Un maravilloso hallazgo en el desierto: redescubren un auténtico tesoro bizantino en forma de mosaico, con miles de teselas y 55 medallones

Un mosaico bizantino de 1.600 años, enterrado durante décadas en el desierto del Néguev, vuelve a ver la luz como testimonio vibrante de una civilización que cruzó religión, arte y comercio.
Hallan un mosaico con escenas de la vida cotidiana de hace 1.600 años en el desierto del Néguev
Hallan un mosaico con escenas de la vida cotidiana de hace 1.600 años en el desierto del Néguev. Foto: IAA/Christian Pérez

En el árido paisaje del desierto del Néguev, donde el silencio solo es interrumpido por el viento y el paso de algún rebaño lejano, ha resurgido uno de los hallazgos arqueológicos más impactantes del año: un majestuoso mosaico bizantino de 1.600 años que vuelve a la vida tras décadas enterrado. Descubierto cerca del kibutz Urim, a escasos kilómetros de la frontera con Gaza, el llamado mosaico de Be’er Shema fue cuidadosamente desenterrado, estudiado… y luego cubierto de nuevo para protegerlo del paso del tiempo.

Su existencia, sin embargo, nunca fue olvidada del todo. Era una joya durmiente, un secreto arqueológico aguardando su momento.

Ese momento ha llegado. La Autoridad de Antigüedades de Israel, junto al Ministerio de Patrimonio, ha impulsado su restauración y traslado a un espacio seguro y accesible: la sede del Consejo Regional de Merhavim. Desde este mes, el mosaico se exhibe públicamente por primera vez en su historia, convirtiéndose en una pieza clave del nuevo jardín arqueológico de la región.

El mosaico formaba parte del suelo de un monasterio bizantino que, en su tiempo, fue una comunidad autosuficiente dedicada principalmente a la producción de vino. En la excavación se hallaron también un gran lagar y recipientes de almacenaje, lo que confirma la importancia económica y logística del lugar. Pero más allá de su funcionalidad, lo que realmente ha fascinado a los expertos es la riqueza artística y narrativa de la obra.

Un mapa de símbolos y escenas cotidianas

El mosaico de Be’er Shema no es solo una pieza decorativa; es un relato visual del mundo bizantino del siglo IV al VII d.C. Compuesto por 55 medallones perfectamente ensamblados con miles de teselas de piedra, vidrio y cerámica, el suelo es un tapiz de escenas que van desde la mitología hasta la vida cotidiana.

Cazadores con sus presas, animales exóticos que evocan tierras lejanas, figuras mitológicas que conectan con creencias paganas y cristianas, cestas de frutas y momentos de la vida diaria: todo está ahí, reflejando una cultura híbrida y compleja que sobrevivía entre la espiritualidad y la necesidad. El mosaico parece haber sido creado por un auténtico maestro artesano, alguien que dominaba no solo la técnica, sino también el arte de contar historias a través de imágenes.

Un imponente mosaico de la época bizantina, descubierto en 1990 junto a las ruinas de Khirbat Be’er Shema, en el sur de Israel, ha sido expuesto por primera vez al público tras décadas oculto bajo tierra
Un imponente mosaico de la época bizantina, descubierto en 1990 junto a las ruinas de Khirbat Be’er Shema, en el sur de Israel, ha sido expuesto por primera vez al público tras décadas oculto bajo tierra. Foto: IAA

La variedad de escenas y estilos sugiere que el monasterio no era una simple estación de paso, sino un enclave importante dentro de la red bizantina de asentamientos en la región. Situado en un cruce de caminos sobre la antigua ruta nabatea-romana que conectaba Halutza con la costa de Gaza, Be’er Shema era un punto estratégico para los viajeros, comerciantes y peregrinos que atravesaban el desierto. En un mundo lleno de incertidumbres, el monasterio ofrecía seguridad, refugio y espiritualidad.

Del abandono al renacimiento patrimonial

Tras su descubrimiento hace más de tres décadas, el mosaico fue cubierto de nuevo como medida preventiva, en un intento de preservarlo de la erosión natural y de posibles daños por actividades agrícolas. Sin embargo, el paso del tiempo no fue clemente. La humedad, los movimientos del terreno y el olvido institucional amenazaban con perder para siempre esta obra única.

Fue gracias al programa nacional “Antigüedades en Casa” que se reactivó el proyecto de conservación y reubicación. Este plan, impulsado por las autoridades culturales del país, busca acercar el patrimonio arqueológico a las comunidades locales y evitar que estas joyas del pasado permanezcan aisladas o en riesgo.

Arqueólogos durante las labores de restauración del mosaico bizantino de Be’er Shema, una obra maestra de más de 1.600 años que vuelve a ver la luz en el desierto del Néguev
Arqueólogos durante las labores de restauración del mosaico bizantino de Be’er Shema, una obra maestra de más de 1.600 años que vuelve a ver la luz en el desierto del Néguev. Foto: IAA

Hoy, el mosaico ha sido integrado en un entorno que garantiza su preservación y su disfrute público. El nuevo jardín arqueológico de Merhavim cuenta con caminos, señalética explicativa, áreas de descanso y accesibilidad total para visitantes de todas las edades. Se espera que este enclave se convierta no solo en un atractivo turístico, sino también en un centro educativo y cultural para la región.

El simbolismo es evidente: en una zona marcada por tensiones y desafíos contemporáneos, un vestigio del pasado resurge como herramienta de cohesión, aprendizaje y memoria.

Entre el mito y la realidad: un legado vivo en el Néguev

La historia del mosaico de Be’er Shema no es solo la historia de una obra de arte rescatada, sino la de un territorio atravesado por culturas, creencias y rutas milenarias. El Néguev, que muchos asocian hoy con imágenes de desolación o conflicto, fue en la Antigüedad una red viva de comunidades que desafiaban al desierto mediante la agricultura, la religión y el comercio.

El mosaico de Be'er Shema, hallado hace más de tres décadas en las proximidades del kibutz Urim, tiene una antigüedad estimada de unos 1.600 años
El mosaico de Be'er Shema, hallado hace más de tres décadas en las proximidades del kibutz Urim, tiene una antigüedad estimada de unos 1.600 años. Foto: IAA

El monasterio al que pertenecía el mosaico era uno de esos experimentos de supervivencia y espiritualidad. Funcionaba con autonomía, integrado en un ecosistema social y económico que unía a los pueblos del interior con las grandes ciudades portuarias del Mediterráneo. El arte del mosaico, entonces, no era solo un lujo estético, sino también una manifestación del estatus, la fe y la aspiración de esos monjes que, aislados entre las dunas, intentaban trascender lo efímero a través de la belleza.

Este renacimiento patrimonial, impulsado por la Autoridad de Antigüedades de Israel, no solo devuelve la visibilidad a una pieza olvidada del arte bizantino, sino que también reabre la conversación sobre el modo en que comprendemos y gestionamos nuestra herencia histórica. Convertir un hallazgo arqueológico en una herramienta de educación, turismo y orgullo local es, en cierto modo, una forma moderna de monacato: conservar lo valioso en medio de lo efímero.

Y así, entre medallones de animales, escenas de caza y rostros mitológicos, el mosaico de Be’er Shema vuelve a contarnos su historia. Una historia tejida en piedra, rescatada del polvo, y proyectada hacia el futuro.

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