Conocido como Octavio de 63 a 44 a.C., como Octaviano de 44 a 27 a.C. y como Augusto a partir de entonces, el primer emperador romano es para muchos historiadores, asimismo, el más importante y significativo de todos ellos.
En el último siglo antes de Cristo, Roma había sufrido sangrientas guerras civiles y desuniones provocadas por las maniobras de sus generales, ansiosos de poder. La llegada de Augusto lo cambiaría todo. Desde el principio buscó un nexo que uniera a los romanos: quería que creyeran que compartían pasado y futuro, y basó su estrategia en dos pilares. Por un lado, actuó como un imperialista a ultranza, deshaciéndose de sus rivales y unificando los territorios desperdigados para formar un Imperio ordenado. Por otro, dio a este un nuevo orgullo, empezando por un completo lavado de cara a su capital. Su objetivo era canalizar el orgullo colectivo, “nacional”, en su persona, y para ello grabó su leyenda en piedra. Además, cuidaba mucho su imagen. Según Suetonio, su biógrafo, era rubio, de talla media y nariz prominente y con pocos dientes. Pero sus imágenes, nada realistas, lo mostraban con proporciones heroicas.

Augusto: De Octaviano a Emperador
El legado como heredero de Julio César
Cayo Octavio Turino, nacido en el año 63 a.C., era nieto de una hermana de Julio César. Tras la muerte de César, Octavio fue nombrado heredero, adoptando el nombre de Octaviano en su honor. Este vínculo familiar le otorgó legitimidad y un poderoso respaldo en su ascenso al poder. Durante sus primeros años en la vida pública, Octaviano mostró una notable habilidad para tejer alianzas estratégicas, incluso con sus adversarios más acérrimos. Su ambición lo llevó a enfrentarse a Marco Antonio, mano derecha de César, y a sacrificar la vida de Cicerón para consolidar el Segundo Triunvirato junto a Marco Antonio y Lépido.
El legado de Julio César no solo le proporcionó un nombre y una herencia, sino también una misión: restaurar el orden en Roma. Octaviano comprendió que para lograrlo debía eliminar a sus rivales y unificar los territorios dispersos bajo un solo mando. Así, comenzó a consolidar su poder, utilizando tanto la diplomacia como la fuerza, para establecer un nuevo régimen que más tarde sería conocido como el Principado de Augusto. Este periodo marcó el inicio de un sistema político que combinaba elementos republicanos con el poder autocrático, sentando las bases para el Imperio romano.
La adopción del nombre de Octaviano no solo fue un homenaje a César, sino también una estrategia para canalizar el orgullo colectivo de Roma hacia su figura. Al posicionarse como el legítimo sucesor de César, Octaviano pudo cultivar una imagen de líder venerado, capaz de guiar a Roma hacia un futuro de grandeza. Este enfoque en la imagen y el simbolismo sería una constante a lo largo de su reinado, reforzando su autoridad y legitimidad ante el pueblo romano.
El talento político de Augusto: claves de su liderazgo en Roma
Aun así, nunca destacó como militar (si bien se le atribuyen algunos triunfos, como la batalla de Filipos, en 42 a.C., frente a los asesinos de César, en realidad lo logró Marco Antonio). Y con el tiempo sería el general Marco Agripa, su gran amigo, quien le ayudaría a combatir a sus antiguos aliados. Agripa actuó siempre en los momentos precisos, pero Octaviano se llevó el éxito. Un buen ejemplo es la batalla naval de Accio (31 a.C.) contra Marco Antonio y su aliada Cleopatra.
Aparte del poder, estaban en juego dos modelos políticos imperiales distintos. Octaviano estuvo a punto de perder (según las malas lenguas, se mareó en cubierta y fue Agripa quien hubo de actuar en solitario para derrotarlos). Sí demostró su valía en la política, a través de las reformas que darían lugar al régimen llamado Principado de Augusto (27 a.C.), por haber recibido su artífice el título de princeps. Probablemente, su mejor arma fue la paciencia. A diferencia de César, no quiso precipitarse al imponer una reforma monárquica; prefirió conceder tiempo a la oligarquía senatorial, claramente republicana, para que aceptase sus reformas.
Y aunque para restituir la República en un nuevo contexto, el Principado, hubo de eliminar a algunos oponentes, en general empleó la política de pactos. Simbólicamente, devolvió el poder al Senado y terminó con los regímenes personales: la dictadura de César y los triunviratos. A cambio, se le concedieron ciertos poderes y honores; el principal de ellos, el título de augustus, que significa noble, venerable y sagrado, y que también viene de augere, engrandecer.

Reformas y Expansión bajo el Principado de Augusto
Expansión y reformas en el reinado de Augusto
En manos de Octavio, la República había muerto para dejar paso al modelo seudomonárquico, y demostró ser muy hábil a la hora de camuflar su absolutismo bajo una apariencia “democrática”. Sus reformas se basaron en el miedo de los ciudadanos a una nueva guerra civil. Como monarca de facto, y con la excusa de consolidar un nuevo sistema imperial más allá de las ciudades-Estado, llevó a cabo profundas reformas tanto políticas como sociales y territoriales. Pretendía limar los desequilibrios que habían llevado a la República a la crisis.
Así, dejó al Senado el gobierno de muchas provincias y concedió a estas bastante autonomía económica, aunque apenas capacidad política. Puesto que había aumentado mucho el número de senadores, usó su cargo de censor para purgar el Senado y eliminar a los menos dispuestos a perder poder. Logró someterlos, pero el sueño de la vuelta de la República no había terminado. Por eso, en el año 23 a.C. hubo un complot fallido para asesinarlo.
Augusto destacó especialmente en su política exterior, basada en la fundación de colonias por todo el Imperio –donde cedía el poder a las élites locales–, el reparto de tierras a soldados veteranos y la consolidación de un ejército permanente, que mantenía la seguridad en las fronteras y hacía de eje central de la administración y del control de los tributos. Así, la pax romana favoreció notablemente la integración económica entre provincias y territorios, dándose intercambios comerciales, culturales y étnicos sin parangón hasta entonces.
Augusto y el regreso a la tradición romana
Augusto tuvo éxito en la gestión administrativa y económica, pero fracasó en la política social e ideológica. Creía que el abandono de las tradiciones se había traducido en una ruptura del orden social y en una gran corrupción, y para recuperar la virtud había que empezar por respetar el estatus. ¿Cómo podía un senador casarse con una prostituta o un liberto ser más rico que su antiguo dueño?
Sus medidas no beneficiaban en nada a la plebs, los grupos inferiores que debían ser mantenidos por las élites. Y aún beneficiaban menos a los esclavos y los libertos. No obstante, desarrolló en Roma una política de repartición de grano y de espectáculos públicos que fue bien acogida. Trató de restablecer las antiguas reglas sociales a través de leyes y medidas políticas, pero fue inútil. Su modelo legal resultó más ideológico que realista. Un buen ejemplo son las leyes relacionadas con la familia, dirigidas a limitar el rol de las mujeres para asegurar la natalidad.

Por otra parte, su entorno privado estaba muy lejos de seguir el modelo que pretendía imponer, como demuestra el caso de su hija Julia la Mayor. Cuando tenía 14 años, la casó con su primo Marco Marcelo, que murió a los dos años sin descendencia. Entonces volvió a casarla, esta vez con su amigo Agripa, que le dio tres hijos, dos de ellos varones: Cayo y Lucio. Cuando Agripa murió en el año 12 a.C., la casó por tercera vez con Tiberio, hijo mayor de su esposa Livia. Pero Tiberio preferió abandonar su carrera como sucesor y exiliarse a Rodas.
Reformas políticas y sociales: Establecimiento del Principado
El establecimiento del Principado de Augusto representó una transformación fundamental en la estructura política de Roma. Aunque formalmente devolvió el poder al Senado, Augusto mantuvo el control absoluto a través de una serie de reformas que consolidaron su autoridad. Una de sus estrategias clave fue utilizar su posición de censor para purgar el Senado de aquellos menos dispuestos a aceptar su liderazgo. Al aumentar el número de senadores, pudo asegurarse de que el cuerpo legislativo estuviera compuesto por individuos leales a su causa.
Augusto también implementó reformas administrativas que mejoraron la gestión del Imperio. Estableció un sistema tributario más eficiente, eliminando la recolección de impuestos por publicanos y creando una red de caminos que facilitó el comercio y la comunicación. Estas medidas no solo mejoraron la economía, sino que también fortalecieron la cohesión del Imperio, permitiendo un control más efectivo de los territorios bajo su dominio.
La creación de instituciones como la Guardia Pretoriana y un cuerpo de policía y bomberos en Roma reflejó el enfoque de Augusto en mantener el orden y la seguridad. Estas reformas no solo garantizaron la estabilidad interna, sino que también reforzaron su imagen como un líder capaz de preservar la paz y el bienestar del pueblo romano. A través de estas acciones, Augusto logró establecer un modelo de gobierno que combinaba elementos republicanos con un poder centralizado, sentando las bases para el futuro del Imperio romano.
Augusto y la Pax Romana
'Pax Romana': su relatividad y significado en la Historia de Roma
Diez años después, la hija de Julia y nieta de Augusto fue acusada de adulterio y también exiliada. Unos meses más tarde, le tocó el turno a Ovidio, quien tras ser acusado de inmoralidad recibió la orden de irse a la última frontera del Imperio, a una fortaleza en el mar Negro. Allí pasaría sus últimos años y todas sus peticiones para volver fueron infructuosas. Aún se desconoce qué provocó exactamente su caída en desgracia.
Roma había crecido casi ininterrumpidamente desde el siglo IV a.C. y esta expansión era realmente difícil de parar y también de mantener. Se necesitaban constantemente más esclavos, tributos y tierras. Por eso, pese a declararse partidario de la pax romana, Augusto se vio obligado a continuar las conquistas. Solo quedaban por dominar áreas no urbanizadas donde la estrategia del ejército romano era mucho menos efectiva. Primero escogió zonas montañosas, como el Pirineo y la cornisa cantábrica en la península ibérica o los Alpes en las Galias.

Como lo importante era recuperar el dominio de Armenia bajo influencia parta, consiguió que el rey parto le devolviese las insignias perdidas por Licinio Craso en la batalla de Carrás (en la actual Turquía), en el año 53 a.C., y que hubiese en Armenia reyes de Roma. Por último, centró sus intereses en Germania. Sus hombres no tuvieron demasiados problemas en alcanzar el valle del Elba. Todo iba bien hasta que, en el año 9, esta expansión por Germania terminó drásticamente. El comandante romano en el Rin, Publio Quintilio Varo, confió para su retirada en un jefe querusco que había sido auxiliar de las tropas romanas, Arminio. Este le traicionó en el bosque de Teutoburgo: tres legiones romanas fueron casi aniquiladas por completo.
La Sucesión de Augusto: Tiberio como Heredero
La difícil sucesión: transición en la Roma Imperial
Aparte de la expansión, el otro gran problema en sus últimos años fue el de la sucesión. ¿Cómo conservar el Principado a su muerte sin otro príncipe legítimo? Es más, ¿cómo podía traspasar sus poderes a alguien si en teoría no era un monarca?
Augusto carecía de hijos varones, así que sus nietos Cayo y Lucio parecían sus mejores bazas. Por eso, les aseguró una carrera política, pero por si acaso también apostó por otros candidatos, entre ellos el segundo hijo de su esposa Livia: Druso.
El destino quiso que no fuera ninguno de ellos: Druso murió inesperadamente en el año 9 y Lucio y Cayo también, en plena juventud y con solo 18 meses de diferencia. Llegó a hablarse de asesinatos, de un complot de Livia para promover a su hijo Tiberio... y no sería descabellado pensarlo.

El Legado de Augusto en la Historia de Roma
Augusto: divinizado para la posteridad en la Historia de Roma
Tras la muerte de sus nietos, Augusto se centró en Tiberio, que se había casado con su hija Julia unos años antes. No era el ideal, pero no había alternativa, así que le concedió suficientes poderes para que, a su muerte –que sucedió en Nola en el año 14 (en la actual Campania)–, lo sucediese.
A Augusto le importaba cómo le recordarían; por eso, construyó un mausoleo. Alguien como él no podía desaparecer sin más. Un senador aseguró haber visto su alma subir al cielo. Así empezó el culto al Divus Augustus, cuya primera sacerdotisa fue la misma Livia. Se erigieron templos en su honor y todos los futuros emperadores llevaron su nombre. Nada parece poder borrar el legado del primer emperador romano. Tanto es así que, cuando el último, Rómulo Augústulo, abdicó en 476, su nombre pasó a ser el de un mes: agosto. Y hasta hoy.
El culto a Augusto y su impacto en el Imperio
El culto a Augusto, establecido tras su muerte, tuvo un impacto profundo en el Imperio romano. Este culto no solo reforzó la autoridad de los emperadores sucesores, sino que también sirvió como un medio para unificar a los ciudadanos del Imperio bajo una figura común de reverencia. La veneración de Augusto como un dios proporcionó un sentido de continuidad y legitimidad al gobierno imperial, fortaleciendo la cohesión social y política en todo el Imperio.
La influencia del culto a Augusto se extendió más allá de Roma, afectando a las provincias y las colonias del Imperio. La construcción de templos y altares en su honor se convirtió en una práctica común, simbolizando la lealtad al emperador y al estado romano. Este culto imperial no solo consolidó el poder de Augusto, sino que también facilitó la integración de las diversas culturas y pueblos bajo el dominio romano, promoviendo un sentido de identidad compartida.
El impacto del culto a Augusto en el Imperio romano fue duradero, estableciendo un modelo de liderazgo que perduró durante siglos. A través de este culto, Augusto logró asegurar su legado, convirtiéndose en una figura central en la historia de Roma. Su reinado no solo marcó el inicio de una nueva era de paz y prosperidad, sino que también sentó las bases para el desarrollo de un Imperio que continuaría influyendo en el mundo durante generaciones.
Referencias
- Zanker, P., Ojeda, P. D., & Trillmich, W. (1992). Augusto y el poder de las imágenes. Madrid: Alianza.
- Livio, T., & Alberto, P. F. (1992). História de Roma. Alianza.
- Goldsworthy, A. (2014). Augusto. De revolucionario a emperador, La Esfera de los Libros, Madrid. doi: https://www.esferalibros.com/uploads/ficheros/libros/dossier-de-prensa/201411/dossier-de-prensa-dosier-de-prensa-augusto-es.pdf