Vino, entretenimiento y humor: el estilo de vida en el Imperio Romano

Sumérgete en el corazón de la Antigua Roma y descubre un mundo de excesos y entretenimiento en una sociedad que dio forma a la historia. En nuestro recorrido por el Imperio Romano, exploraremos cómo la cotidianidad se entrelazaba con el vino, el humor y los placeres de la vida. Adentrarte en la vida de la Roma antigua, donde el sexo, el vino y el humor eran ingredientes esenciales de la vida cotidiana. 
Representación de taberna romana

Un puñado de monedas, unos fragmentos de cerámicas llamadas Terra Sigillata, algunos huesos de aceitunas carbonizadas, restos de enlucidos decorados... son pequeños fragmentos de la historia que nos muestran cómo eran los romanos, en qué pensaban, dónde compraban, cómo eran sus bares, cómo era la vida de un niño en una ciudad y, en definitiva, cómo era la vida corriente.

A menudo los romanos nos dejaron muchos relatos e historias; solo tenemos que acercarnos a aquellos rincones de las grandes urbes romanas y tratar de mirar no solo la grandeza de sus construcciones nobles, sino también los barrios pobres y humildes con bloques de pisos donde se apilaban viviendas minúsculas, las callejuelas angostas donde era complicado transitar a ciertas horas sin ser atracado y los baños públicos donde todos defecaban juntos.

La vida en una ciudad romana

Para un romano cualquiera, entre los sesenta millones de habitantes anónimos del Imperio, la vida era muy corta, las libertades limitadas y la incertidumbre económica muy elevada. Pagar el alquiler, procurarse comida diaria, no enfermar y buscar trabajo debieron de ser las máximas preocupaciones de los romanos. No era lo mismo vivir en el campo que en las ciudades. Si eras urbanita, podías acudir a un sinfín de tiendas, tabernas, prostíbulos, baños.

Era fácil socializar y disfrutar de una oferta de ocio amplia y adaptada a casi todos los bolsillos y tenías a tu disposición un amplio sistema de servicios públicos, como baños, fuentes y agua corriente. Pero las calles de la Antigua Roma eran tan estrechas y peligrosas que un escritor romano llamado Juvenal recomendaba a sus conciudadanos que no salieran a la calle sin haber hecho testamento. La vida de un menor también era muy complicada: venir al mundo en un hogar romano no auguraba una vida larga y próspera.

Aproximadamente un tercio de ellos morían antes del año, y la mitad, antes de cumplir cinco. La esperanza de vida de un hombre rozaba los cuarenta años y la de una mujer apenas rebasaba la treintena, fundamentalmente por las complicaciones en los partos. Tan solo un 7% de la población superaba los sesenta, y llegar a octogenario, aunque no imposible, era sin duda algo excepcional.

Termas de Diocleciano, Roma. Foto: AGE

La gran mortalidad infantil era un problema importante para el Imperio, que necesitaba de adultos dispuestos a alistarse en el ejército para conquistar territorios y mucha mano de obra para las grandes obras públicas imperiales. De esta forma, en época de Augusto se comenzó a premiar a las madres de familias numerosas: las ciudadanas romanas con más de tres hijos se emancipaban de la tutela legal de su padre o marido. Si eran libertas o itálicas no romanas, este privilegio les costaba cuatro hijos, y si vivían en provincias, cinco.

Jerarquía social en la Antigua Roma

La sociedad romana estaba fuertemente jerarquizada. Los bloques de viviendas de Roma reflejaban a la perfección esta pirámide social, solo que al revés. Encontramos humildes edificios de ladrillos de varias plantas llamados insulae, donde era habitual encontrar tiendas y tabernas en la planta baja, sobre las cuales se superponían viviendas distribuidas en 6 o 7 plantas de altura. 

Los más ricos vivían en la planta baja, en pisos amplios y bien decorados. A medida que se subía por la escalera, el hacinamiento aumentaba y menguaban las comodidades. Los esclavos urbanos carecían de espacio propio y solían dormir en los pasillos, directamente en el suelo. Cada seis meses se renovaban los alquileres y durante esos días era habitual ver a familias desahuciadas durmiendo en la calle.

La precariedad era enorme; en el campo, una sola mala cosecha ponía en peligro la supervivencia de los campesinos. En cambio, en las urbes, el paro y los trabajos temporales estaban a la orden del día. Para la élite romana, trabajar era de mal gusto. Sin embargo, los artesanos, las matronas, los carpinteros, los soldados, los panaderos... estaban orgullosos de sus oficios, hasta el punto de que solían alardear de ellos en sus lápidas funerarias.

El salario de un peón o un jornalero no bastaba para alimentar a una familia de cuatro personas, así que las mujeres y los niños trabajaban para redondear los ingresos. La mayor parte de los hombres lo hacían en la construcción de las grandes obras públicas del Imperio. Por ejemplo, las Termas de Caracalla emplearon a unos 10.000 trabajadores durante 4 o 5 años. El grado de autonomía personal del romano medio era muy limitado. Ni siquiera los libres lo eran del todo.

Formalmente, un varón alcanzaba la mayoría de edad en la adolescencia, cuando vestía la toga viril, pero seguía sujeto a la autoridad del pater familias hasta que este fallecía. Entretanto, no podía administrar su propio patrimonio ni decidir con quién casarse, aunque fuera ya un cuarentón. Una mujer siempre dependía de un tutor legal, que podía ser su esposo, su suegro, su padre o, a la muerte de este, cualquier otro pariente varón. Únicamente podía aspirar a emanciparse si era madre de familia numerosa. Y esto afectaba incluso a las clases altas.

El pago del alquiler en la Antigua Roma

El negocio del alquiler en Roma era muy lucrativo. La población creció tanto que se puso de moda vivir de alquiler en alguno de los miles de bloques de pisos que se edificaron por toda la ciudad. Las calles de las urbes estaban llenas de publicidad: en muros y tapias podíamos encontrar eslóganes electorales, carteles de combates de gladiadores y anuncios de viviendas que se alquilaban. Sin duda, quienes escribían estos mensajes prácticos esperaban que un buen número de gente los entendiera, pero la gran mayoría de la población romana era analfabeta.

Los dueños de estos bloques de pisos eran aristócratas y se calcula que, en la época de Augusto, Roma llegó a albergar un millón de habitantes. Dar acomodo a una población en constante aumento fue posible gracias a un mercado de viviendas de alquiler muy desarrollado. Entre el millón de personas que vivía en Roma se contaban 750.000 plebeyos libres, de 100.000 a 200.000 esclavos y en torno a 20.000 personas más entre soldados, caballeros y las familias de unos 300 senadores. Las desigualdades sociales crearon una Roma con una minoría de rentistas y una gran masa de inquilinos.

Vista del complejo de termas romanas de la ciudad de Bath, Inglaterra, posibles gracias a las fuente. Foto: ASC

Por lo tanto, el mercado de los alquileres en Roma fue muy rentable y se renovaba cada año. Los contratos entraban en vigor el primero de julio y se pagaban a año vencido. Tras esa fecha, lo que quedara sin alquilar bajaba de precio. Como el inquilino debía permitir el acceso al administrador, es probable que, salvo en contratos firmados por varios años, cada mes de junio nuevos inquilinos potenciales visitasen la vivienda: una hábil estrategia para presionar al residente e intentar subir la renta, ya de por sí cara. Juvenal dice que en las ciudades vecinas “se compra una casa cómoda por el precio por el que en Roma alquilas un tugurio por un año”. A finales de junio, el trasiego de quienes se mudaban y quienes se marchaban sin pagar el alquiler tenía que ser incesante por las calles.

La higiene y los baños públicos en la Antigua Roma: un vistazo a las letrinas romanas

En la Antigua Roma se vivía en las calles; las habitaciones de los bloques de pisos solo se usaban para dormir y los servicios públicos se distribuían por toda la ciudad. Si querías comer, beber agua, lavarte o ir al retrete tenías que salir de casa y acudir a las letrinas públicas. Según un escrito, en el centro de Roma había 144 retretes públicos. Todos eran muy similares: una sala amplia con un banco corrido con agujeros en los que se encajaban los traseros, ya que se hacían las necesidades en común.

Los romanos eran muy aficionados a los baños públicos, y no solo acudían a lavarse: según algunos escritos, eran lugares bulliciosos y ruidosos, llenos de gente, donde se practicaban ejercicios, se comía, se afeitaban unos a otros, se daban masajes, se practicaba sexo casual y era fácil contraer la gonorrea. Los baños eran lugares que no entendían de estratos sociales: podíamos encontrar en ellos a cualquier personaje, incluso el emperador Trajano acudió en alguna ocasión a este tipo de baños públicos y se sorprendió al ver a personas que se frotaban la espalda contra la pared por no tener a esclavos que les ayudaran en esa tarea.

Celebraciones y entretenimiento: espectáculos y fiestas romanas

Aunque en la Roma rural se trabajaba de sol a sol, en los núcleos urbanos la jornada laboral no pasaba de seis horas. La mayoría de los comercios cerraban poco después del mediodía. En tiempos de Claudio había 159 días festivos. Los romanos urbanitas tenían una amplia oferta lúdica para aprovechar ese tiempo libre, y algunas diversiones eran gratuitas, como el teatro, los juegos y las carreras de carros.

Los juegos de espectáculos eran la gran diversión de los romanos y se celebraban en los circos, recintos con forma ovalada con una separación central que dividía en dos carriles la arena, conformando así la pista de carreras. Estos edificios eran los de mayor tamaño (el Circo Máximo de Roma podía albergar hasta 300.000 espectadores). 

Allí se practicaban las carreras de carros con diferentes modalidades: con dos caballos era las llamadas bigas, con tres las trigas y con cuatro las cuadrigas, que sin duda eran las más espectaculares. Estos entretenimientos eran sumamente peligrosos, tanto para el auriga como para el caballo: eran muy habituales los accidentes de los participantes, que sufrían graves lesiones e incluso la muerte.

Los espectáculos teatrales en Roma tuvieron una gran importancia debido a la influencia helenística. Inicialmente, los recintos utilizados para las representaciones teatrales eran temporales o improvisados, pero en el año 55 a.C. se construyó el Teatro de Pompeyo, el primer teatro de piedra, que podía albergar hasta 20.000 espectadores. 

Los gladiadores se vestían de forma estrafalaria para simbolizar la exuberancia del Imperio. Foto: Album

La orchesta era semicircular, mientras que en los teatros griegos era circular. Algunos de estos teatros, construidos por todo el Imperio, tenían una acústica increíble, pero además los romanos, maestros de la ingeniería, construyeron los teatros usando arcos, bóvedas y galerías semicirculares que comunicaban bien todos los espacios del recinto.

Pero, sin duda alguna, los espectáculos que más gustaban eran los combates de gladiadores. Podemos decir que el Coliseo de Roma fue el palacio del pueblo, una obra colosal para que los romanos de a pie pudieran disfrutar de los combates más increíbles, y donde el poder del Imperio podía exponer y mostrar fantásticos espectáculos con extrañas y exóticas criaturas traídas de todas partes. Comparándolo con un partido de fútbol, cada espectáculo en el Coliseo de Roma sería la copa mundial.

Los personajes más importantes de este espectáculo eran sin duda los famosos gladiadores: se vestían estrafalariamente con cascos increíbles y armaduras pesadas para luchar. La mayor parte de ellos eran extranjeros, procedentes de las más remotas provincias del Imperio: egipcios, asiáticos, hispanos que se vestían con lo que podríamos considerar disfraces, pensados para simbolizar el mundo exterior de las provincias y el exotismo y la diversidad del Imperio. 

Representaban una violenta fantasía del mundo exterior romano. Al principio, estos combates eran un show, una farsa de lucha libre, y era muy raro que los combatientes murieran, ya que estaban muy cotizados, como hoy un jugador de fútbol de primera división. Después, sí hubo víctimas.

Tendencias y estilo: la moda en la Antigua Roma

En Roma la vestimenta, además de ser un símbolo social, nos mostraba el estatus y la posición de un personaje. Viendo a un romano, solo por su vestimenta se podía saber en cuestión de segundos si era rico, pobre, extranjero, si era un ciudadano común o tenía un cargo público, e incluso entre los ricos podíamos saber si pertenecía a la élite o simplemente era lo que denominaríamos un nuevo rico.

La lana era el tipo de material más utilizado y común para confeccionar las prendas, dada su abundancia, bajo costo y fácil manejo, pero dependiendo del poder adquisitivo de las personas también las prendas podían ser de algodón, lino o seda. Las mujeres patricias de buen gusto utilizaban casi exclusivamente seda para sus chitones o túnicas. También se utilizaba el cuero, sobre todo en el calzado y para reforzar distintos tipos de prendas con listones de dicho material.

Las decoraciones en las prendas eran un punto importante a la hora de definir el gusto de los romanos. No faltaban los adornos de perlas, que eran muy utilizadas para decorar desde los broches en las túnicas a las sandalias o los zapatos. El oro y la plata en forma de hilos eran otro de los abalorios utilizados en numerosas prendas. Las personas más pudientes generalmente vestían prendas con delicados patrones cosidos con finos hilos de oro o plata.

Se utilizaban diferentes tipos de tinturas para darle color a la ropa. La púrpura, muy costosa, obtenida de los moluscos y considerada de un exquisito gusto, se destinaba exclusivamente a decorar prendas que solo unos pocos podían costearse.

Fragmento del Ara Pacis de Augusto en el que se pueden apreciar atuendos típicos de la época. Foto: shutterstock

La selección y variedad de vestimentas era amplia y versátil, desde togas y túnicas hasta capas y capuchas como la paenula. También era habitual encontrar a romanos con sombreros y adornos de todo tipo en la cabeza. La ropa interior también era común, como el sugligaculum, del latín “atar por debajo”, que era una especie de pantaloncillo corto constituido por una tira de cuero o lino, usado tanto por hombres como por mujeres bajo la túnica; se envolvía entre los muslos y se ataba a la cintura.

Roma Antigua: pionera en convertirse en la primera ciudad global

Hoy, cuando pensamos en la Antigua Roma, lo que vemos es una ciudad con ruinas, anfiteatros colosales, templos de mármol, un mundo de emperadores, ejércitos, gladiadores luchando contra fieras. Roma fue la primera ciudad global, y como cualquier macrociudad poseía un sinfín de contradicciones. Era una ciudad diversa, pero no tolerante; los extranjeros enemigos eran esclavizados y obligados a luchar en la arena del Coliseo, pero otros foráneos estaban destinados a ser grandes emperadores.

Fuera cual fuera tu lugar de origen, en Roma podías reinventarte; había tal diversidad social que, mientras unos pasaban penurias, pobreza y no sabían como pagar el alquiler, otros obtenían beneficios y éxitos. En cualquier rincón de esta urbe se observaba una desconcertante mezcla de ideas y religiones: era lo que hoy en día diríamos una ciudad cosmopolita y repleta de historias.

Sorprende el afán de los romanos por contarnos sus historias, por decirnos cómo eran, a qué se dedicaban, cuáles eran sus preocupaciones, y todo ello lo encontramos en sus lápidas funerarias. Gracias a ellas podemos conocer sus vidas, ver sus rostros mirándonos: nos saludan y nos cuentan cómo se llamaban, con quiénes vivieron, a quiénes amaron, sus gustos y a qué se dedicaban. Pero realmente lo que nos cuentan es que la vida cotidiana en la Antigua Roma era tan maravillosamente caótica y emocional como la nuestra hoy en día.

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