabriel Diaz Yanten

Un cocodrilo hecho para cazar en tierra

A diferencia de los cocodrilos modernos, adaptados a emboscar desde el agua, Kostensuchus tenía rasgos que sugieren una vida más terrestre. Sus extremidades anteriores eran más largas y robustas que las de sus parientes acuáticos, y sus fosas nasales estaban situadas en la parte frontal del hocico, no en la cima del cráneo, lo que impide pensar en una respiración anfibia al acecho.

“Sus proporciones corporales y la forma del cráneo sugieren que podía moverse mejor por tierra y que probablemente cazaba también en tierra firme”, indicó Pol al mismo medio.

Este patrón se repite en otros peirosáuridos del Cretácico, una familia de crocodiliformes que alcanzó una notable diversidad en Gondwana. Algunos eran tan terrestres como perros salvajes, con patas erigidas y movimientos ágiles. Otros incluso desarrollaron adaptaciones herbívoras o placas dérmicas que recordaban al armadillo. Kostensuchus, sin embargo, era pura máquina de matar.

El Cretácico en la antesala del abismo

Hace 70 millones de años, la Patagonia austral era muy distinta: una llanura de clima cálido y húmedo, surcada por ríos y pantanos. Allí convivían titanosaurios como Nullotitan glaciaris, pequeños ornitópodos como Isasicursor santacrucensis y aves primitivas como Yatenavis iugensis. Era el ocaso de los dinosaurios, y sin embargo, el ecosistema rebosaba vida.

El hallazgo de Kostensuchus atrox, descrito en el artículo como “una de las formas más completas y anatómicamente informativas del clado”, permite no solo reconstruir su fisionomía con precisión, sino también imaginar la compleja red trófica en la que participaba.

Su mandíbula inferior, robusta y musculosa, sugiere una potencia de mordida capaz de partir un animal en dos. “Puede romperte en dos pedazos con una sola mordida”, llegó a decir Pol en National Geographic. La imagen no deja mucho margen a la imaginación.

El trabajo de campo, sin embargo, no fue sencillo. Tras encontrar el fósil, el equipo se vio sorprendido por el inicio del confinamiento por la pandemia de COVID-19. Sin posibilidad de regresar a Buenos Aires, debieron refugiarse durante diez días en cabañas de la región. Más tarde, con permisos especiales, transportaron el fósil más de 1.500 kilómetros por rutas vacías, como en una película de ciencia ficción, según Fernando Novas.

Ya en la capital, el laboratorio del museo estaba cerrado por las restricciones sanitarias. Isasi tuvo que llevar el bloque fósil a su casa. Con ayuda de su familia, lo arrastraron hasta el patio y, durante seis meses, lo fue liberando con martillos neumáticos de precisión. Así emergieron los dientes negros y brillantes, y una mandíbula tan desproporcionada que no dejaba dudas: se trataba de un depredador formidable.

Cráneo fosilizado de Kostensuchus atrox conservado en roca
Cráneo fosilizado de Kostensuchus atrox conservado en roca. Fuente: José Brusco

Una mordida en la historia de los cocodrilos

Los peirosáuridos, como Kostensuchus, son una rama peculiar del árbol evolutivo de los cocodrilos. No son sus ancestros directos, pero comparten un origen común. Vivieron exclusivamente en Gondwana, el antiguo supercontinente del sur, y se extinguieron junto con la mayoría de los dinosaurios hace 66 millones de años.

Hasta ahora, se conocían formas similares en Madagascar, Brasil o el centro de la Patagonia. Pero Kostensuchus es el más austral y el más reciente del registro fósil. También el mejor conservado.

Como explica el estudio publicado en PLOS ONE, su anatomía completa revela por primera vez el plan corporal de un peirosáurido de hocico ancho y gran tamaño, una tipología poco representada en los fósiles conocidos.

La evidencia de fracturas curadas en su columna vertebral apunta a enfrentamientos violentos, quizá con otros miembros de su especie. Pol imagina estas luchas como choques brutales, similares a los de los dragones de Komodo actuales, cuando compiten por carroña o territorio.

Más que simples cocodrilos

Durante décadas, los cocodrilos prehistóricos fueron relegados al papel de secundarios: bestias sombrías acechando en ríos turbios. Pero descubrimientos como el de Kostensuchus obligan a revisar esa imagen.

Hasta el final del Cretácico, estos reptiles fueron mucho más que meros supervivientes. Fueron protagonistas de su tiempo. Y aunque el meteorito acabó con la mayoría de ellos, su historia aún tiene muchas páginas por desenterrar.

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