A principios de diciembre de 1937 corre el rumor en el Ejército del Norte, la gran unidad de las fuerzas sublevadas que está a cargo del frente de Teruel, de un gran movimiento nocturno de vehículos en la zona de la retaguardia republicana. Pronto, empiezan a sospechar que en Teruel se está preparando una operación militar de envergadura, aunque en la guerra muchas veces nada es lo que parece y el Ejército Republicano trata de no enseñar sus cartas. Sin embargo, sobre el día 5 de diciembre se calcula la existencia de hasta 29.000 hombres en toda la zona de operaciones. Dichos informes también reflejaban la falta de equipamiento y medios, algo que tendrá gran influencia en el combate al afectar a la moral y a la difícil lucha contra la climatología. De hecho, en el duro invierno ruso, los puestos de guardia de la División Azul se pasaban la consigna unos a otros, cuando más arreciaba el frío, gritando: «¡Más frío hacía en Teruel!».

Sobre el día 12 de diciembre un nuevo informe del Ejército del Norte se hace eco de concentraciones de fuerzas enemigas tanto en Huesca como en Teruel, en la línea comprendida entre Vivel del Río y Concud, apenas a siete kilómetros de la capital, Teruel. El coronel Rey D’Harcourt en Teruel, y toda la 52.ª División, adivinan rápido que el Ejército Popular está llevando a cabo una operación para asfixiar el cuello de botella que une Teruel al resto de la zona rebelde por Los Llanos de Caudé. El general Muñoz Castellanos, al frente de la 52.ª División del Ejército Nacional y viendo lo que se podía avecinar, ha pedido en repetidas ocasiones refuerzos a Zaragoza, los días 10 y 11 de diciembre. Su solicitud en absoluto fue atendida, al contrario, se le dieron largas con respuestas poco acordes a la realidad de la situación. Esto motivó que el general Muñoz Castellanos decidiera establecerse en Santa Eulalia para evitar caer en la pinza republicana. Nada peor para un ejército que ser envuelto por la maniobra enemiga.
El general Vicente Rojo, jefe del Estado Mayor central republicano, ya había organizado en agosto de 1937 un grupo de ejércitos al mando del coronel Juan Hernández Saravia. Este grupo de ejércitos conforma un Ejército de Maniobra, con cinco cuerpos de Ejército, que refuerza al de Levante en su ofensiva sobre Teruel.
«Más frío hace en Teruel»
El día 15 de diciembre, el Cuerpo de Ejército XXII republicano avanza por el norte, al mando del teniente coronel Juan Ibarrola, con las divisiones 11, de Líster, y la 25, de García Vivancos. Tiene como apoyo un grupo de escuadrones, un batallón de carros T-26, tres grupos de artillería y tres batallones de fortificación. Su misión es cortar la carretera y el ferrocarril a Zaragoza, defender la línea alcanzada y atacar Teruel desde el norte. Sus efectivos fueron 18.000 hombres, 1.300 caballos y 600 vehículos.

El Consejo de Guerra del Gobierno de la República aprobó el 8 de diciembre de 1937 la orden de operaciones para atacar Teruel y el 12 de diciembre de 1937 se firma la Orden General de Operaciones número 3 del Cuerpo de Ejército XXII, y ya son meridianas las intenciones del Ejército Republicano. También, que lo que se avecina es una tormenta mucho mayor de lo que las nubes pronosticaban en un principio y que el Ejército Nacional no había valorado suficientemente:
- 1º Ocupar alturas al norte de Concud, cubriendo las comunicaciones y atacando después el pueblo.
- 2º Atacar cotas 957, 956, 967,963, conquistándolas.
- 3º Avanzar hasta San Blas, enlazando con el XVIII Cuerpo de Ejército.
Para la División 25.ª:
- 1º Avanzar en la dirección: km 54 del ferrocarril de Ojos Negros-km 128 del ferrocarril a Zaragoza.
- 2º Atacar y conquistar las posiciones enemigas de su zona de acción, situadas en la margen derecha del Arroyo del Rubio.
- 3º Ocupar alturas al sureste y sur de Concud, cooperando, si es preciso, al ataque a este pueblo.
- 4º Una vez conquistado el pueblo atacar de revés el cementerio de Teruel y el Vértice Santa Bárbara.
El Puesto de Mando de la 25.ª División republicana de García Vivancos queda establecido en un cerro llamado El Muletón, desde donde hay una muy buena visibilidad. La División tiene tres Brigadas, las 116, 117 y 118. Con ellas, según el plan establecido, conquistarán Teruel. Otras unidades, mientras tanto, lo cercarán, cortando las comunicaciones de la ciudad. De todas partes van llegando unidades que se sitúan a lo largo del río Alfambra.
En la noche del 14 al 15 las dos Brigadas entran en la que había de ser la base de partida para el ataque del día siguiente. La 116 se sitúa en la falda de El Muletón para atacar en dirección al ferrocarril de Zaragoza; la 117 entra por su izquierda. Los esfuerzos de ambas deben unirse en Teruel, la primera atravesando los puentes del tren y de la carretera, la segunda ocupando la loma del cementerio. Pero, antes de que las dos Brigadas entren en acción, debe darse una primera condición, que no es otra que la División de Líster conquiste Concud. Si Líster tiene éxito, la brigada 116 actuaría enérgicamente sobre las resistencias enemigas del llano y se metería en la ciudad casi por sorpresa, ayudada por el ataque simultáneo de la 117 sobre el cementerio, a lo largo de la carretera a Cortes.

Pero, a pesar de cuanto se dijo y escribió, el ataque de Líster no fue tan fuerte como se esperaba. La Brigada 100, que tenía que ocupar el pueblo de Concud, se retrasa, y encima se equivoca de dirección y no logra su propósito hasta mediada la tarde. Con ello, la 116 Brigada no puede alcanzar los primeros objetivos encomendados. Avanza en la dirección ordenada, pero no puede profundizar hacia Teruel mientras Líster no resuelva por completo su misión. Con ello se pierde un día de combate; y, lo que es peor, el enemigo se da cuenta de los verdaderos propósitos del Ejército Popular y toma medidas defensivas, dispuesto a hacerlos fracasar.
Líster, aunque sobre el papel cambió sus errores en aciertos, provocó, sin embargo, que la 116 tuviera muy poco avance; mientras él iba apoyado por tanques, las dos brigadas tuvieron que atacar de frente, con pocos medios, a fortificaciones organizadas y reforzadas.
El día 16, sin embargo —por eso aquí el tiempo, tanto de los relojes como climatológico, es tan importante—, se desató una formidable tormenta de nieve y viento. Pronto empiezan a ser evacuados hacia la retaguardia, rodeados de hielo por todas partes, los primeros congelados. Según los informes, más de 2.000 soldados republicanos llegaron sin mantas y con simples alpargatas a Teruel. El que no les robaran la manta era la principal preocupación de los soldados, antes que la propia misión; con el efecto desmoralizante que procuran en el alma las heridas del cuerpo no provocadas por los hechos de armas en sí.
Además, otro efecto desmoralizador eran los rumores que corrían entre la tropa acerca de las diferencias de trato en función de la unidad a la que se perteneciera: para los comunistas lo fácil, para los anarquistas lo difícil. Para los primeros buenas trincheras y abrigos para protegerse del frío, para los segundos, la lucha en campo abierto contra las mejores posiciones. Unos rumores que hacían que cumplir las órdenes no fuera todo lo fácil que un ejército requiere para llevar a cabo un ataque de la envergadura de Teruel.

Pues sí, no se equivocaban los hombres de la División Azul cuando entre los puestos de guardia en las heladas estepas rusas, mientras el frío los devoraba, se gritaban unos a otros: «¡Más frío hacía en Teruel!».
La defensa de los nacionales no tiene una línea continua de trincheras. En varias localidades, especialmente en Concud y Teruel, se han preparado, con mucha premura de tiempo y poca solidez, varias casas para la lucha. El frente más fortificado, sin duda, está al norte de Teruel, en la colina de Santa Bárbara, en las cotas 962 y 989, y en dos cementerios se han establecido trincheras de perfil completo, nidos de las ametralladoras cubiertos, refugios y alambradas. El frente al suroeste de Teruel, entre el río Turia y Campillo, fue mucho menos reforzado.
La relación de fuerzas y medios de ambas partes da a los republicanos una enorme ventaja: ocho veces más infantería, cinco veces más artillería y una ventaja absoluta en cuanto a carros de combate. Disponen de 89 batallones, así como 125 cañones, 92 carros de combate y 80 coches blindados.
Aunque el general Vicente Rojo, en sus memorias, escribiera que en todo el frente de Teruel no había ningún indicio que señalase la posibilidad de que el enemigo hubiese descubierto sus planes, el coronel Rey D’Harcourt sabía la fecha del ataque por las sospechas de los movimientos y por las informaciones fiables de confidentes tras las líneas enemigas. Al menos desde el día 6 de diciembre los observadores avanzados anunciaron el movimiento de una gran cantidad de vehículos enemigos por la noche. Todas estas informaciones se contrastaban con la aviación, llegándose a la conclusión de que muy pronto iban a ser sitiados. Lo que no se explica es por qué el Ejército Nacional, sabiéndolo por los informes diarios que recibía, no tomó más medidas defensivas en Teruel. ¿Qué pudo provocar ese abandono, que no fue solo inicial, sino que se alargó hasta el último momento en que cayó la ciudad?

El ataque empezó a las 7 de la mañana del día 15 de diciembre, con un intenso bombardeo sobre los primeros objetivos, pero con una preparación artillera no muy exagerada para así no despertar las sospechas del Ejército Nacional. Pronto se ven grandes concentraciones de tropas, que partiendo de los cerros cercanos al Muletón se dirigen a cortar la carretera de Zaragoza. Toman posiciones en el campo de aviación y a la vez salen los carros de combate abriendo fuego contra las líneas de defensa del Ejército Nacional de Concud, que como se ha dicho anteriormente necesitan todo el día, hasta el atardecer, para tomar esas posiciones. Un tiempo que luego resultaría vital para los esfuerzos que tendrían que hacer las Brigadas 116 y 117.
Ese mismo día la aviación republicana realizó un total de 25 ataques a la ciudad de Teruel. Ante este primer ataque republicano con más de 10.000 soldados y once carros de combate de la División de Líster, que aniquilaron a toda la primera centuria de Falange, el coronel Rey D’Harcourt envió en su apoyo casi todo lo que le quedaba en la plaza, pero poco pudo hacer frente a la potencia de fuego de los carros. Ante la fuerza de este ataque Rey D’Harcourt ordena el repliegue para formar una primera línea de detención antes de Teruel, de Puente del Cubo a Corbalán.
El día 19 fue el último día que se pudo circular por Teruel, los bombardeos republicanos estaban reduciendo la ciudad a escombros y el día 20 ya estaban dentro de la ciudad los soldados republicanos; y es cuando el coronel ordena el repliegue de todas las fuerzas que defienden el perímetro de la ciudad. Es en ese momento cuando D’Harcourt envía un radiograma al general Aranda, en el que le explica lo desesperado de la situación: «Deshecha organización defensiva por ataques reiterados enemigo numerosísimo y renovado me encierro en población donde me defenderé hasta el último extremo no pudiendo garantizar plazo duración defensa dada situación vanguardia y alturas ocupadas enemigo y material de guerra de que dispone».

Un mensaje por descifrar
El día 22 el coronel vuelve a enviar un telegrama cifrado: «Perdidas posiciones excepto Corbalán y Mansueto que resisten; difícilmente me defiendo entre otros edificios: Gobierno, Comandancia, Guardia Civil, Banco de España, San Francisco ». El coronel es plenamente consciente de la situación, que pronto se tornará desesperada, porque el combate en los alrededores de Teruel va teniendo un signo muy adverso para las fuerzas nacionales. Todos los esfuerzos desde el exterior, que siempre son insuficientes —y D’Harcourt no entiende el motivo—, no logran romper la línea republicana. Parece que el Ejército Republicano también conoce que el Ejército Nacional, no ha enviado una gran concentración de fuerzas para evitar la caída de la capital.
En Teruel los nacionales organizan la defensa inmediata en un conjunto de siete puntos debilísimos situados en casa Sastrón, la Bombardera, calle mayor, Mercado Nuevo, la Judería, Torre de Ambeles y Fábrica de la Luz; y todos caen enseguida ante los ataques republicanos. Dentro ya de la ciudad se organizan en tres edificios con un poco más de solidez: Diputación, Convento de San Francisco y antiguo Cuartel de la Guardia Civil. El primero de ellos, guarnecido por 25 hombres, recibe orden de retirarse sobre la comandancia el día 21. El Convento de San Francisco, en las proximidades del Seminario, albergaba unos efectivos de unos 150 hombres. Al ser atacado con dureza por fuerzas anarquistas de la 25.ª División, y sufriendo un 25% de bajas en dos días, reciben del coronel Barba la orden de retirarse al Seminario el día 23.

El Cuartel de la Guardia Civil contaba con unos 300 hombres de guarnición. La resistencia allí es difícil por no haberse almacenado víveres y medios de combate suficientes. En este edificio, que había acogido un gran número de civiles, se producen duros enfrentamientos los días 23, 24 y 25. El día 26, el capitán al mando decide informar de la terrible situación al coronel Rey D’Harcourt y este le envía firmada la orden de repliegue sobre la Comandancia. Pero ya es tarde, pues, por sorpresa y con violencia, se produce sobre el Cuartel el ataque enemigo ocupando todo el edificio, y resultando prisioneros todos sus ocupantes. A partir de ahí, los dos núcleos fundamentales serán la Comandancia, a las órdenes del coronel Rey D’Harcourt y el Seminario, al mando del coronel Barba. Y los dos saben que la suerte está echada porque la ayuda exterior no llegará a tiempo y la defensa se tornará imposible.
Por el contrario, da la sensación de que las fuerzas nacionales creen, equivocadamente, que la situación de los reductos no parece exigir un ataque inmediato, y vista la potencia de la línea republicana, el ejército previsto para el socorro de la ciudad se dedica a concentrar y desplegar sus medios, que tienen dificultades por las reducidas posibilidades de transporte que ofrecen las vías de comunicación. Deben de pensar que es el único camino para un éxito seguro.
La pregunta sin resolver
A posteriori cabe la duda sobre qué ocurrió el 31 de diciembre cuando, ante el profundo avance de las fuerzas nacionales, las tropas republicanas vivieron una situación de gran peligro, llegando los nacionales a ocupar La Muela y estribaciones del sur; incluso, ese día en Teruel no había ni tropas republicanas defendiéndolo ni tropas nacionales intentando liberarlo, cosa que hubieran podido hacer si arriesgaban en ese intento, pero el riesgo era algo que no casi nunca entraba en los planes de los generales nacionales. El Ejército Nacional pudo ese día haber entrado con facilidad y tomar Teruel. ¿Qué falló? ¿Fue ese el motivo por el que el general Varela acusó y procesó al coronel Rey D’Harcourt con tanta prisa e infamando su nombre?

Sin remedio, Teruel va a caer. La ayuda no llega, siendo consciente sus defensores de que sus muros no son los del Alcázar ni la munición obrante, ni los recursos; sin granadas de mano, solo disponen de una ametralladora y un fusil ametrallador. El día 7 de enero se reciben los primeros telegramas del jefe de la plaza de Teruel dirigida al jefe de la 84.ª Brigada republicana solicitando hacer la evacuación de su personal y civiles, que el Ejército Republicano ya consideraba combatientes, según un bando, desde el día 22 de diciembre a partir de las 21 horas. Ese 7 de enero de 1938 se inician las conversaciones que llevarán a la evacuación de civiles y a la rendición de la plaza, hecho por el que el coronel Rey D’Harcourt será humillado por sus propios compañeros de armas, ¿posiblemente para ocultar esos mismos mandos su poca competencia al acudir en auxilio de quien sería, por algunos, considerado el héroe de Teruel?
Aunque nadie ignora que lo importante para el porvenir es ganar la guerra de los manuales de Literatura, y el coronel Rey D’Harcourt sí tiene, casi cien años después, quien le escriba.
El coronel Rey D'Harcourt, procesado
Fue el mismo 1 de febrero de 1939 cuando se recibió en la Auditoría de Guerra de la España Nacional la información remitida por el general jefe del Ejército del Norte relativa a la instrucción de una causa contra el coronel Rey D’Harcourt. El auditor le dio el número 315-1938. El juez instructor fue el coronel de Estado Mayor Mariano Santiago Guerrero. Sus compañeros de armas no ahorraron calificativos contra el coronel defensor de Teruel; así, el general Varela que era el que estaba a cargo de la liberación de Teruel, y que fracasó inicialmente en el intento de recuperarla y ayudar a los sitiados cuando tenía orden para ello, ya relataba en un escrito inicial de fecha 24 de enero de 1938, justo después de la rendición, y enviado al general del Ejército del Norte: «El general que suscribe, que encuentra injustificadas muchas conductas especialmente la de los mandos o autoridades que han tenido relación con los hechos acaecidos en la plaza…. A fin de aclarar conductas y exigir responsabilidades al propio tiempo que elevar testimonios de militares y paisanos cuya actuación haya sido digna de elogio y merecedores de recompensa…». Conducta que el general Varela ya calificaba de cobarde.

El general Queipo de Llano en uno de sus famosos discursos de Radio Sevilla llegó a decir que «el traidor Rey D’Hacourt pagará su infamia cuando caiga en poder de los nacionalistas».
La viuda del coronel Rey D’Harcourt, Leocadia Alegría Arrillaga, que permaneció con él en el sitio de Teruel y sufrió también el mismo porvenir, llegó a escribir hasta tres veces, sin miedo, al general Franco preguntando: «Por qué de esta campaña de calumnias que contra la memoria de aquel mártir [su esposo], se desató en la España nacional». Hasta la tercera misiva no tuvo una fría respuesta. ¿Por qué ese afán por ningunear al coronel?
Lo que Leocadia no sabía era que cuando el régimen impuesto por la guerra perdiera la batalla de los manuales de la Literatura, su marido, el coronel Rey D’Harcourt, volvería a ser protagonista de múltiples volúmenes, y con seguridad su nombre recuperaría el honor perdido.
* Este artículo fue originalmente publicado en la edición impresa de Muy Historia.