Las huellas de los bárbaros en las ciudades de Europa

Desde el norte y este de la actual Europa, se desplazaron hace más de 1.500 años las tribus germánicas hasta ocupar los dominios del decadente Imperio de Roma. Repasamos algunos de los enclaves donde se establecieron los invasores
La catedral de Maguncia

Ciudades como Constanza, Maguncia, Olite o Estambul y territorios como el condado inglés de Northumberland son algunos de los incontables enclaves europeos en los que aún perviven testimonios de  la presencia de los pueblos bárbaros que desde finales del siglo II comenzaron a hostigar las fronteras del Imperio romano.

1. Constanza (Rumanía): en torno al Mar negro y el Danubio

Una de las ciudades costeras más importantes del mar Negro es Constanza, la capital de la región rumana de Dobruja, donde se halla una parte del delta del Danubio.

Tras la caída de Roma, la Constanza rumana cayó bajo el dominio del Imperio bizantino. Arriba, el viejo casino de la ciudad en la costa del mar Negro. Foto: AGE.

Las numerosas inscripciones descubiertas en esta ciudad muestran que Constanza se encuentra donde estaba situada la colonia griega de Tomis, fundada en el año 500 a.C. Tomis fue posteriormente renombrada como Constantiana en honor de Constantia, la hermanastra de Constantino el Grande (274-337). La primera vez que se usó dicho nombre fue en 950. La ciudad se extendía hacia el mar hasta la muralla de Trajano, y fue circunvalada con fortificaciones

Hoy, Constanza es el puerto más grande de Rumanía en el mar Negro. Con un faro en la entrada, está bien protegido frente a los vientos del norte, pero algunos desde el sur, sudeste y sudoeste provocan a veces serios peligros. Un largo canal conecta el mar Negro en Constanza con el Danubio, desde el que partieron diferentes tribus bárbaras (los escito-sármatas y los alanos, conocidos como pueblos iranios) hacia el sur del continente europeo en el año 406, lo que provocó que fuesen más numerosas las incursiones militares y mayores los desplazamientos de población en las fronteras del Imperio Romano.

2. Maguncia (Alemania): sobre las aguas congeladas del Rin

Formada a partir de una fortaleza romana cuyo nombre era Mogontiacum, la ciudad alemana de Maguncia fue un importante enclave militar del Imperio Romano de Occidente, probablemente por su posición estratégica en la confluencia entre el río Meno y el Rin. El último emperador que tuvo tropas estacionadas en Maguncia al servicio del Imperio occidental fue Valentiniano III, que dominaba la región a través de su Magister Militum per Gallias, Flavio Aecio. En esa época, el ejército albergaba gran número de tropas compuestas de efectivos procedentes de las principales tribus germánicas del Rin, los alamanes –tribu englobada dentro de los suevos–, los sajones y los francos, y Aecio jugó con todos ellos, enfrentándolos astutamente para mantener la paz dentro de las fronteras romanas.

La catedral de Maguncia es uno de los más destacados ejemplos de arquitectura románica. Foto: AWL / Pilar Revilla.

El temido caudillo de los hunos, Atila, entró en la fortaleza romana en 451. Un siglo después la ciudad alemana se convirtió en una de las bases principales del reino franco por su situación estratégica.

A lo largo de los siglos I a IV, Maguncia fue una de las principales fortalezas del limes del Rin y tuvo un importante desarrollo urbano. Entre sus construcciones notables destacan el teatro romano más grande al norte de los Alpes y un puente que cruzaba el Rin. Según narran las fuentes, el 31 de diciembre del año 406 alanos, vándalos y suevos cruzaron el limes del Rin, que se hallaba congelado, a la altura de Maguncia, y desde allí llegaron a Argentorate (Estrasburgo).

3. Olite (Navarra): fundación de una ciudad visigoda

Suintila, rey godo entre los años 621 y 631 y unificador de la Hispania visigoda, derrotó a los vascones, que saqueaban la provincia Tarraconense, y consiguió una deditio (rendición incondicional) nunca antes lograda. Los prisioneros de aquellas contiendas fueron obligados a construir Oligicus u Ologite (actual Olite, en Navarra), que junto con Vitoria formaría una línea defensiva contra futuras incursiones vasconas, pues permitía controlar a la vez las montañas del oeste de Navarra y la zona de la depresión vasca.

Vista del Palacio de Olite, considerado uno de los más lujosos del viejo continente europeo en el momento de su construcción, en el siglo XII. Foto: Alamy.

Olite –junto con Vitoria y Recópolis– fue una de las únicas tres ciudades fundadas por los visigodos en la península Ibérica. Por los restos arqueológicos se sabe que, en el siglo I, un fuerte cinturón amurallado defendía un pequeño altozano en el que más tarde se fundaría la villa. Aunque apenas quedan testimonios escritos de lo que se conoce como los “Años Oscuros de la Historia” –los que seguirían a la caída de Roma en el año 410–, se encontró una piedra con el nombre del rey visigodo Suintila, quien habría fortificado la ciudad como puesto fronterizo contra las incursiones de los vascones, allá por la segunda década del siglo VII.

Suintila fue un gran caudillo militar, pues logró expulsar de la Península asimismo a los últimos bizantinos. Se atribuyó también el título de “domador de los vascones”, aunque resulta más que dudoso que llegara a doblegar a toda la Vasconia.

4. Estambul (Turquía): el Cuerno de Oro, entre Oriente y Occidente

Constantinopla (actual Estambul) fue construida por el emperador romano Constantino entre el año 330 y el 336, en el lugar de Bizancio. Fue apodada la “Nueva Roma” por ser muy parecida a la capital imperial.

Desde sus primeros días, Constantinopla creció con asombrosa rapidez y atrajo a un gran número de artesanos de todas las regiones de Oriente. En el contexto general del Bajo Imperio, la ciudad fue un nexo entre Oriente y Occidente y se caracterizó por ser sumamente cristiana: no existía ningún templo pagano y sí una gran cantidad de iglesias. Además, fue adornada con plazas monumentales y bellos edificios públicos. Por todo esto fue codiciada por poderosos caudillos bárbaros. Atila, el feroz rey de los hunos, se atrevió a sitiar la capital del Imperio de Oriente por aquel entonces, a pesar de los treinta kilómetros de muralla que la protegían.

En Gálata se encuentra el Mercado de Karaköy, uno de los más animados de Estambul. Foto: Alamy.

Tras la partida de Atila, Constantinopla sufrió graves desastres, tanto naturales como causados por el hombre: sangrientos disturbios entre aficionados a las carreras de carros del Hipódromo; epidemias en 445 y 446, la segunda a continuación de una hambruna, y una serie de terremotos que duraron cuatro meses, destruyeron buena parte de las murallas y mataron a miles de personas, ocasionando una nueva epidemia.

5. Northumberland (Reino Unido): el Muro de Adriano, protección y frontera romana en Britania

Dentro del Parque Nacional de Northumberland se encuentra la Muralla de Adriano levantada entre los años 122 y 132, que funcionó como límite septentrional del territorio romano de Britania. Esta antigua construcción defensiva se erigió por orden del emperador romano Adriano para defender al territorio britano sometido de las belicosas tribus de los pictos que se extendían más al norte del Muro, en lo que llegaría a ser más tarde Escocia (tras la invasión de los escotos provenientes de Irlanda).

Este limes fortificado se extendía 117 km desde el golfo de Solway, en el oeste, hasta el río Tyne, en el este, entre las poblaciones de Pons Aelius (actual Newcastle upon Tyne) y Maglona (Wigton). La Muralla estaba construida con sillares de piedra y contaba con 14 fuertes y 80 fortines que albergaban guarniciones en puntos clave de vigilancia, así como un foso y un camino militar.

El Muro de Adriano –frontera física del Imperio Romano en Britania– cruza el Parque Nacional de Northumberland. Foto: Alamy.

Aparte de la protección de la colonia romana, la función del Muro era mantener la estabilidad económica y crear condiciones de paz en la provincia romana de Britania. Hoy día aún subsisten importantes tramos de la Muralla, mientras que otras secciones han desaparecido al haber sido reutilizadas sus piedras en construcciones vecinas durante siglos.

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