La Casa Amarilla, el fracasado sueño creativo y colectivo de Van Gogh

A pesar de que Gauguin acudió a su llamada, el Atelier du Midi (como así llamó a su taller en la Casa Amarilla) no tuvo el éxito esperado por el pintor neerlandés, cuya intención era generar una comunidad de pintores que compartieran ideas, inspiración y vida
La casa amarilla, Van Gogh

Mi querido Theo: por fin estamos en el buen camino. Ciertamente, no importa estar sin hogar y vivir en los cafés, como un viajero, cuando se es joven, pero esto se ha vuelto insoportable para mí”. Así comienza la carta que Vincent escribió a su hermano Theo en septiembre de 1888. En ella daba cuenta del carácter de necesidad que había adquirido para él, errante y autodidacta desde joven, contar con una casa propia, con un espacio en el que arraigar. Y un lugar en el que poder desarrollar, asimismo, su arte; un estudio de pintura, a la manera de los talleres de artistas que tanto se estilaban en la Europa finisecular, en los que todos los creadores podrían aprender de sus congéneres y compartir con ellos las musas de la inspiración y las estrecheces de su economía.

La casa amarilla (1888), de Van Gogh. Sita en Arlés (Provenza francesa), albergaba el estudio que alquiló en el mes de septiembre de ese mismo año en dicha localidad. Foto: ASC.

En mayo de ese año, 1888, Van Gogh había alquilado dos habitaciones grandes de la planta baja del número 2 de la Place Lamartine, en la pequeña población francesa de Arlés como estudio, y una cocina y dos habitaciones en el primer piso, con vistas a la plaza, como zona de invitados y copartícipes del incipiente atelier. Vicent la bautizó como la Casa Amarilla y así habría de pasar a la historia, a través de sus numerosas escrituras y pinturas, como El dormitorio en Arlés, por ejemplo, que representa su icónica habitación de postigos cerrados.

Este hogar y este entorno resultaron, a la postre, determinantes en su vida, no solo por las posibilidades que le ofrecieron de sentirse parte de algo sólido -un lugar en el que poder recibir a amigos; un mismo restaurante al que ir a comer cada día; el saludo diario de los comerciantes del barrio-, sino por la inconmensurable influencia artística que ejercieron sobre él.

Arlés, el color

Van Gogh anhelaba un lugar en el que formar un taller de artistas, un grupo estable con el que construir una respuesta al impresionismo, donde los creadores que tuvieran un pensamiento similar pudieran trabajar juntos en nuevas líneas, “hacer avanzar el arte y la pintura”. Estos estudios eran muy habituales en la Europa de finales de siglo y recogían en cierta medida el espíritu de trabajo comunal de los talleres de la Edad Media y del Renacimiento, cuando los artistas no trabajaban de manera independiente, sino agrupados en los gremios y formando parte de un taller o escuela, siguiendo el estilo de un maestro dado -cabeza del grupo-, preparando los utensilios y las mezclas, encolando, “cogiendo su pincel” muchas veces, dando los trazos más pequeños a las obras... Los talleres de artistas de finales del siglo XIX, democráticos ya, facilitaban por el contrario que los pintores pudieran socializar, exponer sus intereses, intercambiar puntos de vista y avanzar frente a la crítica como un movimiento dado, un grupo cohesionado frente a una pintura burguesa anclada en el retrato natural y los bodegones decorativos, así como sostener sus precarias finanzas.

Albañiles, arquitectos y carpinteros trabajando juntos. Relieve de la base del nicho Quattro Coronati (hacia 1414-1417), de Nanni di Banco. Foto: Album.

La llegada de Gauguin

El sueño de Van Gogh era crear en la Casa Amarilla el Atelier du Midi, del que habla en su correspondencia con Gauguin, el único pintor que atendió su llamada. Este llegó al alba del 23 de octubre. Bajó del tren a las cinco de la mañana y se acercó al café de la estación, donde todo el mundo lo reconoció rápidamente, porque Van Gogh, que no había podido contener su emoción, les había mostrado el autorretrato que su amigo le había regalado (un intercambio en realidad), diciendo que pronto vendría a vivir con él. Para adecuar la casa pintó dos cuadros de girasoles, con la intención de colgarlos donde había de dormir Gauguin.

El 24 de octubre ya estaban trabajando, al igual que el 25 y el 26, y si el tiempo lo permitía, salían con el caballete a la espalda. Lo plantaban en el mismo lugar, eligiendo cada uno una perspectiva un poco distinta.

Van Gogh estaba radiante de felicidad. Pensaba que había conseguido formar parte de una comunidad de artistas que fuera como una comunidad de monjes en el sentido de compartir todos un fin, dedicados a la misma causa.

El Taller del Sur

El Atelier du Midi buscaba contar con la participación de Seurat, Signac y Bernard, entre otros, a quienes ambos escribieron y que finalmente no acudieron. Theo, marchante de Gauguin, le insistió para que hiciera el viaje a Arlés, y como este estaba lleno de deudas, se sentía incomprendido y soñaba con la fundación de un círculo de pintores, accedió, aunque pronto quedó claro que la convivencia personal entre Vincent y Paul era imposible. “Vincent y yo, por lo general, tenemos pocas cosas en común, sobre todo en pintura. Él es romántico y yo quiero ser un primitivo. Desde el punto de vista del color, a él le gustan las pinceladas pastosas, cosa que yo detesto”, escribió Gauguin, amante de lo plano.

Sin embargo, en los exiguos dos meses que pasaron juntos, ambos ejercieron una influencia notoria en el otro: Gauguin estudió las evocadoras estampas de Van Gogh en su evolución hacia el sintetismo y el simbolismo y Van Gogh recibió el préstamo de matices del color del primero, le conquistó con la luz y los tonos vivos. El amarillo, “el color de la amistad” para Van Gogh, color de la fuerza y de la vida, reflejo de la vida, copa su paleta en esos momentos.

Autorretrato con sombrero de paja (1887), Van Gogh. Foto: ASC.

“Mi casa aquí está pintada por fuera de un amarillo manteca y las contraventanas son de un verde fuerte. Está situada a pleno sol, en una plaza donde también hay un parque verde con plátanos, adelfas y acacias. Por dentro, todas las paredes están blanqueadas y el suelo es de baldosas rojas. Por encima, el cielo de un azul intenso. En esta casa puedo verdaderamente vivir, respirar, reflexionar y pintar”, afirma en sus cartas. Me centro en el sol y en su luz”, escribe a su hermano.

Otros talleres

En ese momento, existían en Europa numerosos talleres de pintores similares. El grupo Los XX, por ejemplo, fue una agrupación de veinte pintores belgas, dibujantes y escultores, que formó en 1883 el abogado, editor y empresario de Bruselas Octave Maus. Durante diez años, estos vingtistes, como se denominaban, celebraron una exposición anual a la que invitaron, en cada edición, a otros veinte artistas internacionales, entre los que se encontraron Camille Pissarro, Claude Monet, Georges Seurat, Paul Cézanne o los propios Gauguin y Van Gogh.

Los XX eran sucesores de otro grupo, el grupo L’Essor. Creado en 1876, en el marco de las Academias de Bellas Artes de Bruselas, con el lema “un arte único, una vida”, tenía la aspiración de rebelarse contra la burguesía y los círculos literarios y artísticos conservadores del momento.

Otro exponente de esta manera de entender el arte como colectivo fue la Escuela de Barbizon, el conjunto de pintores paisajistas franceses que, entre 1830 y 1870, frecuentaron el entorno del bosque de Fontainebleau, instalándose en el pueblo de Barbizon y sus alrededores. Encuadrada dentro del realismo pictórico francés e inspirados por Théodore Rousseau, deseosa de captar la naturaleza tal cual es, esta escuela surgió como reacción al romanticismo de artistas como Gericault o Delacroix.

El puente de Mantes, una de las últimas obras de Camille Corot, realizada entre 1868 y 1870 y representativa del ‘eslabón’ que separa el neoclasicismo del impresionismo. Foto: Album.

¿Por qué, entonces, si era una corriente del momento, el Atelier du Midi de Van Gogh no tuvo el éxito que él esperaba? ¿Por qué no se unieron tampoco Toulouse-Lautrec, Cézanne o Pisarro, a quienes conoció en París? Probablemente, por el carácter inestable del pintor holandés, además de por los procesos que habían iniciado individualmente cada uno de ellos. Henri de Toulouse-Lautrec, por ejemplo, el artista que retrató la vida del París de finales del siglo XIX, en 1884 creó su propio taller en Montmartre. Paul Cézanne, considerado “el padre del arte moderno”, había recibido críticas por sus cuadros impresionistas, algo que había provocado que no quisiera relacionarse con personas afines a este movimiento y que se instalara cerca de Marsella y en Aix-en-Provence para desarrollar su estilo.

Adiós al sueño

Con el paso de las semanas, desde finales de octubre de 1888, la convivencia entre Gauguin y Van Gogh se fue deteriorando, debido a sus diferencias personales y al temperamental carácter de ambos. De hecho, transcurridos apenas dos meses, en la tarde del 23 de diciembre, tuvieron el altercado famoso que dio origen a que Vincent se cortase el lóbulo de la oreja izquierda. Gauguin, en sus memorias, señala que Van Gogh lo amenazó y persiguió con una navaja, y que, por la noche, el holandés se automutiló, lo que inmortalizaría en su Autorretrato con oreja vendada. Poco después Gauguin abandonó Arlés, rumbo a París, para no volver nunca. Cuando Paul Signac visitó la casa el 29 de marzo de 1889, acompañado de Van Gogh, dijo: “Imaginaos el esplendor de aquellos muros recubiertos de cal sobre los que desataba sus colores. Nunca olvidaré esa habitación, recubierta de paisajes delirantes de luz”.

Autorretrato con oreja vendada (1889). Aun con sus pinceladas vibrantes, aparece calmado y sereno. Foto: Getty.

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