¿Enemigos o aliados? Las especies invasoras que están transformando los ecosistemas en España

Hasta hace poco se decía que la invasión de un hábitat por una especie animal o vegetal foránea solo podía traer nefastas consecuencias para sus habitantes. Hoy algunos biólogos no están de acuerdo con esta idea.
species invasoras alteran el equilibrio de ecosistemas naturales y agrícolas en España
species invasoras alteran el equilibrio de ecosistemas naturales y agrícolas en España. Foto: Istock

Hay aplicaciones para aprender a identificarlas, concursos que promueven su caza e, incluso, iniciativas para inventar maneras de cocinarlas. Son las especies exóticas, no nativas, foráneas o invasoras, términos que, a día de hoy, se usan como sinónimos para hablar del mismo problema: la colonización del territorio por plantas, animales u otras criaturas originarias de otros lugares.

Con los ojos puestos en el delta del Ebro y sus hectáreas de arrozales diezmados por el caracol manzana, o en la palmera del jardín, por si la ataca el picudo rojo, hemos aprendido a temer a estos asaltantes. Sin embargo, un grupo cada vez más nutrido de ecólogos defiende que el asunto no es tan sencillo, ni tan negro, como nos lo habían pintado.

En España, se estima que viven dos centenares de especies no nativas, una pequeña porción de las cerca de 10.000 que existen en Europa. Mientras, desde la UE, con el objetivo de salvaguardar la biodiversidad de cada país, se incentiva el desarrollo de programas de control y erradicación intensiva.

Rechazo instintivo

La mayoría de los expertos defiende estas políticas, confirma Julian Olden, profesor de la Universidad de Washington. Hace unos años, este biólogo decidió evaluar las opiniones de sus colegas y descubrió que gran parte de los 2.000 encuestados arrancaría de inmediato una planta foránea en un bosque, aunque no tuviera ningún efecto en la salud del ecosistema.

Esta es la visión, casi dogmática, que impera desde principios de los años 90, cuando nació la rama de la biología que estudia las especies invasoras. No obstante, algunos científicos argumentan que pensar de esta forma en un mundo que sufre los efectos del cambio climático ha dejado de ser razonable.

“Podemos luchar contra las especies invasoras, pero ¿debemos hacerlo?”, se pregunta Bill Chameides, de la Duke’s Nicholas School of the Environment, en Carolina del Norte. La cuestión levanta ampollas en un área de investigación muy polarizada, con dos bandos cuyas opiniones son difíciles de compaginar. Para este experto, el problema empieza por algo tan básico como las palabras que usamos. “Decir exótica o invasora debería implicar una diferencia”, argumenta Chameides. Y añade: “Sin embargo, son palabras que se usan sin distinción. Una planta o animal originario de otro lugar no tiene por qué causar daño a un ecosistema”.

Mark Davis, profesor de la Macalester College (Minnesota), va un poco más lejos, y aventura que “la dicotomía entre nativo o no es un sinsentido, porque las especies siempre han migrado”. Para él, términos como residente o recién llegado reflejan mejor el lugar que ocupa cada uno.

Especies no nativas que alteran ecosistemas locales en su intento por adaptarse. Foto: Istock

Por otra parte, otros defienden que las especies invasoras son la segunda mayor amenaza para la biodiversidad. Aunque muchos investigadores todavía aceptan la existencia de ese vínculo, un artículo publicado el año pasado en la revista Trends in Ecology and Evolution acusaba a quienes usan este argumento de apoyar sus conclusiones en datos “anecdóticos, especulativos y basados en una observación limitada”.

En la misma línea, una revisión de más de un centenar de publicaciones realizadas en 2013 por científicos del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados del CSIC (IMEDEA) y de la Universidad de La Coruña concluyó que considerar a las especies invasoras como algo malo es una “generalización sin base científica” y que deben matizarse los posibles riesgos.

“Es verdad que algunas especies son muy destructivas, pero las cosas no son tan sencillas; las autóctonas también pueden causar problemas”, señala Davis. Un ejemplo paradigmático es el del gorgojo del pino, que abre amplias galerías en la corteza de los árboles. Aunque es un insecto nativo del continente americano, constituye una de las mayores plagas forestales en su zona de origen, responsable de millones de dólares de pérdidas.

El jardinero, culpable

Asimismo, muchos colonos se establecen en un nuevo territorio sin apenas molestar a sus antiguos habitantes. En Gran Bretaña, el gusto por la jardinería permitió la importación de un gran número de plantas oriundas de otros países, a las que tradicionalmente se echa la culpa de los cambios ocurridos en la vegetación a lo largo de las últimas décadas. Sin embargo, según un artículo publicado el pasado marzo por un equipo de la Universidad de York, el análisis de datos recogidos durante diecisiete años revela que estas plantas no afectan a las nativas. De hecho, según explica Chris Thomas, principal autor del estudio, “las exóticas han complementado, en lugar de haber excluido a las originarias de la zona”.

“Se ha exagerado su impacto, y quizá se esté haciendo lo mismo en otras partes del mundo”, advierte Thomas. Una posibilidad que merece la pena analizar, si tenemos en cuenta que tres cuartos de las especies consideradas invasoras pertenecen al reino vegetal.

Hasta en hábitats muy vulnerables a los cambios, como lagos o islas, es posible que se instalen especies de fuera sin que ocurra un apocalipsis. Es verdad que las alteraciones provocadas en Hawái han sido enormes, pero no es menos cierto que en Nueva Zelanda, los estudios llevados a cabo por Dov Sax, de la Universidad Brown, indican que de las 22.000 especies de plantas foráneas en las islas, unas 2.000 se han adaptado perfectamente, sin que las autóctonas se hayan extinguido.

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Escenas naturales transformadas por la llegada de especies foráneas. Foto: Istock

Una de caracoles

“Puede que la entrada de alienígenas en un ecosistema provoque la disminución de las poblaciones indígenas. ¿Pero constituye eso un daño? Es de suma importancia que empecemos a distinguir cambio de daño”, razona Davis. Porque ni siquiera cuando las invasoras son manifiestamente perjudiciales contamos con una estrategia viable, como bien ilustran los fallidos intentos de acabar con el caracol manzana en España.

“La experiencia ha demostrado que, incluso los esfuerzos más costosos de erradicación, fundamentados en solidas bases científicas, no logran cambiar la trayectoria de degradación y, en algunos casos, la empeoran”, apunta David Richardson, director del Centro de Excelencia para la Investigación de la Biología de las Invasiones de la Universidad de Stellenbosch, en África del Sur.

Richardson aboga por un camino intermedio, en sintonía con las ideas del ecólogo Richard Hobbs. Defensor de lo que se conoce como ecosistemas noveles, Hobbs lleva desde el año 2006 intentando convencer a sus colegas de que acepten las alteraciones como algo inevitable. Su argumento es que el mundo está cambiando a un ritmo sin precedentes, lo que causa la emergencia de nuevos ecosistemas. “En algunos casos, hemos de entender que intentar restaurarlos es un esfuerzo fútil y un desperdicio de recursos”, opina el ecólogo. Además, aunque pocos estudios lo reconozcan, las colonizaciones pueden ser beneficiosas.

Verdaderamente las poblaciones de algunas especies autóctonas pueden disminuir, pero los casos de extinciones provocadas por especies inmigrantes son raros. Por eso, cualquier colonización exitosa, sin bajas nativas, genera un incremento de la riqueza local. Ahora bien, no todos los expertos creen que esto sea positivo. Quienes no comulgan con esta idea se preocupan de que, “aunque aumente la biodiversidad local, cada lugar pueda llegar a parecerse al siguiente”. David Lodge, de la Universidad de Notre Dame, teme que estemos caminando hacia un mundo homogéneo, sin hábitats únicos y dominado por las pocas especies que hayan logrado adaptarse.

No obstante, existe un mecanismo bastante conocido capaz de evitar la pérdida de la singularidad ecológica. Se trata de la hibridación, según indica Martin Schlaepfer en un artículo publicado en 2011. Conforme explica en Conservation Biology, solo en Gran Bretaña es fácil encontrar a cualquiera de los 88 híbridos que han surgido gracias a cruces espontáneos de plantas exóticas con residentes. Existen además otras veintiséis hibridaciones producto de cruces entre especies foráneas. En su opinión, se trata de un efecto positivo, porque propicia el aumento de la biodiversidad.

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Lo ajeno puede ser útil

Si tenemos en cuenta que la mayoría de las verduras y frutas que comemos provienen de plantas no nativas, quizá empecemos a verlas con otros ojos y nos replanteemos la validez de esta polémica. Es verdad que estas especies comestibles no degradan ecosistemas, pero incluso las que sí lo hacen, en ciertos contextos, merecen una segunda oportunidad.

Es lo que ocurre con el cangrejo verde europeo, uno de los conquistadores de territorios más diseminados y problemáticos del mundo. Expulsa a muchas especies lugareñas y, al comer casi de todo, pone en riesgo a muchas otras. Pero también es el artífice de la recuperación de las degradadas marismas de Cape Cod, en Massachusetts. Otro ejemplo lo tenemos en nuestras Islas Baleares, donde la dispersión de las semillas del arbusto Cneorum tricoccon depende de una especie extranjera, la marta. El pequeño mamífero ha sustituido en esta labor a un lagarto extinto por culpa de otra forastera, la comadreja.

Luego, tenemos los casos de introducciones intencionadas, como la llevada a cabo en Île aux Aigrettes, al este de Mauricio, en el océano Índico. Allí, la dispersión de las semillas de los árboles con fruto está a cargo de las tortugas gigantes de Aldabra, importadas desde las islas Seychelles, después de que la especie del lugar fuera cazada hasta su desaparición. Y, en España, se baraja liberar una especie de gamba gigante, procedente de Tailandia, para intentar acabar con el caracol manzana en el delta del Ebro.

Ninguna decisión es sencilla. Hasta cuando una especie exótica es, sin sombra de duda, perjudicial, hay que asumir ciertos riesgos para eliminarla. Cualquier intervención puede dar origen a una cascada de cambios, con consecuencias insospechadas, como las que intentan gestionar en la actualidad las autoridades de Macquarie, isla del Pacífico declarada Patrimonio de la Humanidad. Localizada muy cerca de la Antártida, esta isla australiana de apenas 128 km2 cuenta con importantes colonias de cría de varios tipos de pingüinos y otras aves marinas, presas idóneas para el gato, llegado de fuera.

En menos de dos siglos de ocupación, los voraces mininos de Macquarie empujaron hacia la extinción a dos especies de aves. Ante esta amenaza, en 1985 el Gobierno australiano implementó un programa de erradicación, que terminó en el 2000 con el sacrificio del último gato. Pero su desaparición tuvo consecuencias inesperadas. Sin nadie que los molestara, los conejos, también no nativos, se multiplicaron sin control y arrasaron con la vegetación de la isla. Para Davis, fracasos como este “se derivan de una falta de capacidad para entender que las especies están en constante evolución”.

“Los sistemas bióticos no están montados escalonadamente. Se hallan sujetos a transiciones difíciles de predecir. A medida que se establecen especies foráneas, las locales se adaptan y las interacciones que mantienen entre sí sufren alteraciones. Esto no quiere decir que debamos abrir las puertas a cualquiera ni que se abandonen las medidas conservacionistas”, aclara Scott Carroll, profesor de la Universidad de California en Davis. “También –continúa– hay que ser conscientes de que muchas especies están siendo forzadas a migrar por culpa del cambio climático. No tenemos medios para impedírselo, ni debemos hacerlo”.

Tal como nuestra propia historia sienta sus bases en los logros de los conquistadores más exitosos, la historia de la vida es la de una búsqueda constante por ocupar nuevos nichos. Las invasiones biológicas son un aspecto fundamental de la naturaleza y una realidad que quita credibilidad a cualquier intento de acotar el ámbito geográfico de cada especie. Ha llegado la hora de evaluar las funciones que cumple cada una en el equilibrio global y dejar de preocuparnos con su lugar de origen.

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