Un estudio del ejército romano nos lleva indisolublemente a centrarnos en el núcleo principal de su fuerza, las legendarias legiones, unidades sobre las que durante siglos recayó la defensa de Roma y artífices de la exitosa expansión que la convirtió en el mayor imperio de la Antigüedad.
La evolución histórica del ejército romano
El éxito militar de Roma será el resultado de la evolución y adaptación constante de su ejército, no solo a los cambios políticos, económicos y sociales que se producirán en el seno de la sociedad romana, sino también al tipo de respuesta armada que cada enemigo y cada territorio demandará en cada momento. Esto supone que durante los siglos de su existencia no dejarán de producirse innovaciones en la composición, organización, tácticas y armamento de las legiones, por lo que no es posible hablar de ellas como algo inmutable.
En la eficacia de las legiones tendrá mucho que ver el talante pragmático que, como en otros tantos ámbitos, los romanos aplicaron al funcionamiento de su ejército. Este conjunto de factores las llevará a convertirse en la maquinaria de guerra más poderosa y eficaz de la Antigüedad y en la clave principal del triunfo del expansionismo romano.

Desde la aristocracia hasta un ejército centralizado
El alumbramiento de organizaciones políticas complejas tiene su eco en el ámbito militar en el paso del guerrero integrado en grupos de combate irregulares, unidos por lazos de sangre o vasallaje, carentes de entrenamiento colectivo y con armamento heterogéneo, al soldado que recibirá paga y equipamiento del Estado, que formará parte de una estructura regulada y disciplinada con mandos profesionales y que contará con una panoplia de armas estandarizada.
En este contexto y con los discutibles datos que aportan las fuentes, el primitivo ejército romano de los siglos VII y VI a.C. asentaría su estructura en los lazos gentilicios, con lo que destaca la ausencia de una organización militar como tal. El núcleo principal de la fuerza estaría conformado por la aristocracia local a caballo (celeres), a la que se sumaría un número de combatientes proporcionados, según sus posibilidades económicas, por cada una de las gens o familias.
Este ejército de carácter censitario y no permanente se encontraba bajo el mando supremo del rex, auxiliado por un magister populi como jefe de la infantería y por un magister equitum para la caballería, y se articularía en torno a tres centurias de mil hombres y cien jinetes por cada una de las tres primitivas tribus de Roma (Luceres, Tities y Ramnes).
Reformas de Servio Tulio y su impacto
El sistema supuso el germen de una organización militar que pronto dejaría atrás el mundo de los guerreros y que, tras las reformas del rey Servio Tulio (578-534 a.C.), daría a Roma un ejército capaz de responder a las necesidades de un poder político centralizado, enzarzado cada vez más en diferentes luchas contra sus vecinos cercanos.
Las reformas políticas y administrativas de Servio Tulio afectaron al ejército cuando, con la creación de los comitia centuriata, los ciudadanos fueron divididos según su fortuna en cinco clases que debían aportar al ejército un número determinado de centurias de unos ochenta hombres cada una (sesenta centurias de infantería constituirían una legión).

La organización del ejército romano: su estructura y componentes
Innovaciones en la composición y tácticas militares
La primera clase, en la que se incluía a los ciudadanos más ricos que podían costearse el mantenimiento de un caballo y una armadura pesada, una espada y un escudo, aportaba 18 centurias de jinetes y 80 de infantería pesada, mientras que la quinta clase, la de menor fortuna, proporcionaba 30 centurias de infantería ligera.
Todos los ciudadanos incluidos en cada una de las clases tenían la capacidad de adquirir su propio armamento. Fuera de esta división se encontrarían los capite censi, aquellos que no podían costearse su propia panoplia, exentos de obligaciones militares, pero también de derechos políticos. La etapa serviana conllevó la introducción de la táctica militar griega de la falange hoplita, basada en el combate en formación cerrada y compacta con las lanzas al frente.
A pesar de estas reformas, el ejército aún no era una fuerza profesional ni permanente, sino de ciudadanos que se alzaban en armas cuando la ciudad los requería y en la que el servicio en la milicia constituía un deber cívico. La actividad militar se limitaba a incursiones y enfrentamientos contra las ciudades cercanas a Roma y se circunscribía a ciertas épocas del año.
De centurias a manípulos: cambios estratégicos
A partir del siglo IV a.C., la centuria fue desplazada como unidad básica de la organización del ejército por el manípulo, compuesto por dos centurias de 60 hombres cada una, mandadas por un centurión. Esta nueva organización, basada en pequeñas unidades de infantería capaces de luchar agrupadas o por separado, dio mayor flexibilidad a la maniobra y posibilitó el despliegue en profundidad y el apoyo mediante relevos entre las distintas líneas.
Paulatinamente se abandonó el sistema hoplita, pues demostró su ineficacia en la lucha en terreno montañoso, que en ese momento enfrentaba a Roma con diferentes tribus del norte de la península itálica (por ejemplo, los samnitas).
Durante la primera etapa republicana el ejército se dividió en dos legiones, una por cada cónsul. Según describe Tito Livio, los manípulos se organizaron en tres niveles según la capacidad de combate de sus componentes: los hastati ocupando la vanguardia, formados por soldados jóvenes y con poca experiencia, armados con espada y pilum (jabalina de corto alcance); los príncipes, soldados más adultos y con armamento similar al de los hastati aunque probablemente con mejor armadura, y los triarii manípulos, que conformaban la retaguardia y eran soldados más veteranos y experimentados que luchaban con las largas lanzas de la falange.

Esta última línea solo entraba en acción en caso de extrema necesidad. La expresión “la lucha llegó a los triarii” venía a significar que una batalla se había desarrollado de manera tan adversa que los triarii debieron proteger con su muro de lanzas la retirada y reorganización de hastati y príncipes.
A pesar de que el servicio en las legiones estaba reservado a los ciudadanos de Roma, el ejército también contó desde sus inicios con unidades auxiliares, auxilia, conocidas como aliados o socii. Reclutados en las provincias conquistadas, con el tiempo estos pasaron de ser grupos que luchaban dando apoyo a la legión, pero siguiendo sus formas propias de combate y comandados por nobles indígenas, a organizarse de modo similar al de las unidades legionarias y estar mandados por oficiales romanos.
A pesar de ser consideradas unidades de segunda clase, las tropas de auxilia fueron de gran utilidad en las operaciones. Roma terminaría abriendo la posibilidad de que los soldados que prestaban servicio en estas unidades consiguieran la ciudadanía romana tras 26 años de servicio.

Las legiones de la república: estructura y rol del ejército romano en la antigüedad
La legión manipular y su funcionamiento en batalla
El sistema táctico de la legión manipular se basaba en la disposición en damero de las diferentes líneas de manípulos. Cada una se disponía cubriendo los huecos de la anterior, lo que permitía que una línea posterior pudiera avanzar y ocupar el frente de batalla dando descanso a la anterior, sin que la maniobra se viera dificultada. En el orden de batalla de la legión, y por delante de los manípulos, se disponían los velites, infantería ligera que combatía en formación abierta.
Su misión era iniciar las primeras escaramuzas para desorganizar la vanguardia enemiga. En las alas de la formación, a los flancos de la infantería, iba la caballería, mandada por el tribuni celerum y dividida en escuadrones de unos 30 jinetes (turmae) al mando de un decurión, así como los contingentes de aliados o socii.
Inclusión social: el papel de diversas clases en el ejército
Según Polibio, a mediados del siglo II a.C. la legión manipular estaba compuesta, aunque podía variar, de 1.200 hastati, 1.200 príncipes, 600 triarii, 1.000 velites y 300 equites como caballería. La legión manipular representa el paso intermedio entre los anteriores ejércitos basados en la clase social y aquellos en los que el estrato social apenas tendrá relevancia. Paulatinamente, la edad y la experiencia sustituirán a la extracción económica como base para la disposición de las tropas ante el combate.
El ejército romano: oportunidades para la inclusión
Incorporación de tropas auxiliares y capite censi
Entre los siglos III y II a.C., Roma continuaba con un tipo de ejército no profesional formado por cuatro legiones. El Senado dictaminaba anualmente el número de soldados que se incorporaban a filas entre los ciudadanos romanos de entre 17 y 46 años. El mando de los ejércitos recaía sobre los dos cónsules electos y el de la legión en los pretores (uno por cada legión). Los tribunos (seis por legión) se encargaban del sorteo y la selección de los futuros legionarios, que eran convocados para la leva en el monte Capitolino.
La reforma de mayor calado, y que cambió de manera definitiva las legiones, fue la inclusión en el ejército de los capite censi, ciudadanos de las capas más bajas de la sociedad que carecían de recursos para pagar su armamento y equipo. A partir de entonces, este pasó a ser suministrado en su totalidad por el Estado y los soldados recibirían también una paga regular (stipendium).
Las legiones del imperio romano: fortaleza y transformación militar
Reformas de Mario y la profesionalización del ejército
En este tiempo, la política expansionista de la República y sus guerras contra enemigos cada vez más lejanos, caso de Cartago, supusieron que los soldados lucharan en largas campañas lejos de la ciudad que se prolongaban hasta el invierno, algo que perjudicaba especialmente a los pequeños propietarios agrícolas, que no podían cuidar de sus haciendas. La situación creó un problema a la hora de cubrir las vacantes en la legión, a pesar de que, a finales del siglo II a.C., se había rebajado la capacidad económica necesaria que ligaba a los ciudadanos al servicio militar.
Esto obligó a una serie de reformas iniciadas por el cónsul Cayo Mario en el año 107 a.C. Mario acabó con la distribución de la legión en 30 manípulos pasando a dividirla en diez cohortes de 480 hombres, formadas por efectivos de cada uno de los tres órdenes.
Con esta reforma no solo se acabó con el problema del reclutamiento, sino que la legión pasó a ser un ejército permanente y profesionalizado en el que el entrenamiento, el equipo y la disciplina eran homogéneos para todos los soldados.
La profesionalización supuso que los cuadros de mando, elegidos antes entre los ciudadanos de más relevancia, pasaran a seleccionarse entre los soldados que, debido a sus méritos y experiencia, merecieran el ascenso. Esto, unido a un mejorado entrenamiento de los legionarios en el uso de la espada, siguiendo el modelo de las escuelas de gladiadores, redundó en la efectividad de las unidades.
En el plano social, las reformas de Mario supusieron que, tras 25 años de servicio, el legionario podía retirarse recibiendo una pensión y una porción de tierra en los territorios conquistados, lo que, unido a la paga y a la posibilidad de ascenso social y de hacerse con parte del botín de guerra, atrajo a muchas personas sin recursos. Esto propició que la fortuna del legionario y la posibilidad de que su vida mejorase dependieran cada vez más de las victorias y el prestigio de su general, con lo que la lealtad del ejército basculó hacia el liderazgo personal y se olvidó de la debida al Senado.

Evolución del número de legiones y sus características
Durante las guerras civiles que marcaron el fin de la República, la legión continuó con el esquema organizativo y de combate surgido tras las reformas de Mario. Sin embargo, 18 años de continuas guerras (49 a.C.-31 a.C.) supusieron la movilización de alrededor de medio millón de hombres.
Como resultado, al final de la República había en activo alrededor de 60 legiones, aunque muchas de ellas con un número de efectivos inferior a lo normal. Con el ascenso al poder de Octavio y la instauración del Imperio, este se enfrentó a la imposibilidad de mantener tan elevado número de legiones, por lo que llevó a cabo la desmovilización de unos cien mil hombres.
Con esta decisión, Roma pasó a tener 28 legiones que, a partir de este momento, recibieron su correspondiente numeración y un nombre. A lo largo de la historia de las legiones, el nombre de cada una de ellas atenderá a circunstancias diferentes, como el lugar donde se hubiera distinguido en combate (V Macedónica), donde fuese reclutada (III Itálica), el nombre de su fundador (II Trajana) o alguna característica que la definiera, como victoriosa (VI Victrix).
Con el tiempo algunas legiones se suprimirán por decisión del emperador, surgirán nuevas y otras se perderán en combate, como ocurrió en el desastre de Teutoburgo, en el año 9, en el que las legiones XVII, XVIII y XIX fueron aniquiladas. Hasta el gobierno de Vespasiano, que las elevó a 30, el número de legiones se mantuvo en 25. A comienzos del siglo III, con Septimio Severo, aumentó a 33. Augusto reglamentó de nuevo la duración del servicio de los legionarios, que pasó a ser de 20 años, y aumentó el número de efectivos en cada legión hasta los 5.000-5.500 hombres.
Dotaría a estas de un cuerpo de caballería de 120 hombres y de un notable equipamiento artillero que incluía balistas, scorpios y catapultas, aunque, debido a su poca movilidad y candencia de tiro, estas tuvieron un escaso uso fuera del ataque o defensa de plazas fortificadas.
También introdujo el juramento de obediencia solo al emperador y, para evitar que el ejército pudiera alterar la vida política en la ciudad de Roma, situó a las legiones en las fronteras más conflictivas (se estableció un sistema de defensa lineal). Para compensar la ausencia de fuerzas en Roma, Augusto mantuvo bajo su mando directo a 3 cohortes en la ciudad y 6 en las proximidades, que serían el origen de la guardia pretoriana.
El ejército romano en el Bajo Imperio: cambios y desafíos
Nuevas estructuras militares ante la crisis
A lo largo del siglo III, la crisis económica y demográfica, unida a la cada vez mayor actividad y presión de los enemigos de Roma, llevó al colapso del sistema militar del Alto Imperio y forzó la aparición de nuevas reformas en el seno del ejército. A partir del gobierno de Diocleciano, las legiones desplegadas para contener a los bárbaros se convirtieron poco a poco en pequeños ejércitos fronterizos, a veces formados por menos de mil hombres, con efectivos reclutados en la misma zona y al mando de oficiales pertenecientes a la nobleza local.
Estas unidades, conocidas como limitanei, se dedicarán a la patrulla y defensa de la frontera ante posibles amenazas y serán auxiliadas por unas fuerzas cuya característica será su mayor movilidad y capacidad de maniobra, los conocidos como comitatenses.

En esta fuerza la caballería adquirirá un papel más importante que en etapas anteriores. Los ejércitos de comitatenses se disponían en el interior del Imperio y dependían directamente del emperador, que ordenaba su movimiento para proteger un determinado territorio en apoyo de los limitanei. Este sistema, al que muchos autores han calificado como de “defensa en profundidad”, sustituiría al sistema de defensa lineal que caracterizó la anterior etapa.
Incorporación de militares de pueblos bárbaros
Una de las características asociadas al ejército del Bajo Imperio es la presencia de pueblos bárbaros en su seno. Y es que, aunque ya se venía dando desde siglos antes, es a partir de la derrota de Adrianópolis frente a los godos en el año 378 cuando se producirá la incorporación masiva de grandes contingentes de foederati al ejército romano. Este hecho se ha señalado como el principal elemento que precipitó la crisis y el colapso del poderío militar de Roma.
Sin embargo este ejército, aunque distinto y con una cada vez mayor influencia germánica –y que, a pesar de la creencia generalizada, no se encontraba ni peor armado ni entrenado que el de las etapas previas–, continuó siendo una poderosa y eficiente arma de guerra que siguió ganando casi todas las batallas, y no fueron pocas las veces en las que, durante el Bajo Imperio, las tropas bárbaras o de generales como Estilicón, de origen vándalo, probaron su eficacia y lealtad a Roma.
Factores del colapso del poder militar romano en el siglo III
Cambios en el mando militar y el juramento al emperador
Muchos autores señalan que, a pesar de enfrentarse a un cada vez mayor número de enemigos y al aumento de la calidad de los mismos, la maquinaria militar romana plantó cara con efectividad a las amenazas. Fueron factores como el elevado coste que suponía mantener a los ejércitos en una etapa de fuerte crisis económica, con continuas guerras externas y civiles y abruptos cambios en la jerarquía gobernante, los que, unidos a graves problemas demográficos, trajeron el derrumbe de la estructura del Imperio y acabaron con el asombroso poderío militar con el que Roma mantuvo su hegemonía durante siglos.
Referencias
- Erdkamp, P. (ed.). A Companion to the Roman Army. Blackwell, 2010.
- Goldsworthy, Adrian. El ejército romano. Vol. 5. Ediciones Akal, 2005.
- Rojo, Begoña. Breve historia de los ejércitos: la legión romana. Nowtilus, 2019.