En el corazón del delta del río Yangtsé, la antigua cultura de Liangzhu floreció como una de las primeras sociedades urbanas del Este asiático. Hoy, sus canales y estructuras hidráulicas enterradas bajo siglos de tierra y agua hablan de una civilización sofisticada que dominaba la agricultura, el jade y la arquitectura. Pero un reciente descubrimiento arqueológico ha abierto una nueva e inquietante ventana a su mundo: decenas de huesos humanos deliberadamente modificados, transformados en objetos cuya función aún no se comprende del todo.
Este hallazgo, publicado en la revista Scientific Reports y liderado por un equipo internacional de investigadores encabezado por Junmei Sawada, es algo sin precedentes en la prehistoria china. Aunque en otras partes del mundo se han encontrado restos humanos transformados en herramientas o elementos rituales, en China —y especialmente en esta región— no existía ninguna tradición similar durante el Neolítico. La aparición súbita de este fenómeno en Liangzhu no solo sorprende, sino que obliga a replantearse el modo en que esta sociedad veía la muerte, el cuerpo y la identidad.
Huesos trabajados, pero no enterrados: una ruptura en la tradición funeraria
El descubrimiento se hizo en varios yacimientos de la antigua ciudad de Liangzhu, en contextos tan extraños como significativos: huesos humanos tirados en canales y fosos junto a fragmentos de cerámica y restos de animales. No estaban enterrados, no estaban ordenados, y muchos de ellos mostraban claras señales de haber sido manipulados: cortes, perforaciones, pulidos, fracturas intencionadas.
Lejos de tratarse de casos aislados, los investigadores documentaron al menos 52 huesos humanos modificados —de un total de 183—, lo que indica una práctica relativamente común y repetida a lo largo del tiempo. La mayoría de los huesos correspondían al cráneo, algunos convertidos en cuencos, otros en placas o incluso en inquietantes máscaras faciales. También se hallaron mandíbulas aplanadas y huesos largos trabajados en sus extremos, quizás con intención de usarlos como herramientas.
Aún más desconcertante es que casi el 80% de estos restos trabajados estaban inacabados. Eran piezas abandonadas a medio tallar, desechadas como si no tuvieran mayor valor. Una proporción sorprendentemente alta si se la compara con otros contextos históricos similares, como Teotihuacán en Mesoamérica, donde los objetos óseos eran terminados con esmero y respeto. En Liangzhu, todo parece indicar que los huesos eran recursos más que reliquias.

Una ciudad compleja, una visión de la muerte fragmentada
Hasta ahora, se pensaba que las sociedades neolíticas del delta del Yangtsé mantenían un vínculo íntimo con sus muertos. En culturas anteriores como Hemudu o Majiabang, los enterramientos eran la norma y los restos humanos aparecían en contextos funerarios bien definidos. Liangzhu rompió ese patrón.
La hipótesis de los autores del estudio es provocadora: el surgimiento de una sociedad urbana, con miles de personas conviviendo en espacios cada vez más densos y jerárquicos, habría transformado radicalmente la forma en que se percibía la muerte. En comunidades pequeñas, la mayoría de los muertos eran familiares, vecinos, personas con nombre e historia. Pero en una ciudad como Liangzhu, muchos eran desconocidos. El anonimato, en un sentido casi moderno, pudo haber dado lugar a una cosificación del cadáver.
Esto explicaría por qué los huesos no muestran signos de violencia: no eran víctimas de sacrificios ni de guerras. Tampoco hay evidencia de que fueran desmembrados inmediatamente tras la muerte. Todo apunta a que fueron recogidos tras una descomposición natural, procesados con técnicas similares a las que se aplicaban a los huesos de animales, y utilizados sin un simbolismo evidente.

¿Religión, herramienta o simple descarte?
Algunas piezas sí sugieren una posible función ritual. Los cuencos hechos a partir de cráneos —"skull cups"— se encontraron también en tumbas de alto estatus en yacimientos relacionados con la misma cultura. Pero los demás objetos no tienen paralelos claros. Las máscaras faciales, por ejemplo, no aparecen en otros contextos arqueológicos ni tienen analogía con artefactos religiosos conocidos. Y las mandíbulas aplanadas o los huesos largos tallados parecen más cercanos a utensilios prácticos que a objetos ceremoniales.
Esta ambigüedad ha llevado a los investigadores a considerar una opción más radical: que algunos de estos restos no tuvieran una función definida, sino que fueran simplemente un resultado más del proceso productivo, piezas defectuosas o abandonadas, sin carga simbólica ni propósito trascendental.
De ser así, Liangzhu estaría mostrando una de las primeras formas documentadas de “deshumanización” del cuerpo tras la muerte en una sociedad premoderna.
Los análisis de radiocarbono revelan que esta práctica se mantuvo durante al menos 200 años, entre el 4800 y el 4600 antes del presente. Un periodo que coincide con la etapa de mayor esplendor —y también de progresiva decadencia— de la ciudad.
No es descartable que la transformación social provocada por el crecimiento urbano, la complejidad administrativa y la estratificación de la sociedad tuviera un impacto directo en la manera de tratar a los muertos. En este contexto, algunos cadáveres —posiblemente de personas de bajo estatus o de origen externo al grupo— dejaron de ser objeto de veneración y pasaron a ser considerados materia prima.
Sin embargo, la práctica desaparece tan repentinamente como había surgido. Ninguna cultura posterior de la región la adoptó o continuó. Como si se tratara de una anomalía histórica, de un experimento cultural nacido de un momento muy específico del urbanismo temprano.

Liangzhu: una ciudad que redefinió la relación con la muerte
A través de estos huesos trabajados, Liangzhu nos ofrece un espejo oscuro de lo que significa vivir en sociedad. En ella vemos una civilización capaz de construir presas, templos y objetos de jade extraordinarios, pero también una sociedad que, ante el anonimato masivo, empezó a ver a los muertos no como ancestros, sino como “otros”, como cuerpos sin nombre ni memoria.
El estudio arqueológico, más allá de sus implicaciones técnicas, nos enfrenta a preguntas profundas. ¿Cuándo dejamos de ver a los muertos como parte de nosotros? ¿Qué dice esto de nuestra forma de vivir en comunidad? ¿Y hasta qué punto la urbanización cambió no solo nuestra forma de habitar el mundo, sino también de salir de él?
Liangzhu, una de las primeras ciudades del Este asiático, nos habla no solo de cómo se construyen las civilizaciones, sino también de cómo, en ciertos momentos, se pierden los lazos que las sostienen.