Los dinosaurios son, sin duda, criaturas fascinantes que han despertado la curiosidad de la gente, sobre todo, de los niños, desde su descubrimiento. Seres gigantes, que vivieron hace decenas de millones de años, y de los que hoy solo quedan sus huesos y huellas. Actualmente, sabemos mucho sobre estas criaturas: su aspecto, su comportamiento, su hábitat… incluso conocemos los colores de algunos.
Es más, hoy sabemos que las aves también son dinosaurios. Pero hablemos hoy de aquellos dinosaurios no avianos, que se extinguieron a finales del período Cretácico.

El origen del término ‘dinosaurio’
La palabra ‘dinosaurio’ procede del griego δεινός, deinós, ‘terrible’, y σαῦρος, sauros, ‘lagarto’: lagartos terribles. Fue acuñada en el año 1841 por el paleontólogo y anatomista comparativo británico Richard Owen (1804-1892), en una conferencia impartida en la Reunión Anual de la British Association en Plymouth, Reino Unido. El término aparece escrito por primera vez al año siguiente, en el informe impreso de la reunión.
Para Owen, los dinosaurios conformaban un nuevo grupo de animales fósiles de reciente descubrimiento, representados por tres géneros: Hylaeosaurus, Iguanodon y Megalosaurus. Aunque en realidad, se habían descubierto varios dinosaurios más antes de esa fecha, como Plateosaurus (1837), Poekilopleuron, Thecodontosaurus (1936) y Streptospondylus (1832, aunque no se reconoció como dinosaurio hasta 2001).
De esos tres “dinosaurios originales”, Hylaeosaurus fue el más reciente en ser descubierto, en 1833. Se trata de un animal herbívoro, de unos 5 metros de longitud y completamente acorazado. El médico Gideon Mantell, quien lo describió, le atribuyó una longitud de más de 7,5 metros.

Iguanodon y Megalosaurus, ¿quién llegó primero?
Existe cierta discusión sobre cuál de estos dos dinosaurios se descubrió primero. Si atendemos a las publicaciones exclusivamente científicas, Megalosaurus fue descrito y nombrado por el reverendo William Buckland en una conferencia a la Sociedad Geológica británica el 20 de febrero de 1824. Iguanodon, descrito por Mantell, vio la luz en una publicación científica al año siguiente, en 1825.
Si apelamos al descubrimiento de los fósiles en sí, los primeros dientes de Iguanodon fueron encontrados por Mary Ann Mantell, paleontóloga, esposa del médico e ilustradora de sus trabajos, probablemente en el año 1822, antes de que Buckland comenzase a trabajar con los restos de Megalosaurus. No obstante, los restos del reverendo eran anteriores: le fueron facilitados por el anatomista comparativo francés Georges Cuvier, y al parecer, habían sido hallados algún tiempo antes, de modo desconocido. El primer registro de aquellos restos se remonta a 1797, cuando el médico inglés Christopher Pegge los compró, por diez libras, a un coleccionista.
Pero, si hablamos de restos fósiles o de descripciones científicas, aún hay un caso anterior. El ya mencionado Streptospondylus fue nombrado en 1832, pero su descripción en una publicación científica fue anterior. Fue el mismo Georges Cuvier, el que en 1808 describió los restos —atribuyéndoselos a un cocodrilo prehistórico—, fósiles que habían sido descubiertos por un abad de Ruan, Francia, en 1770. ¿Es, pues, Streptospondylius, el primer dinosaurio descubierto? Pues tampoco.

El escroto de gigante y otras piezas antiguas
Para buscar el resto más antiguo de dinosaurio debemos viajar aún más atrás en el tiempo, concretamente al año 1677, cuando el conservador del museo Ashmolean Robert Plot publicó la ilustración de un extraño fósil hallado en una cantera en Cornwell, Inglaterra. Aunque el profesor identificó el resto como el extremo distal del fémur de un gran animal, no pudo identificar a qué animal pertenecía. Al profesor y sacerdote, se le ocurrió que podría pertenecer a un humano gigante como los que se describen en el antiguo testamento.
Una consecución poco afortunada de hipótesis subsiguientes terminaron por desviar la idea de que fuese un fémur, pero no que perteneciera a un gigante. 87 años después de su descubrimiento, en 1763, Richard Brookes describió y nombró el fósil. El nombre no dejaba nada a la imaginación: Scrotum humanum. En realidad, Plot tenía parte de razón: se trata del fragmento distal del femur, pero erró en la especie. Pertenecía a un dinosaurio, nada menos que a Megalosaurus, aquel descrito por Buckland en 1824.
Durante mucho tiempo se pensó que Scrotum humanum había sido el primer resto de dinosaurio descrito. Pero hoy sabemos que hay al menos un fósil descrito con anterioridad —aunque, probablemente, descubierto después—.
En 1699, dos décadas después del descubrimiento del fémur, pero más de medio siglo antes de su descripción y nombramiento, el profesor Edward Lhuyd, sucesor de Plot en el Ashmolean, publicó y describió un fósil no identificado. Era un diente y lo denominó Rutellum implicatum. Este nombre fue dado más de medio siglo antes de que se instaurase la nomenclatura linneana, por lo que no se considera un nombre científico válido, pero lo que es seguro es que ese diente perteneció a un saurópodo, muy probablemente, a un Cetiosaurus.
Ese es el resto de dinosaurio más antiguo descrito conocido, mientras que Scrotum humanum es el más antiguo descubierto, hasta donde sabemos. No obstante, es probable que haya restos fósiles de dinosaurios descubiertos anteriormente, en China, atribuidos a dragones y otras criaturas mitológicas.
Referencias:
- Brett-Surman, M. K. et al. (Eds.). 2012. The complete dinosaur (2nd ed). Indiana University Press.
- Delair, J. B. et al. 2002. The earliest discoveries of dinosaurs: the records re-examined. Proceedings of the Geologists’ Association, 113(3), 185-197. DOI: 10.1016/S0016-7878(02)80022-0
- Gascó Lluna, F. 2021. Eso no estaba en mi libro de Historia de los Dinosaurios. Guadalmazán.