¿Quién fue la primera divulgadora científica de la historia?

Brillante, autodidacta y enamorada de las ciencias, así fue Mary Somerville, considerada la primera divulgadora científica.
¿Quién fue la primera divulgadora científica de la Historia?

Hipatia, Ada Lovelace, Marie Curie, Emmy Noeher y Cecilia Payne-Gaposchkin tienen en común ser algunas de las mejores científicas de la historia de la ciencia. Un término –científica- que procede del latín scientificus, formada por scientia (del latín scire, saber) y ficus (del verbo facio, hacer).

A pesar de que la palabra “científico” fue acuñada en el siglo XVI por Juan de Mena, no se popularizó hasta bien entrado el siglo XIX. Y fue gracias a la labor del filósofo y científico británico Willian Whewell (1794-1866) que comenzó a usarla en lugar de filósofo natural, el término que se empleaba hasta ese momento.

Mary Somerville es considerada la primera divulgadora científica de la historia. Ilustración: Wikimedia Commons / C. Pérez

La figura del científico es, evidentemente, imprescindible pero no suficiente, ya que la sociedad demanda cada vez más conocer información científica relacionada con la nutrición, la tecnología, los descubrimientos, la salud… y no siempre los científicos saben transmitir sus estudios.

Por eso se hace necesaria la figura de expertos que transfieran con rigurosidad y responsabilidad, pero al mismo tiempo con un lenguaje asequible, todos los avances científicos que se están produciendo. Es precisamente en ese contexto cuando aparece la figura del divulgador científico. Divulgar procede del latín divulgare, que significa “enseñar al vulgo”, esto es, al pueblo llano.

El primer divulgador fue San Jerónimo

Por sorprendente que nos pueda parecer la divulgación apareció hace casi diecisiete siglos. Fue fruto de la necesidad del papa Dámaso I, allá por el año 382 de nuestra Era, en acercar las Sagradas Escrituras a todos los rincones de la cristiandad. Para ello encargó, al que con el tiempo se convertiría en San Jerónimo, la traducción de la biblia hebrea al latín, a la que bautizó con el nombre de Biblia Vulgata. Se podría traducir literalmente como la “Biblia capaz de ser comprendida por el vulgo”.

Aun así, la divulgación en el campo de la ciencia se hizo esperar varios siglos, pues no fue hasta el siglo XVII cuando Galileo Galilei decidió escribir un libro de astronomía en italiano, en lugar de en latín, la lengua de la ciencia en aquellos momentos.

Ahora bien, para que aparezca la primera divulgadora científica de la historia fue preciso esperar todavía dos siglos más: fue una escocesa –Mary Somerville – que vivió a caballo de los siglos XVIII y XIX a la que podemos otorgar este título.

Pasión por las matemáticas

Mary Somerville (1780-1872) nació en familia de clase alta escocesa, lo cual propició que recibiese una educación muy superior al resto de las mujeres de la época, en donde no faltaron ni las clases de piano ni de pintura, pero tampoco las de costura. Eso sí, apenas se la enseñó a leer y mucho menos recibió una formación específica en matemáticas, a diferencia de sus hermanos.

A los veinticuatro años se concertó su matrimonio con Samuel Greig, su primo, que nunca llegó ni a entender ni a aprobar su interés por el estudio de la ciencia. Pero el destino, que a veces se muestra esquivo y otras propicio, quiso que tan solo tres años después, siendo ya madre de dos niños, se quedase viuda. No tardó en desposarse en segundas nupcias con William Somerville, un médico que trabajaba como inspector de hospitales, que la animó con verdadero tesón a que profundizase en botánica, geología y, su gran pasión, matemáticas.

En 1816 el matrimonio Somerville se trasladó a Londres, cuando William fue elegido miembro de la Royal Society, y allí entraron en contacto con destacados científicos de la época, entre los que se encontraban Ada Lovelace, que la animó a profundizar en las matemáticas, y Charles Babbage, que por aquel entonces estaba construyendo una máquina analítica.

La Reina de la Ciencia del siglo XIX

En 1831, a los cincuenta años, Mary Somerville tradujo del francés al inglés el libro “La mecánica celeste” del matemático Laplace. Le llevó cuatro largos años, dado que se trataba de una obra extremadamente ardua, incluso para los matemáticos.

Su labor, y aquí está su verdadera aportación, no se limitó simplemente a traducir, sino que además introdujo explicaciones sencillas al texto y numerosas notas, con un estilo riguroso y didáctico. Estas fueron las claves que contribuyeron enormemente a su difusión fuera de los ámbitos académicos. Tal fue así que Mary Somerville fue calificada como “una de las únicas seis personas en Inglaterra que entendía a Laplace”.

Esta labor la convirtió en una persona muy popular, hasta el extremo que cuando Stuart Mill recogió en 1868 firmas para conseguir el voto femenino no dudó en hacerla firmar en primer lugar a ella.

En los últimos días de su vida escribió: “tengo 92 años (…) mi memoria para los acontecimientos ordinarios es débil, pero no para las matemáticas o las experiencias científicas. Todavía soy capaz de leer libros de álgebra superior durante cuatro o cinco horas por la mañana e incluso de resolver problemas”.

Cuando Mary Somerville falleció en 1872 el periódico Morning Post la describió en su obituario como “La Reina de la Ciencia del siglo XIX”.

Referencias:

  • Alberti, J, Alberti, S. Mary Somerville: Science, Illuminatio and the Femane Mind. Isis 2002; 93(4):716-7

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