Lo había prometido en 1942, cuando abandonaba las islas tras haberse visto obligado a capitular. “Volveré”, había sentenciado el general Douglas MacArthur. Y cumplió su promesa: el 20 de octubre de 1944, los estadounidenses desembarcaban en la isla de Leyte dando inicio a la liberación de Filipinas. Aquel regreso fue uno de los momentos estelares de la II Guerra Mundial.

Aun a sabiendas de que la ocupación de Filipinas les enfrentaría a Japón, y de que probablemente se debía a un capricho del general, Estados Unidos, el “guardián del mundo”, creía tener el deber moral de socorrer a los filipinos. Así que, tras sobreponerse a la encarnizada lucha en el interior de la isla y la férrea resistencia japonesa, pasaron a la siguiente, Mindoro, paso previo al objetivo prioritario: Luzón y la capital, Manila, donde tendría lugar la mayor masacre del Pacífico, que sufrirían también los 3.000 españoles censados en la ciudad. 300 de ellos murieron brutalmente asesinados y el pasado colonial español, presente en sus edificios históricos, desapareció.
Tras la invasión japonesa de Filipinas, algunos de los españoles que vivían allí habían organizado una Resistencia con el fin de informar a los estadounidenses sobre las tropas niponas.
Lucha despiadada
Entre ellos se encontraban María Zaracondegui, que transportaba en su bicicleta el salitre necesario para hacer bombas, e Higinio Uriarte, que decidió unirse a la guerrilla y terminó convertido en el enlace entre la Resistencia y el cuartel general de MacArthur. Otro español en las filas de MacArthur era Andrés Soriano y Roxas, el fundador de la compañía de Cervezas San Miguel, como oficial de artillería.
En Manila, los nipones no tuvieron escrúpulos: ametrallaron a sangre fría a cientos de civiles –españoles y filipinos–, incendiaron las iglesias donde algunos se ocultaban e incluso enterraron a algunos vivos. Aquella matanza gratuita de ciudadanos españoles hizo que la prensa franquista cambiara de opinión sobre el Imperio del Sol Naciente, un aliado que de la noche a la mañana se había convertido en enemigo: se llegó a plantear declararle la guerra. Puesto que la contienda estaba a punto de terminar, el riesgo era prácticamente inexistente y, además, tras la ayuda que Franco había prestado al Eje, era la ocasión ideal para quedar bien con los aliados, que iban a ser los vencedores. Finalmente, el Gobierno español se echó atrás, aunque José Félix de Lequerica, ministro de Asuntos Exteriores, hizo llegar a Yakishiro Suma, ministro plenipotenciario japonés en Madrid, una notificación de la ruptura entre ambos países.

Había llegado el fin
La Resistencia hubo de emplearse a fondo en una contienda que en Manila y fuera de ella resultó feroz. Aunque también fue especialmente dura, y larga, para Hirō Onoda, un exoficial de inteligencia japonés que no la creyó terminada hasta 1974, ¡29 años después del fin de la II Guerra Mundial! Sólo entonces abandonó la selva de la isla de Lubang y entregó su espada, su rifle y sus municiones. Durante ese tiempo, se le notificó el final de la guerra en varias ocasiones, pero se negaba a creerlo.
Yamashita, el “Tigre de Malasia”
Tomoyuki Yamashita, el mejor general de las fuerzas niponas terrestres y artífice de la mayor derrota militar británica durante la invasión de Malasia y Singapur –y conocido por ello como el “Tigre de Malasia”–, fue también el responsable de la polémica defensa de Filipinas que terminaría fracasando.

Cuando vio Manila perdida, la declaró “ciudad abierta” para evitar el innecesario sufrimiento de los civiles y la destrucción del casco histórico, pero algunos militares se negaron a acatar su orden, atrincherándose en la capital y provocando una masacre en la que murieron 100.000 filipinos y que arrasó la ciudad por completo. Luego se retiró durante el resto del conflicto, con unos 50.000 soldados japoneses y colaboracionistas filipinos, a Luzón, donde organizó una guerrilla que estaría activa hasta el fin de la guerra. Cuando tuvo lugar la rendición de Japón y terminó oficialmente la II Guerra Mundial, el 2 de septiembre de 1945, también él se rindió a las fuerzas de MacArthur.