Así fue el asedio al Alcázar de Toledo

Uno de los primeros enfrentamientos de la Guerra Civil española fue el asedio del Alcázar de Toledo. En esta fortaleza los sublevados, conocidos posteriormente como 'Héroes del Alcázar', resistieron durante más de dos meses el asedio de las fuerzas republicanas
Así fue el asedio al Alcázar de Toledo

Para ofrecer un adecuado contexto, es preciso señalar que durante los cinco años republicanos el ayuntamiento toledano estuvo inclinado a las posturas republicano-socialistas, aunque con muchos movimientos dentro de las distintas corporaciones municipales. Si nos situamos en febrero del año 1936, las tensas elecciones generales de esa fecha hicieron desfilar por Toledo a la flor y nata de la política nacional. Así, nombres como los de Largo Caballero, Manuel Azaña o Gil-Robles hicieron acto de presencia. El resultado de estas elecciones en la provincia de Toledo no fue nada favorable al binomio republicanos-socialistas y el triunfo absoluto, a diferencia de lo ocurrido con la coalición del Frente Popular en otros lugares, fue para la coalición Frente Nacional Contrarrevolucionario.

Detonación de una mina durante el asedio al Alcázar de Toledo, en julio de 1936. Foto: Getty.

Más allá de estos comicios, y como en el resto de España, la primavera del señalado año se presentó muy caliente en la urbe del Tajo y, de hecho, se produjeron algunos enfrentamientos en sus calles. No obstante, y desgraciadamente, lo peor estaba por llegar. Tras el levantamiento del 18 de julio en el norte de África por parte del Ejército contra el gobierno republicano del Frente Popular, la ciudad de Toledo volvería a ocupar, como en tantos otros momentos de la Historia de España, un lugar muy relevante. 

Evidentemente, el alzamiento militar no pilló por sorpresa a muchos toledanos. Los leales al mismo estaban preparados y en consecuencia actuaron. En Toledo debían reunirse el mayor número posible de efectivos de la Guardia Civil de la provincia para quedar al mando del coronel José Moscardó, el personaje más conocido del famoso asedio al Alcázar que seguidamente trataremos, quien ya se había posicionado a favor del bando rebelde. 

Mientras que en esos días de mediados de julio se producían enfrentamientos en las calles toledanas entre guardias civiles, militares y personas vinculadas a partidos de derechas frente a seguidores de la coalición del Frente Popular, y mientras que el gobierno central reclamaba al máximo responsable militar de Toledo, el mencionado coronel Moscardó, que sacase la munición que había en la archiconocida Fábrica de Armas para hacerla llegar a la capital de España, el coronel Moscardó decidió ir hacia delante con su empeño. Así, ignoró las peticiones llegadas desde Madrid y declaró el estado de guerra con la lectura de un bando primero en el patio del Alcázar, seguidamente en la plaza de Zocodover y posteriormente en otros puntos de interés.

Enfrentamientos iniciales

El fin de todo ello era hacerse con el control de la ciudad y, sobre todo, de sus accesos. En verdad, era una jugada más que obvia y necesaria para sus intereses, puesto que esto le permitió que, desde su cuartel general en el Alcázar, se pudiese seguir haciendo llegar al mismo el máximo de armamento posible ubicado en la Fábrica de Armas y organizar la actuación una vez que las unidades de la Guardia Civil seguían llegando. 

El general Francisco Franco y el general gobernador de Toledo, José Moscardó, tras la toma de Toledo por las tropas franquistas. Foto: Getty.

El día 21 de julio el bando rebelde toledano leal a la sublevación tenía la situación más o menos bajo su control y sus hombres previamente habían tomado posiciones estratégicas en la ciudad para controlar totalmente la Fábrica de Armas, ante alguna oposición, distintos puntos de interés de la ciudad y la entrada desde la carreta de Madrid. En el interior de Toledo algunos miembros armados del Frente Popular comenzaron a hostigar a los destacamentos rebeldes que habían ido tomando posiciones y a los defensores del Alcázar. Los ocupantes del regio edificio toledano fueron preparándose para la defensa. 

La reacción por parte del gobierno republicano, el cual ya había mostrado su más serio malestar ante las evasivas del coronel Moscardó para enviar la munición y las armas, no se hizo esperar más. A la tarde del mismo día 21 de julio la columna dirigida por el general de división José Riquelme hacía su aparición en los exteriores de Toledo por la carretera de Madrid. Alrededor de 1.500 hombres, en su mayoría guardias de asalto y soldados de infantería junto con milicianos predominantemente anarquistas. Además, estos contaban con una batería de 105 mm y varios carros de combate, así como con el apoyo de los primeros bombardeos aéreos.

Los enfrentamientos iniciales se produjeron en las cercanías del hospital de Tavera u hospital de Afuera. Aunque el triunfo fue para el bando rebelde, pronto la determinación por avanzar de las fuerzas republicanas cambió las tornas. Entretanto, la Fábrica de Armas era un auténtico polvorín, y nunca mejor dicho, al llegar parte de las tropas gubernamentales. Los hombres del coronel Moscardó cargaron varios camiones con toda la munición que les fue posible y huyeron velozmente hacia la fortaleza donde consiguieron descargar casi la totalidad del material incautado. Al día siguiente los ataques republicanos se incrementaron y ante la mayor fuerza militar, los rebeldes tuvieron que desistir de un enfrentamiento por las calles de Toledo y se reagruparon en el Alcázar.

¿Quiénes entraron en la mítica fortaleza toledana?

Según distintos estudios, el número de individuos que quedaron en el interior del poderoso edificio fue de alrededor de mil doscientos combatientes y seiscientos familiares. ¿Y quiénes eran estos individuos? Al ser periodo estival, en la Academia de Infantería del Alcázar no había cadetes pero sí personal militar ligado a la misma. Estos, junto a reclutas, algunos guardias de asalto, un buen número de guardias civiles y sus respectivas familias —el grupo más numeroso—, personal favorable al levantamiento y que trabajaba en la Fábrica de Armas y en la Escuela de Gimnasia, cuyo director era el coronel Moscardó. A estos hay que sumarles un pequeño grupo de personas vinculadas a partidos de derechas y algunos rehenes que fueron llevados al Alcázar en contra de su voluntad. Como respuesta, familiares de los rebeldes guarnecidos en la fortaleza y opositores al Frente Popular que no entraron al susodicho edificio fueron apresados.

Aquí comienza el asedio del Alcázar de Toledo: resistencia de corte numantino frente a firmeza y tesón. En definitiva, un episodio que no pasó desapercibido para ninguno de los dos bandos, el nacional y el republicano, especialmente para el vencedor, y que incluso trascendió nuestras fronteras.

Las primeras horas del asedio estuvieron marcadas por las bombas de la aviación republicana y por las llamadas telefónicas desde el exterior al interior. Entre ellas estaría la conversación mantenida entre el coronel Moscardó y su hijo detenido por el bando rival. Las negociaciones no fructificaron y ninguno de los dos bandos estaba dispuesto a ceder, por lo que se asumió que el asedio no iba a ser algo que se fuese a resolver en unos pocos días y sin apenas derramamiento de sangre. El principal problema de los asediados no era únicamente la fuerza militar de los asediadores, sino también la cantidad de alimentos necesarios para aguantar un número de días indeterminado. En salvar esa necesidad se afanaron los rebeldes y por ello se produjeron varias salidas desde su posición defensiva en busca de alimentos que hubiese en mercados cercanos. Algunos consiguieron, amén de más rehenes que fueron apresados durante estas escapadas.

Los bombardeos comenzaron a provocar los primeros daños serios al Alcázar, véase el incendio de uno de los cuatro torreones, e incluso de varios edificios cercanos a la fortaleza. En verdad, gracias a la gran documentación existente y a las numerosas fotografías (recomendamos encarecidamente toledoolvidado.blogspot.com, del académico Eduardo Sánchez Butragueño, al ser este blog el mejor repositorio de fotografías antiguas de la urbe del Tajo) y vídeos, podemos seguir prácticamente como si se tratase de un diario el desarrollo del asedio. 

En el ataque contra el Alcázar se combinó la acción de la artillería, la fuerza de los aviones del gobierno y el ataque desde posiciones cercanas por parte de soldados y milicianos republicanos. Dentro de la estrategia de los atacantes también estaba la guerra psicológica, y por ello la aviación no solo lanzó bombas, sino también hojas con arengas y directrices para animar a la deserción y al apoyo al gobierno legítimo de la República. Asimismo, se notificó de cara al exterior que el Alcázar había sido rendido con el objetivo de menoscabar la moral de los rebeldes guarnecidos y evitar que llegase ayuda desde el exterior. 

Milicianos comunistas y anarquistas en las calles de Toledo. Foto: Album.

El asedio siguió su curso durante los últimos días de julio y los primeros de agosto, sucediéndose episodios de intensos bombardeos con días sin presión de la artillería republicana sobre nuestro edificio protagonista. A la par los rebeldes tenían que adaptarse a las circunstancias con un estricto racionamiento de las provisiones y con una especie de periódico, El Alcázar, que comenzó a imprimirse para informar de la situación. Las escapadas en busca de alimentos se siguieron sucediendo. A medida que avanzaba el asedio comenzaron a producirse algunas deserciones y la falta de víveres no fue la única carencia: el combustible también se hacía necesario. No obstante, mantenían la esperanza de que el ejército nacional que avanzaba desde el sur pudiese llegar a socorrerles.

Una cuestión de tiempo

Si nos situamos a mediados del mes de agosto, la estrategia de las fuerzas republicanas fue la de atacar los edificios cercanos o anexos al Alcázar para evitar que los sublevados pudiesen moverse por los mismos. El siguiente paso fue tomar una rotunda decisión: derrumbar el edificio con el uso de minas subterráneas y a continuación intentar incendiarlo con el uso de gasolina. El asedio siguió su curso. A finales del señalado mes la resistencia continuó, produciéndose bombardeos por parte de la aviación republicana, que incluso llegaron a provocar bajas entre los propios asediadores, y el fusilamiento de algunos presos. Algunos aviones del bando nacional consiguieron hacer llegar mensajes y víveres al Alcázar, por lo que el gobierno republicano apostó armamento antiaéreo con el fin de evitarlo. Un punto crucial pudo ser el derrumbe de la fachada norte, que abría brecha para un posible asalto. Los muros de la fortaleza iban siendo destruidos, aunque no se produjeron grandes bajas entre los defensores y estos respondieron con fuego de mortero.

Las fuerzas republicanas sabían que la intensidad de sus ataques —a pesar de algunos errores, de distintas descoordinaciones y de la presión que suponía de cara al exterior no haber cerrado un episodio bélico que se estaba alargando demasiado— provocaría la caída de la resistencia. Por su parte, los ocupantes del Alcázar sabían que su posición no podría prolongarse indefinidamente y que solo les quedaba la baza de la ayuda exterior. En definitiva, tanto para unos como para otros, todo era cuestión de tiempo, y este era tanto aliado como enemigo.

La estrategia del minado continuaba, y los asediados, independientemente de sus intentos de abortarlo, conocían de la continuidad de esta actividad al igual que la intensificación de los bombardeos a lo largo de los primeros días del mes de septiembre. Ya podríamos hablar más de un edificio en ruinas que de un esplendoroso edificio regio. Lo mismo sucede con muchos edificios y barrios cercanos a la ahora lastimosa fortaleza, antaño orgullo de todos los toledanos. El material fotográfico nos muestra el lamentable estado del Alcázar y cómo la conocida plaza de Zocodover y sus alrededores eran una terrible zona de guerra con armamento, barricadas, destrucción y muerte.

Milicianos guareciéndose tras una barricada en la plaza de Zocodover (agosto de 1936). Foto: Album.

La fuerza militar del gobierno republicano presentó unas condiciones de rendición a los rebeldes en las que se respetaba la vida de estos y la puesta en libertad de mujeres y niños, entre otras cuestiones. Los leales a la sublevación las rechazaron. Se volvió a intentar la negociación para que al menos mujeres y niños abandonasen las ruinas del Alcázar, pero la posición del coronel Moscardó fue inflexible. A mediados del mes de septiembre se entremezclaban las ansias de unos por acabar con un asedio excesivamente prolongado en el tiempo, los miedos de otros por el avance de la mina, las infructuosas negociaciones, la cercanía del ejército nacional, las deserciones por parte de algunos sublevados… un cóctel que había convertido a la ciudad de Toledo en protagonista, a priori inesperada, de los primeros meses de la Guerra Civil. Sin embargo, el final se aproximaba.

«Sin novedad en el Alcázar»

Los duros bombardeos prosiguieron y los ingenieros del bando republicano encargados de hacer llegar la mina a su destino no desistían de la tarea. La respuesta de los rebeldes, tanto combatientes como familiares, fue la de despejar la zona en la que habría de estallar la mina y buscar la manera de minimizar los efectos de esta en su resistencia. Los primeros rayos de sol del día 18 de septiembre trajeron una fortísima explosión que no solo fue escuchada en la propia ciudad. La mina había estallado, y otro torreón junto a otra fachada de la mítica fortaleza toledana cayeron. 

Ahora llegaba el momento del asalto por parte de las fuerzas asediadoras, que en un número de varios miles entre soldados, guardias de asalto y milicianos con el apoyo de vehículos blindados se dispusieron a acabar con la ocupación del ya más que ruinoso edificio. Empero, esas mismas ruinas, cascotes y escombros también eran un obstáculo que salvar. El asalto resultó infructuoso y los rebeldes posicionados en el Alcázar y en algún otro edificio cercano seguían resistiendo, aunque con bastantes bajas, a lo que se sumaba la escasez de alimentos y la imposibilidad de realizar salidas al exterior como semanas atrás. La artillería siguió trabajando.

Las fuerzas leales a la República y al Frente Popular no podían permitir que el asedio se siguiese prolongando. Nos acercamos a los últimos días del crucial mes de septiembre y el ejército del bando nacional comandado por el general Varela, a instancias del general Francisco Franco, tenía la determinación de llegar a Toledo para auxiliar a los ocupantes de las ruinas del Alcázar. Entre los días 26 y 27 de septiembre el señalado ejército del general Varela, compuesto fundamentalmente por regulares y legionarios, se lanzó sobre Toledo, haciendo retroceder a las tropas que defendían las posiciones cercanas a la Ciudad Imperial. Bajo estas circunstancias, los asediadores realizaron un último intento de rendir el Alcázar con el uso de gasolina, fuego y el ataque de a pie. Aunque estuvieron más cerca de conseguirlo, tuvieron que batirse en retirada ante la resistencia favorecida por el humo, los escombros, las posiciones ventajosas y, sobre todo, la cercanía del ejército del general Varela que ya llamaba a las puertas de la ciudad.

Cadetes del ejército franquista juran lealtad en las ruinas del Alcázar. Foto: Shutterstock.

El mismo 27 de septiembre comenzó la retirada de las tropas y fuerzas leales al gobierno republicano y el ejército del general Varela, apoyado por los defensores del Alcázar, se prestó a tomar la ciudad. Así, los enfrentamientos entre ambos bandos se sucedieron, cambiándose ahora las tornas en algunos casos. Aunque los combates en Toledo y alrededores se prolongaron, el 28 de septiembre concluía el asedio del Alcázar. El encuentro entre el general Varela y el coronel Moscardó convirtieron las palabras de este último, junto al ruinoso edificio, en un símbolo de lo que podríamos llamar la «mitología franquista»: «Sin novedad en el Alcázar, mi general».

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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