Durante las próximas semanas, y si el cielo nocturno lo permite, miles de personas en el hemisferio norte tendrán la rara oportunidad de presenciar uno de los fenómenos más enigmáticos y hermosos que nos ofrece la atmósfera: las nubes noctilucentes, también conocidas como nubes mesosféricas polares. Este espectáculo, que hasta hace unos años era reservado casi en exclusiva a latitudes cercanas al Círculo Polar Ártico, está ahora al alcance de muchas más miradas, incluso desde zonas tan al sur como España o el norte de Italia.
Se trata de un fenómeno atmosférico que parece salido de un sueño: filamentos de color azul plateado que se extienden como un velo fantasmal en lo alto del cielo, justo después del atardecer o poco antes del amanecer. Pero detrás de su belleza, estas nubes cuentan también una historia sobre el clima, los cambios en la atmósfera terrestre y hasta el impacto de los lanzamientos espaciales.
¿Qué son realmente las nubes noctilucentes?
A diferencia de las nubes comunes que se forman en la troposfera —la capa más baja de la atmósfera, donde ocurren todos los fenómenos meteorológicos—, las noctilucentes aparecen en la mesosfera, a unos 80 kilómetros de altitud. Allí, en uno de los lugares más fríos del planeta, las temperaturas pueden descender hasta los -130 °C, permitiendo que partículas de polvo suspendidas sirvan de núcleo para la formación de pequeños cristales de hielo.
Estas nubes son tan tenues y se forman a altitudes tan elevadas que normalmente no pueden ser vistas desde el suelo. Sin embargo, durante el verano en latitudes altas, el Sol se oculta solo brevemente bajo el horizonte. En ese momento, su luz rasante puede alcanzar y reflejarse en estas nubes, haciendo que brillen en la oscuridad con un resplandor espectral, plateado o azulado. De ahí su nombre: noctilucentes, literalmente “que brillan de noche”. Tal y como comentan desde AEMET.
Un fenómeno en expansión... ¿por qué ahora?
La temporada de nubes noctilucentes en el hemisferio norte va aproximadamente desde finales de mayo hasta mediados de agosto, con su punto álgido en junio y julio. Lo curioso es que en las últimas décadas han comenzado a observarse con mayor frecuencia y desde latitudes más bajas. Lo que antes era exclusivo de regiones como Escandinavia, Canadá o Siberia, hoy puede verse ocasionalmente desde ciudades tan al sur como París, Berlín o incluso Madrid.
Este desplazamiento ha desconcertado a los científicos, que manejan varias hipótesis. Una de ellas tiene que ver con el cambio climático. El aumento de gases de efecto invernadero podría estar enfriando las capas superiores de la atmósfera —una paradoja interesante—, favoreciendo así la formación de estas nubes. Otra teoría apunta al aumento de lanzamientos espaciales, cuyos cohetes liberan vapor de agua y partículas en la mesosfera, actuando como “semillas” para estos cristales de hielo.

Cómo verlas: guía rápida para observadores
Observar las nubes noctilucentes no requiere telescopios ni equipos especiales. Solo hay que estar en el lugar adecuado, en el momento justo y con el cielo despejado.
¿Cuándo? Entre 60 y 120 minutos después del atardecer o antes del amanecer, especialmente en los meses de junio y julio.
¿Dónde mirar? Justo sobre el horizonte en dirección norte (tras el atardecer) o noreste (antes del amanecer). Las mejores vistas se obtienen en zonas rurales, lejos de la contaminación lumínica.
¿Cómo reconocerlas? Se diferencian de otras nubes por su brillo plateado o azul eléctrico, y por sus formas onduladas, como de plumas o filamentos entrelazados. No se mueven como las nubes bajas y parecen estáticas o flotando a cámara lenta.
Una buena forma de saber si hay posibilidades de avistamiento es seguir redes sociales o foros de observadores del cielo, donde aficionados comparten en tiempo real imágenes y alertas sobre su aparición.
Polvo de estrellas: el origen cósmico de estas nubes
Una de las características más fascinantes de las nubes noctilucentes es que muchas de las partículas que sirven de núcleo para la formación del hielo tienen un origen extraterrestre. Se trata de polvo de micrometeoritos que entran diariamente en la atmósfera terrestre. Cada noche, nuestro planeta recibe toneladas de estas diminutas partículas, invisibles a simple vista pero fundamentales para este tipo de fenómenos.
También pueden proceder de fuentes más terrenales, como erupciones volcánicas, incendios forestales intensos o contaminación industrial. Pero el hecho de que algunos de estos núcleos tengan origen interplanetario añade un componente casi poético al fenómeno: estamos viendo literalmente cómo el cielo se pinta con el polvo de estrellas.

¿Sabías que Marte también tiene su versión?
En 2006, la misión Mars Express de la Agencia Espacial Europea observó un fenómeno muy similar en la atmósfera del planeta rojo. Aunque las condiciones no son idénticas, se detectaron nubes altas de cristales de hielo que podrían considerarse la versión marciana de nuestras nubes noctilucentes. Esto sugiere que los procesos que las generan podrían no ser únicos de la Tierra y podrían estar presentes también en otros mundos con atmósfera delgada y temperaturas extremas.
¿Qué nos dicen estas nubes sobre el futuro del planeta?
Las nubes noctilucentes no son solo un espectáculo visual. También son un termómetro de lo que ocurre en las capas más altas de la atmósfera, y por tanto una herramienta útil para los científicos que estudian la evolución del clima. Cambios en su frecuencia, extensión o intensidad pueden indicar alteraciones sutiles pero significativas en la composición de la atmósfera y en su dinámica térmica.
Observarlas, por tanto, no solo es un placer estético: también es un pequeño acto de conexión con los procesos globales que están moldeando nuestro planeta.