La Edad de Oro de las artes griegas: un vistazo a la Antigua Grecia

La Edad de Oro de las Artes en la Antigua Grecia fue un período de gran florecimiento artístico y cultural que tuvo lugar entre los siglos V y IV a.C. Durante este tiempo, los artistas griegos crearon algunas de las obras más bellas, incluyendo la escultura, la arquitectura y la pintura.
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Tras la Segunda Guerra Médica (480- 478 a.C.), la victoria griega sobre los ejércitos persas de Jerjes I desató un auge cultural sin precedentes en la historia que produjo creaciones únicas en los campos del arte, la literatura y la filosofía, cuyos más extraordinarios frutos tuvieron lugar en Atenas bajo el liderazgo de Pericles. 

La creación de la Liga de Delos encabezada por Atenas, una unión político-militar cuya misión era defenderse ante posibles ataques persas, convirtió a la ciudad del Ática en una potencia marítima que gestionaba un gran tesoro público y engrandeció en ella un sentimiento nacional propio y superior al del resto de polis de la Liga, convirtiéndola en la promulgadora y defensora de los valores democráticos que regían su gobierno. Así, la ciudad se convirtió en un faro que atrajo a los mejores talentos de la Hélade.

El lugar en el que había que estar

Muestra de ello es que los tres mejores escultores del Siglo de Pericles coincidieron en Atenas: Mirón, Policleto y Fidias, todos, según cuenta la tradición, alumnos del gran maestro del ‘estilo severo’, Agéladas de Argos. Ninguna de sus obras se ha conservado, pero si distintas réplicas de época romana, en la que, curiosamente, se sintió especial devoción por los artistas clásicos en contra de los posteriores helenos.

Mirón, el mayor de todos ellos, poseía el estilo más independiente, y sus obras más aplaudidas son aquellas en que supo desarrollar su pasión por el movimiento explotando las composiciones en arco de círculo y su peculiar concepción de la escultura como la imagen de un instante fugitivo apresado. Su obra más conocida, el Discóbolo (h. 455 a.C.), es una maravillosa oda a la geometría en la que se cruzan dos arcos. 

En ella, muestra el momento de máxima tensión en el que el atleta coge impulso para lanzar el disco, y es muy probable que en él se inspirara Bernini, más de 1.000 años después, para realizar su David (h. 1623-1624). Otra espectacular muestra de sus capacidades para capturar un instante es el Grupo de Atenea y Marsias (h. 450 a.C.), en el que se contrapone el gesto tranquilo de la diosa con el de sorpresa y el dinamismo del movimiento del sátiro; Marsias era un experto tocando el aulós, un tipo de flauta doble que tomó cuando su inventora, Atenea, lo arrojó después de ver sus mejillas infladas al tocarla. 

Ruinas del templo de Zeus en Atenas / Getty

La obra tenía por destino la Acrópolis de Atenas, y conmemoraba una victoria ateniense sobre Beocia. Su lectura iconológica no puede dejar a nadie indiferente: Marsias se enfrentó a Apolo en un concurso por ver quién tocaba mejor el aulós, pudiendo el ganador hacer lo quisiera con el vencido. El pobre sátiro fue desollado vivo.

Por el contrario, el broncista Policleto de Argos mostraba un arte totalmente fiel a los principios artísticos atenienses, donde destacan sus exvotos atléticos de perfecto torso y un tratamiento inexpresivo de los rostros. Su primera obsesión fue dar solución a los problemas de estabilidad yendo más allá del contrapposto (técnica en la que se apoya el peso de la figura en una pierna, de tal modo que se rompe la regia frontalidad), algo que consiguió al levantar el talón de la pierna exenta en su Hermes (h. 454 a.C.). 

Las distintas copias romanas en piedra que se conservan de esta escultura refuerzan la obra con el empleo de un soporte en forma de tronco; la gracia de Policleto es que consiguió esta disposición en cobre sin que la figura se partiera. Es especialmente famoso por su tratado Canon, en el que, tomando como ejemplo su famosa imagen ideal de Aquiles, el Doríforo (h. 445 a.C.), argumentaba que la belleza de una obra se basaba en la relación simétrica de las partes tomando siempre como referencia una medida base: el pie.

Fidias: el escultor de dioses

Cuando Policleto llegó a Atenas hacía años que Fidias, el escultor de dioses, señoreaba la ciudad. Existió una conocida rivalidad entre ambos maestros: el ateniense Fidias, creativo y fastuoso, capaz de dar vida a las telas con sus pliegues mojados y adornos, nunca fue capaz de alcanzar a Policleto en el profundo y complejo terreno del cuerpo masculino. 

Podemos definir el arte de Fidias, a través de la lectura de las fuentes literarias -como Pausanias y Plinio el Viejo- y del estudio de las distintas réplicas conservadas, como fastuoso, hierático y rico en ornamentación. Realizó tres representaciones de Atenea para la Acrópolis: la Atenea Prómacos –Atenea combativa o Antena armada– (h. 450 a.C.), ejecutada en bronce, tenía nueve metros de altura y era visible desde el mar –“la punta (dorada) de su lanza y la cresta de su yelmo es lo primero que ven los marineros al acercarse desde Sunión”, afirmó el historiador Pausanias–; la Atenea Lemnia (h. 448 a.C.) y la famosa Atenea Pártenos o Atenea virgen (cualidad de gran importancia para los atenienses, pues para ellos simbolizaba la independencia de la divinidad), una estatua criselefantina (realizada con un armazón de madera recubierto de placas de marfil y oro), de fastuosa riqueza y 11 metros de altura, que presidia la naos del Partenón casi tocando su techo. 

Las copias por las que la conocemos poca justicia deben hacerle, pues frente a la piedra desnuda de las obras romanas, la escultura griega solía ser policromada. Además, la Atenea Pártenos estaba cubierta de piedras preciosas. La armadura y guarniciones eran de oro, la piel de marfil. Su armadura y escudo, así como sus ojos de piedras preciosas, estaban llenos de colores brillantes. Sobre su dorado yelmo descansaban grifos (animal mitológico mezcla de águila y león) y en la cara interna de su escudo se encontraba enroscada una gran serpiente de brillante mirada, también de piedras preciosas.

Prometeo le entrega el fuego a la humanidad. Obra de Heinrich Füger - Wikimedia

Según la tradición, Fidias ubicó un retrato suyo y de Pericles en el escudo de la diosa. Fue acusado de tal hecho al comenzar a tambalearse el gobierno de Pericles y por tal irreverencia se refugió en Olimpia, donde realizó una de sus obras maestras: la estatua criselefantina sedente de Zeus para el templo (concluido 20 años antes de su llegada). 

Prácticamente alcanzaba el techo de la nao y, según indica el hispanorromano Quintiliano (s. I), otorgó a la religión la imagen de cómo debía ser el dios: mostraba el torso desnudo y el manto, dorado y decorado con flores de lis, en torno a las piernas, mientras que su mirada fraternal se dirigía al espectador; en la mano derecha sostenía una Niké (diosa de la Victoria) y en la izquierda el cetro rematado por un águila, y calzaba sandalias de oro. El trono, hecho a base de marfil, ébano, oro y piedras preciosas, era en sí mismo una obra de arte.

Antes de su exilio, corrieron años especialmente felices para el escultor, al que Pericles encargo realizar el conjunto escultórico de la obra magna de su gobierno: el Partenón.

Reconstruir la acrópolis

La gesta de la victoria de Maratón (490 a.C.) dio lugar a diversos proyectos arquitectónicos como el Tesoro de Delfos o la reconstrucción de la Acrópolis (literalmente, ciudad alta) de Atenas; este espacio se encontraba presente en la mayoría de las ciudades griegas y poseía una doble función: defensiva y como sede de los principales lugares de culto. Sin embargo, la Acrópolis volvió a ser arrasada sin que concluyeran las obras por Jerjes I durante la Segunda Guerra Médica.

El Partenón fue el edificio de mayor envergadura del conjunto monumental de la Acrópolis; su arquitecto fue Calcícrates, que pronto se vio superado por Ictino, aunque ambos trabajaron bajo la dirección de Fidias, amigo de Pericles, el cual tuvo bajo su mando a una legión de escultores para completar los ciclos ornamentales del edificio. 

La obra fue consecuencia de la concepción nacional-religiosa ateniense de Pericles, en la que la exaltación de Atenea dentro de la Liga de Delos poseía un doble valor político y religioso: los dioses atenienses se asociaban a la actuación y el éxito de la Liga y eran una manifestación más de la autoridad y supremacía de la ciudad dentro de esta. No en balde, parte del tributo de la Liga se pagaba directamente a la diosa, y con este dinero se sufragó la reconstrucción de la Acrópolis como un bien común de los miembros de la unión militar.

Este templo de orden dórico se diferenció de los restantes templos griegos no solo por su fastuosidad, sino también por su concepción espacial y sus dimensiones. Manifestaba las aportaciones del matemático más importante de Atenas, Mentón, en la genialidad con que las líneas del Partenón están calculadas para parecer rectas sin serlo y al ampliar la ratio de columnas de las 6 x 13 del templo de Zeus en Olimpia (470 y 456 a. C), del que es deudor, a las 8 x 17.

El Partenón, solo para atenea

Otro elemento distintivo fue que todo el ciclo escultórico estaba dedicado enteramente a una única divinidad. Así, por ejemplo, el noble templo de Zeus en Olimpia no estaba, en modo alguno, concentrado solo en él. En su interior se ubicó la estatua de Fidias, pero en su exterior las metopas escenificaban los trabajos de Hércules, un frontón presentaba la intervención de Apolo en una lucha entre lapitas y centauros, etc. No era obligatorio, ni siquiera habitual, que las esculturas de un templo griego celebrasen únicamente al dios al que estaba dedicado.

Pancracio significa «fuerza total». En esta disciplina de lucha estaban permitidos todo tipo de patadas, golpes y agarres.

Sin embargo, el Partenón trata casi exclusivamente de Atenea y de su peculiar tarea de civilizar a la humanidad, estableciendo un paralelismo entre la diosa de la ciudad y la ciudad misma. No cabe duda de que Fidias supervisó las esculturas –se aprecia su estilo personal– y, puesto que era amigo íntimo de Pericles, podemos suponer que ambos discutieron los temas y el carácter de estos para convertir el templo en una imagen nacional de Atenas. 

Las esculturas son de tamaño superior a las de los restantes templos conocidos y se emplearon las más avanzadas técnicas para hacerlas majestuosas y vivas. Ambos frontones estaban dedicados a episodios de la diosa: el frontón este representaba el nacimiento de Atenea, completamente armada, de la cabeza de Zeus (manifestando tanto su inteligencia como su poder bélico). La acción tiene lugar en el Olimpo, ante el resto de dioses que parecen hacer solo acto de presencia. 

Desgraciadamente, las figuras del grupo central desaparecieron, seguramente al convertirse el Partenón en iglesia bizantina en el siglo VI; posteriormente, con la dominación de la Corona de Aragón en tiempos de Pedro el Ceremonioso (1319-1387), pasó a ser una iglesia católica, y después se convirtió en mezquita con la dominación otomana.

El frontón oeste, como gran parte del edificio, sufrió graves daños en 1687 cuando una bomba veneciana impactó en el Partenón, empleado como polvorín por los otomanos. Representaba la disputa entre Atenea y Poseidón por Atenas y el Ática y la victoria de la diosa, uno de los grandes mitos locales. Las dos divinidades se disputaron la soberanía sobre la región y decidieron ofrecer los regalos más hermosos para ganar. 

Con un golpe de su tridente, el dios de los mares provocó que una fuente de agua salada surgiera en la Acrópolis. La diosa, con una punta de lanza, hizo aparecer el primer olivo, cuyo aceite es fundamental para la cultura mediterránea. Este combate manifestaba además la grandeza de la ciudad, pues ambos dioses anhelaban poseerla.

Exaltación del pueblo de Atenas

Los frisos que rodean el templo representan la fiesta nacional de la Panateca, una gran procesión que cada cuatro años se formaba fuera de la ciudad, ascendía a la Acrópolis y terminaba presentando un traje a la divinidad. Los frisos nos ofrecen ambas vertientes, humana y divina, de la circunstancia y, por tanto, exaltan al pueblo de Atenas hasta la compañía de los dioses. 

Esta tremenda exaltación de la ciudadanía es la forma plástica de las palabras de Pericles: “Lo que desearía ante todo es que pusieseis vuestros ojos cada día en la grandeza de Atenas como realmente es y os enamora seis de ella” (Tucídides, siglo V a.C.). Y es que no podemos olvidar que el cometido del Partenón era excitar el entusiasmo y el amor por la grandeza de los atenienses.

La Acrópolis de Atenas, Grecia, con el Templo del Partenón en lo alto de la colina. Foto: SHUITTERSTOCK

Podría parecer que las cuatro series de metopas, las cuales mostraban la lucha contra centauros, amazonas, gigantes y bárbaros, poco tienen que ver con Atenea, pero su lectura iconológica nos muestra que no es así: ante seres brutos, carentes del raciocinio de los atenienses, los hombres se proclaman victoriosos gracias al don de Atenea de inspirar el esfuerzo y el combate a través de la inteligencia.

Así, la protección de Atenas se hallaba en manos de los dioses; su presencia garantizaba su presteza para ayudarla. La importancia que Pericles concedía a sus cultos puede apreciarse en la construcción, hacia la misma época que el Partenón, de otros cuatro templos: el templo de Ares, dios de la guerra; el templo de Hefesto (que se conserva casi intacto), dios del fuego que presidía las fábricas que enriquecieron a la ciudad y la equiparon para la guerra, y, fuera 158 de la ciudad, el templo de Poseidón en el promontorio de Sunio, visible a todos los barcos que volvieran a la ciudad desde el este, y el templo a Némisis en Ramnos.

Al observar los restos escultóricos conservados en Atenas y Londres, sorprende el increíble nivel de detallismo que se alcanzó, especialmente en los hermosos paños mojados de algunas figuras, las musculaturas y la tensión de las venas, incluso en los animales representados, a pesar de que no podrían apreciarse a dicha altura, además de estar pintadas de azul, rojo, verde y dorado.

El arte de la pintura

Esto a día de hoy puede sorprender, pero la escultura clásica griega era polícroma, y son muy significativas las palabras recogidas por Plinio el Viejo del gran escultor Praxíteles (siglo IV a.C.), quien respondió que sus esculturas preferidas eran “aquellas en las que puso su mano [el pintor] Nicias”.

Sin duda, el arte de la pintura poseía un gran valor para los atenienses del siglo V a.C.; el mejor ejemplo es el hecho de que la primera pinacoteca de la historia se ubicó en el ala norte del Propileo de la Acrópolis (un acceso monumental que formaba parte del programa de Pericles), donde destacaban los cuadros mitológicos pintados en paneles de Polignoto.

Este pintor, el más apreciado de su época, sobresalió por su capacidad, nunca vista, de representar los matices de los sentimientos humanos mediante la expresión de los rostros, así como por el dominio de los planos, con juegos maravillosos de relación entre los primeros planos y los fondos. 

Desgraciadamente, nada conservamos de su arte, pero las fuentes escritas hablan de la grandeza de las pinturas que decoraban el stoa poikile (pórtico pintado) en el Ágora, que dio nombre a la filosofía estoica por ser el lugar en el que Zenón de Citio (336- 264 a.C.), fundador de la escuela, enseñaba.

Ningún pintor consiguió superar a Polignoto durante el liderazgo de Pericles, pero una maravillosa historia recogida por Plinio el Viejo nos muestra la capacidad de dos grandes pintores para emular el natural: según cuenta el romano, Zeuxis y Parrasio se enfrentaron en concurso para ver cuál estaba más dotado para la pintura. Zeuxis, al desvelar su pintura, presentó unas uvas tan exquisitas que los pájaros bajaron a picotearlas. Entonces, pidió a Parrasio que descorriera la cortina que ocultaba su pintura, a lo que el pintor contestó que la cortina era la pintura. Y Zeuxis sentenció hermosamente: “Yo he engañado a los pájaros, pero Parrasio me ha engañado a mí”. 

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