El 29 de junio de 1236 Fernando III tomaba la ciudad de Córdoba. La mezquita aljama de Córdoba sería enseguida consagrada como la catedral de Santa María.
Si hoy podemos disfrutar de la Mezquita-Catedral de Córdoba se debe a la conservación decidida que se produjo del mismo. Son numerosas las referencias literarias cristianas que, desde el siglo XIII, aluden a la magnificencia y carácter único de la, entonces, catedral de Santa María, lo que demuestra la existencia de una conciencia crítica respecto a su propio valor intrínseco.
Rodrigo Jiménez de Rada, arzobispo de Toledo y protagonista destacado de la vida política de la primera mitad del siglo XIII, ensalzó la belleza de la mezquita de Córdoba en su célebre crónica Historia de los hechos de España o Rebus Hispaniae con las siguientes palabras «…quae cunctas Mesquitas Arabum ornatu et magnitudine superabat…».

El 13 de diciembre de 1263 Alfonso X firma, en Sevilla, una cédula por la que manda que los “moros” residentes en la ciudad, dedicados a la construcción (albañiles, herreros y carpinteros), trabajen según su oficio en la catedral, dos días al año «por grand sabor que auemos que la noble iglesia de Sancta María de la cibdat de Córdoua sea más guardada et que non pueda caer nin destruirse ninguna cosa della».
En la Historia de España promovida por el mismo rey se vuelven a repetir las palabras de Jiménez de Rada: «…la mezquita de Córdoua, que sobraua et vençie de afeyto et de grandez a todas las otras mezquitas de los alaraues».
En la primera mitad del siglo XIV, Don Juan Manuel, nieto de Fernando III, nos brinda un documento excepcional al detenerse en la aljama cordobesa. En sus famosos cuentos de El Conde Lucanor, escritos hacia 1340, nos habla del prestigio que conseguían los hombres al promover grandes obras de arquitectura.
Lucanor ensalza al califa Al-Hakam II por su magnífica ampliación en la mezquita de Córdoba: «Entonçe, por que la mezquita de Cordoba non era acabada, annadio en·ella aquel rey toda la labor que y menguava et acabola. Esta es la mayor et mas conplida et mas noble mezquita que·los moros avian en Espanna et loado a Dios, es agora eglesia et llaman la Sancta Maria de Cordova, et offreciola el Sancto rey don Fernando a·Sancta María quando gano a·Cordova de·los moros. (…) Et fue despues muy loado. Et el loamiento que fasta entonçe le fazian escaniçiendo lo, finco despues por loor; et oy en dia dizen los moros quando quieren loar algun fecho: “Este es el annadimiento de Alhaquem”».

Una vez consagrada la mezquita de Córdoba, los caballeros y familias más involucradas en el proceso de conquista lograron el privilegio de ir creando sus propias fundaciones privadas en el interior de la aljama.
Su enorme planta rectangular explica que se fueran generando capillas, más o menos grandes, a lo largo de su perímetro interno, utilizando los muros oeste, sur y este como punto de apoyo.
Igualmente, se introdujeron tabiques, rejas y altares entre columnas, o junto a las estructuras previas, que se correspondían con los límites de las diferentes etapas y ampliaciones de la gran aljama entre los siglos VIII y X. Transformaciones que continuaron a lo largo de los siglos, lo que dificulta el estudio de las primeras capillas.
Construcción de capillas en la Mezquita de Córdoba
Entre los siglos XIII y XIV, a lo largo del muro occidental de cierre de la sala de oración omeya y en dirección norte-sur, se erigió el baptisterio, actualmente capilla de la Concepción, y las capillas del Salvador, de San Miguel y de San Lorenzo.
En el muro sur o de la quibla se erigieron, en sentido oeste-este, las capillas dedicadas a San Ildefonso, a San Esteban y San Bartolomé, a San Felipe y Santiago, la de San Pedro, donde se hallaba el mihrab de al- Hakam II, seguida por las de San Martín, San Andrés, Santa Inés, San Antolín, y Santa Lucía.

En el extremo oriental del lado sur del edificio, Alfonso X, con anterioridad a la fecha de 1262, erigió la gran capilla de San Clemente, que haría las veces de capilla real y de sala capitular.
En el muro oriental de la catedral, y en dirección sur-norte, se fundaron entre otras capillas la de los patronos de la ciudad, San Acisclo y Santa Victoria, la de Santa María Magdalena, la de San José con una advocación previa que se desconoce, la Antigua de Nuestra Señora de la Concepción, la de la Encarnación, la de San Nicolás, la de San Juan Bautista, una de las más antiguas de todo el edificio, y la de San Marcos. Las capillas del muro norte pertenecen a los siglos XVI y XVII.
La cabecera de la catedral de Santa María
Lo más interesante de este periodo fue la ubicación de la primera catedral en el inicio de la ampliación de la etapa de Al-Hakam II, donde se encuentra la Capilla de Villaviciosa.
Tal como recuerda el canónigo de la catedral, Bernardo de Aldrete, en su Memorial sobre la Capilla Real redactado en 1637, en esta zona hubo tres cúpulas: la de la Capilla de Villaviciosa junto a otras dos que la flanqueaban a este y oeste.
Dicha estructura luminosa, con dirección a levante, explicaría que fuera allí donde se dispusiera la cabecera de la primera catedral del siglo XIII gracias a su orientación canónica.

La cúpula occidental debió hundirse por las obras acometidas en esta zona en el siglo XV, en tiempos del obispo Manrique, cuando se introdujo una gran nave.
En el extremo oriental de dicha estructura, Enrique II fundó la Capilla Real que aún se conserva, a modo de qubba funeraria en alto, decorada con yeserías de filiación nazarí, para la disposición de los cuerpos de su padre y abuelo, Alfonso XI y Fernando IV.
Durante este periodo se produjo, por toda Castilla, un movimiento historicista neocordobés al imitarse las partes más famosas del edificio omeya en numerosos edificios, caso de muchos templos de Toledo o la Capilla Dorada de Santa Clara de Tordesillas, donde sus arquerías internas imitan en el siglo XIV las de la macsura de Al-Hakam II del siglo X.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Interesante o Muy Historia.