A diferencia de Agustín de Hipona (354-430), nacido en una provincia del Imperio romano, Tagaste, actual Souk Ahras en Argelia, Boecio (475-526) pertenecía a una familia que era parte del Senado y que tenía cierta influencia en el poder imperial.
Su formación fue la de un patricio romano que dominaba el griego y que conocía de primera mano a Platón o Aristóteles, así como la recepción latina de la cultura griega en autores como Séneca o Marciano Capella. Podría afirmarse que su obra filosófica representa un punto de inflexión en el pensamiento grecorromano, ya que introdujo elementos de la reflexión teológica cristiana en el discurso lógico griego.

Todos estos aspectos, por una parte, su desempeño político, de la otra, su lectura de las fuentes filosóficas antiguas, y su contacto con las discusiones teológicas acerca de la naturaleza divina, le colocan en el centro de una precipitada sucesión de cambios políticos y religiosos —ocurridos a lo largo del siglo VI— que condicionaron su trabajo intelectual.
Sus obras exponen estos aspectos, ya que contienen los comentarios y traducciones a la obra lógica de Aristóteles, continúan con una serie de breves tratados teológicos en los que se discute, entre otros asuntos, si las «categorías» aristotélicas son suficientes para elaborar un discurso sobre la naturaleza divina, y por último la confección de un tratado que ha pasado a la historia como uno de los textos más traducidos y conocidos de un filósofo tardo antiguo, La consolación de la filosofía.
Dada la multiplicidad de recursos de la obra boeciana y la gran variedad de asuntos que trata, algunos autores han cuestionado la originalidad de Boecio. Los intérpretes de su obra se suelen preguntar si nos encontramos ante un traductor que intentó matizar su lectura de Aristóteles o Nicómaco de Gerasa (siglo I) con algunos comentarios, si los breves tratados teológicos no son más que algunas notas elaboradas para una discusión en privado que no aspiraban a sobrepasar aquel contexto específico, y si la Consolación no es más que una compilación de recursos literarios que se podían encontrar en cualquier otro autor latino. Inclusive, algunos historiadores afirman que la popularidad de Boecio en la Edad Media se debe, en parte, a la carencia de los textos originales de la filosofía antigua referidos en sus obras.

Origen del significado de los términos
No obstante, Boecio es un autor fundamental para la comprensión del pensamiento medieval. Traductor de Aristóteles, senador, y víctima de una conspiración, su obra se caracteriza por el esfuerzo de fijar la significación de los términos lógicos, mostrar las distintas acepciones de expresiones tan complejas como «ciencia» o «naturaleza», así como la necesidad de preguntar si, en medio de la inestabilidad de los asuntos humanos, sujetos a los vaivenes de la «fortuna» o a las acciones políticas que van contra la integridad de otras personas, es factible el conocimiento divino que alcanza y prevé el desarrollo de los acontecimientos del mundo.
Boecio postula que este tipo de conocimiento supera la sucesión del tiempo, ya que ocurre en la simultaneidad de todos los acontecimientos de modo que las decisiones humanas libres no están condicionadas, al contrario, hacen parte de aquella simultaneidad de los acontecimientos que las limitaciones de nuestro conocimiento nos impiden apreciar.
La delimitación entre el conocimiento simultáneo de todos los hechos y nuestra visión sucesiva del mundo caracterizan a la naturaleza divina que puede ser tratada como una entidad, simple y eterna, que está más allá de las sustancias y cuyas características Boecio expone en el Hebdomadibus, en Contra Eutiques, así como en algunos pasajes de la Consolación de la Filosofía.

Desde el punto de vista aristotélico la sustancia es el compuesto de materia y forma cuyo conocimiento ocurre por medio de nuestro contacto sensible con los objetos en la naturaleza. Cada objeto es una sustancia que percibimos y que posee ciertas características como la cantidad; las cualidades como el color o el sabor; las relaciones como padre-hijo, estudiante maestro; así como, unas circunstancias específicas, el sitio que ocupa respecto a otros objetos, o una sucesión determinada en el tiempo.
Cada una de estas características es reflejada en el lenguaje por las percepciones que recibimos de los objetos. Esta teoría del origen del significado de los términos con los que indicamos las características de los objetos proviene de Aristóteles y Boecio adhiere a esta teoría de la significación, ya que estima que entre estos significados existe al menos uno que supera cualquier característica de las sustancias: la naturaleza divina. Esta carece de cantidad, cualidad, lugar o tiempo, ya que es una, no compuesta, intemporal, y sus cualidades son absolutas; por ejemplo, la divinidad es «buena» en tanto es «el bien por sí mismo», a diferencia de Pedro o Juan que son buenos, aunque de ellos no podemos decir que sean la bondad misma.
Estos atributos le corresponden a la naturaleza divina y por esto todo concepto sustancial, denominado por Aristóteles categoría, no puede alcanzar a estos atributos absolutos. Quizá por esta concepción de la naturaleza divina respecto a la predicación categorial aristotélica se vincule a Boecio con la teología negativa del Pseudo-Dionisio (final del siglo v, inicio del siglo vi). Este autor desconocido solía identificarse con un griego converso del Areópago ateniense que conoció a Paulo de Tarso.

Sin embargo, entre los textos griegos que posiblemente conoció Boecio no hay certeza acerca de la circulación de las obras del Pseudo-Dionisio, ni la posibilidad de que este autor haya tenido contacto con los opúsculos teológicos boecianos redactados como notas de discusiones privadas que se hacían eco de los debates conciliares que dividieron al Imperio romano en aquella época.
No se podría afirmar de manera definitiva que Boecio consideraba la existencia de formas puras al estilo platónico, existentes fuera de la naturaleza de los objetos singulares. Al contrario, considera que las formas están en los objetos combinados con la materia en tanto que el intelecto humano por medio de sus facultades perceptivas tiene acceso a las formas y puede referirse a ellas en el lenguaje por medio de términos simples y enunciados complejos, o silogismos, de acuerdo con el pensamiento aristotélico.
La lectura paralela de los textos boecianos posee estos elementos que de una parte exponen la teoría de la significación aristotélica, pero que de otro, introducen los atributos que están más allá del lenguaje, de la composición sustancial e incluso del acceso que nuestro conocimiento tiene de las formas imbricadas en la materia.
De ahí que la exposición boeciana de la división de las ciencias, inspirada por la distinción aristotélica que aparece en la Metafísica, proponga tres sentidos del término «ciencia» que representa los diferentes objetos del conocimiento, además cada uno de los métodos que cada ciencia utiliza. Toda ciencia es «especulativa» ya que está guiada por las imágenes que nuestras facultades anímicas elaboran de los objetos percibidos o de las nociones más generales, lo que explica cómo el pensar se desarrolla por medio de «semejanzas», expresadas en el lenguaje y representadas en los conceptos.
Existe una ciencia natural caracterizada por el movimiento y la materia, cuyo conocimiento no es separable de los objetos; después está la ciencia matemática que carece de movimiento y es abstracta, ya que se pueden separar sus conceptos como la línea o el número que son conocidos sin necesidad de otros objetos; y por último la teología que carece de materia, de movimiento y está separada de todos los objetos.
En este punto Boecio introduce una compleja distinción que podría decirse inaugura el pensamiento filosófico tal como lo conocemos, ya que diferencia entre un sujeto que piensa y conoce los objetos según las condiciones en las que estos mismos objetos son percibidos o denominados en el lenguaje.
Por lo tanto, la ciencia desde el punto de vista de los objetos tiene las condiciones que hemos descrito antes, pero desde el punto de vista del sujeto es posible conocer aquello que carece de soporte material, lo divino, lo cual puede distinguirse de las sustancias particulares como los conceptos matemáticos, y de aquellos objetos que no son sustanciales o físicos.
La 'naturaleza' de Boecio
En este sentido la ciencia busca el estudio de las «formas» de las cuales proviene la esencia (id quod est) de las sustancias y el modo en que las formas existen en los objetos que percibimos (in quo est). Por ejemplo, una estatua conjuga el bronce, como soporte material, y una forma introducida por el artista para que posea una figura determinada.
Así, en un mismo objeto encontramos la esencia que hace que una estatua sea como es, en tanto que, el bronce sirve de soporte para la manifestación de aquella forma esencial tal como ella es en ese objeto particular. Esta unión, también implica la unidad de partes constituidas materialmente por sus relaciones, tal como la forma anímica esencial del ser humano se manifiesta en un cuerpo que posee distintas partes, dotado de unas capacidades que constituyen su parte más perfecta, como lo afirma el mismo Aristóteles y que Platón juzgaba superior a la naturaleza.
Un ejercicio semejante se observa en la exposición acerca del término naturaleza que se atribuye a todos los seres corpóreos o sustancias —compuestas de materia y forma—, así como a cada una de las sustancias singulares de acuerdo con sus cualidades, propiedades o facultades. Naturaleza también es «el principio del movimiento por sí mismo y no accidentalmente», lo que equivale al término griego de physis que significa aquello que de manera general posee la capacidad de transformarse por sí mismo.
Otro sentido de naturaleza se aplica a los seres no corporales, pero se dice de «algún modo» en un sentido equívoco, porque estos seres no poseen materia. Se trata de un ejercicio especulativo que distingue los sentidos de un mismo término de acuerdo con las condiciones propias de cada objeto y a las formas esenciales, siguiendo las distinciones que cada disciplina o ciencia nos ofrece.
La consolación de la filosofía
La correspondencia entre los modos de conocer y la naturaleza misma conocida por el intelecto humano de acuerdo con sus propias capacidades, representadas en el orden del lenguaje, es un aporte clarificador y sistemático que la obra boeciana logra retomando aspectos del pensamiento aristotélico aplicados a un nuevo contexto de exposición de los problemas filosóficos: la emergente teología cristiana que necesitaba de la intervención de los estamentos patricios romanos para posicionar sus debates doctrinales en el centro del universo político de un imperio dividido.
Se considera que en el contexto de la obra boeciana La consolación de la filosofía representa un logro sin precedentes, ya que consigue exponer un ideal de vida intelectual junto a la reflexión sobre un conocimiento que está más allá de los límites de las facultades anímicas del ser humano.

En este tratado un hombre abandonado a su destino en una celda recibe la visita de una dama que viste un traje en el que se pueden leer las expresiones (Theta) Teoría y (Pi) Práctica que aluden a división antigua de la filosofía especulativa. Esta mujer en un acto de repulsión y furia desplaza a las musas que acompañan a este hombre en su celda, porque considera que no consolarán al prisionero tal como ella puede hacerlo.
Dicho personaje pregunta a continuación a esta dama, por qué en este mundo se abandona la ciencia a favor de otras recompensas como el poder y la gloria. Las respuestas que la dama expone por medio de su discurso, tanto en prosa como versificado, podrían exponerse del siguiente modo: (i) la filosofía es un ejercicio terapéutico que enseña a conocer la situación de nuestro entorno inmediato y las causas que modifican nuestros esfuerzos individuales; (ii) la filosofía explica las relaciones entre las comunidades políticas, ya que en una comunidad puede más la adulación que las acciones razonadas con corrección; (iii) a manera de ejemplo cita a personajes de la historia de la filosofía antigua como Platón y Sócrates, en cuanto considera superfluos a otros filósofos.
Para finalizar, habría que señalar uno de los aspectos más olvidados de la obra boeciana, su neopitagorismo. Influenciado por la aritmética de Nicómaco de Gerasa, Boecio escribe diversas obras dedicadas a lo que él mismo denominó «las cuatro vías» del estudio matemático: aritmética, geometría, astronomía —posiblemente perdida —, y la música.
Se trata de un estudio imbuido en las limitaciones de su época acerca del modo en que los objetos matemáticos se posicionan frente al lenguaje como los principios más accesibles al intelecto y que hacen parte, al mismo tiempo, de la esencia formal de los objetos que percibimos. Quizá el énfasis lógico en la recepción de Boecio dejó de lado a sus obras matemáticas que se encuentran reproducidas de forma manuscrita y en los impresos de la primera modernidad.
Puede afirmarse que el occidente medieval aprendió las operaciones básicas de la matemática antigua gracias a estas obras que se vieron enriquecidas por los tratados en lengua árabe, orientales y andaluces, dedicados a la especulación pura sobre los objetos matemáticos.
A manera de conclusión, observamos que la obra de Boecio forjó la estructura básica de la enseñanza y la transmisión del pensamiento especulativo sin dejar de discutir los fundamentos de un pensamiento teológico que encontró en el patricio romano la forma de expandirse y posicionar sus debates internos.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.