En la costa este de Florida, un grupo de científicos descubrió algo tan inquietante como revelador: los cerebros de los delfines están cambiando con el clima. Durante casi una década, los investigadores analizaron los cerebros de 20 delfines mulares encontrados varados en la Indian River Lagoon, un estuario famoso por sus aguas cálidas y por las cada vez más frecuentes floraciones de algas tóxicas. Lo que hallaron dentro de esas cabezas marinas podría ayudarnos a entender un nuevo efecto colateral del calentamiento global: el riesgo de enfermedades neurodegenerativas vinculadas al ambiente.
Las floraciones de algas nocivas, conocidas como HABs por sus siglas en inglés, no son simples manchas verdes en el agua. Se multiplican con el calor y liberan sustancias tóxicas que se acumulan en la cadena alimentaria. Los científicos observaron que durante los meses más cálidos —cuando las floraciones son más intensas— los delfines tenían niveles altísimos de una neurotoxina llamada 2,4-diaminobutírico (2,4-DAB), producida por cianobacterias y otras microalgas. En algunos animales, la concentración era 2.900 veces mayor que en los meses sin floraciones.
Ese hallazgo despertó una pregunta urgente: si estos mamíferos marinos, tan parecidos a nosotros en estructura cerebral, acumulan toxinas que alteran sus neuronas, ¿qué podría estar pasando en los ecosistemas donde también viven las personas? Los delfines, advierten los científicos, son centinelas del océano y de nuestra propia salud.

Un cerebro de delfín que habla el lenguaje del Alzheimer
Al analizar los genes activos en las cortezas cerebrales de los delfines, los investigadores descubrieron algo desconcertante. Los cerebros de los animales expuestos a las floraciones “hablaban” el mismo idioma molecular que los cerebros humanos con Alzheimer. En términos simples, se encendían y apagaban los mismos grupos de genes que en personas con la enfermedad. En total, se identificaron 536 genes alterados: 420 con mayor actividad y 116 que se apagaban parcial o totalmente.
Entre los más afectados estaban los que controlan la comunicación entre neuronas mediante el neurotransmisor GABA, esencial para el equilibrio del sistema nervioso. También se modificaron genes asociados con la membrana que protege los vasos sanguíneos del cerebro, conocida como barrera hematoencefálica. Dichos cambios, según el estudio, podrían debilitar las defensas del cerebro ante la inflamación y el daño celular.
Los científicos encontraron además un aumento en la expresión de genes vinculados al Alzheimer humano, como APP, MAPT y TARDBP, responsables de la formación de las proteínas beta-amiloide, tau y TDP-43. Estas tres son las marcas clásicas de la enfermedad: placas, ovillos y depósitos anómalos que interrumpen la comunicación neuronal. En otras palabras, los delfines mostraban en su propio cerebro las huellas del Alzheimer.
Un veneno silencioso que se acumula con las estaciones
La toxina 2,4-DAB no es nueva en el mundo científico. Se sabe que afecta al sistema nervioso y puede provocar temblores, irritabilidad y pérdida de coordinación. Pero hasta ahora se pensaba que solo era peligrosa en exposiciones altas o agudas.
Este estudio demuestra lo contrario: la exposición prolongada y estacional puede dejar cicatrices duraderas en el cerebro. Los investigadores observaron que, con cada nueva temporada de floraciones, los cambios genéticos se acentuaban y se sumaban nuevos efectos.
Algunas variaciones genéticas resultaron especialmente preocupantes. El gen APOE, uno de los principales factores de riesgo del Alzheimer en humanos, aumentó su actividad hasta 6,5 veces en algunos delfines. Otros, como NRG3 —clave en la formación de sinapsis—, disminuyeron drásticamente. Y genes relacionados con la inflamación y la muerte celular, como TNFRSF25, también se dispararon. El resultado fue un patrón de degeneración que recordaba al proceso progresivo de la enfermedad humana.
La investigación incluso detectó una relación entre los años consecutivos de floraciones y la intensidad del daño genético. Cuantos más veranos cálidos y con algas tóxicas había vivido un delfín antes de morir, más pronunciadas eran las alteraciones en su transcriptoma cerebral. Es decir, el daño parecía acumularse con el tiempo, igual que el plástico en el mar o el calor en la atmósfera.

Las manchas verdes del cambio climático
Las floraciones de algas nocivas son un síntoma visible de un planeta que se calienta. Las aguas más tibias y ricas en nutrientes crean el escenario perfecto para que las microalgas y bacterias tóxicas se multipliquen sin control.
En los últimos 15 años, el estuario Indian River Lagoon ha vivido “superfloraciones” casi cada verano, dejando sin oxígeno grandes zonas, matando peces y reduciendo los pastos marinos que alimentan a otras especies.
Los científicos advierten que no es un fenómeno local. Desde el Golfo de México hasta el Mediterráneo y los lagos de Europa, las floraciones se están volviendo más frecuentes, intensas y prolongadas. A medida que el mar se calienta, aparecen antes y duran más. Esto significa que tanto la fauna marina como los humanos estamos cada vez más expuestos a un cóctel de toxinas que puede afectar la salud neurológica.
El estudio señala que, aunque aún no hay evidencia directa de que el 2,4-DAB cause Alzheimer en humanos, los paralelismos moleculares son demasiado claros para ignorarlos. El cerebro de los delfines podría ser una advertencia biológica sobre lo que nos espera si seguimos calentando el planeta.

Un espejo en el mar para la salud human
Los delfines son considerados una especie “centinela”, un indicador biológico que refleja lo que ocurre en el ambiente. Si ellos sufren alteraciones cerebrales por toxinas del mar, no es descabellado pensar que otros mamíferos —incluidos nosotros— podríamos estar en riesgo en ecosistemas similares.
El equipo detrás del estudio, liderado por la Universidad de Miami, destaca que la investigación fue posible gracias a delfines encontrados varados entre 2010 y 2019. Aunque el número de muestras fue pequeño, la calidad genética de los tejidos permitió obtener resultados sólidos y consistentes. Los autores creen que sus hallazgos abren una nueva línea de investigación sobre cómo el cambio climático y la contaminación biológica pueden afectar el cerebro humano.
Referencias
- Noke Durden, W., Stolen, M.K., Garamszegi, S.P. et al. Alzheimer’s disease signatures in the brain transcriptome of Estuarine Dolphins. Commun Biol 8, 1400 (2025). doi: 10.1038/s42003-025-08796-0