El extraordinario valor cultural asociado a la catedral de Santiago de Compostela resulta indiscutible e incalculable. No solo se trata del ejemplo más relevante del arte románico en el territorio nacional, sino que es una lección de historia del arte en sí misma y resulta paradigmática como centro de peregrinación, pues constituye la tríada cristiana por antonomasia junto a Jerusalén y Roma.

No obstante, y aunque tras el exhaustivo programa de rehabilitación y restauración al que ha sido sometida en la pasada década se halla en un excelente estado de conservación, su reconocimiento y puesta en valor se ha dilatado en el tiempo. Si la historia constructiva del edificio resulta fascinante, el recorrido transitado hasta ser declarada Patrimonio de la Humanidad no lo es menos. Tanto es así, que dar resumida cuenta de todo no es tarea sencilla, pero vamos a intentarlo a través de las siguientes líneas.
Podríamos decir que todo el periplo en torno a la conservación del templo en época contemporánea parte de una crisis que tiene lugar en la segunda mitad del siglo XIX. Habida cuenta que este término se asocia a épocas de profundos cambios, no es de extrañar que, al tiempo, se busquen soluciones o aparezcan oportunidades. Dicha crisis en la que está sumida la urbe compostelana se relaciona con el fenómeno de las peregrinaciones, por lo que afecta directamente a la sede apostólica. En aquellos años tuvieron lugar algunas actuaciones que, en la actualidad, resultan cuestionables pero en su momento sirvieron para poner de nuevo el acento sobre un monumento que había perdido su notoriedad en el panorama internacional decimonónico.
Una de las más singulares fue la realización de una copia en yeso del Pórtico de la Gloria en 1865 para el South Kensington Museum de Londres, conocido desde 1899 como Victoria & Albert Museum. Es por ello que este museo facilita la oportunidad a sus visitantes de contemplar en territorio británico la copia del famoso Pórtico junto, por ejemplo, a una copia de la Columna Trajana en un mismo espacio. El azar ha querido que ambas piezas hayan sido restauradas casi en paralelo a la reciente restauración de la fábrica compostelana.

El reportaje que su fotógrafo oficial, Charles Thurston Thompson, realizaba entonces sobre la ciudad de Santiago, ha servido para reconstruir la imagen de Compostela y sus principales hitos constructivos en la segunda mitad del siglo XIX. Como la ciudad había evolucionado en paralelo al desarrollo arquitectónico del santuario, aquella mirada ajena vino a advertir del interés supranacional que este conjunto histórico- artístico continuaba despertando, incluso tras el declive de las peregrinaciones.
Recuperación del fenómeno jacobeo
Poco tiempo después se produce un acontecimiento trascendental en la historia del Camino de Santiago: el feliz redescubrimiento del sepulcro apostólico que había permanecido oculto durante tres siglos. La inventio contemporánea tuvo lugar en 1879 y resulta ser un momento clave que permite la recuperación del culto jacobeo y el consecuente reconocimiento del atractivo cultural de la urbe.
Por un lado, la localización de las reliquias permitía renovar el prestigio de la archidiócesis y, por otro, el proceso de autentificación de las mismas servía para colmar las necesidades de autoafirmación religiosa ante la sociedad del momento, usando el poder de la ciencia decimonónica a su favor. Aun con el perjuicio y las reticencias propias de la que era su principal rival europea como centro de peregrinación, Roma, el papa León XIII certifica la autenticidad del hallazgo mediante la bula Deus Omnipotens en 1884.
Desde entonces, el fenómeno jacobeo recupera poco a poco la relevancia perdida y se va tomando conciencia del estado de conservación de la catedral, iniciándose un proceso de intervenciones de mantenimiento ante la presumible reactivación de las peregrinaciones. El hallazgo se produce, convenientemente, en un momento en el que se había avivado el culto a las reliquias tras la aparición, entre otros, de los restos de san Francisco de Asís. Estaban por llegar el Año Santo extraordinario de 1885 y la apertura pública de la cripta del Apóstol en 1891, lo que supuso un revulsivo económico para la urbe.
En este contexto finisecular, no es de extrañar que se produzca la declaración de la catedral de Santiago como Monumento Nacional. Hemos de tener presente que el templo no es únicamente un icono religioso con atractivo patrimonial y turístico, sino un referente cultural de primer orden desde el Medievo hasta nuestros días. Una de las innumerables pruebas de ello que podríamos mencionar, y que encaja en este contexto, es la armoniosa coincidencia del estreno del Miserere compuesto por el maestro de capilla Santiago Tafall y Abad ese mismo año.

De no conocer los antecedentes históricos mencionados no resultaría descabellado que pudiera sorprender el hecho de que la catedral de Santiago haya sido la sexta catedral española en entrar a formar parte de la lista de monumentos declarados en España. Se adelantaron varios conjuntos catedralicios como los de León, Burgos o Salamanca, cuyo valor cultural está precisamente asociado al fenómeno jacobeo en buena medida o fueron construidos con posterioridad. Pero a la luz de los factores citados y en función de los gustos decimonónicos, podemos entender la ausencia de premura y la declaración llegaría el 22 de agosto de 1896.
Una década clave
Otro hito que da sobrada muestra de la relevancia cultural de la catedral es la apertura del primer museo catedralicio de España en Compostela en el primer cuarto del siglo XX. Un museo de estas características no solo supone la oportunidad de difundir los fondos que atesora la catedral, sino que también facilita su gestión, conservación e investigación. Estamos hablando de obras artísticas, objetos litúrgicos, fondos bibliográficos, piezas arqueológicas…; un conjunto de incalculable valor. Entre otras joyas de excepcional interés se conservan en el museo el Códice Calixtino, la reconstrucción del coro pétreo del Maestro Mateo, el Botafumeiro cuando no está en uso, o sus fabulosas colecciones de tapices, orfebrería y reproducciones de instrumentos musicales medievales.
En 1940 tiene lugar la declaración del conjunto histórico-artístico de la ciudad de Santiago de Compostela pero pronto se irán sucediendo los planes de ampliación del espacio urbano, que va creciendo hasta que en los años sesenta y setenta se establecen criterios desarrollistas que se empiezan a paliar en los años ochenta.
Para continuar con la historia que atañe de la salvaguarda y reconocimiento internacional de la fábrica compostelana debemos detenernos precisamente en esta década, momento clave a consecuencia de numerosos hechos que se suceden en el tiempo, tales como la visita de Juan Pablo II a Compostela en 1982 o la promulgación de la Ley de Patrimonio Histórico Español en 1985, fruto de la Democracia recientemente instaurada. Gracias a esta nueva legislación, ratificada en la siguiente década por la normativa autonómica, los Monumentos Nacionales anteriormente declarados como tal pasan a obtener la máxima categoría de protección otorgada por el Estado. Desde entonces son considerados Bienes de Interés Cultural.

Pero, además, ese mismo año se suman una serie de acontecimientos de capital relevancia pues se suceden la celebración en Gante de la exposición «Santiago de Compostela. 1.000 años de peregrinación europea», la concesión del Premio Europa a la ciudad compostelana por el Consejo de Europa y la integración en la lista del Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO del casco histórico de Santiago de Compostela. El especial cuidado que se pone entonces en la conservación del patrimonio de la ciudad derivará en una incesante lista de reconocimientos hasta la actualidad. Pero es que Compostela no se entiende sin el papel de la catedral, pues en ella se encuentra el origen mismo de la ciudad medieval que surge alrededor de la tumba apostólica. El templo no solo forma parte integrante de un conjunto histórico Patrimonio Mundial, sino que ha contribuido en gran medida a forjar la identidad cultural de Europa.
Poniendo el foco en la declaración de la UNESCO, Santiago recibe esta consideración el 6 de diciembre de 1985, cuarenta años después de la creación de dicho organismo, que desde 1972 asume la misión de salvaguardar aquellos bienes de interés común a toda la Humanidad.
La declaración hace referencia a sus valores monumentales, culturales, espirituales, urbanos y paisajísticos, y directamente cita a la catedral como «obra maestra de la arquitectura románica» y a la arquitectura vernácula de la urbe. Además, cobra relevancia en este reconocimiento la labor de protección, salvaguarda, conservación y rehabilitación que permitió que edificios civiles y religiosos, públicos y privados, mantuvieran su integridad con el paso de los años. Curiosamente, una de las cuestiones que más se valoraba entonces era la armonía de la convivencia de la población local con el turismo, un factor que es de capital importancia mantener en el futuro puesto que en los últimos años (con la lógica excepción del periodo de pandemia) la presión turística ha ido en aumento.
A partir de aquí, se incrementa la atención sobre las peregrinaciones a Santiago. Solo tres años después el Consejo de Europa declaraba al Camino de Santiago como Primer Itinerario Cultural Europeo, reconociendo así su dimensión europea. En 1993 el Camino Francés se incorpora también a la lista de bienes españoles Patrimonio de la Humanidad y en 1998 los Caminos de Santiago en Francia correrían la misma suerte. Es decir, en los años noventa la catedral formaba ya parte integrante de dos reconocimientos de la UNESCO y aún faltaba por llegar el tercero. En el cambio de siglo, la ciudad de Santiago sería nombrada Ciudad Europea de la Cultura y, recientemente, se adhieren a la lista del Patrimonio Mundial los Caminos del Norte de España que permite explicar el origen de las peregrinaciones jacobeas en el siglo IX (Camino Costero, Camino Primitivo, Camino Lebaniego y Camino Interior Vasco-Riojano).

Pluralidad y dinamismo
Las razones para cada declaración responden a criterios diferentes, pues el Camino de Santiago es un bien cuya protección resulta muy complicada al estar incluido en la categoría de «Territorio Histórico» y presenta numerosos retos por su carácter plural y dinámico. Abarca toda una serie de cuestiones que van desde la cultura a la espiritualidad, de lo artístico a lo natural, de lo material a lo inmaterial, de la tradición a la experiencia, de lo tangible a lo intangible… La diversidad y riqueza del patrimonio cultural que atesora, con elementos histórico-artísticos, urbanísticos, arqueológicos, etnográficos, antropológicos, documentales, rituales… mantiene un delicado equilibrio con el desarrollo propio de las sociedades avanzadas. Y la catedral de Santiago es el símbolo principal de todo ello, como centro, origen y seña de identidad más importante de la ciudad meta del propio Camino.
Las declaraciones de la UNESCO han llegado al siglo XXI con un concepto más plural y el patrimonio creado alrededor de la catedral de Santiago podría ser un símbolo de ello, pues peregrinar a Compostela es una experiencia única y casi sinestésica, repleta de elementos intangibles: sonidos, olores, tradiciones, sabores, ritos, leyendas, paisajes... Hoy en día se valoran cuestiones más diversas y no se atiende únicamente a criterios de monumentalidad. Para hacernos una idea, la lista asciende a 1.154 bienes declarados, de los cuales 897 son de tipo cultural y 218 naturales. 49 de ellos se hallan localizados en nuestro país, ocupando el cuarto puesto junto a Francia, en la clasificación de países con más sitios Patrimonio de la Humanidad, por detrás de Italia (58), China (56) y Alemania (51).
No podríamos concluir esta breve reseña sin destacar el impresionante y modélico trabajo de rehabilitación y restauración que se ha llevado a cabo en la segunda década del siglo XXI. La catedral de Santiago de Compostela resplandece a la vista de los visitantes contemporáneos en un estado de conservación difícil de imaginar a finales del siglo pasado.
La última adición ha sido una capilla funeraria, diseñada por uno de los arquitectos con mayor prestigio internacional, demostrando que el santuario continúa siendo un referente cultural de primer nivel donde las corrientes artísticas actuales siguen teniendo cabida. El portugués Álvaro Siza, galardonado con el premio Pritzker, ha concebido este nuevo espacio como una moderna sepultura episcopal de mármol blanco. El resultado, de una gran simplicidad formal, es una intervención de carácter exento, acompañada por mobiliario en madera, una luz muy cuidada, una sencilla cruz de plata y una talla medieval de la Virgen, hasta ahora ubicada en el museo.

La catedral de Santiago es un espacio vivo y vibrante, en constante evolución. La preservación de su legado no es una cuestión únicamente relacionada con la religión o con lo espiritual, aunque evidentemente esos valores están presentes en un conjunto de arquitectura religiosa que es meta de las grandes vías de peregrinación de Europa. Es mucho más que eso. Acercarnos a su historia nos une y nos acerca a nuestro pasado. Y entender nuestro pasado supone proyectarnos con seguridad hacia el futuro.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.