Turismo y deporte: el lavado de cara de la Alemania Nazi

El turismo y el deporte como herramientas de propaganda en la Alemania Nazi.
Turistas en la playa de Norderney

A comienzos del siglo XX el turismo era una industria que estaba comenzando a despuntar en gran parte del mundo. Los tiempos del Grand Tour ya quedaban atrás, los trenes estaban comenzando a democratizar los viajes por placer y los trabajadores más adinerados ya se lo podían permitir. Y entonces llegó la Gran Guerra.

Los resultados fueron devastadores en gran parte de Europa, lo cual se tradujo en un tratado de Versalles que muchos interpretaron como revanchista. Las condiciones fueron duras para todos los que estaban en el bando de los perdedores, lo que nunca se aceptó en Alemania. Esto es en parte lo que llevó al partido nazi al poder tan solo quince años después de que hubiera terminado la Primera Guerra Mundial.

Delegación Alemana durante el Tratado de Versalles, 1919. Foto: Wikipedia

Con un país con grandes problemas económicos, fue imperante potenciar la industria y recuperar esa normalidad perdida. Hitler y Goebbels eran conscientes de que las apariencias podían serlo todo, así que también trabajaron en una campaña para blanquear el nuevo régimen y que todo el mundo pudiera admirar las maravillas de la nueva Alemania.

El resurgir del turismo alemán

La recuperación del turismo en Alemania fue algo progresivo. En ningún momento el régimen nazi ocultó su realidad política, ya que siempre estaban presentes la oposición a las ideas bolcheviques, a Rusia y el intento de limitar el poder de los judíos. Aún así, de cara al exterior se ofreció la cara más pacífica un país repleto de cultura, historia y donde se podían encontrar experiencias únicas.

Los esfuerzos alemanes no se limitaban únicamente a mandar información a otros países y potenciales viajeros, sino que establecieron oficinas de turismo en las principales ciudades de Europa, de América, del norte de África o de Asia. Como ventaja competitiva, Alemania ofrecía una red aérea de Zeppelines que estaba fuera del alcance de ninguna otra nación, además de garantizar una seguridad únicamente equiparable con la que podía ofrecer algunas ciudades de Inglaterra o Francia.

Folleto turístico de la Alemania Nazi, 1936. Créditos: Wikipedia

Las agencias de turismo se encargaban de asegurar una asistencia sin igual durante el viaje. En plenos años 30 el acceso a información era limitado, así que poder planificar un viaje con facilidad era un garante para atraer a las clases más altas que se podían permitir este tipo de viajes.

El partido nazi no mentía sobre la seguridad, pero sí que ocultaba todas las medidas represivas que habían permitido al país alcanzar ese estatus. La presión gubernamental sobre la población era tal que todo ciudadano se veía obligado a ser partícipe de los planes del gobierno. Y el turismo se había convertido en una piedra angular para financiar la militarización del país y poder prescindir del motor económico de la comunidad judía.

Los juegos olímpicos de 1936

Los eventos internacionales han sido en los últimos dos siglos una gran herramienta para revitalizar la economía de los países. A todos los españoles nos viene a la cabeza lo que supuso en 1992 organizar una exposición universal en Sevilla y unos juegos olímpicos en Barcelona. Esa propaganda para anunciar al mundo que España era un país seguro y que merecía la pena visitar ya se llevaba utilizando más de un siglo.

Folleto promocional de Lufthansa para visitar Berlín en 1936. Créditos: Wikipedia

En 1931, el Comité Olímpico Internacional otorgó los juegos olímpicos de 1936 a Berlín, superando en la votación final a Barcelona. El partido nazi se había encontrado con este regalo al llegar al poder en 1933, y se propuso aprovecharlo al máximo, superando en grandeza a los juegos olímpicos de Los Ángeles 1932. Para ello, se construyó un gran estadio para albergar hasta 100,000 espectadores junto a seis gimnasios y varios estadios más pequeños.

Conocedores de que sólo una clase privilegiada iba a poder asistir en persona, también se realizó una gran inversión en nuevas tecnologías: cine y radio. Se contrato a Leni Reifenstahl para que se encargase de captar todos los eventos y editar las grabaciones antes de que estas fueran distribuidas a 41 países de todo el mundo.

Además de la grabación de los eventos deportivos, Alemania aprovechó esta oportunidad para realzar los ideales supremacistas. Por supuesto, no participó ningún judío alemán en el evento, pero muchos países optaron por no enviar a sus atletas judíos para evitar conflictos diplomáticos con el país organizador.

Estadio Olímpico de Berlín. Foto: Wikipedia

El partido nazi, como de forma independiente, pero ligada al gobierno, también utilizó la oportunidad de remarcar su importante papel en el gran éxito de los Juegos Olímpicos. Las banderas y simbología nazi estuvieron presentes en los estadios, pero también en todas las grabaciones que fueron distribuidas. De igual modo, el partido nazi se aseguró de que el gran éxito de Alemania en el medallero fuera atribuido a la mejora de Alemania tras la llegada del partido al poder, así como a la supremacía de la raza aria.

Al borde de la Segunda Guerra Mundial

Tras el final de los Juegos Olímpicos, la política de lavado de cara se mantuvo en todos los frentes posibles. Tan solo un año después, en 1937, Alemania fue uno de los países del mundo que más turistas internacionales recibió, con medio millón de personas. Esto puede parecer un número irrisorio comparado con las cifras actuales, pero fue una barbaridad para la época. Por poner una referencia, cuatro años antes, en 1933, Francia no había llegado a los 100,000 visitantes internacionales, a pesar de contar con París, una de las ciudades más turísticas de la época.

Turistas en la playa de Norderney, en 1937. Foto: Wikipedia

A medida que los conflictos internacionales se incrementaron en 1938 con la anexión de Austria y pocos meses después con la invasión de los Sudetes, el turismo internacional fue perdiendo peso. No tanto por la falta de interés, sino por la creciente sensación de peligro ante un conflicto a gran escala que podía estallar en cualquier momento.

Lo que sí que se mantuvo incluso durante la Segunda Guerra Mundial fue el turismo interior. La organización Kraft durch Freude («fuerza para la alegría») se encargó de cubrir todas las opciones de ocio de la clase obrera y así ocupar el tiempo libro de los trabajadores con actividades que, además de favorecer el entretenimiento y el bienestar, también dotaron al partido nazi de una apariencia más amigable

Tren de vacaciones de la Kraft durch Freude. Foto: Wikipedia

Las actividades cubrían áreas tan diversas como las exhibiciones de arte, la organización de conciertos o de eventos deportivos, aunque ninguna de estas destacó tanto como las vacaciones subvencionadas. A través de la Kraft durch Freude, los trabajadores alemanes podían acceder a unas económicas vacaciones, lo que ayudó a romper la brecha que les separaba de las clases medias-altas.

El éxito fue tal que, en el año 1938, más de diez millones de alemanes planificaron sus vacaciones a través de esta organización. Los destinos nacionales, que eran los elegidos por la mayoría de los viajeros, estaban repletos de simbología que recordaba de forma continua la fuerza del régimen nazi. En conjunto, a través de esta colaboración, se consiguieron limitar los tiempos de recreo que la población gozaba fuera del control del partido nazi. 

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