Marco Polo es sinónimo de viaje y aventura. El sagaz comerciante veneciano se asegura su paso a la posteridad a través del Libro de las maravillas, el texto que ha hecho soñar con Oriente al lector occidental. Aventuras y maravillas desconocidas son una combinación irresistible para el séptimo arte, que produce más de una treintena de adaptaciones audiovisuales de las aventuras de Marco Polo; eso sí, de muy diverso interés.

Las Aventuras de Marco Polo (Archie Mayo, 1938)
Estamos ante una película de Samuel Goldwing, productor de raza donde los haya del cine clásico de Hollywood. El rol del mítico explorador italiano recae en una de las grandes stars de la compañía, Gary Cooper; acompañado de un elenco de secundarios de lujo con nombres como George Barbier (Kublai Kan), Basil Rathbone (Ahmed, el despiadado consejero del gran Kan); la debutante Sigrid Gurie (la princesa Kukachin), o una desconocida Lana Turner que tiene un pequeño papel de doncella en el filme.
La producción da problemas desde el principio. El director elegido es John Cromwell, que abandona el proyecto con rapidez. Recae entonces en John Ford, que tras diez días escasos también deja el filme; y finalmente pasa a manos de Mayo, que aparece acreditado como director.
Preocupado por el sobrecosto derivado de los problemas del rodaje, Goldwing decide ahorrar dinero y se decanta por rodar el filme en blanco y negro. Así, se resta espectacularidad a las recreaciones del suntuoso Oriente que, en un principio, iban a ser rodadas con el novedoso sistema de Tecnicolor.

La película se inicia con un par de escenas que muestran la dureza del camino desde Venecia hasta China; concretamente, un naufragio en tierras árabes y una tormenta de arena en el desierto de Taklamakán. Así, tras unos escasos 15 minutos de metraje que son puro trámite, Polo ya se encuentra en la China del Gran Kan, donde descubre dos de las invenciones más famosas del lugar: la pasta y la pólvora.
La cultura popular se ha encargado de difundir el mito según el cual ambas fueron traídas a Occidente por Marco Polo. Dicha creencia habla de la importancia y permanencia en el imaginario colectivo de nuestro tiempo de la figura del explorador como gran descubridor de Oriente, pero con la historia en la mano, es obligado desmentirla.
La llegada de la pasta a Italia se produce desde Sicilia, y se la debemos a los musulmanes que entre los siglos IX y XII ocuparon dicha isla. Respecto a la pólvora, es sabido que llega a Europa en torno al año 1200 d. C. de mano de árabes y bizantinos, y que el propio Roger Bacon referencia su fabricación en la Epistola de secretis operibus Artis et Naturae, et de nullitate Magiae, fechada cuatro años antes del nacimiento de Marco Polo.
Robert E. Sherwood, guionista del filme, en ningún momento pretende realizar una adaptación fidedigna del Libro de las maravillas, por lo que incurre en numerosos errores «de bulto». Lo que construye es una película romántica de aventuras. El núcleo de la historia es un triángulo amoroso entre Marco Polo, la princesa Kukachin y Ahmed, que ansía casarse con ella para tener acceso al trono de Kublai Kan.
La princesa Kukachin es una de las muchas grafías para referirse a la princesa Kököchin (la dama azul). Este personaje histórico corre una suerte muy diversa en la pantalla y en la realidad.
La película se cierra muy a la manera de Hollywood —con un beso de los dos protagonistas que consiguen estar juntos—, mientras que la historia y el propio Libro de las maravillas cuentan que fue prometida por el Gran Kan mongol Kublai con Arghun, Kan del Ilkanato de Persia, y que Marco Polo recibe la misión de escoltarla hasta allí en un azaroso viaje que dura casi dos años y culmina con el matrimonio de Kököchin con Ghazan, hijo de Arghun, que había fallecido antes de que concluyese la larga travesía.

Marco Polo (Piero Perotti y Hugo Fregonese, 1962)
Se trata de un filme italiano sobre el mítico veneciano. En esta década, los avispados productores italianos ruedan una película de bajo presupuesto que intenta emular a los grandes títulos que los estudios americanos ruedan en Europa.
La idea es estrenarla en EE. UU. a través de una distribuidora asociada americana, y que la película parezca un producto de Hollywood a ojos del desprevenido espectador internacional que no conoce bien los entresijos del negocio del cine. Para lograrlo es imprescindible contar con algún actor yanqui.
Así, el reparto lo encabezan Rory Calhoun (Marco Polo), muy popular en la época por su participación en la mítica serie de televisión Bonanza, y la bailarina y actriz parisina de origen japonés Yôko Tani (Princesa Amurroy) que en los años 60 regresa a Europa tras una pequeña carrera en el cine de Hollywood.

El elenco se completa con Camillo Pilotto (Kublai Kan), una antigua gloria en «horas bajas» del cine del viejo continente que sale igualmente barata, y con la popular cantante yeyé nacida en la indochina francesa, Tiny Yong (Tai-Au). Además, se reaprovechan decorados de grandes producciones cuyo rodaje ya ha finalizado, y mil trucos más; todos ellos encaminados a conseguir una factura y resultado «a la americana», con un precio «a la italiana».
La película consigue una buena difusión, proyectándose como complemento de algún título señero de mayor importancia en las populares dobles sesiones de la época.

La conquista de un Imperio (Denys de la Patelliere y Noel Howard, 1965)
Al contrario que el anterior, este proyecto nace con el espíritu de convertirse en una auténtica superproducción. El rodaje arranca en Belgrado en 1962, y está dirigido por Christian-Jaque. Su principal activo es la popular star del cine francés Alain Delon, en el rol de Marco Polo, que luce un estupendo vestuario diseñado por Pierre Cardin. Le acompañan en el reparto actores de la talla de Dorothy Dandridge, Michel Simon o Mel Ferrer.
La más espectacular de las escenas del filme recrea una partida de ajedrez con piezas vivientes. Para poder realizarla en la era del cine predigital se construye en el estudio un tablero de proporciones colosales, en el que los peones son personas reales, los caballos auténticos jinetes con sus monturas, el rey es un mahout sobre su elefante, etc.

El coste de estos ocho minutos de película se dispara, alcanzando los ocho millones de francos, y el director tarda casi un mes en completar esta única escena. Raoul Lévy, productor del filme, decide aprovecharlo como publicidad y compra una doble página en Le film français, donde publica una imagen del gigantesco tablero de ajedrez, al que añade la siguiente leyenda: «secuencia completada». Lévy, que ha gastado mucho más de lo que tenía previsto, intenta captar nuevos inversores para la película con este ardid publicitario, pero la cosa no fructifica y el rodaje es interrumpido. El parón es la excusa perfecta para que Alain Delon se desvincule del proyecto y centre su atención en su siguiente filme, El Gatopardo de Visconti. Por desgracia, el abandono de la estrella francesa supone, a efectos prácticos, el fin de la película.
En 1964, el infatigable Lévy recupera el proyecto y comienza un nuevo rodaje desde cero. Como en el caso del filme de 1938, la elección del elenco de actores nada tiene que ver con la etnia de los personajes que interpretan. Así, el alemán Horst Buchholz da vida al veneciano Marco Polo, el mexicano Anthony Quin al mongol Kublai Kan, o el parisino Robert Hossein al igualmente mongol príncipe Nayam.

Se trata de un filme imprescindible, aunque solo sea por la participación en la película de Claude Renoir, hijo del pintor impresionista Auguste Renoir y extraordinario director de fotografía, que se ocupa del rodaje en exteriores. Todos los paisajes que visita Marco Polo en sus viajes poseen una belleza apabullante que no se ha igualado en ninguna de las adaptaciones posteriores de sus aventuras.
Marco Polo, Doctor Who, y otros viajeros temporales
El viajero veneciano se vuelve un personaje tan popular en esta década que en 1964 aparece en 7 episodios de las serie de ciencia ficción británica Doctor Who. Reunir al viajero temporal que interpreta William Hartnell con Marco Polo en la corte de Kublai Kan, se convierte en un éxito inmediato de la BBC en la parrilla televisiva británica.
Cunde el ejemplo entre las cadenas rivales, y la 20th Century Fox también incluye a Polo en su serie de culto El Túnel del Tiempo; concretamente, en el episodio El ataque de los bárbaros (1967).
Finalmente, en 1982, la serie de la NBC Viajeros repite este mismo esquema en el episodio Los viajes de Marco y sus amigos (1982).
El Marco Polo de la RAI (1982-1983)
En 1972 Italo Calvino publica su libro Las ciudades invisibles, y la percepción sobre el personaje de Marco Polo cambia para siempre en un aspecto fundamental. Calvino estructura el libro como un diálogo en el que el viajero veneciano narra al Kan todas las maravillas que se encuentran en los confines más lejanos de su imperio. Los ojos de Marco Polo se convierten en los de Kublai. Gracias a Polo, el Kan conoce su vasto territorio y sus lindes sin moverse de su suntuoso palacio, y así puede tomar acertadas decisiones en el modo de gobernarlo. Fruto de dicha interacción surge una complicidad que acaba convirtiéndose en sincera amistad. Potenciar la relación entre ambos personajes, acortando la distancia que obviamente existe entre el señor y su vasallo, es una novedad que el cine y la TV de la época incorporan como parte esencial de la trama de las historias que van a rodarse en el futuro.
Así sucede, por ejemplo, en el filme Marco Polo (Seymour Robbie, 1973), pero sobre todo en la serie de la RAI (1982-1983), auténtica superproducción televisiva europea con un presupuesto superior a los 3.000 millones de pesetas de la época. Así por ejemplo, se emplean treinta kilómetros de seda china y otros tantos de lana italiana, tejida en la región de los Abruzos, para confeccionar los 3.000 vestidos creados expresamente para el rodaje.

La serie posee un elenco de actores conocidos, destacando Burt Lancaster (Gregorio X) y Anne Bancroft, que interpreta a la madre de Marco Polo. El rol principal de Marco Polo recae en el norteamericano Ken Marshall, muy popular en aquellos años por su papel en la película La piel (Liliana Cavani, 1981), mientras que el chino Ying Ruocheng da vida a Kublai Kan.
Los diálogos entre ambos llevan todo el peso de la serie, cuyo tono es eminentemente contemplativo y mucho menos épico y aventurero que en ocasiones anteriores. Se trata de una obra que se apoya sobremanera en el trabajo actoral, pero que además posee un intenso tono poético, cuyo mérito hay que otorgar en gran medida al extraordinario trabajo de dirección fotográfica realizado por Pasqualino De Santis y a las evocadoras melodías compuestas para la ocasión por Ennio Morricone.
Marco Polo (2014-2016)
Netflix, la popular plataforma de contenidos en streaming, produce una nueva versión de las aventuras de Marco Polo que sigue el modelo de la película Tigre y Dragón (Ang Lee, 2000), que en gran medida reinventa el cine de artes marciales contemporáneo.
Para conseguir este resultado épico y estético a la vez, en esta nueva adaptación de Marco Polo se crea al personaje de Cien ojos, interpretado por Tom Wu, que da vida a un maestro Shaolin. El personaje adiestra al príncipe heredero y al propio Marco Polo en los secretos del kung-fu; y como no hay héroe que se precie sin un antagonista a la altura, los guionistas también se ocupan de que en la corte china de la dinastía Song abunden los maestros diestros en las diferentes artes marciales. Más allá de esta novedad, la idea rectora de la serie consiste en mostrar lo complejo del funcionamiento de la corte del Kan. El lugar se presenta como un crisol de culturas, en especial la mongola y la china, aunque también está presente la católica, representada por la familia Polo y el personaje del Príncipe Nayan, que las fuentes escritas nos dicen que fue Nestoriano; y el mundo islámico, cuya fe procesa el consejero Yusuf.

Este retrato de la corte como microcosmos que refleja la variedad del imperio más extenso que haya existido jamás mantiene por sí solo el interés de la serie; una vez más, gracias a los diálogos entre el Kan y Marco Polo, interpretados por Benedict Wong y Lorenzo Richelmy respectivamente.
Por último, hay que destacar el desparpajo con el que combinan realidad y ficción. Y si los guionistas inventan a un inexistente maestro de las artes marciales como es Cien ojos, no es menos cierto que también recurren a otros personajes que cita el Libro de las maravillas, como la fiera princesa guerrera Khutulun, prima de Kublai Kan y tataranieta de Gengis, que participaba en las batallas junto a los demás soldados y que promete casarse únicamente con aquel que pudiera vencerla en combate.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.