El Valle del Indo antes de la India: esta es la historia de la civilización milenaria más antigua que Babilonia y Egipto

Antes de esa India que en su Edad de Oro descubrió el cero, calculó la circunferencia de la Tierra y creó la primera guía sexual del mundo, el Kama Sutra, ya existía una cultura milenaria: la civilización del valle del Indo. Más antigua que la egipcia y la babilónica y, sin duda, más enigmática, desapareció de forma abrupta
Recreación de una urbe junto al río Ganges. Foto: Midjourney/J.C. - Recreación de una urbe junto al río Ganges

Mucho y poco sabemos sobre la floreciente cultura del valle del Indo –cuyo esplendor y desarrollo es comparable a Mesopotamia y Egipto–, lo que se debe, entre otros motivos, a la falta de transcripción de su escritura, cuyo principal problema radica en el reducido número de signos encontrados. .

Es, por tanto, el trabajo arqueológico la principal fuente de información, por la que hoy se intuye que el origen de esta civilización se cimentó en el desarrollo de asentamientos neolíticos cuya antigüedad datamos incluso antes de 7000 a.C. –Mehrgraj, en Baluchistán, sería el más antiguo–

Enigmas y descubrimientos

Siempre se había creído que se formaron pequeñas comunidades agrícolas junto al río Indo sobre el año 3500 a.C., aldeas que fueron creciendo y convirtiéndose en una red de grandes y pequeñas ciudades unos mil años después. Ciudades como Harappa, junto al río Ravi, al norte del actual Pakistán, que funda una de las culturas urbanas más antiguas del mundo hasta llegar a ocupar el equivalente a 150 hectáreas; o Lothal, junto al golfo de Khambhat, la cual contaba, hasta su desaparición en 1900 a.C. por una inundación, con un muelle de ladrillo de 400 metros y una bodega con 64 divisiones. Además de las mencionadas, se han catalogado hasta cuatro grandes urbes más: Mohenjo-Daro –la más importante junto a Harappa–, Kot Diji, Kalibangan y Rupar.

Mohenjo-Daro
Ruinas excavadas de Mohenjo-Daro, con el Gran Baño en primer plano y el montículo del granero al fondo. Foto: Saqib Qayyum / Wikimedia Commons.

Pero las últimas investigaciones del Servicio Arqueológico de la India (ASI) sitúan los orígenes de la cultura del valle del Indo unos 3.000 años antes de lo que se pensaba. Existen restos culturales anteriores a la civilización de Harappa que, tras su datación radiométrica, se ha calculado que oscilarían entre el año 7380 a.C. y el 6201 a.C.; por tanto, la civilización india habría aparecido ya en el VIII o VII milenio a.C., al menos en la zona entre el río Ghaggar-Hakra y Baluchistán (entre las actuales India y Pakistán).

En cualquier caso, entre los años 2600 y 1700 a.C. la forma de organización principal del valle se estructuró en grandes y pequeñas urbes que galvanizaban extensos territorios basándose en una producción agrícola que presumiblemente era transportada a las ciudades con carruajes de tiro animal (hay reproducciones en miniatura que demostrarían la precocidad en el uso de la rueda). El comercio fue uno de los elementos claves para la creación de ese primer complejo de ciudades.

Estas contaban con una ciudadela amurallada –en el caso de Harappa, sus murallas tenían 14 metros de anchura–; una organización rectangular tendida de norte a sur producto de un plan urbanístico muy preciso, con calles perfectamente delineadas a cordel –en Harappa con dos puertas, una al norte y otra al oeste– y barrios residenciales y especializados con edificaciones de proporciones parecidas, vías empedradas, conducción de aguas residuales, quizás piscinas con vestuarios, templos, tal vez mercados, pozos para el abastecimiento de agua y almacenes con buena ventilación y división de cámaras, que fueron construidos de forma ordenada y tenían capacidad para hacer acopio de alimentos y mercancías. Una ordenación urbana que ya hubieran querido muchas ciudades en los últimos siglos.

Harappa
Sobre estas líneas, el yacimiento arqueológico de la antigua ciudad fortificada de Harappa ubicada en el Punyab (provincia del noreste de Pakistán), que perteneció a la cultura del valle del Indo. Foto: ASC.

Sobre el año 1600 a.C., esta sociedad colapsó. Se desconoce la causa, pero no existen pruebas de una invasión. Quizás fuera una confluencia de factores en la que pudieron intervenir cambios climáticos, movimientos tectónicos que afectaran al curso del río Indo y/o la actuación del hombre –deforestación y sobreexplotación–. El caso es que los recursos y el comercio disminuyeron, la población abandonó los asentamientos y aparecieron emplazamientos más modestos. Así, cuando los arios llegaron, casi nada quedaba de las grandes ciudades que habían dominado la región durante siglos.

La invasión bárbara

El periodo védico de la India se extendió entre el año 1500 y el 500 a. C., entre el final de la civilización del valle del Indo y la segunda urbanización en la zona central de la llanura indogangética. Se originó con la invasión de los arios, indoarios o arios védicos, pueblos nómadas indoeuropeos procedentes, tal vez, de Anatolia o de las estepas del mar Caspio que cambiaron para siempre la India; seguramente por casualidad, pues su invasión se presume impulsada por la búsqueda de forrajes para la cría del ganado.

Relieve en Angkor con guerreros jemeres
Relieve del templo budista de Bayón, en Angkor, Camboya, con guerreros jemeres del siglo XII, herederos, como los persas, de esos pueblos indoeuropeos procedentes de las estepas que con gran facilidad se adueñaron de la región del Indo gracias a las armas de bronce y los carros de combate. Foto: Álbum.

Casual o no, fue facilitada por el anterior colapso de las grandes ciudades y se forjó en su superior desarrollo militar: excelentes jinetes protegidos con petos de cuero, armados con arcos y flechas y diestros con la jabalina y el hacha de combate. Una superioridad militar que permitió a los indoarios modificar para siempre la sociedad, la política, la religión y la cultura del subcontinente indio, al que proporcionaron uno de los momentos literarios cumbres de la historia de la India, los Vedas, que dejaron una huella indeleble en los siglos venideros.

No obstante, la India también cambió a los indoarios. Tras numerosas conquistas, llegaron a la cuenca del río Ganges y comenzaron a transformarse en pueblos sedentarios, en gran medida gracias al uso del hierro, que favoreció el desmonte de las zonas más húmedas y frondosas. Aumentó el cultivo de la tierra, lo que hizo resurgir el modelo que siglos antes había dominado el valle del Indo: ciudades-Estado de primer nivel con importantes conexiones comerciales, esta vez caracterizadas por una novedosa sociedad de castas.

Ghats de Benarés junto al Ganges
A principios del II milenio a.C., tras el fin de la cultura de Harappa, el centro de la civilización en la India pasó de la cuenca del Indo a la del Ganges, río sagrado que nace en la zona occidental del Himalaya y recorre 2.525 km. Arriba, vista de los ghats de Benarés, gradas que descienden al Ganges a su paso por esta ciudad del estado de Uttar Pradesh, en el norte de la India. Foto: Shutterstock.

Realmente, los indoarios no tenían dicha sociedad de castas cuando entraron en la India: tan solo dividían las funciones –guerreros o aristócratas, sacerdotes y pueblo– como forma de organización social, sin limitaciones en cuanto al matrimonio o la comensalidad. Fue, posiblemente, el contacto con los dasas, de piel más oscura, la base de la sociedad de castas (varna, lo que entendemos por casta, realmente significa ‘color’).

Así, inicialmente la distinción se produjo entre arios y no arios y se basó en cuatro castas –aunque posteriormente fueron apareciendo más distinciones–: brahmanes (sacerdotes), kshátriyas (guerreros y reyes), vaishyas (comerciantes) y shudras (campesinos, trabajadores y dasas o esclavos).

Brahmán
Esta ilustración de Émile Bayard (1837- 1891), publicada en Le Tour du Monde en 1869, retrata a un brahmán, miembro de la primera y más elevada de las cuatro castas de la sociedad india. Foto: Álbum.

La literatura de los Vedas

Vedas significa literalmente en sánscrito ‘conocimiento’, y así se denomina a los cuatro textos más antiguos de la literatura india, base de la religión védica que fue previa a la hinduista. Llamados Rig-veda, Sama-veda, Yajur-veda y Atharva-veda, son textos sagrados pero van más allá de lo religioso, pues conforman una auténtica crónica histórica.

El Rig-veda es el libro principal y el más antiguo de los cuatro; de hecho, es el libro más antiguo del mundo y puede considerarse el origen del hinduismo (los otros tres son, en gran parte, copias de este). Compuesto oralmente en sánscrito a mediados del segundo milenio a.C., está formado por 10.600 estrofas agrupadas en 1.028 himnos contenidos en diez libros o capítulos.

En 1964, el indólogo francés Louis Renou afirmó que “ninguna literatura ha tenido, ni en el tiempo ni en el espacio, ni por volumen de sus obras, una extensión como la sánscrita”. Varios hechos sostienen esta afirmación. El Mahabharata, por ejemplo, es el poema más extenso del mundo, con 120.000 estrofas –cuya acción gravita sobre la batalla de la llanura de Kurukshetra entre kauravas y pandavas–, y probablemente la literatura védica sea la más memorizada y durante más tiempo de la historia, pues el Mahabharata todavía se memoriza hoy y el Rig-veda fue aprendido de memoria durante siglos por los hindús, hasta el punto de poder corroborarse que, a principios del siglo XX, era recitado con el mismo tono y las mismas pausas por etnias distintas situadas al norte y al sur de la India.

La muerte de Bhisma
Sobre estas líneas, La muerte de Bhisma, ilustración de Razmnama (Libro de las Guerras), una traducción persa (1598–99) del védico Mahabharata. Foto: ASC.

Monarquía contra república

Sobre el año 600 a.C., comenzó un enfrentamiento entre estas dos formas de gobierno. La república era el modelo preferido por los védicos, pues, aunque no gozaba del nivel de democracia de las tribus, contaba con asambleas y un nivel participativo bastante alto, ya que se basaba en la organización tribal. Las repúblicas se extendieron en las zonas que rodeaban la llanura del Ganges. En contraposición, la recién surgida monarquía se basaba en la divinidad del rey asociada a la religión y sustentada en la sociedad de castas, por lo que las asambleas populares no tenían tanta importancia. Las monarquías tuvieron más éxito en la llanura del Ganges.

Una de las grandes consecuencias de esta pugna entre república y monarquía, que también lo era entre pueblos de la montaña y del valle, fue el budismo. Debido a que la monarquía se asentaba en la religión, en las repúblicas se produjo el nacimiento de interpretaciones menos ortodoxas, que dieron lugar a múltiples sectas entre las que destacan las creadas por Buda, fundador del budismo, y Mahavira, fundador del jainismo.

Buda de la cueva del Monte Agua en Hoi Han
Buda fue un asceta, yogui y filósofo que enseñó durante cuarenta años (entre los siglos V y IV a.C.), principalmente en el noroeste del subcontinente indio. Sus enseñanzas sirvieron de base para el budismo. En la imagen, Buda de la cueva del Monte Agua en Hoi Han (Vietnam). Foto: Shutterstock.

Este interminable conflicto entre el modelo republicano y el monárquico, con las monarquías ya hereditarias, llegó a una etapa final en la que quedaron tres reinos –Kashi, Kosala y Magadha– y una república –la de los vrijis–. Los cuatro Estados batallaron durante cien años más hasta que el reino de Magadha venció, convirtiéndose así en el centro político y económico del norte de la India.

Chandragupta, el unificador

La biografía de Chandragupta, el primer emperador indio, se presenta realmente rocambolesca desde sus inicios (quedó huérfano –su padre era un jefe maurya–, fue criado por un pastor, vendido a un cazador y, después, a un político del que recibió su educación marcial) a su asombroso final (ayunó hasta la muerte). Pero no así su legado, mucho más sólido e incuestionable, pues se convirtió en el gran líder militar que unificó la mayor parte de la India bajo una administración única y fundó la dinastía Maurya.

Chandragupta accedió al trono de Magadha en el año 321 a.C. y poco después se apoderó con facilidad de la región de PunyabAlejandro Magno ya había muerto y su imperio se desgajaba–. Un considerable territorio que amplió cuando consiguió derrotar, tras varios intentos, a Seleuco I en el año 305 a.C., lo que le permitió dominar el actual Afganistán junto a las cuencas del Ganges y del Indo.

Chandragupta Maurya
Estatua de Chandragupta Maurya en Birla Mandir, Delhi. Su legendaria vida, repleta de episodios rocambolescos, es de dudosa historicidad, pero su legado en la India resulta incuestionable. Foto: ASC.

El imperio siguió creciendo con su hijo, Bindusara, quien, entre los años 297 a.C. y 272 a.C., conquistó la bahía de Bengala y se fijó como objetivo el extremo sur. Kalinga, en la costa oriental, era la región más belicosa, pero no resistiría mucho. Ashoka, el hijo de Bindusara, sometió a la mayoría del extremo sur sin batallar y derrotó a Kalinga en una brutal batalla en el año 260 a.C., llevando el imperio de los maurya hasta su máximo esplendor.

Ashoka, el gran emperador

Cuentan los relatos, seguramente dramatizados, que Ashoka (304-232 a.C.), el tercer emperador maurya, fue tan cruel que al llegar al trono asesinó a sus hermanos y torturó a los partidarios de estos. Esta desalmada forma de concebir el poder le llevó a conquistar Kalinga con tal barbarie que, según el propio Ashoka, “ciento cincuenta mil personas fueron deportadas, cien mil muertas y un número varias veces superior a ese pereció”. A raíz de esto, hubo un punto de inflexión en su vida.

Ashoka
Este relieve procedente de Amaravati, en Maharashtra (India), es una posible representación del tercer emperador Maurya, Ashoka. Foto: Álbum.

El emperador se sintió tan consternado por lo ocurrido que comenzó a acercarse al budismo. Finalmente se convirtió y su mensaje fue absolutamente revolucionario para la época. Abogó por la no violencia –aunque justificaba su uso en ocasiones, como para mantener el orden–, restringió la matanza de animales, redujo las armas como herramienta de conquista, trató a sus súbditos como iguales e instauró la clemencia y la compasión.

Quizás su entrega al budismo no fue necesariamente por motivos píos, sino para unir los variados y heterogéneos elementos de su imperio y consolidarlo política y económicamente. Si este era el objetivo, no lo consiguió. El Imperio maurya no solo no se expandió tras la muerte de Ashoka en el año 232 a.C., sino que se desintegró. Mucho debió pesar la debilidad económica provocada por el alto coste de la administración, incluyendo el gran ejército, y la fragilidad de la organización maurya, que se basaba en la lealtad al rey (y al cambiar el rey, cambiaban las lealtades).

Capitel de las columnas de Ashoka
Reconociendo el papel sin precedentes de Ashoka en la historia del país, la India hizo del capitel de las columnas de Ashoka (sobre estas líneas) uno de los símbolos de la República India y, además, colocó la ‘rueda de Ashoka’ en el centro de su bandera. Foto: ASC.

Tras Ashoka, los invasores llevaron el imperio al declive y este se fragmentó en multitud de principados. Hasta la colonización británica (cerca de 2.000 años más tarde), nunca una parte tan grande de un subcontinente estuvo unida bajo un mismo gobierno.

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