La eterna pregunta sobre si el dinero puede comprar la felicidad o no, ha sido objeto de debate durante mucho tiempo. Para algunos, la respuesta parece obvia: una cuenta bancaria bien acomodada significa tranquilidad, seguridad y la posibilidad de acceder a experiencias que satisfacen el bienestar emocional.
Pero ahora, el clásico refrán «No es más feliz quien más tiene sino quien menos necesita» ha adquirido algo más de enjundia. Y es que, dado que la realidad tiene muchos matices, la ciencia ha arrojado algo de luz sobre este asunto.

No son pocos los estudios que han explorado el tema desde diferentes ángulos, sin embargo, los hallazgos han sido muy dispares. Por una parte, se ha demostrado que el dinero sí puede tener un impacto positivo en la felicidad, pero hasta cierto punto.
No cabe duda de que el hecho de contar con suficientes recursos para cubrir las necesidades básicas - alimentación, vivienda o atención médica-, es fundamental para garantizar un mínimo de bienestar. También la falta de estabilidad económica puede generar estrés y ansiedad, lo que, a su vez, repercute negativamente en la calidad de vida y en la felicidad.
Además, el dinero facilita el acceso a oportunidades y experiencias que pueden enriquecer nuestras vidas y contribuir a nuestra felicidad. Viajar, disfrutar de actividades de ocio, la oportunidad de tener una educación de calidad o disponer de tiempo libre para dedicarse a las aficiones o relaciones personales son algunos ejemplos de cómo el dinero puede mejorar nuestra calidad de vida.

Sin embargo, la relación entre el dinero y la felicidad no es tan directa como podría parecer a simple vista. Algunos estudios han demostrado que, si bien los ingresos más altos están asociados con una mayor satisfacción en la vida, este efecto tiende a disminuir a medida que los ingresos alcanzan cierto punto.
Para responder a la pregunta de si son más felices las personas con mayores ingresos, los investigadores Matthew Killingsworth, de la Universidad de Pensilvania y Daniel Kahneman, de Princeton, han puesto en común los datos que obtuvieron de distintos estudios, sin embargo, comprobaron que los resultados eran contradictorios.
Por un lado, Kahneman y su equipo observaron en 2022 que conforme aumentan los ingresos, también lo hace el bienestar, pero solo hasta cierto punto. En otras palabras, cuando se satisfacen las necesidades básicas y se alcanza cierto nivel económico, el dinero va teniendo un impacto menos significativo en la felicidad. En concreto, observaron que se repetía un ‘patrón de estancamiento’, es decir, “la felicidad aumentaba de forma constante con los ingresos hasta cierto punto y luego se estabilizaba”, tal como explicaban.
Por el contrario, el trabajo de Killingsworth encontró que el dinero sigue generando felicidad más allá de cierto umbral. Según sus estudios, el 80 % de las personas experimenta beneficios emocionales al ganar más dinero, sin embargo, para el 20 % restante, las ganancias adicionales no suponen un valor añadido para su bienestar.

Este fenómeno se ha atribuido a varios factores. Uno de ellos es la adaptación, que se refiere a la tendencia humana a acostumbrarse rápidamente a las mejoras en las circunstancias de vida y, en consecuencia, a experimentar con el tiempo una disminución en la satisfacción.
En cualquier caso, la búsqueda de la felicidad no se limita solo al aumento de los ingresos. El economista Richard Easterlin sostiene que, una vez cubiertas las necesidades básicas, el incremento de ingresos no necesariamente conduce a un mayor bienestar. De hecho, este experto argumenta que el tiempo dedicado a la familia y la salud tiene un impacto más duradero que el dinero, que tiende a perder su efecto con el tiempo.
Esto sugiere que el dinero, por sí solo, no garantiza la felicidad, aunque pueda facilitar el acceso a experiencias y recursos que contribuyen a ella. Además, tener relaciones sociales positivas y control sobre el tiempo también se ha relacionado con el bienestar emocional, aspectos que a menudo están influenciados por el estatus socioeconómico.

En esta línea, una investigación publicada en 2016 en Sage Journals, aseguraba que en lugar de “perder tiempo” para conseguir dinero, las personas verdaderamente felices “gastan dinero” en conseguir tiempo para sí mismos. Los resultados revelaron que aquellos que estaban dispuestos a renunciar a ganar más dinero a cambio de recuperar tiempo libre, experimentaron “relaciones sociales y carreras más satisfactorias, así como más felicidad”.
Altos niveles de felicidad en sociedades con recursos limitados
Asimismo, un reciente estudio publicado por la revista PNAS demuestra que las sociedades menos desarrolladas económicamente pueden experimentar niveles más altos de satisfacción vital, a pesar de contar con recursos limitados.
Para llegar a esta conclusión, los investigadores encuestaron a un total de 2.966 miembros de pueblos indígenas y comunidades locales de 19 lugares distribuidos por todo el mundo. “A pesar de tener pocos recursos económicos, los encuestados afirman con frecuencia estar muy satisfechos con sus vidas”, explican los autores del estudio. De hecho, subrayan, “algunas comunidades registran puntuaciones de satisfacción similares a las de los países más ricos”.

Esto sugiere, por tanto, que factores como el sentido de comunidad, la conexión con la naturaleza o la espiritualidad pueden desempeñar un papel importante a la hora de valorar la propia felicidad, independientemente de cómo sea la situación financiera.
“Nuestros resultados son coherentes con la idea de que las sociedades humanas pueden mantener una vida muy satisfactoria para sus miembros sin necesidad de que tengan un alto nivel de ingresos”, remarcan los científicos.
Referencias:
- Killingsworth, M.A.; Kahneman, D. et al; ‘Income and emotional well-being: A conflict resolved’. Proceedings of the National Academy of Sciences (2022)
- Easterlin, R.A. ‘Explaining happiiness’. Proceedings of the National Academy of Sciences (2003)
- Galbraith, E.D. Barrington-Leigh et al. ‘High life satisfaction reported among small-scale societies with low incomes’. Proceedings of the National Academy of Sciences (2023)