Santiago Ramón y Cajal: así fue la infancia de este Premio Nobel español, contada por él mismo

Todo genio tiene un pasado, y el de Santiago Ramón y Cajal, el que ganó el Nobel de medicina en 1906, implicó una infancia bastante conflictiva y una relación muy tensa con sus padres.
Santiago Ramón y Cajal arquero

Sin duda, merece la pena dedicar un artículo a la infancia de Santiago Ramón y Cajal por los aparentes contrastes que tienen estas etapas con la vida del futuro premio Nobel

Fue un chico indisciplinado, inclinado a las peleas y que rehuía de los estudios. Dio muchos quebraderos de cabeza a sus padres. Con tan solo once años, fabricó un cañón de madera con el que practicó un agujero enorme en la puerta de un vecino. Acabó tres días en un calabozo, con el beneplácito del padre y la burla de todos los que por allí pasaban. El propio Cajal afirma: «Para decirlo de una vez: durante mi niñez fui criatura díscola, excesivamente misteriosa, retraída y antipática». Pero el adulto en el que se convirtió no estaba tan lejos de ese niño: «Perdura en mí algo de esa arisca insociabilidad tan censurada por mis padres y amigos». En más de una ocasión habló o escribió sobre su infancia. Encontramos bastante información en su obra Cuando yo era niño. La infancia de Ramón y Cajal contada por él mismo, de 1925. Sus andanzas de esta época también las relató en la autobiografía Recuerdos de mi vida. Así comienza este libro que le llevó años escribir: 

«Nací el 1º de mayo de 1852 en Petilla de Aragón, humilde lugar de Navarra, enclavado por singular capricho geográfico en medio de la provincia de Zaragoza, no lejos de Sos. Los azares de la profesión médica llevaron a mi padre, Justo Ramón Casasús, aragonés de pura cepa, y modesto cirujano por entonces, a la insignificante aldea donde vi la primera luz, y en la cual trascurrieron los dos primeros años de mi vida». 

No volvería a Petilla hasta los 40 años, momento en que decidió visitarla para conocer sus orígenes, haciendo gala de una innata curiosidad y deseo de saber que lo acompañó toda su vida.

Aspecto actual de la casa natal de Ramón y Cajal en la calle Mayor de Petilla de Aragón (Navarra) - ASC

Una educación temprana

Su educación e instrucción comenzaron en Valpalmas, cuando tenía cuatro años, lugar donde aprendió «los primeros rudimentos de las letras». Pero como él mismo escribió, «mi verdadero maestro fue mi padre, que tomó sobre sí la tarea de enseñarme a leer y a escribir y de inculcarme nociones elementales de geografía, física, aritmética y gramática». Gracias a su padre, a los seis años «escribía corrientemente y con pasadera ortografía». 

De esta época de la primera infancia recuerda que la admiración de la naturaleza constituía una de las tendencias irrefrenables de su espíritu: «Todas las horas de asueto que mis estudios me dejaban pasábalas correteando por los alrededores del pueblo, explorando barrancos, ramblas, fuentes, peñascos y colinas, con gran angustia de mi madre, que temía siempre, durante mis largas ausencias, algún accidente». Es un eco del universal explorador de las neuronas en que se acabaría convirtiendo. 

Este espíritu exploratorio siguió con la pasión por los animales; incluso acabaría teniendo una gran colección de pájaros, de los que se complacía a la hora de «criarlos de pequeñuelos, en construirles jaulas de mimbre o de cañas, y en prodigarles toda clase de mimos y cuidados». Ya en este momento se atisba el gran científico que sería, con una ética animal que parece sacada de nuestra época: «Tales aficiones fomentaron mis sentimientos de clemencia hacia los animales. Gustaba de criarlos para gozar de sus graciosos movimientos y sorprender sus curiosos instintos; pero jamás los torturé haciéndoles servir de juguetes, como hacen otros muchos niños».

Certificado de nacimiento de «un niño llamado Santiago Felipe Ramón y Cajal. El día uno de mayo de mil ochocientos cincuenta y dos. A las nueve de la noche». Siendo «hijo de legítimo matrimonio». - Instituto Cajal (CSIC)

El descubrimiento del espíritu científico

El cambio de domicilio y de población fue una constante en la infancia y adolescencia de Santiago. Con solo dos años, se mudó de Petilla a Luna y, con cuatro años, su padre dirigió el domicilio familiar a Valpalmas. Los festejos de los triunfos de las victorias en África por parte del ayuntamiento de la localidad se quedaron grabados en la retina del niño que fue Cajal. Hasta el punto de que despertaron sus primeros sentimientos patrióticos que se intensificarían en la adolescencia para encontrar plenitud en la madurez. 

Cuando tenía ocho años y a punto de abandonar Valpalmas para ir a Ayerbe, dos acontecimientos lo acercaron a la inclinación de querer conocer las leyes de la naturaleza. Uno de ellos fue la caída de un rayo sobre su escuela. Entró por el campanario, chamuscando literalmente al párroco que allí se encontraba y que moriría unos días después. El rayo se propagó hacia el suelo pasando por la ventana de la clase en la que estaba Santiago, fulminando en su viaje a la maestra, quien sí tuvo la fortuna de salvarse. 

La clase se convirtió en un caos de polvo por el yeso golpeado, hasta el punto de que los niños no sabían qué había pasado hasta un tiempo después de salir de la clase. El otro acontecimiento fue el eclipse de sol del año 1860. Quedó fascinado con el fenómeno antes incluso de que ocurriese, cuando los periódicos lo anunciaban. Así lo cuenta en Recuerdos de mi vida

«Quedábame, empero, un resto de desconfianza. ¿No olvidará la Luna la ruta señalada por el cálculo? ¿Se equivocará la ciencia? La inteligencia humana, que no pudo prever la caída de un rayo en mi escuela, ¿será capaz, sin embargo, de predecir fenómenos ocurridos más allá de la tierra, a millones de kilómetros?». 

Esa desconfianza no es más que una actitud científica inminente en el joven. Incluso después del fenómeno seguía sorprendido: «Parecía como que los astrónomos, además de profetas, habían sido un poco cómplices, empujando la Luna con las palancas de sus enormes telescopios hasta el lugar del cielo donde habían acordado ensayar el fenómeno».

Grabado que refleja la zona de España con la sombra del Eclipse total de sol que tuvo lugar el 18 de julio del año 1860. Por don Francisco Coello, autor del Atlas de España - BNE

Un gamberro en Ayerbe

El padre de Cajal consiguió un puesto de médico en Ayerbe cuando este tenía ocho años. Veamos cómo cuenta su entrada en la localidad: 

«Mi aparición en la plaza pública de Ayerbe fue saludada por una rechifla general de los chicos. De las burlas pasaron a las veras. En cuanto se reunían algunos y creían asegurada su impunidad, me insultaban, me golpeaban a puñetazos o me acribillaban a pedradas. ¡Qué bárbaros éramos los chicos de Ayerbe!». 

Aquella aversión podría explicarse por una inclinación a detestar lo burgués, a pesar de la humildad en el vestir de Cajal, o por el lenguaje. «Por entonces se hablaba en Ayerbe un dialecto extraño, desconcertante revoltijo de palabras y giros franceses, castellanos, catalanes y aragoneses antiguos». Pero poco a poco fueron entendiéndose y acabó adaptándose al hablar del lugar, memorizando «vocablos bárbaros» y «solecismos atroces». 

Tras una exhaustiva inspección natural de los alrededores, como no podía ser de otro modo, se sumergió en la vida social del pueblo, «tomando parte en los juegos colectivos, en las carreras y luchas de cuadrilla a cuadrilla, y en toda clase de maleantes entretenimientos con que los chicos de pueblo suelen solemnizar las horas de asueto». No se equivoca Cajal cuando al referirse a aquel paso por Ayerbe afirma que la mezcla de ejercicios físicos y actividades mentales son educadoras. Aunque en su caso el asunto, a veces, se iba de las manos. 

No se sentía orgulloso de las trastadas en las que se vio inmerso, aunque las describe como algo común en aquellas edades. Aunque ponía resistencias a «los juegos brutales», el espíritu de imitación acababa ganando la partida. Sin embargo, jamás transigió «el abuso de la fuerza con el débil, así como la agresión injusta y cruel». Su salud era extraordinaria gracias a su alimentación y movimiento constantes, adquiriendo gran fuerza y agilidad, lo cual le acarrearía algún que otro problema. 

Lo cuenta del siguiente modo: «Brincaba como un saltamontes; trepaba como un mono; corría como un gamo; escalaba una tapia con la viveza de una lagartija, sin sentir jamás el vértigo de las alturas, aun en los aleros de los tejados y en la copa de los nogales, y, en fin, manejaba el palo, la flecha y, sobre todo, la honda, con singular tino y maestría». 

Su fama de pícaro creció día a día y produjo ancho pesar en sus padres cada vez que recibían quejas de los vecinos perjudicados. Las tundas domésticas se sucedían una detrás de otra. Aunque lo cuenta con cierta ironía, reconoce que era infeliz en aquellas travesuras que, en ocasiones, se convertían en gamberradas: 

«Y cuando causaba un daño lo deploraba con sincero arrepentimiento. Pero el ansia loca de sobresalir y de templar mi espíritu con fuertes emociones, me obsesionaba. Y pasadas algunas semanas de reposo y contrición, las diabólicas instigaciones de los amigos me hacían volver a las andadas, bien seguro de que los futuros desmanes permanecerían secretos y no causarían la menor desazón a mis padres». 

Tenía verdadero pavor a las zurras paternas, por lo que a veces huía de la casa junto con su hermano Pedro. Una vez hicieron novillos y alguien se lo contó al padre. El miedo por el castigo fue tal que escaparon al monte durante más de media semana. Se alimentaron de frutas y raíces y cuando ya iban tomando gusto a la vida salvaje, el padre los halló durmiendo tranquilamente en un horno de cal. Tarde, pero llegó la paliza.

Pprimer edificio de la Universidad de Zaragoza en la plaza de la Magdalena. De planta rectangular, fue construido en 1587 alrededor de un patio central. - Universidad de Zaragoza

El mal estudiante Ramón y Cajal

Con diez años Justo envió a su hijo a vivir con su tío para que estudiara el bachillerato en un colegio de los escolapios de Jaca. Santiago mostró su reticencia porque lo que quería realmente era estudiar en Huesca o Zaragoza para ir a una escuela de dibujo. El padre tomaba aquello como un capricho de chiquillo —su destino tenía que ser la medicina— y el niño acabó en los escolapios. Pero su tío era muy anciano y Cajal hizo más bien poco en esa etapa estudiantil, resumido a la perfección del siguiente modo: 

«Mi cuerpo ocupaba un lugar en las aulas, pero mi alma vagaba continuamente por los espacios imaginarios». Criticaba el uso exclusivo de la memoria y la excesiva disciplina, con el uso de la correa, los encierros y los ayunos, entre otros métodos poco ortodoxos. La realidad es que este cóctel no hizo más que crear en el joven una aversión al estudio con resultados catastróficos. Acabó con un simple aprobado gracias a que el tribunal no estaba formado por los escolapios, sino por el Instituto de Huesca. «Cuando regresé a Ayerbe en las próximas vacaciones, mi pobre madre apenas me reconoció: tal me pusieron el régimen del terror y el laconismo alimenticio».

Santiago Ramón y Cajal, en su juventud, tirando con arco - Archivo CSIC

Una adolescencia más calmada

A la vuelta sus travesuras continuaron durante un verano, pero al año siguiente el Santiago niño fue dejando paso al adolescente, con un descenso gradual de sus andanzas. Su padre lo matriculó en el Instituto de Huesca, «desengañado por el método de enseñanza de los frailes». Este instituto hoy se llama IES Ramón y Cajal. El enfoque era más abierto y Cajal se sintió más cómodo, pero los resultados académicos no mejoraron demasiado. 

A la entrada del tercer curso de bachillerato no muestra interés por la Historia, la Psicología, la Lógica y, ni siquiera, por su preciada Historia Natural. Visto el panorama, su padre lo saca del instituto y lo pone como aprendiz de zapatero en Gurrea de Gállego, una aldea donde reside la familia. Cuando vuelven a Ayerbe, se lleva un año poniendo suelas y cosiendo botines en otra zapatería. Tras un curso perdido, el padre cree que ha aprendido la lección y llegan a un pacto con su hijo: lo matriculará en dibujo si se aplica en los estudios

Apunte a lápiz, con la firma de Santiago Ramón y Cajal, realizado probablemente en 1920. Titulado Individuo bicéfalo, representa dos cabezas unidas por la parte superior. - Universidad de Zaragoza

Parece que, por fin, don Justo logra ir encauzando al joven Santiago, pero no sin despedirse de las travesuras con algunas memorables, como cuando hizo la caricatura de un profesor en una tapia recién encalada. Esto le supuso que los profesores se ensañaran con él, a pesar de lo cual logró aprobar todas las asignaturas. Fue el final de una etapa y el arranque de otra decisiva que años más tarde Ramón y Cajal recordaría así: 

«Aprobadas todas las asignaturas de bachillerato y hechos los ejercicios del grado, mi padre, decidido más que nunca a hacer de su hijo un galeno, me acompañó a Zaragoza, matriculándome en las asignaturas del año preparatorio».

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