La victoria de los Reyes Católicos en la guerra de sucesión, el final de la Reconquista y el descubrimiento del Nuevo Mundo proporcionaron seguridad a Castilla y Aragón e impulsaron su economía. En el año 1500, los comerciantes más perspicaces –entre ellos, los genoveses afincados en Sevilla– sospechaban que estaban asistiendo al despertar de un nuevo imperio, el primero de la Edad Moderna.
Solo dos graves errores pusieron un baldón en el reinado de Isabel de Castilla y Fernando de Aragón: la expulsión de los judíos y el nombramiento del odiado fray Tomás de Torquemada al frente del Santo Oficio. Así, el auto de fe que tuvo lugar en 1480 en el Quemadero de Tablada, Sevilla, fue el primero que se celebró en España.
A esa le siguieron otras ejecuciones públicas que mostraron el inmenso poder de la Inquisición durante su reinado. Se calcula que en los quince años que estuvo Torquemada al frente del Santo Oficio fueron quemados en la hoguera entre 4.000 y 8.000 judíos conversos y un número algo menor de moriscos.
Avances y retrocesos
Lo paradójico es que aquellos aquelarres inquisitivos no pudieron frenar el florecimiento del humanismo renacentista en la península, uno de cuyos grandes representantes fue Antonio de Nebrija, que trasladó sus ideas gramaticales al castellano, lo que elevó esta lengua al mismo nivel que el latín tanto en el ámbito literario como en el político. La invención de la imprenta facilitó la irrupción de libros en una sociedad en la que más del 80% de la población era analfabeta.
El cronista de los Reyes Católicos, Hernando del Pulgar, triunfó con su obra Los claros varones de España, que retrata a figuras de renombre como Garcilaso de la Vega o el Marqués de Santillana. Los cultivados leían a Jorge Manrique, autor que cobró fama por las Coplas a la muerte de su padre, que moriría en la batalla del río Albuera en 1479 defendiendo los derechos de Isabel la Católica frente a las pretensiones de Juana, hija de Enrique IV.

En 1493, los Reyes Católicos tomaron posesión de los condados pirenaicos de Rosellón y Cerdeña devueltos por Carlos VIII de Francia, lo que fue celebrado con grandes fiestas populares. En aquellos años, la bulla y los saraos coexistían con el lado tenebroso de la vida. Los hombres del 1500 tenían plena conciencia de la precariedad de las cosas. Por entonces, Lutero era un joven de 17 años y la cristiandad se mantenía todavía unida. Tres lustros más tarde, cuando Carlos V llegara al trono, Lutero iniciaría su pertinaz cruzada contra el Vaticano y sus desmanes.
El monarca más poderoso
A principios del siglo XVI, Sevilla comenzó a recibir enormes cantidades de mercancías de América, razón por la que en 1503 se fundó la Casa de Contratación, cuyo objetivo era fomentar y regular el comercio y la navegación con el Nuevo Mundo. En aquellos días, mientras el Gran Capitán obtenía sonoras victorias en Italia, en Roma fallecía el controvertido papa Borgia, Alejandro VI, sucedido por Pío III, cuya prematura muerte hizo que el pontificado pasara a Julio II, que pronto se convirtió en el paradigma de pontífice renacentista.
En 1504 falleció Isabel de Castilla, cuyo testamento disponía que su hija Juana la sucediera en el trono, pero la repentina muerte del marido de Juana, Felipe el Hermoso, la “trastornó por completo” (según las fuentes de entonces), por lo que fue encerrada en Tordesillas. Su hijo Carlos (el futuro emperador Carlos V) fue declarado heredero, quedando como regente su abuelo, el rey Fernando de Aragón.
En 1519, el título de emperador del Sacro Imperio Romano Germánico fue disputado por varios candidatos, entre ellos, Francisco I de Francia y Enrique VIII de Inglaterra. Dispuesto a no perder la oportunidad de su vida, el joven Carlos recurrió a sus banqueros Welser y Fugger para obtener una gran suma de dinero con la que sobornar al elector palatino y al obispo de Maguncia, cuyos votos eran imprescindibles para lograr el título.
Una vez al frente del Imperio, Carlos V se convirtió en el monarca más poderoso del momento. En septiembre de 1517, el joven rey Carlos llegaba de Gante por la ría de Villaviciosa, fuertemente escoltado, para visitar su nuevo reino.
Contra el protestantismo
Tres años después, el emperador instó a Lutero a abandonar su herejía en la dieta de Worms. Haciendo caso omiso a sus exigencias, el ideólogo del protestantismo promulgó su derecho a rechazar el poder que la Iglesia se atribuía en exclusiva de impartir la absolución y de conceder indulgencias para este mundo y el otro. Asimismo, cuestionó la autoridad del papa y la de los concilios y proclamó la libertad de los sacerdotes para no seguir las consignas de la Iglesia, que les obligaba al celibato y la castidad.

Sus ataques al Vaticano y a la ortodoxia llevaron al papa León X a excomulgarlo en enero de 1521. Veinticinco años después, Lutero murió en Eisleben (Alemania). La desaparición del molesto reformista no disminuyó las preocupaciones que atormentaban a Carlos V, que no pudo impedir el definitivo asentamiento del protestantismo en el Viejo Continente. Su consuelo fue la conquista de territorios en América gracias a Hernán Cortés, que derrotó a los aztecas en 1521. En décadas posteriores, otras expediciones fueron sumando dominios en Centroamérica y Perú.
Seis años antes de que Carlos V desembarcara en España, un dominico, llamado fray Antonio de Montesinos, denunció el brutal trato que recibían los indígenas por parte de los españoles. Su prédica influyó en un joven sacerdote llamado Bartolomé de las Casas, que al cabo de los años se convertiría en un infatigable defensor de la causa indígena.
Su campaña fue tan persuasiva que obligó a Carlos V a ordenar que todos los planes de conquista en el Nuevo Mundo se suspendieran hasta que una junta de teólogos se hubiera pronunciado sobre las cuestiones morales implícitas. La legislación que surgió de aquella campaña constituye un testimonio del compromiso de la Corona por garantizar justicia a sus súbditos indígenas, una medida política que es difícil de encontrar en otros imperios coloniales.
Por otra parte, pese al crecimiento que experimentaban sus dominios en el Nuevo Mundo, el emperador se enfrentó a muchos quebraderos de cabeza. Entre ellos, las incursiones de los turcos en Europa, sus continuos encontronazos con el papado, las revueltas en los Países Bajos y Alemania y las guerras que emprendió contra el rey francés Francisco I, que dejaron exhaustas las arcas del Imperio, especialmente las de sus reinos de España.
Todas esas preocupaciones y su mala conciencia por mantener a su madre en su encierro de Tordesillas lo minaron. En 1556, Carlos V se sentía viejo y con la salud quebrada. Sin fuerzas para seguir luchando, abdicó de sus cargos el 25 de octubre de ese año en el palacio de Coudenberg de Bruselas. A su hijo Felipe le cedió los reinos de España, de los Países Bajos y de las Indias. A su hermano Fernando le entregó la corona imperial. Meses después, se instaló en Extremadura, muriendo en Yuste el 21 de septiembre de 1558.
Su hijo Felipe II fue plenamente un rey español. Durante su reinado, sus ejércitos, al mando del duque de Alba, se enfrentaron a los franceses en Italia y en Flandes. Vencieron en la batalla de San Quintín obligando al rey de Francia, Enrique II, a firmar la Paz de Cateau-Cambrésis, que sellaba el acuerdo matrimonial de su hija mayor, Isabel de Valois, con él y confirmaba la hegemonía española en Europa.

La leyenda negra
El 9 de junio de 1559 se celebró el enlace por poderes en París y la boda formal tuvo lugar el 29 de enero del año siguiente en el Palacio del Infantado de Guadalajara. A punto de cumplir los catorce años, la reina fue un soplo de aire fresco en la corte española. Su supuesta historia de amor con el hijo de Felipe II, don Carlos, y la muerte de este a manos de su padre fue el argumento principal de la leyenda negra contra el monarca español, orquestada por Guillermo de Orange-Nassau en su famosa Apología.
El autor del libelo transformó la mutua amistad y simpatía que sentían Isabel y Carlos en una ardiente relación amorosa. El texto sugería que Felipe II había ordenado el envenenamiento de Isabel para poder casarse con Ana de Austria. Lo cierto fue que Felipe II designó al duque de Alba como gobernador de los Países Bajos, lo que supuso un gran agravio a su hijo Carlos, que deseaba fervientemente ese cargo.
Tras varios intentos de suicidio, el príncipe cayó enfermo y murió meses después. Isabel, que nunca comprendió la severidad de su marido con su propio hijo, falleció en mayo de 1568. Entonces, sus enemigos lanzaron el rumor de que él había estado detrás del envenenamiento de su mujer. Aquel suceso iba a alimentar la leyenda negra que acompañaría a la Corona española a partir de entonces.
Por otra parte, a lo largo del siglo XVII se produjo la llegada de ingleses, franceses, holandeses y daneses a América, dando lugar a los territorios ultramarinos de Canadá, de Estados Unidos y de otras regiones caribeñas en manos francesas. Esa presión internacional obligó a España a desarrollar una nueva estrategia para transportar con mayor seguridad los metales preciosos a la península.
En 1564 se pusieron en marcha dos flotas, la armada de la Nueva España y la de los Galeones, que funcionaron casi todo el siglo XVII.
El objetivo era formar convoyes de guerra para evitar que los mercantes cayeran en manos de corsarios o piratas. Uno de los enclaves estratégicos del régimen de flotas era el puerto de Veracruz, donde recalaban los navíos de la Armada de Nueva España. Desde allí se transportaba la mercancía hacia el interior de México y luego hacia Acapulco, donde se coordinaba el comercio con Filipinas.
La ruina de las guerras
Con el paso de los años, a Felipe II le ocurrió lo mismo que a su padre. El esfuerzo bélico en Flandes y en el Mediterráneo contra los otomanos arruinó a la Corona, que en varias ocasiones se declaró en bancarrota: la primera en 1557, la segunda en 1575 y la tercera en 1596. Todo el oro y la plata que llegaban de las Indias fueron a parar a los banqueros que financiaron las guerras de Carlos V y Felipe II.

El pueblo nunca disfrutó de esas riquezas, parte de las cuales fueron a manos de la Iglesia, exenta del pago de impuestos, y a los nobles españoles que comerciaban con América.
Mientras los Tercios de Flandes luchaban en Holanda, en la península ibérica comenzó la guerra de las Alpujarras en 1568. Cerca de trescientos mil moriscos se sublevaron en Granada, amenazando los territorios andaluces. Juan de Austria, hermanastro del monarca, dirigió sangrientos combates durante dos largos años hasta que logró reprimir la revuelta. Felipe II ordenó que los moriscos fueran dispersados por Andalucía, Castilla, Levante y Aragón.
También por entonces, en 1569, la Corona ordenó apresar a un joven llamado Miguel de Cervantes por haber herido a un alarife real, Antonio de Segura, en una reyerta callejera. Dispuesto a no cumplir la pena, que incluía la mutilación de una mano e ingresar después en prisión, dejó España para buscar refugio en Italia.
Dos años después, el escritor participó en la batalla de Lepanto, en la que la flota de la Santa Liga derrotó a la otomana, y posteriormente fue capturado y encerrado en Argel, donde permaneció preso cinco larguísimos años hasta que su familia y los monjes trinitarios lograron su liberación en 1580.
El imperio arruinado donde no se ponía el Sol
A sus noventa y siete años, Tiziano aceptó realizar un lienzo que homenajeara la gran victoria que había obtenido Felipe II en Lepanto. El lienzo, que se puede admirar en el Museo del Prado, muestra al impulsor del Monasterio de El Escorial luciendo su armadura, con espada al cinto y alzando a su hijo al cielo para que reciba a un ángel que desciende de las alturas con una palma de la victoria. Junto al monarca aparece un turco encadenado que se encuentra postrado en el suelo, con las manos atadas a la espalda y con su turbante caído, en señal de derrota.
Aunque los reinos hispanos eran conscientes del durísimo enfrentamiento que mantenían los ejércitos de Felipe II en Flandes, la mayoría de ellos apenas tenían noticias exactas de las cruentas batallas que se estaban produciendo en Francia. El gran defensor de la ortodoxia de la Iglesia no estaba dispuesto a permitir que la Reforma luterana se expandiera por Europa y pusiera en el trono francés a un monarca protestante. La lucha encarnizada en tierras de Flandes recrudeció el conflicto religioso en Francia.

El esfuerzo bélico arruinó a la Corona española sin reportar grandes avances en el campo de batalla. Pero aquellos momentos de incertidumbre económica parecieron desvanecerse con la muerte del rey Sebastián de Portugal en la batalla de Alcazarquivir en Marruecos (1578). Al no tener herederos directos, la corona pasó a Felipe II en 1580, que añadió los extensos territorios portugueses a las posesiones que ya tenía en América. Fue en aquel momento cuando se acuñó la famosa frase: “En el Imperio español nunca se pone el Sol”.
En 1584 finalizó la construcción del Monasterio de El Escorial, que a partir de entonces se convirtió en el lugar desde el que Felipe II controló sus vastas posesiones. En recuerdo de la batalla de San Quintín, librada el 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo, el monarca ordenó edificar la planta del monasterio en forma de parrilla para simbolizar el martirio del santo. Fue ideado por el propio monarca español y por sus arquitectos Juan Bautista de Toledo y Juan de Herrera, entre otros.
Abatido por la derrota
El poder de Felipe II, que desde 1580 también reinaba en Portugal, despertó el temor de Inglaterra y de su reina Isabel I, que decidió atacar a la Corona española no solo en Flandes, apoyando a los rebeldes protestantes, sino también en los mares, asaltando los galeones que venían de América cargados de riquezas.
El rey español reaccionó ordenando la puesta en marcha de una gran flota para invadir la isla y destronar a la reina Isabel, pero una terrible tormenta arruinó sus planes. El desastre de la Armada Invencible (1588) sumió a Felipe II en un total abatimiento y recogimiento. Por otro lado, las enormes cantidades de oro y plata que llegaban de ultramar no fueron suficientes para evitar una nueva quiebra de la hacienda real.
Felipe II falleció en 1598 dejando un gran Imperio y una España que sentía orgullo por sus gestas militares y por la brillantez de sus artistas, pero también un país arruinado, cuya gente vivía en la más profunda de las miserias.