Durante las madrugadas del 1 y 2 de junio de 2025, el cielo sobre Estados Unidos se transformó en un teatro de luces que dejó sin aliento a millones de personas. Una serie de potentes tormentas solares provocaron una expansión inusual de la aurora boreal, empujando su resplandor mucho más allá de sus límites habituales. Lo que normalmente es privilegio de las latitudes árticas se convirtió, por dos noches, en un espectáculo nacional visible incluso desde estados como Illinois, Oregón y Massachusetts.
La fuente de este fenómeno fue una eyección de masa coronal —una poderosa erupción solar— que impactó la magnetosfera terrestre en la madrugada del 1 de junio. Ese impacto desencadenó una serie de tormentas geomagnéticas clasificadas hasta el nivel G3, es decir, de intensidad fuerte, según informó el Centro de Predicción del Clima Espacial (SWPC) de la NOAA.
Los efectos fueron inmediatos. Durante la noche del sábado y la madrugada del domingo, las redes sociales se inundaron de imágenes espectaculares: cortinas verdes danzantes, destellos rosados que atravesaban el horizonte, cielos púrpuras que rivalizaban con las galaxias en las fotos de larga exposición. Fue uno de los fenómenos naturales más compartidos del año.
Un fenómeno más raro de lo que parece
Aunque las auroras boreales son relativamente frecuentes cerca del Círculo Polar Ártico, su aparición en estados del norte de EE. UU., y mucho más en regiones más al sur, es excepcional. Para que esto ocurra, deben coincidir varios factores: una fuerte tormenta solar, una orientación específica del campo magnético solar, cielos despejados y una atmósfera libre de contaminación lumínica.
Esta vez, la conjunción fue casi perfecta. Los modelos del índice Kp, que mide la actividad geomagnética en una escala del 0 al 9, alcanzaron valores cercanos a 7.67, de acuerdo a la NOAA, lo que permitió que el espectáculo se extendiera por una franja inusualmente amplia del continente.
Alaska, Montana, Michigan, Vermont y Maine estuvieron entre los estados con mayores probabilidades de observación. Pero incluso en lugares como Pensilvania, Indiana y Massachusetts —no habituales en los mapas de auroras— se reportaron avistamientos. Fue, en muchos sentidos, una anomalía astronómica tan inesperada como bienvenida.

El evento también sirvió para poner a prueba la tecnología de predicción espacial. Gracias a aplicaciones como "My Aurora Forecast & Alerts" y "Space Weather Live", miles de personas pudieron anticipar el momento exacto en que las luces del norte aparecerían en sus cielos. Algunos aficionados a la astronomía incluso lograron captar el fenómeno con sus móviles, gracias a las capacidades de las cámaras nocturnas actuales, que detectan el tenue resplandor antes de que sea visible a simple vista.
Aun así, muchos optaron por métodos tradicionales: salir de la ciudad, buscar horizontes despejados y pasar la noche al aire libre en espera de un fenómeno que, para algunos, era una experiencia de vida.
Verlas es una cosa, entenderlas otra
Las auroras se producen cuando partículas cargadas provenientes del Sol colisionan con los átomos de la atmósfera terrestre. Al llegar a altitudes elevadas, estas partículas excitan los átomos de oxígeno y nitrógeno, que liberan energía en forma de luz. El resultado es un espectáculo visual que, dependiendo de la altitud y del gas involucrado, puede variar de verde a rojo, azul o violeta.
Pero lo más sorprendente es que estas luces celestiales son también mensajeras de fenómenos violentos: tormentas solares que pueden alterar comunicaciones, afectar satélites y hasta dañar redes eléctricas. Lo que para los ojos es una danza de luces, para la ciencia es un aviso: la actividad solar está aumentando y el ciclo solar 25, actualmente en desarrollo, podría traer más eventos de este tipo.

Más allá de los datos, lo ocurrido el 1 y 2 de junio fue una experiencia colectiva que unió ciencia y emoción. Personas que jamás habían visto una aurora compartieron su asombro. Padres despertaron a sus hijos en plena noche para que observaran el cielo. Astrónomos amateurs colapsaron servidores con sus fotografías. Y muchos, simplemente, se quedaron en silencio, mirando al cielo.
Porque hay algo profundamente humano en observar una aurora: nos recuerda que vivimos en un planeta dinámico, rodeado de fuerzas invisibles, inmersos en un cosmos que, a veces, nos regala un espectáculo sin previo aviso.
¿Volverá a ocurrir?
La buena noticia es que sí. La actividad solar se encuentra en una fase creciente y el ciclo solar actual alcanzará su máximo entre 2025 y 2026. Esto significa que, durante los próximos meses, podríamos ser testigos de nuevas tormentas solares capaces de generar auroras visibles en latitudes más bajas.
Eso sí, no siempre será tan fácil de verlas. La combinación de cielos despejados, oscuridad y condiciones geomagnéticas adecuadas es difícil de replicar. Por eso, si viste las auroras este fin de semana, has sido testigo de uno de los grandes espectáculos de la naturaleza. Y si no, quizás sea hora de descargar una aplicación de seguimiento del clima espacial y tener siempre la cámara lista.