Así comenzó la conquista romana de Hispania: de la expulsión de los cartagineses a la creación de las primeras provincias

Cuando el ejército romano –con el pretexto del sitio cartaginés a Sagunto– arribó a Ampurias para quedarse, los íberos contemplaron aquella invasión con buenos ojos por la dureza con la que Amílcar y sus hijos les habían tratado. En 206 a.C. se completaba la ocupación y nacía Hispania
Recreación de la llegada romana a Hispania. Foto: Midjourney/J.C. - Recreación de la llegada romana a Hispania

Cuando a finales del verano del año 218 a.C. el cónsul de Roma, Cneo Cornelio Escipión, desembarcó en la playa de Ampurias al frente de un ejército romano, no imaginaba que iba a realizar la conquista de un nuevo territorio, la península ibérica, ni menos aún la importancia que esta iba a tener durante varios siglos.

La acción militar se enmarcaba dentro de la llamada Segunda Guerra Púnica y trataba de evitar que Aníbal –que había realizado la gesta de cruzar los Alpes e iniciar la fulminante campaña de victorias en Italia– siguiera recibiendo ayuda desde la retaguardia. El objetivo era cortar el apoyo que llegaba en forma de dinero, vituallas y tropas de mercenarios hispanos, reputados desde mucho tiempo atrás como fieros y eficaces combatientes.

Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes, Goya
El óleo históricomitológico pintado por Francisco de Goya en 1770 Aníbal vencedor contempla por primera vez Italia desde los Alpes. Foto: ASC.

Tras la mano dura de Amílcar, las alianzas de Asdrúbal

El desencadenante de los hechos había sido el ataque de Aníbal a Sagunto, ciudad de los edetanos y aliada de Roma por entonces, pero la historia venía de tiempo atrás. Ya a principios del siglo IV a.C., los cartagineses controlaban buena parte del territorio del sur peninsular, zona de la que obtenían grandes cantidades de plata y numerosos efectivos de hispanos como mercenarios para sus campañas en Sicilia y otras partes.

El dominio se ejercía desde Mastia Tarseion –ciudad cercana y antecesora de la actual Cartagena– e incluía alianzas con los principales jefes ibéricos. Con la derrota de Cartago frente a Roma en la Primera Guerra Púnica (264-241 a.C.), el dominio cartaginés sobre la península quedó prácticamente desintegrado y limitado a algunas zonas costeras.

Con la llegada de Amílcar Barca en 237 a.C., la presión de Cartago aumentó con el fin de recuperar la influencia perdida entre los pueblos del interior. Se afanó especialmente con iberos y turdetanos, y su dominación incluía castigos ejemplares a aquellos que habían sido vencidos en campaña. La política agresiva de Amílcar fue sustituida por su yerno y sucesor, Asdrúbal el Bello. Este fomentó un juego de alianzas y pactos con los principales jefes indígenas, lo que incluía bodas de conveniencia con las hijas de estos.

Amílcar en Acra-Leuca
Respaldo del banco de la Plaza de España de Sevilla en el que se representa a Amílcar en Acra-Leuca. Foto: Álbum.

El renacer de la fuerza de Cartago en la península era visto con preocupación por Roma, que había establecido ya desde el tratado del 348 a.C. un límite para la expansión de los cartagineses en la zona de Mastia, donde ya se alzaban los muros de la nueva capital, Qart Hadasht.

La llegada y el rápido avance por zona costera

En el nuevo tratado del año 226 a.C., una Roma más interesada en parar los pies a Cartago que en intervenir en los asuntos ibéricos establecía el límite de las respectivas zonas de influencia en el río Ebro. En este marco se inscriben las expediciones militares de Aníbal contra Sagunto, una ciudad llena de griegos e itálicos en plena zona de influjo cartaginés. Fuertemente amurallada, era una posición que el general púnico no quería dejar sin más a sus espaldas, mientras pensaba atacar a Roma en su propio suelo.

El Senado romano, sin ayudar lo más mínimo a unos saguntinos con quienes se había realizado un pacto de amistad en el año 221 a.C., aprovechó la coyuntura para plantear un ultimátum al general cartaginés e intentar eliminar la competencia de Cartago. Así, a pesar de los intentos de los autores antiguos para justificar la declaración de guerra por parte de Roma, sosteniendo que Sagunto estaba al norte del río Iberus, este era un asunto interno a resolver por los púnicos, pues se habían sublevado contra la dominación cartaginesa en una zona de su influencia.

El motivo que impulsó la invasión fue sobre todo la imperiosa necesidad de interrumpir los suministros que, procedentes de Cartago e Hispania, contribuían a sostener la expedición de Aníbal que tanto daño estaba provocando en la península itálica.

El primer desembarco romano se produjo en 218 a.C. en Ampurias, colonia griega y aliada de Roma, desde donde Cneo Escipión obtuvo su primera victoria en las tierras de Cesse, la futura Tarraco. Gracias a los refuerzos llegados un año después con Publio Cornelio Escipión, hermano del cónsul Cneo, ambos fortificaron la ciudad, creando en ella un campamento y un puerto que sirvieron en adelante de base de operaciones.

Desde allí, el avance romano hacia el sur, por la costa catalana y levantina, se hizo imparable: ayudados por diversos pueblos del norte del Ebro, derrotaron a las tropas de Asdrúbal en Dertosa –en la desembocadura del río–, recuperaron Sagunto y llegaron hasta el valle del Guadalquivir.

Sin embargo, la retirada forzosa de los cartagineses sufrió un vuelco en la Sierra Morena jienense cuando, en el año 211 a.C., ambos Escipiones murieron en sendas operaciones militares: una en Cástulo (en los alrededores de Linares) y la otra en Iliturgi (cerca de Mengíbar). El hermano de Aníbal, Asdrúbal, y sus capitanes Giscón y Magón recuperaron casi todo el territorio perdido, arrinconando a los romanos en una estrecha franja de terreno a lo largo de la costa catalana, próxima a los Pirineos.

Allí, sometieron duramente a los pueblos indígenas que habían apoyado a los romanos, incluso a aquellos que habían mantenido una posición expectante. Esta actitud altanera y dominante, tomando rehenes entre las familias de los jefes ibéricos, daría a la larga unos frutos amargos a los cartagineses, pues empujó a muchos de estos pueblos a ayudar a Roma.

La magnanimidad de Escipión favoreció el sometimiento

Para entonces, Roma había decidido mandar a la península a otro Escipión, Publio Cornelio, hijo del cónsul del mismo nombre, llamado el Africano Mayor para distinguirlo de su nieto. Su llegada, en el año 210 a.C., dio inicio a una campaña que liquidaría la presencia cartaginesa en la península ibérica; y en 202 a.C. derrotaría al propio Aníbal en Zama, en tierras africanas, dando así fin a la Segunda Guerra Púnica.

El primer año lo empleó Escipión en reagrupar las tropas dispersas y en atraerse a los jefes indígenas, entre los que destacaban los hermanos ilergetes Indíbil y Mandonio, hasta entonces fieles aliados de Asdrúbal. Al año siguiente, en 209 a.C. –tras una rápida marcha de tan solo una semana, al frente de un ejército bien disciplinado–, aprovechó un momento de marea baja para asaltar y conquistar la ciudad de Qart Hadasht, la capital de los bárquidas, donde pudo liberar a los rehenes de los cartagineses.

Escipión devolviendo su prometida a Alucio
La magnanimidad de Escipión el Africano en la toma de la ciudad cartaginesa de Qart Hadasht será un tema artístico a menudo revisitado. Aquí, en Escipión devolviendo su prometida a Alucio, de Jean II Restout. Foto: Álbum.

Fue la llamada “clemencia de Escipión” y, con su magnanimidad, obtuvo el sometimiento y la fidelidad de muchos pueblos íberos, hasta entonces aliados de los cartagineses. Es el caso del edetano Edecón (enemistado con Cartago desde que su mujer y sus hijos fueron tomados como rehenes), el ya citado Indíbil (por la misma causa) y su hermano Mandonio (ofendido por Asdrúbal Barca).

A la importante baza política conseguida por Escipión hay que sumar un cuantioso botín que, en palabras de Tito Livio, aún nos parece impresionante: «Las páteras de oro llegaron a 276, casi todas ellas de una libra de peso [una libra equivalía a 327 gramos]; 18.000 libras de plata trabajada o acuñada, vasos de plata en gran número (…), 40.000 modios de trigo [un modio equivalía a 8,7 litros], 270 modios de cebada; 63 naves de carga asaltadas y capturadas en el puerto, algunas con su cargamento; trigo, armas, cobre, hierro, velas, esparto y otros materiales para armar una flota».

Tito Livio
El historiador Tito Livio (59 a.C.-17) dio cuenta del abundante botín logrado por Escipión. Foto: Getty.

Fundación de Itálica, la primera colonia hispana

El valle del Guadalquivir se convirtió en escenario de numerosas victorias de Escipión: en el año 208 a.C. tomó Baécula (tradicionalmente ubicada en Bailén, y llave del paso por Despeñaperros) y Orongis (la romana Aurgi, hoy Jaén); Ilipa (Alcalá del Río) y Carmo (Carmona) caerían en 207 a.C.; al año siguiente, sofocó duramente la revuelta de Astapa (Estepa), que arrasó por completo.

La propia Gádir (luego Gades y hoy Cádiz), al no poder ofrecer resistencia, se rindió a las tropas romanas en el año 206 a.C., dando así por terminada la dominación cartaginesa de lo que, a partir de entonces, se conocería con el nombre de Hispania.

En el mismo año 206 a.C., antes de partir hacia Italia y de su posterior enfrentamiento con Aníbal en el norte de África, Escipión estableció a un buen contingente de soldados licenciados en Itálica (Santiponce, Sevilla), la primera colonia romana de Hispania. Esto indicaba claramente la voluntad de permanencia de los romanos en ella, pues ya la consideraban como territorio de conquista, especialmente a la vista de sus riquezas y posibilidades.

La nueva situación había sido entrevista por los caudillos ilergetes Indíbil y Mandonio, aliados primero de los cartagineses y fieros enemigos de los romanos hasta que pasaron a ser colaboradores de Escipión el Africano en la expulsión de los cartagineses. En 207 a.C., al percatarse de las intenciones romanas, estos jefes se sublevaron contra Escipión, quien se contentó con imponer un tributo a los ilergetes.

Indíbil y Mandonio
Grupo escultórico de bronce de Indíbil y Mandonio situado en la plaza de Agelet y Garriga (Lleida). Foto: ASC.

Tras la derrota cartaginesa y la clara política romana de permanencia, Indíbil y Mandonio decidieron organizar una sublevación general de todo el noreste hispano y llegaron a reunir un contingente de 30.000 infantes y 4.000 jinetes. Sin embargo, en 205 a.C., Escipión dominó el motín con un final sangriento para los íberos: Indíbil murió en la batalla y Mandonio fue preso y ejecutado.

Roma quedó dueña de Hispania desde los Pirineos hasta el Algarve, siguiendo la costa; por el interior, el dominio romano alcanzaba hasta Huesca; hacia el sur, hasta el Ebro, y por el este, hasta el mar. En el año 197 a.C., los territorios hispanos conquistados fueron divididos en dos nuevas provincias: la Hispania Citerior (o Cercana), cuya capital fue Tarraco, y la Hispania Ulterior (o Lejana), con capital en Corduba.

La frontera no está muy bien definida, pero se encontraba al sur de Cartago Nova, situada más o menos en el río Mazarrón. Las nuevas provincias serán gobernadas mediante dos procónsules, elegidos cada dos años, con los mismos poderes y el ejército bajo su mando. Según las necesidades, varios pretores actuaban como gobernadores regionales y, conforme se conquistaba un territorio, este se adscribía a una u otra provincia, pero los límites interiores de las mismas son muy difíciles de precisar en el período que media entre las Guerras Celtibéricas y Sertorio.

División provincial de la Hispania romana en 197 a.C.
Las dos provincias (Hispania Citerior e Hispania Ulterior) se crearon en 197 a.C. Foto: ASC.

El pago de tributos excesivos propició las rebeliones

La temprana organización de Hispania revela que los romanos se apercibieron pronto de sus posibilidades, tanto por su riqueza minera y agrícola como por el valor demostrado por sus habitantes. El sistema romano de gobierno provincial permitía que el procónsul o los pretores, con gran poder tanto militar como político, aprovecharan la lejanía de Roma y su Senado para actuar muchas veces por su propia cuenta. Esto les llevaba a buscar un beneficio personal, con el objetivo de enriquecerse en el corto tiempo que duraba su cargo.

De este modo, los pueblos indígenas, sujetos a Roma por pactos de alianza que incluían el pago de tributos más o menos soportables, fueron sometidos a unas exacciones cada vez más onerosas, lo que les llevó a alzarse contra el nuevo dominador. En 197 a.C., la provincia Citerior fue escenario de la rebelión de los pueblos íberos e ilergetes, que el procónsul Quinto Minucio pudo controlar con muchas dificultades. La provincia Ulterior, tras la rebelión de los turdetanos, escapó del control de Roma, y su gobernador murió en este encontronazo.

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