El asedio del santuario de la Virgen de la Cabeza: resistencia y tragedia en la Guerra Civil

El Santuario de la Virgen de la Cabeza en Jaén fue asediado durante la Guerra Civil española. Guardia Civil, milicianos y civiles resistieron ocho meses, sufriendo bombardeos y escasez. Finalmente, el santuario cayó, con numerosas bajas y sobrevivientes enfrentando duras represalias.
Ruinas del Santuario de la Virgen de la Cabeza tras el asedio

En el verano de 1936 el Real Santuario de la Santísima Virgen de la Cabeza, enclavado en el jienense Parque Natural de la Sierra de Andújar, era un lugar apacible ajeno a los graves acontecimientos que iban a producirse en España y más concretamente en ese venerado lugar.

Desconfianza mutua

La provincia de Jaén se había mantenido fiel a las autoridades de la República durante el golpe de estado de julio. Ante las presiones de las formaciones políticas de izquierda Luis Rius Zunón, el gobernador civil, autorizó el reparto de armas entre los milicianos bajo la condición de que se hiciera bajo control.

Mientras tanto, las autoridades de la República organizaron una columna motorizada al mando del general Miaja para recuperar el control sobre la ciudad de Córdoba, en manos de los sublevados. En su avance, el 28 de julio de 1936 las tropas republicanas llegaron a Andújar.

A principios de agosto de 1936 un numeroso grupo de guardias civiles y sus familias se replegaron a la Sierra de Andújar, donde sufrieron un asedio de nueve meses - Shutterstock

El Cuartel de la Guardia Civil de la ciudad estaba bajo el mando del capitán Antonio Reparaz Araujo, quien después deuna tensa discusión con Miaja aceptó ceder a su superior solo cuarenta de sus noventa guardias.

En los últimos días de julio, Andújar había sido escenario de una violencia política, social y anticlerical que sembró el terror en toda la ciudad. Algunos milicianos sacaron de sus casas a terratenientes y sus familias para ajustar cuentas. La represión se extendió contra los monjes trinitarios del Real Santuario, que también fueron víctimas de los fusilamientos sin que las autoridades republicanas hicieran nada por evitarlos.

Ante la grave situación que se vivía en la localidad jienense y para evitar enfrentamientos armados con los más exaltados, el capitán Reparaz obtuvo de Miaja permiso para replegarse con sus guardias hacia la Sierra de Andújar.

A un grupo de cincuenta guardias civiles, comandado por el teniente Francisco Ruano Beltrán, se unieron otros veinticinco del puesto de Venta de Cárdenas, junto con una veintena de paisanos armados y algo más de doscientas personas, en su mayoría familiares de los agentes.

A principios de agosto de 1936 un numeroso grupo de guardias civiles y sus familias se replegaron a la Sierra de Andújar, donde sufrieron un asedio de nueve meses - Shutterstock

Todos se concentraron en el recinto del Santuario de la Virgen de la Cabeza, que había quedado abandonado después del asesinato de los padres trinitarios. El capitán Reparaz delegó el mando de la fuerza en el comandante Eduardo Nofuentes mientras él era requerido de nuevo por Miaja.

Los guardias y sus familias vivieron unos días de relativa tranquilidad, alejados de la violencia de los combates por los que empezaba a desangrarse España. Sin embargo, todo cambió cuando el 22 de agosto Reparaz se pasó al bando sublevado en el frente de Córdoba. A partir de ese momento, las autoridades republicanas empezaron a desconfiar de la lealtad de los guardias civiles que permanecían en el Santuario.

Comienza el asedio

El 25 de agosto llegó una orden desde Madrid en la que se instaba a que entregasen las armas y al día siguiente se presentó ante el Santuario una columna formada por milicianos. El comandante Nofuentes mantuvo la calma y les entregó pacíficamente una parte de las armas mientras se cerraba el cerco sobre ellos.

La semana siguiente transcurrió sin que apenas se produjeran cambios mientras se entablaban negociaciones entre las autoridades gubernativas y Nofuentes para solucionar la crisis. El diálogo fue subiendo de tono hasta desembocar en un desafío a la autoridad por parte del comandante del puesto, que se negó a abandonar la posición tal y como se le había ordenado.

De izda. a dcha., en una visita al frente: Juan Negrín, Manuel Azaña, José Miaja y Valentín Gonzalez El Campesino - Álbum

Cuando parecía que la situación iba a desembocar en un enfrentamiento armado, se reanudaron las conversaciones entre Nofuentes y los representantes de la República para llegar a un acuerdo. Finalmente, se decidió consultar a los guardias civiles sobre la decisión que debía tomarse.

Según recoge el informe redactado por las autoridades republicanas, la mayoría se mostró de acuerdo en abandonar el Santuario y forzado por las circunstancias su comandante ordenó la evacuación. Sin embargo, cuando todo parecía que iba a terminar sin derramamiento de sangre, desde el interior del recinto llegaron noticias preocupantes que dieron un vuelco a la situación.

El capitán Santiago Cortés, indignado por el trato vejatorio que los milicianos habrían dado a las primeras mujeres y niños en salir del recinto, asumió el mando de los asediados y ordenó suspender la evacuación, detener a Nofuentes y a los milicianos y guardias de asalto que quedaban en el cerro, y abrir fuego contra todo aquel que quisiera escapar o acercarse a sus muros.

Ruinas del Santuario de la Virgen de la Cabeza tras el asedio - ASC

En su interior se atrincheraron unos doscientos guardias civiles acompañados por sus familias, cerca de mil personas entre ancianos, mujeres y niños, junto con un puñado de paisanos armados. Tras vencer el ultimátum, las autoridades republicanas ordenaron entre el 15 y el 25 de septiembre el bombardeo aéreo del Santuario.

Los ataques no fueron muy precisos pero causaron las primeras víctimas entre los sitiados. A partir de entonces el intercambio de disparos no cesó y el 31 de octubre se completó el cerco con un fuerte despliegue de milicianos en torno al Santuario. Dispuestos a resistir, los guardias civiles se replegaron a las ruinas del edificio principal, destruido por los bombardeos.

Con el paso de los días la situación de los defensores y sus familias se volvió cada vez más desesperada al quedar aislados. Para paliar el hambre y la falta de munición aviones nacionales lanzaron suministros en paracaídas. Estos esfuerzos resultaron insuficientes y los más desesperados salieron al exterior en busca de madroños y raíces, a pesar del riesgo que suponía.

El asalto final

A primeros de diciembre de 1936, el general Queipo de Llano lanzó una ofensiva en el frente de Córdoba. Uno de sus objetivos era liberar al Santuario, pero su avance se detuvo definitivamente a principios de marzo tras la derrota sufrida por los sublevados en la Batalla de Pozoblanco. Fue entonces cuando el general Antonio Cordón García, nuevo jefe del Estado Mayor del Ejército del Sur de la República, se mostró decidido a poner fin al asedio de una vez por todas.

Efectivos de cuatro Brigadas Mixtas republicanas se prepararon para el asalto final. En el Santuario apenas quedaban un centenar de hombres en condiciones de seguir luchando, pero estaban resueltos a hacerlo hasta el final. El 1 de mayo de 1937 los tanques abrieron paso a los milicianos y entraron en el recinto.

Las familias de los supervivientes del asedio fueron realojadas en el palacio del marqués de Santa Cruz, en Viso del Marqués - Shutterstock

El capitán Cortés resultó mortalmente herido por la explosión de un proyectil de artillería. Sus hombres, copados y desmoralizados, no tardaron en izar una bandera blanca sobre las ruinas del Santuario.

Al final, cerca de un centenar de oficiales, suboficiales y guardias murieron durante los casi ocho meses de asedio. A ellos se sumaron cincuenta y cinco civiles fallecidos, mientras el número de bajas entre los asaltantes se elevó a doscientos entre muertos y heridos.

Los supervivientes

Prisioneros en varios campos de concentración, los guardias civiles supervivientes sufrieron un nuevo calvario que a muchos les costó la vida. Sus familias fueron acogidas en la localidad del Viso del Marqués y realojados en el palacio renacentista que en su día había pertenecido a Álvaro de Bazán.

El 19 de febrero de 1942 se concedió la condecoración de la Laureada colectiva a todos los que resistieron el asedio. La imagen románica original de la Virgen de la Cabeza desapareció para siempre, posiblemente destruida. El Santuario fue reconstruido en la posguerra y en la entrada al cementerio donde reposan los restos de los que resultaron muertos en el asedio puede leerse este mensaje: «La Guardia Civil muere pero no se rinde».

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