Explorador, soldado, cortesano, parlamentario y poeta, Walter Raleigh es una de las figuras más carismáticas de la época Tudor. Nació en 1552 en Devonshire, al sur de Inglaterra, hijo del hidalgo campesino Walter Raleigh de Fardell. A los 17 años se marchó a Francia para luchar en el bando hugonote en las guerras de religión. En 1573 volvió para estudiar leyes en Oxford y Londres, donde se familiarizó con el ambiente de la corte y de los intelectuales, pero la vida soldadesca le tiraba demasiado y en 1577 se fue a los Países Bajos a combatir por Guillermo de Orange. Su carrera en la piratería empezó al año siguiente, cuando fletó un barco y se marchó a los establecimientos ingleses de América con su hermanastro sir Humphrey Gilbert con el objetivo primordial de capturar galeones españoles. No tuvieron mucha suerte. En 1580 volvió a Londres y con el apoyo de los condes de Leicester y de Oxford se puso al mando de una compañía de infantería con la que se fue a luchar contra los rebeldes irlandeses de Munster; allí sofocó la revuelta empleándose con gran crueldad, y se ganó el favor de la corte de Westminster. A partir de 1582 empezó a recibir pensiones, honores y cargos de manos de Isabel I, entre ellas la posesión de la residencia principesca de Durham House. Fueron años boyantes como favorito, capitán de guardias de la reina y vicealmirante, pero su fracasada empresa pirata le había dejado el gusanillo de la aventura en el Nuevo Mundo. En 1584 obtuvo un permiso real para explorar tierras "paganas" que no perteneciesen a ningún Rey cristiano. Su idea era colonizar Norteamérica para torpedear los intereses de Espa ña y de paso beneficiarse de las riquezas del nuevo continente. El proyecto cristalizó en la exploración de la costa norteamericana y la colonización de Virginia, de cuyo viaje Raleigh traería clandestinamente el tabaco a Europa, quitando así el monopolio a los españoles. Él también se creyó la leyenda de El Dorado En sus expediciones a América del Sur, tras luchar en 1588 contra la Armada Invencible, no le fue demasiado bien. En 1594 conoció en la isla de Trini dad a un aventurero español al que sonsacó información sobre la posible ubicación en Guayana de la legendaria ciudad de El Dorado. De vuelta a Inglaterra escribió un libro sobre el tema y se puso a preparar la aventura. Durante el viaje camino de Guayana, iniciado en 1595, pasó por Fuerteventura, donde desembarcó, hizo acopio de agua, robó ganado y capturó dos barcos, uno cargado de armas de fuego y otro de vino. De vuelta a Europa participó en una expedición contra Cádiz (1596), donde resultó gravemente herido, y en 1597 se apoderó de Faial, en las Azores, lo que le llevó a enfrentarse con el conde de Essex. Su mutua enemistad sólo terminó con la ejecución de este último en 1601. En 1600 sir Walter Raleigh fue nombrado gobernador de la isla de Jersey, pero la muerte de Isabel I en 1603 le hundió, ya que que no contó con las simpatías del sucesor, Jacobo I. Raleigh fue encerrado por segunda vez en la Torre de Londres (ver recuadro), de donde no salió hasta 1616 para dirigir un viaje a América que resultó un desastre. En 1618 murió decapitado por orden real. Un héroe romántico A Raleigh se le considera el inventor de la costumbre caballeresca de arrojar la capa sobre el suelo ante una dama para evitar que se manche los pies de barro. Él lo hizo con Isabel I, de quien estaba enamorado y a quien escri bía poemas dedicados a una tal Cintia, para no comprometerla. La aparición de Raleigh en la corte isabelina, llena de intrigas y traiciones, fue deslumbrante y pronto se convirtió en el favorito de la reina, que le colmó de riquezas. Pero en 1589, cuando apenas tenía 37 años, fue desplazado de la cama real por un joven de 20, el Conde de Essex, probablemente por despecho de la reina al saber que Raleigh había se ducido a su amiga y dama de honor Isabel Throck morton. Además, sir Walter fue encerrado en la Torre de Londres, donde pasó varios meses, y la dama, enviada lejos de Inglaterra. En 1595, Raleigh se embarcó en la búsqueda de El Dorado con la idea de recuperar el favor de Isabel, a la que prometió "unas Indias para su Majestad, mejores que cualesquiera tenga el rey de España". Nunca lo logró.