El dramático desembarco estadounidense en la playa de Omaha durante el Día D

La orografía del terreno, con grandes acantilados de hasta 30 metros, el mal estado de la mar y las bien parapetadas defensas alemanas convirtieron el desembarco en la playa de Omaha en uno de los más complicados y sangrientos del Día D
El dramático desembarco aliado en la playa de Omaha durante el Día D

Cuando bajó el portón de la lancha se desató el infierno. Aquellos que tuvieron la osadía o la mala suerte de colocarse en primera línea fueron alcanzados por las balas alemanas, otros se vieron pronto con el agua al cuello –literal y metafóricamente–. Debían avanzar a través del helado mar cargando con su pesado equipo mientras eran acosados por las ametralladoras. Al llegar a la playa descubrieron con pavor que las prometidas trincheras no existían. Los cuerpos flotaban, los heridos se acogían a Dios o a sus madres mientras quedaban a merced de la marea. Día D, Hora H; había llegado el momento de la verdad. Omaha y los nazis les estaban esperando.

Ilustración del desembarco en la playa de Omaha de las tropas norteamericanas. Foto: Getty.

Omaha, la sangrienta

Tomar Omaha suponía un esfuerzo hercúleo. Su formación geológica no ayudaba en absoluto. Cuando los soldados desembarcaran y cruzaran la playa deberían ascender hacia los acantilados de entre quince y treinta metros de altura que tendrían ante sí. El objetivo era subir por uno de los cinco empinados valles o ramblas que formaban los únicos accesos a la playa. Todo este esfuerzo físico tenían que hacerlo, por supuesto, bajo un fuerte fuego enemigo proveniente de los fortines y baterías alemanas. Para incrementar la dificultad de la empresa, los promontorios tenían una cierta curva envolvente que permitía a los alemanes disparar con facilidad a cualquier punto de la playa. Una posición con unas defensas formidables.

Por si todo esto fuera poco, Erwin Rommel diseñó un terrible sistema de obstáculos para dificultar cualquier desembarco en las playas del norte francés. Jugando con las mareas, sembró la arena de postes minados que hacían saltar por los aires las lanchas de desembarco que chocaban con ellos y ordenó colocar miles de erizos de acero y las temibles “puertas belgas” para evitar el tránsito de vehículos. Por supuesto, muchas zonas del arenal también estaban minadas.

El plan de ataque, defendido, entre otros, por Eisenhower y Montgomery, preveía comenzar el desembarco a las 06:30 horas, treinta minutos después del amanecer, tras un fuerte bombardeo naval y aéreo. Su idea era conseguir sorprender y desbordar a los defensores y, para ello, los ataques deberían ser simultáneos en todas las playas. Muy pronto vieron que esta idea no funcionó en Omaha.

El desembarco quedó asignado a la 1ª y la 29ª División de Infantería del Ejército de Estados Unidos. La primera de ellas, conocida como la “Gran Uno Rojo” llevaría la voz cantante por su fama y, sobre todo, por su experiencia en los desembarcos llevados a cabo con anterioridad en el escenario mediterráneo de la guerra. Esta división estaba encabezada por el general Clarence R. Huebner.

Clarence R. Huebner, comandante de la 1ª División de Infantería del Ejército estadounidense. Foto: Getty.

A las 05:20 horas comenzó la pesadilla para miles de soldados. La primera oleada que desembarcó en Omaha pasó a la historia y a la leyenda por el elevado número de bajas que sufrieron. Todo empezó a salir mal desde el principio. Las lanchas comenzaron su camino entre un mar muy embravecido –hasta tal punto que más de diez volcaron o se inundaron–. Quince minutos después partieron las lanchas que debían llevar los tanques de apoyo. Supuso el primer gran fracaso, porque 27 de los 32 tanques Sherman DD se hundieron. El segundo no tardó en llegar, pues el prometido bombardeo resultó un fiasco: de las 13.000 bombas lanzadas ninguna impactó contra la playa de Omaha, debido al miedo de los pilotos a impactar contra las lanchas. Al retrasar unos segundos los lanzamientos, no acertaron con sus objetivos.

Nada de esto fue comprendido por los soldados de la primera oleada hasta que desembarcaron. La travesía no fue un camino de rosas. La mar picada provocaba que los timoneles tuvieran dificultades para mantener la ruta y que los soldados empezaran a sufrir fuertes mareos. Pronto, la mayoría de las lanchas tuvieron un fuerte hedor a vómitos. Pero no era nada comparado con lo que iban a vivir pocos minutos después.

Las tropas de asalto estadounidenses desembarcan en la playa de Omaha apoyadas por disparos navales. Foto: Getty.

A las 06:31 horas, las primeras lanchas abrieron sus portones y los soldados fueron recibidos con fuego concentrado de las ametralladoras nazis, que tenían la orden de disparar justo cuando empezaran a aparecer sus enemigos. Los hombres que ocupaban las primeras líneas cayeron rápidamente y el pánico se apoderó de sus compañeros. Muchos de ellos saltaron al agua pensando que no habría mucha profundidad, pero el pesado equipo supuso un enorme impedimento, problema que se agravaba hasta el límite para aquellos que no sabían nadar. La desesperación se apoderó de los reclutas y algunos de ellos empezaron a deshacerse de sus pertrechos, incluidas las armas. Para mayor desgracia, pronto algunos se dieron cuenta de que no estaban en el lugar que deberían. El humo de los bombardeos desorientó a los timoneles y las lanchas llegaron a zonas erróneas.

Durante la primera oleada se vivieron los momentos más dramáticos. Los soldados recibían fuego mientras estaban aún en el agua, los gritos de socorro resonaban por todas partes y los cadáveres flotantes comenzaban a agolparse. Para aquellos que consiguieron desembarcar, el miedo no era menor. Debían cruzar la franja de playa bajo los disparos enemigos, idea que les aterrorizaba. A la dificultad intrínseca se sumaba que tenían la ropa y las botas mojadas y el frío les atería. Vieron en los propios obstáculos alemanes el único parapeto posible.

La situación no invitaba al optimismo. La playa estaba cubierta de cadáveres, de heridos que se tragaba la marea y blindados ardiendo, sin olvidar los obstáculos enemigos. Todo ello bajo fuego alemán y con unas armas que, en la mayor parte de los casos, no funcionaban por el agua y la arena de la playa. El caos que reinaba en Omaha se agravaba por los equipos de radio estropeados durante el desembarco. Mar adentro, los mandos no tenían noticias claras e incluso se llegó a barajar la opción de abandonar Omaha y desviar las siguientes oleadas hacia Utah o las zonas de desembarco británicas.

Ilustración del periódico militar Stars and Stripes que representa a las tropas estadounidenses luchando en la playa de Omaha. Foto: Getty.

Sin embargo, la situación comenzó a mejorar paulatinamente. La llegada de nuevas oleadas y el trabajo de los equipos de demolición para desactivar las trampas enemigas permitieron acabar poco a poco con la resistencia alemana y ganar territorio lentamente. A las 12:30 ya habían desembarcado cerca de 20.000 soldados. Los combates continuaron a lo largo de toda la jornada y durante las últimas horas de la tarde pudieron desembarcar los altos mandos para constituir el primer Cuartel General del Ejército estadounidense en suelo europeo.

Necesidad de munición y refuerzos. Muchas bajas

El extremo occidental de Omaha presentaba un grave peligro para la seguridad. Allí, en lo alto de un promontorio de treinta metros de altura, los alemanes habían emplazado una batería militar que disponía de una perfecta posición para disparar contra la playa. Un grupo de poco más de 200 rangers, las fuerzas especiales del Ejército estadounidense, debía escalar el acantilado bajo el fuego enemigo y tomar la posición antes de que sus compañeros pisaran la playa. Una misión (casi) suicida. 

Como el resto de objetivos, Pointe du Hoc fue bombardeado a conciencia con fuego naval y aéreo hasta llegar a la nada despreciable cifra de 698 toneladas de bombas. El siguiente paso del plan era la llegada de los rangers al pie del acantilado. Tampoco a ellos los acompañó la suerte en el trayecto. Una de las barcazas se hundió en el área de reunión a causa de una inundación y la lancha guía se desorientó y llevó a la flotilla hacia otro promontorio situado al este del objetivo. El retraso de cuarenta minutos tuvo una gran importancia en el transcurso posterior de los acontecimientos. Los minutos extra en el mar también aumentaron el tiempo de exposición al fuego alemán, lo que provocó el hundimiento de algunas lanchas con toda su tripulación. El lapso entre los bombardeos y la llegada de los rangers permitió a los nazis salir de sus refugios y acercarse al borde de los acantilados para disparar.

Vista de Pointe du Hoc, donde se descargaron unas 700 toneladas de bombas. Foto: Shutterstock.

La expedición fue recibida por un intenso fuego. Por fortuna para los soldados, el destructor Satterlee se acercó a la línea de costa y apuntó con sus cañones a los defensores, que se vieron obligados a retroceder. Gracias a esta tregua, los rangers pudieron utilizar sus escalas con más tranquilidad y, cinco minutos después, los primeros alcanzaron la cima. Se encontraron con que multitud de cráteres –fruto de los bombardeos– llenaban el lugar. Era bueno y malo a la vez, porque, aunque servían como parapeto, dificultaban las comunicaciones y el reagrupamiento.

El primer paso de la misión estaba dado y ahora quedaba destruir los cañones nazis. Para sorpresa de los expedicionarios, unos 175 en ese momento, cuando consiguieron llegar a las casamatas las encontraron vacías. Ahora había que descubrir dónde estaban escondidas las piezas a la vez que debían sofocar las dos concentraciones enemigas que continuaban en las inmediaciones. Los alemanes se habían refugiado en dos estructuras del complejo: una posición antiaérea y las ruinas de los edificios de alojamiento de los soldados. A ello había que sumar el fuego automático que recibían desde un reducto situado en un despeñadero al este que se convirtió en un gran quebradero de cabeza durante toda la mañana, hasta que un destructor británico lo descubrió y acabó con él a cañonazos.

Restos de un búnker utilizado durante la Segunda Guerra Mundial. Foto: Shutterstock.

Mientras, un grupo de cincuenta hombres consiguió alcanzar la carretera hacia las 08:00. Dos de ellos encontraron los temidos cañones en un manzanal de Criqueville-en-Bessim, sin vigilancia, pero cargados y listos para atacar. Fueron destruidos rápidamente. El objetivo estaba cumplido, pero ahora quedaba resistir y avanzar. Y no iba a ser fácil. Durante el Día D, los problemas de comunicaciones marcaron el destino de muchos hombres y el reducido grupo de rangers se quedó aislado.

El plan inicial decía que una vez que el primer grupo llegara al acantilado sería reforzado por diversas oleadas de soldados para continuar la misión. Sin embargo, si el primer ascenso fallaba, el resto de rangers serían enviados a Omaha como refuerzo. Los mandos recibieron un mensaje que confirmaba la llegada a lo alto de Pointe du Hoc a las 07:25, pero una segunda comunicación que notificaba la toma del enclave no fue recibida. Al dar la misión por fracasada, los rangers desembarcaron en las playas.

Los soldados de Pointe du Hoc lucharon en solitario hasta la noche. El número de efectivos equivalía a una compañía y cada vez tenían más alemanes en las inmediaciones. Sesenta de ellos consiguieron crear un fino cordón defensivo en la punta, mientras que varias patrullas salieron a explorar el territorio y acabar con los focos de resistencia enemiga. Los mandos nazis conocieron el ataque desde el primer momento, pero decidieron no reforzar las defensas por el escaso número de los atacantes y por la necesidad imperiosa de proteger otras zonas.

Los mandos estadounidenses se llevaron una sorpresa cuando el Satterlee captó con claridad un mensaje por la tarde: “Localizada Pointe du Hoc. Misión cumplida. Necesidad de munición y refuerzos. Muchas bajas”. Los rangers consiguieron por fin dar señales de vida a sus compañeros, pero debieron resistir en solitario durante unas horas más. Cerca de las 21:00 fueron localizados por un pequeño grupo de los rangers que había desembarcado en Omaha, pero la situación seguía siendo dramática ante los continuos ataques alemanes. Al día siguiente, llegaron los ansiados refuerzos, aunque la situación no estuvo asegurada hasta el 8 de junio. Tras dos días de duros combates y férrea resistencia, disfrutaron de una pequeña tregua.

Desembarco de suministros de las fuerzas aliadas en la playa de Omaha, Normandía. Foto: Getty.

¡Empezaremos la guerra desde aquí!

Mientras tanto, en la playa de Utah los acontecimientos estaban siendo bien diferentes, gracias en parte a la buena suerte. Mientras que en Omaha todo lo que podía salir mal ocurrió, aquí hubo mayor fortuna. Empezando por el bombardeo. Aunque tampoco consiguieron destruir las posiciones alemanas, sí acabaron con buena parte de los campos de minas, para alegría de los soldados que estaban a punto de desembarcar. Otro elemento diferenciador fue el estado del mar, mucho más tranquilo. Gracias a ello casi todos los tanques anfibios llegaron a tierra –cuatro de ellos saltaron por los aires cuando su lancha chocó con una mina– y la artillería no sufrió pérdidas. 

En el plano estratégico, Utah presentaba una gran ventaja frente a Omaha: a diferencia de esta, no tenía acantilados tras la arena y estaba mucho peor defendida. Hay un gran ejemplo de la disparidad de suertes que vivieron los soldados estadounidenses en cada una de las playas en las que desembarcaron. En Omaha muchas lanchas erraron en el objetivo al que debían llegar ocasionando graves problemas de logística y pérdidas humanas. En Utah, por su parte, el error ayudó a salvar vidas. Los timoneles también se desorientaron por el humo y las lanchas arribaron dos kilómetros al sur del objetivo. La buena noticia es que en esa zona había menos presencia de fuerzas alemanas y la operación fue mucho más tranquila.

El primer oficial de alto rango que pisó la playa también era la persona de mayor edad que desembarcó durante el Día D. Y no era un cualquiera. Teddy Roosevelt Jr., hijo de presidente y primo de Delano Roosevelt, tenía 52 años el 6 de junio de 1944 y destacaba entre la multitud no solo por su edad. Siempre pegado a su bastón y cubierto con su boina verde oliva, en detrimento del más seguro casco que llevaban sus subordinados, los jóvenes lo adoraban por su valentía, y es que no hay que olvidar que se mantuvo durante toda la mañana moviéndose por la arena sin parecer temer las balas que le sobrevolaban. Teddy se dio cuenta de que no habían llegado al lugar que les correspondía, pero vio inútil dirigirse hasta allí y soltó una de las frases más célebres del día: “¡Empezaremos la guerra desde aquí!”.

El general George Patton (izquierda) charla con Theodore Roosevelt Jr. Foto: Shutterstock.

Los soldados alemanes disparaban con fuego de fusiles y ametralladoras, lo que llevó a algún observador a calificar el desembarco en Utah como “una guerra de guerrillas” en la que ambos bandos utilizaban armas automáticas. Aunque el combate fue relativamente fácil –si es que podemos decir que combatir en una guerra lo es–, los soldados iban con mil ojos ante las posibles trampas del ejército enemigo. Los oficiales dieron órdenes de disparar a cualquier soldado de las SS independientemente de su estado, pues podrían llevar artefactos explosivos escondidos con los que acabar con la vida de sus captores. Los civiles, por su parte, también debían ser tratados como potenciales enemigos a los que había que, como mínimo, acorralar. En menos de una hora la playa estaba libre de alemanes y los invasores avanzaron tierra adentro.

Un mito de liberación

Para el Ejército estadounidense y sus soldados, incluso para la población en general, el Día D es un mito. El dramatismo de los desembarcos de la primera oleada en la playa de Omaha forma parte de la cultura popular del país y, por extensión, del mundo entero. En los primeros momentos las bajas sufridas tuvieron graves exageraciones, pues en el caos reinante los soldados daban por hecho que sus compañeros desaparecidos habían muerto. Aun así, las estimaciones más altas seguían por debajo de las previsiones de víctimas que se hicieron durante la preparación de la invasión. Aunque aún hoy hay controversias sobre las cifras exactas, los expertos afirman que durante las primeras 24 horas cayeron cerca de 1.500 soldados estadounidenses y unos 1.200 alemanes. En los combates de los días posteriores, los muertos aumentarían considerablemente. El desembarco se quedó con el mito, pero los combates más duros ocurrieron más tarde.

* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.

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